RISARALDA
Tragedia en Pereira: ¿por qué no se hizo nada para evitar que se repitiera una avalancha que mató a 16 personas?
La avalancha que deja hasta el momento 16 muertos y más de 34 heridos ocurrió en una zona donde se registró un hecho similar hace 46 años. ¿Por qué nadie hizo nada para que no volviera a ocurrir? Reportaje.
Cuando Carmelina Patiño escuchó los primeros gritos y pedidos de auxilio en la madrugada del pasado martes, pensó que aún estaba dormida y los recuerdos de aquella tragedia del 5 de octubre de 1976 en la Avenida del Río, en límites entre Pereira y Dosquebradas, Risaralda, la atormentaban. Le restó importancia hasta que se dio cuenta de que era real, que la historia se estaba repitiendo.
La montaña vecina a su casa volvió a derrumbarse y la tierra se mezcló con el caudal crecido del río Otún. La avalancha de palos, lodo y agua, una vez más, venía cargada de dolor, muerte y desconsuelo para el sector Esneda de Pereira.
La primera vez, hace 46 años, Carmelina era apenas una jovencita. En aquella ocasión no comprendió muy bien qué estaba ocurriendo, solo veía a sus padres llorar sobre las ruinas de lo que alguna vez fue su casa; vio a sus vecinos sacar a los muertos de entre los escombros y las calles de su barrio cubiertas de lodo. En total, fueron más de 71 personas fallecidas y más de un centenar de heridos.
Carmelina creció con ese recuerdo. Se hizo fuerte con la imagen mental de quienes murieron y lo perdieron todo. Su familia fue reubicada en un albergue temporal, pero ante la imposibilidad de consolidar un verdadero plan de reubicación por parte de la administración municipal y regional, la mayoría de afectados regresó a la ribera del río Otún. Total, lo peor ya había pasado.
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Sin embargo, la historia de tragedias en este sector aún no está escrita por completo. La madrugada del martes 8 de febrero de 2022 se presentó un nuevo episodio exactamente igual al ocurrido hace 46 años: parte de la montaña se desprendió, cayó al río crecido, este, a su vez, se tragó al menos siete casas y ocasionó la muerte de 16 personas, la desaparición de cuatro más y 34 heridos. La fotografía de la tragedia parece una copia exacta de lo ocurrido en 1976: la montaña cedida, las casas destruidas, los escombros en las calles, el dolor de quienes lloran a sus muertos y la imposibilidad de encontrar un lugar para reubicarse.
En ambas tragedias, Carmelina se salvó por “cosas del destino”, como dice ella. A sus 62 años corrió como la jovencita de 1976, pero en esta ocasión no solo para salvar su vida, sino la de su nieta, que la acompañaba en la casa. “¿Que si es la misma tragedia?, claro que sí, haga de cuenta dos gotas de agua. En esta última yo estaba acostada cuando escuché los gritos de una vecina que decía que el río se había desbordado, entonces yo volé a la última pieza a coger a una nieta que vive conmigo y en ese momento se vino la avalancha desde la montaña”, le contó Carmelina a SEMANA.
Luego de 46 años, sus recuerdos se llenaron de sonidos: “Se escuchaba algo horrible: la peña rugía, la gente gritaba, todo era un caos, porque el río se desbordó por la carretera y la avalancha se tragó cuatro casas y las vomitó hacia la Avenida del Río, y los techos quedaron sobre la ciclorruta. Fue un momento muy dramático, muy doloroso”.
¿Por qué nadie hizo nada?
Todo parece indicar que los recuerdos de Carmelina no fueron los únicos que se diluyeron con el pasar del tiempo. Luego de la tragedia de 1976, Pereira tuvo más de 12 alcaldes, Risaralda igual número de gobernadores, y a nadie se le ocurrió que un desastre de esa magnitud pudiera ocurrir en el mismo lugar.
