Medioambiente
Tráfico de animales: el peor negocio del mundo
En los últimos cuatro años la Policía Nacional incautó 94.927 animales silvestres víctimas del tráfico ilegal. Si las cifras no disminuyen, la próxima pandemia por una enfermedad zoonótica podría salir de Colombia. ¿Cómo funciona?
Las autoridades lo encontraron en una casa del barrio Santa Librada, en el municipio de Purificación, Tolima. Amigable con los humanos, nada feroz. Tenía un extraño gesto en su cara que solo pudieron explicar los veterinarios que lo valoraron: le habían arrancado de raíz sus colmillos superiores.
En lugar de 100 kilómetros de selva, que es lo que recorre en un día un ocelote, lo máximo que podrá andar este felino por el resto de su vida será el espacio que le provean en un zoológico. Y dependerá de los humanos para alimentarse.
A hoy, la Policía Nacional ha incautado 16.860 animales silvestres víctimas del tráfico ilegal de especies. Equivalen a más del 90 por ciento de los ejemplares recuperados en todo 2019. El año superará en cifras al anterior porque durante la pandemia este delito se disparó.
En 2020 han capturado cerca de 2.000 personas por una actividad que cada vez cuenta con redes criminales más organizadas según la Wildlife Conservation Society (WCS) Colombia. Para WCS, Bogotá es una especie de puente directo con el mercado negro nacional e internacional. De la capital salen especies para Asia, Estados Unidos y Europa y llegan animales exóticos de otros países. Ese es el caso de varios ajolotes –un anfibio endémico de México en peligro crítico de extinción– que las autoridades incautaron en Medellín y Villavicencio.
De acuerdo con el Sistema de Información Estadístico, Delincuencial Contravencional y Operativo de la Policía Nacional, las especies más traficadas en el país son reptiles, aves y algunos mamíferos, muchos de los cuales existen únicamente en el país. La mayoría vienen del piedemonte amazónico, la costa atlántica o pacífica donde quedan secuelas como la deforestación. Llegan a la capital en condiciones inverosímiles como por ejemplo dentro de la llanta de un camión o en frascos de rollos fotográficos, lo que explica por qué muchos no sobreviven.
La situación no es nueva. Hasta hace unos años era normal ir a las plazas de mercado, especialmente las de Bogotá, para comprar prácticamente cualquier animal: tarántulas, tigrillos, serpientes, tortugas, aves, cangrejos, entre otros. Los exhibían en los estantes y si no estaban para entrega inmediata los pedían por encargo para los siguientes días.
Las autoridades aumentaron sus controles en estos lugares y cada vez resultó más difícil para los comerciantes vender las especies. Pero la mala racha duró poco porque en lugar de acabar con el negocio empezaron a tenerlos en casas de familia, que se han convertido en una especie de centros de acopio en donde es difícil dar con los responsables.
En Bogotá, por ejemplo, hace una semana la Secretaría de Ambiente y la Sijín rescataron en una casa de Suba a un mono tití cabeciblanco, especie endémica de Colombia y en peligro crítico de extinción. El mamífero estaba en precarias condiciones y compartía cautiverio con una lora amazónica y otra real.
Las redes sociales e internet se han convertido en los mejores aliados para los traficantes, un mecanismo que se disparó durante la cuarentena ante las restricciones de movilidad. El caso de un mono aullador en Antioquia da cuenta de ello. A este primate, de solo cuatro meses, lo estaban comercializando por Facebook y gracias a la denuncia de una ciudadana, agentes de la Policía Ambiental se infiltraron como compradores para capturar al responsable y rescatar al pequeño primate.
De acuerdo con el coronel Diego Rosero Giraldo, quien tiene a cargo la Dirección de Protección y Servicios Especiales de la Policía Nacional, en este organismo hay 564 personas dedicadas a combatir el tráfico ilegal de especies. Además, tienen alianzas para abordar este problema con la WCS, el Servicio Federal de Pesca y Vida Silvestre estadounidense, las autoridades ambientales regionales, el Ministerio de Ambiente y la Fiscalía.
Sin embargo, el hecho de que la ciudadanía desconozca lo que hay detrás del tráfico de fauna hace casi imposible detenerlo. Según la Organización de Naciones Unidas, el tráfico ilegal de especies es el tercer negocio más lucrativo del mundo, pues al año deja más de 25.000 millones de dólares. En países como Colombia, miles de personas recurrieron a negocios como estos, especialmente en tiempos de pandemia. El destino de los animales es incierto, pero es claro que todos dejan altas sumas de dinero.
Puede ser para consumo humano, para medicina tradicional o hasta para el “turismo de la selfie”, en el que usan estos ejemplares solo para cobrar por una foto. También usan sus partes porque las personas creen que tener un mueble, ropa o algo hecho de animales demuestra estatus.
En Bogotá, por ejemplo, la Secretaría de Ambiente y la Policía Ambiental incautó la semana pasada, en un local del barrio Restrepo, 391 artículos hechos con partes de animales silvestres como billeteras, muebles, cinturones y botas. Se estima que para hacerlos tuvieron que matar unos 300 ejemplares de halcones, babillas, serpientes, tortugas y venados. La multa podría ascender a 4.000 millones de pesos.
El dinero es el principal motivador de este negocio. Pero Paula Ruiz, una fotógrafa dedicada hace varios años a combatir este delito, ha identificado otros factores que lo promueven: la ausencia de leyes o poca ejecución de estas; las amenazas, pues detrás hay narcotraficantes muy poderosos, y la ignorancia, por lo cual insiste en que es fundamental educar a la ciudadanía para acabar con esta práctica.
Muchas personas ignoran las consecuencias del tráfico de fauna. Sacar a un animal de su hábitat natural puede afectar gravemente su ecosistema, pues cada especie cumple un papel fundamental, como los que dispersan semillas. Además, los ejemplares recuperados pasan por arduos y costosos procesos de rehabilitación que no siempre tienen éxito. Por eso deben permanecer el resto de su vida en cautiverio, pues al convivir con humanos pierden sus características silvestres y no sobreviven en libertad. Las autoridades estiman que de diez animales que incautan solo uno vuelve a la libertad.
Además, las personas ignoran que pueden correr un grave riesgo al tener un animal en su casa. La covid-19 lo demuestra. Los animales silvestres viven encerrados bajo muchísimo estrés y allí aparecen las enfermedades zoonóticas, transmisibles entre animales y humanos. “Un ejemplo son las guacamayas o los loros. Como no pueden volar se estresan, empiezan a arrancarse las plumas y a rascarse, lo cual puede producir psitacosis, una enfermedad que si llega a un adulto mayor o a un niño le puede dar neumonía y matarlo”, explica Ruiz.
Según WCS, muchas investigaciones realizadas muestran que el coronavirus se gestó de un patógeno que saltó a una persona desde un murciélago o un pangolín sacados de su hábitat y llevados a un mercado de Wuhan, China. Para la organización, si esto llega a una escala mayor podría significar, fácilmente, la extinción de la raza humana.
Según la Organización Mundial de Sanidad Animal, 75 por ciento de las enfermedades del ser humano tienen origen animal. A esto se suma que cada año aparecen cinco nuevas dolencias, de las cuales tres son zoonóticas.