La buseta rodó aproximadamente 300 metros y quedó muy cerca a la laguna de Ortices. La tragedia pudo ser mayor.
La buseta rodó aproximadamente 300 metros y quedó muy cerca a la laguna de Ortices. La tragedia pudo ser mayor. | Foto: cortesía

ACCIDENTE

Tragedia del bus escolar en Santander: los desgarradores relatos de dos familias que perdieron a sus pequeños

El accidente en San Andrés, Santander, que dejó seis niños muertos y otros 15 heridos, enluta a Colombia. SEMANA dialogó con familiares de las víctimas. No es el primer hecho en estas circunstancias en la zona.

26 de marzo de 2022

“Lo único que quedan son los recuerdos”, dice Javier López. Repite con la insistencia de quien es empujado por el dolor. Todavía lo atormenta la imagen más frecuente en la película de su pasado: “Estaban los tres conscientes, aunque Erick no se podía mover”, añade. Luego describe lo que vio aquel 22 de marzo, cuando un bus escolar rodó por 300 metros en zona rural de San Andrés, Santander, y dejó como saldo seis menores muertos y 15 heridos. “Mis tres hijos estaban ahí, yo los vi y me volvió el alma al cuerpo, a Erick lo saqué cargado hasta la carretera, lo llevaron al hospital, pero allá murió. No aguantó, mi angelito no aguantó”. En este punto su relato se diluye en una voz gangosa, empantanada por las lágrimas. Se queda sin palabras y el silencio habla. No hay nada más que decir.

Javier recibió la llamada a la 1:08 de la tarde. El bus en el que había despachado a tres de sus cuatro hijos para el Instituto Técnico Laguna de Ortices se accidentó en el Alto de San Pedro. No le dijeron cómo fue, ni tampoco le revelaron la magnitud de la tragedia, solo le pidieron que llegara con prontitud. Así lo hizo. Al arribar vio el automotor semidestruido y al fondo del abismo. No recuerda muy bien cómo descendió, aunque sí tiene presente que lo hizo rápido. Sus tres hijos ya estaban fuera de las latas, pero uno de ellos, Erick López Ávila, no podía moverse.

“Me decía que le dolía mucho el cuerpo, que lo ayudara”. Mientras lo cargaba hacia la cima del abismo, no hablaron, Javier le pidió que ahorrara fuerzas para su recuperación. Aquel 22 de marzo era un día especial. Tanto Javier como los padres de los otros niños vieron materializado un sueño casi utópico: la disposición de una ruta escolar para las veredas La Ramada y San Pedro a fin de que los menores no caminaran hora y media –por trayecto– todos los días hasta el corregimiento Laguna de Ortices, donde queda el colegio. Luego de varias reuniones y reclamos, se autorizó la ruta.

Ese día se pondría fin al martirio de caminar bajo el intenso sol del mediodía. El bus contratado era propiedad de un experimentado conductor de la zona, que se dedicaba al transporte especial y, quizá, la persona que en los últimos años más había recorrido ese camino. ¿Qué podría salir mal?

“Yo los despaché en la mañana y no vi nada irregular. Ellos se fueron contentos en la ruta”, recuerda Javier. El trayecto de ida fue un éxito total: los alumnos llegaron a tiempo para la clase de las 6:30 a. m. Sin embargo, el regreso fue aparatoso.

El bus, aparentemente con fallas mecánicas, rodó por el abismo cercano a la laguna de Ortices. “Lastimosamente, mi hijo fue uno de los seis muertos. Tenía un golpe muy fuerte en la cabeza, que terminó decidiendo su futuro”, cuenta Javier. De cuando le comunicaron la noticia de la muerte no recuerda mucho. Entró en un estado de shock, que apenas le permitía estar en pie. “Mi bebé tan solo tenía 12 años y se me fue”, repite.

Sus otros dos hijos heridos están fuera de peligro, pero desconocen la suerte de su hermano menor. Aún no se les ha comunicado que Erick falleció. Los otros menores muertos son Aldair Gómez, Esneider Mauricio Jerez, Damaris Cáceres, Julián Camilo Díaz y Yuley Stephany Pedraza. Esta última, de apenas 13 años, compartía curso con Erick, ambos estaban en séptimo grado.

