POLÍTICA
Santos y otros que han traicionado a su clase
Así se describió a sí mismo Juan Manuel Santos en referencia al costo político de romper paradigmas. Sin embargo, sacrificar la popularidad no siempre produce resultados comparables. Estos son algunos ejemplos interesantes.
Juan Manuel Santos siempre ha dicho que su gran referente es Winston Churchill. Ha leído múltiples biografías suyas y su trayectoria para él es un ejemplo de los enormes altibajos de la vida pública. Inmediatamente después de derrotar a Hitler, sus propios compatriotas lo rechazaron en las urnas y lo sacaron del poder. Ese golpe a su ego pudo haber sido tan inesperado y tan humillante como el plebiscito para Santos. Sin embargo, hoy, 70 años después de ese revés histórico, los ingleses consideran a Churchill el estadista más importante de la historia de Reino Unido. Aunque no hay comparación entre el héroe de la Segunda Guerra Mundial y el mandatario colombiano, los dos tienen en común que siempre estuvieron seguros de que el veredicto de la historia les daría la razón.
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Santos, sin embargo, sí tiene parecidos con otros importantes jefes de Estado quienes fueron objeto de grandes volteretas de la vida. En Colombia salta primero a la vista Alfonso López Pumarejo. Este fue otro “traidor a su clase” que enfrentó la oposición más feroz del siglo XX por sacar adelante su Revolución en Marcha. López Pumarejo fue reelegido en 1942 después de haber llevado a cabo durante su primera administración (1934-1938) grandes transformaciones como la mejoría de las condiciones laborales, la reforma educativa y la reforma agraria para que la propiedad tuviera una función social. Pero los sectores de derecha de la época, liderados por Laureano Gómez, fueron implacables contra sus reformas. Hubo toda clase de exageraciones, de desinformación y de mentiras como las que hoy circulan a diario en las redes sociales. El país se polarizó igual que ahora.
Un año antes de terminar su mandato, López renunció a la presidencia y lo reemplazó Alberto Lleras Camargo. La razón oficial fue que a su esposa le diagnosticaron en ese momento un cáncer terminal. Pero el ambiente invivible al que había llegado el país por la oposición de Laureano Gómez tuvo algo que ver con esa decisión. En su momento, la oposición denunció las reformas de López Pumarejo como la entrega del país al socialismo. Con el transcurso del tiempo quedó claro que fueron más bien un salto del feudalismo al capitalismo. En un ranking de presidentes hecho en 2010 por la Fundación Liderazgo y Democracia, que convocó a 20 historiadores e intelectuales, López Pumarejo quedó como el segundo mejor presidente de la historia después de Lleras Camargo. Laureano Gómez terminó en el puesto 41.
Alfonso López Pumarejo enfrentó una oposición tan despiadada como la de Uribe a Santos. Lyndon Johnson impulsó los derechos civiles de los negros en Estados Unidos, tarea tan difícil como el proceso de paz. Por su parte, Mijaíl Gorbachov ganó el Nobel de Paz y lo aplaude el mundo, menos sus compatriotas.
En Estados Unidos la comparación más adecuada sería con el presidente Lyndon Johnson (1963-1969). Este hoy no evoca un recuerdo glamuroso y las nuevas generaciones lo conocen poco a nivel internacional. Sin embargo, después de un melancólico final de su gobierno, se ha presentado un revisionismo sobre su gestión. Los historiadores norteamericanos lo han puesto en una categoría que denominan “near great”. Teniendo en cuenta que “great” solo son Washington, Jefferson, Lincoln y los dos Roosevelt, estar debajo de ellos también tiene mérito.
Johnson no se lanzó a la reelección por el desprestigio que le había causado la guerra de Vietnam. Allá, Estados Unidos con la bomba atómica, el mejor armamento del planeta y medio millón de soldados perdió a manos de los guerrilleros campesinos de Ho Chi Minh. El presidente pasó a la historia como el primero en su país en perder una guerra, lo que dejó una cicatriz imborrable en el orgullo patriótico estadounidense.