La emergencia de hace 46 años terminó con el rescate del último cuerpo, la limpieza de escombros y la demolición de las casas que quedaron semidestruidas. No existió un plan integral para evitar que la zona, en plena ribera del río y con una montaña socavada por una acequia de aguas lluvias en desuso se volviera a poblar.
Hoy, el riesgo no es solo para quienes habitan el sector de La Esneda, aquella zona que ya catalogan como “el barrio de la eterna tragedia”, sino que cobija a más de 2.000 viviendas ubicadas sobre la ribera del río. En 46 años, el problema ascendió a magnitudes intratables para un gobierno local, pues trasladar tantas casas le costaría al municipio más de 200.000 millones de pesos, una cifra un poco superior al presupuesto general anual de la capital de Risaralda.
“Todas estas casas no deberían existir, sino que las condiciones sociales, culturales y económicas para una reubicación de estas características son muy complejas, porque estamos hablando de más de 2.000 viviendas sobre la franja del río Otún que están amenazadas por una crecida del río, ni siquiera por un fenómeno de deslizamiento”, dice Alexander Galindo, gerente de la Dirección de Gestión del Riesgo de Pereira (Diger).
El alcalde Carlos Maya concuerda con esta hipótesis, aunque asegura que el desastre de 1976 fue tres cuadras más abajo, y que sobre esta zona no tenían alerta roja. “Aquí tenemos alertas tempranas por el caudal del río Otún, pero es importante advertir que frente a esta ladera no teníamos ninguna alerta temprana sobre un posible deslizamiento o problemas de suelo”.
El informe preliminar del equipo de expertos da cuenta de que este nuevo derrumbe se debió a filtraciones de agua lluvia, aguas residuales, adicionalmente al aumento de precipitaciones. Y es que, según datos de Diger, en menos de 12 horas llovió lo equivalente a 15 días. El ministro de Vivienda, Jonathan Malagón, visitó la zona y anunció un plan de reubicación, pero a menor escala, es decir, trasladarán, por ahora, a quienes lo perdieron todo. La pregunta que queda pendiente es: ¿qué pasará con quienes viven aguas abajo?
“Miles de personas viven asentadas en la ribera del río Otún, pero no lo hacen porque quieren, sino porque no tienen otra alternativa para vivir. Eso no solo pasa con el caso pereirano, sino con el colombiano, le puedo asegurar que todas las ciudades del país tienen esta característica”, añade el alcalde Maya.
Los rostros de quienes sufren
La familia de Carmelina no sufrió pérdidas humanas. Todos lograron salvarse, pero su casa, una vez más, quedó destruida por el lodo y los palos que arrastró la corriente. Sin embargo, algunos de sus vecinos no corrieron con la misma suerte.
Álvaro Alzate también fue testigo de la primera tragedia, al igual que sus papás, ahora adultos mayores. Hace 46 años salieron vivos, pero en el nuevo derrumbe esa familia perdió a tres de sus miembros. “Murió mi papá, Darío Alzate; mi hermano Gustavo Alzate y mi sobrina de seis años”, cuenta Álvaro.
Dice que está vivo porque su hermano lo salvó: minutos antes lo despertó para que no perdiera una entrevista de trabajo. Álvaro salió de la casa y segundos después una avalancha lo arrastró varios metros. Para salvarse se aferró a un carro que también era arrastrado por la furia de las aguas, cuando pudo reponerse regresó a su vivienda, pero ya no había nada. La avalancha se la había llevado.
Su hermano Gustavo se echó al hombro a sus padres, de 84 y 87 años, pero solo su mamá logró salir con vida. Minutos después, Gustavo quedó atrapado en medio de escombros. El héroe de la familia Alzate murió salvando vidas.
Carmelina los conocía a todos. En la primera tragedia, fueron de las pocas familias del sector que lograron salir con vida; hoy, la historia es diferente. Los Alzate lo perdieron todo y los Patiño no quieren regresar. Los recuerdos se convirtieron en pesadillas y ya nada será igual. O al menos, por ahora, nada será igual.