En el hecho, murieron seis menores, mientras que el conductor y otros 16 estudiantes resultaron heridos luego de que el automotor rodara más de 300 metros.
En el hecho, murieron seis menores, mientras que el conductor y otros 16 estudiantes resultaron heridos luego de que el automotor rodara más de 300 metros. | Foto: Cortesía

Yuley era una alumna destacada. Los profesores veían en ella un gran potencial para las pruebas Icfes y una eventual beca en cualquier universidad pública de Colombia. Tanto era el entusiasmo por su desempeño académico que una profesora le ofreció posada en su casa entre lunes y viernes para que se ahorrara la caminata diaria entre La Ramada y la laguna de Ortices. Los fines de semana, Yuley subía caminando a su vereda para ayudarles a sus papás y hermanos con las labores propias del campo: “Ella cogía café o realizaba cualquier actividad necesaria”, dice su tío Ever Jaimes Mariño.

Asegura que la condición económica de la familia no es la mejor, por eso, desde pequeños se acostumbran a trabajar. “Pero con ella era algo diferente, se le veían las ganas de superarse, de enfocarse en su estudio, de ser alguien”, agrega. Con la disposición de la ruta, Yuley llegó a La Ramada el lunes en la tarde. Le agradeció la posada de los últimos meses a su maestra, pero ya tendría la posibilidad de ir y regresar a su casa en 20 minutos. El 22 de marzo fue una de las primeras en ser recogida por el bus, “estaba entusiasmada, como todos los demás”, precisa Javier.

Yuley no alcanzó a salir con vida. El golpe sobre su cuerpo fue certero y murió en el lugar del accidente.

No era la primera vez

La historia suele ser implacable, y, cuando no se corrige un problema, siempre tiende a repetirlo para recordar la importancia de lo olvidado. Hace 22 años, para mediados del año 2000, la comunidad de Alto San Pedro lloró a diez de sus integrantes. El bus en que viajaban rodó por el mismo abismo protagonista de esta nueva tragedia.

En aquel momento hubo reuniones con la administración municipal, pedidos de arreglo de la vía, pero todo quedó en encuentros estériles y actas que reposan en el olvido. Nadie hizo nada. La carretera continuó con los mismos problemas: pasos estrechos sin pavimentar y abismos que ponen a prueba hasta al más experimentado conductor. “La vía está en muy mal estado y, cuando llueve, se pone peor”, recalca Ever.

Confía plenamente en las capacidades del conductor, pues siempre transitaba con cuidado y sin afanes. “Estamos a la espera para determinar qué fue lo que pasó, porque él siempre fue muy cuidadoso y conocía perfectamente la zona. Creemos que fue una falla mecánica”.

Sin embargo, el mayor general Juan Libreros, director general de Tránsito y Transporte de la Policía Nacional, tiene otra hipótesis y pone en entredicho una posible falla mecánica. “Se desplazó un equipo de la Dirección de Tránsito y Transporte de la Policía, que es experto en la reconstrucción de accidentes de tránsito, con el fin de establecer las causas”.

Según el gobernador de Santander, Mauricio Aguilar, al parecer, el vehículo tenía los permisos necesarios para operar (Soat y demás). El modelo del vehículo es de 1998, lo que significa que debió dejar de circular en 2019, aproximadamente, y ser chatarrizado, pues su vida útil ya se había cumplido.Conforme lo dicta la Ley 105 de 1993 en el artículo sexto, la vida útil máxima de los vehículos terrestres de servicio público de pasajeros y/o mixto será de 20 años. Por tanto, los que la hayan cumplido deberán sustituirse por nuevos.

Uno de los menores heridos relató a un medio local que, posiblemente, el bus se quedó sin frenos. “Veníamos en la buseta cuando creo que la buseta se quedó sin frenos y se fue para abajo. Cuando el bus se fue de la carretera para abajo, me pegué en la cabeza y caí inconsciente. Después, creo que salí fuera del bus, rodé, por eso me hice estas laceraciones, y después fue cuando mi tío Orlando me sacó. No vi nada más. Entonces, él fue por el carro y sacó a Mabel y a Keiner. Y también me ayudó a sacar. Y ya después una ambulancia me trajo hasta San Andrés, estoy feliz porque me dieron otra oportunidad de vida”, asegura el menor de 14 años, quien está fuera de peligro.

Las víctimas de este accidente fueron enterradas este viernes en la tarde en diferentes veredas de San Andrés. Sobre la vía principal aún está dibujada la huella física de la tragedia, y en el recuerdo de los familiares queda tatuada la desesperanza que siempre llega acompañada de la muerte.