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Sin embargo, a pesar de ese fracaso, lo reivindicó su lucha por los derechos civiles de la comunidad negra. Aunque una minoría racial no es lo mismo que una guerrilla insurgente, los problemas que Johnson enfrentó tienen elementos parecidos a los del proceso de paz colombiano. El grupo social de los afrodescendientes en el papel tenía derechos, pero en la práctica estaba casi tan oprimido como en los años de la guerra civil. El sur de Estados Unidos era el epicentro del racismo. En esa región las limitaciones al voto negro y la segregación en buses, baños públicos, restaurantes y colegios sostenían la estructura social.
Johnson logró u nos acuerdos imperfectos que dejaron insatisfechas a las partes. Pero con el tiempo sus logros fueron reconocidos.
Kennedy, a quien Johnson reemplazó después del asesinato, era del norte y había tratado de hacer algo en ese sentido, pero no pudo a pesar de su carisma. Los senadores racistas del sur eran demócratas y no estaban dispuestos a permitírselo. Johnson era del sur (Texas) y por esto cuando llegó a la presidencia era impensable que fuera a “traicionar a su clase”. Pero lo hizo y ahí comenzó su cruzada por los derechos de los negros.
El presidente norteamericano tuvo que pelear con sus amigos del Senado, que no querían ceder en nada, y con la comunidad afrodescendiente dirigida por Martin Luther King Jr., a la cual todo lo que le ofrecían le parecía migajas. Esa negociación fue tan difícil como la que le tocó manejar a Santos entre sectores de la clase dirigente y las Farc. Finalmente, Johnson logró unos resultados “imperfectos” que dejaron insatisfechas a las dos partes. No obstante, con el transcurso del tiempo sus logros fueron reconocidos como una de las reformas más trascendentales del siglo XX en Estados Unidos.
Otro “traidor a su clase” fue Mijaíl Gorbachov (1985-1991). En su gobierno implementó la perestroika y el glasnost, producto de una serie de reformas emprendidas por él que dieron al traste con el rígido modelo estalinista que se había mantenido por 70 años y que él había heredado como secretario del Partido Comunista. Esa transformación condujo al final de la Unión Soviética. Apenas llegaron los vientos de cambio, una a una se fueron independizando las repúblicas que unidas habían constituido la segunda potencia mundial durante 40 años.
Las reformas de Gorbachov acabaron con la Guerra Fría, pero también representaron el final del equilibrio bipolar con Estados Unidos. Sin disparar un solo tiro, los países de Europa oriental se sacudieron del yugo comunista y optaron por el capitalismo y los cauces democráticos. El premio nobel de paz reconoció esa revolucionaria transformación y Gorbachov se convirtió en uno de los grandes de la historia del siglo XX.
Pero en Rusia la cosa fue muy diferente. La pérdida de repúblicas como Ucrania y Kazajistán equivalía a que Estados Unidos perdiera California y Texas. Sus compatriotas no le perdonaron que después de haber recibido un imperio, Gorbachov les dejara solo un país. Cinco años después de perder el poder, quiso volver como candidato a las elecciones presidenciales de 1996. La indignación de los rusos le pasó factura y lo castigaron con una inverosímil votación de solo 0,5 por ciento.
Esa humillación, sin embargo, no afectó su relevancia internacional. A Mijaíl Gorbachov, fuera de su país, lo consideran hoy una gran figura internacional y ha dedicado los últimos años a recorrer el mundo dando conferencias como un venerable y respetado estadista. Todo el mundo quiere oír su historia, excepto sus paisanos.
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Santos tiene algo de cada uno de estos tres personajes. Todos han sacrificado su popularidad por llevar a cabo procesos transformadores. López enfrentó una oposición tan virulenta como la del saliente mandatario. Johnson tuvo la firmeza y el equilibrio para darle la vuelta a una página negra de la historia de su país. Gorbachov ganó el Premio Nobel de Paz en medio del aplauso del planeta y el abucheo de sus compatriotas. Sobre los anteriores personajes la historia ya ha entregado su veredicto. Y comenzará a escribir el de Santos a partir de esta semana.