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Tras las huellas de un titán
En el centenario del nacimiento de Alberto Lleras Camargo, el país revalúa el legado de este titán de la política colombiana del siglo XX.

Desde hace varios meses comenzaron los preparativos para conmemorar el centenario del nacimiento de Alberto Lleras Camargo, un nombre que quizá no les diga mucho a las nuevas generaciones de colombianos, pero que jugó un papel protagónico en los hechos que transformaron y marcaron la historia contemporánea de Colombia, en especial por su inteligencia, talante y claridad para marcar caminos de salvación en momentos de zozobra y oscuridad. Tal vez el colombiano más importante e influyente de la segunda mitad del siglo XX.
Lleras mostró su pulso firme y su mente ecuánime en muchas ocasiones difíciles. Por ejemplo, en 1945 cuando, a los 39 años de edad, tuvo que asumir la Presidencia de la República tras la renuncia del Alfonso López Pumarejo. O cuando fue el artífice del derrocamiento de la dictadura militar de Rojas Pinilla en 1957. También lo mostró un año más tarde como primer Presidente del Frente Nacional, un sistema de alternancia que trajo la paz política al sangriento enfrentamiento entre liberales y conservadores, pero que también produciría consecuencias negativas en el largo plazo y en la violencia que hoy vive el país.
Además de estadista, intelectual y político, Lleras Camargo fue periodista, poseedor de una pluma y unas ideas que una vez fundidas en plomo siempre penetraban las mentes de los lectores y herían de muerte a sus contendores políticos. Muchos oficios y adjetivos se pueden utilizar para describirlo: escritor, pensador, político, periodista, internacionalista, pero en todos siempre tuvo una constante: la ecuanimidad y una continua obsesión por construir un país mejor.
Periodista bohemio
Nadie sabe de dónde nació la vocación de Lleras Camargo por el periodismo, pero lo cierto es que esta apareció prematuramente. Tras nacer en Bogotá el 3 de julio de 1906, sus primeros años de infancia los pasó en varias haciendas sabaneras que Felipe Lleras, su padre, les arrendaba a los grandes propietarios. Pese a estar lejos de la ciudad, en las viejas casonas coloniales en las que vivía la familia siempre había una institutriz que les enseñaba a él y a sus hermanos las primeras letras y los números. También pasó algunas temporadas en la finca de su tío Santiago en Chipaque, Cundinamarca. Allí Alberto Lleras recibió las enseñanzas de su tío, un gran pedagogo, al igual que la mayoría de miembros de la familia. Con él empezó a aprender inglés siguiendo de manera estricta las reglas gramaticales.
Un hecho que cambió su vida fue la enfermedad y muerte de su padre, en Bogotá, el 24 de agosto de 1915, lo que precipitó el regreso definitivo de la familia a la capital. Doña Sofía, su madre, y sus cinco hijos quedaron bajo el amparo de su hermano Nicolás y su cuñado Santiago Lleras, a quienes recordaría el resto de su vida más que a su propio padre. Los dos tíos se encargaron del sustento de la familia Lleras Camargo hasta cuando Felipe, el hermano mayor, asumió las responsabilidades con su modesto salario de profesor.
Al tiempo que Alberto Lleras estudiaba en el Colegio Ricaurte, empezó a desarrollar su habilidad para componer versos e interesarse por la prosa, el relato y los artículos de corte políticos. Cuando su tío Santiago viajó a Europa, el joven Alberto Lleras se quedó con su biblioteca de libros en español, inglés y francés, que le abrieron las puertas a la literatura clásica y del siglo XIX, y le permitieron aprender de manera autodidacta el francés. Esos primeros libros, como lo advierte Gabriel García Márquez, marcaron la vida y la prosa de Lleras.
En 1919, a los 13 años, Lleras estuvo al borde de la muerte por un ataque de apendicitis que terminó en una peritonitis. Muy lentamente recuperó su salud, pero desde entonces mantuvo por el resto de su vida su cuerpo enjuto y su cara flaca, que hacía resaltar aun más su enorme dentadura.
Mientras terminaba sus estudios de secundaria empezó a escribir sus primeros artículos literarios en el quincenario Universidad, de Germán Arciniegas, y en La República, donde le dieron una columna que bautizó 'Angulario' y el joven Lleras empezó a firmar con el seudónimo de 'Alius'. Fue así como entró al mundo del periodismo. "Éramos una tribu salvaje que no pertenecía a ninguna clase social... Éramos pobres porque los periódicos pagaban poco, vivíamos una vida de bohemia y nos reuníamos en los cafés, donde consumíamos lo más barato, aquello al alcance de nuestra pobreza".
Después trabajó en El Espectador y El Tiempo mientras estudiaba derecho en la Universidad Externado de Colombia. Pero un día lo dejó todo y se fue para Argentina donde terminó en el diario La Nación de Buenos Aires. Dos años después viajó como enviado especial a Sevilla, España, para cubrir la feria, y después a París, donde Eduardo Santos le propuso regresar en 1929 como jefe de redacción de El Tiempo. Allí conoció a Alfonso López Pumarejo, y comenzó una relación de muchos años que partiría en dos la historia contemporánea de Colombia.
Cubriendo las sesiones del Congreso conoció a la hija del general chileno Arturo Puga, Berta Puga Martínez, con quien se casaría en 1931 y tendría cuatro hijos: Consuelo, Alberto, Ximena y Marcela. Esta valiosa mujer lo rescató de la bohemia y lo encaminó en la disciplina del trabajo y el hogar.
El niño prodigio de la Revolución en Marcha
En 1930. Alberto Lleras, quien con sólo 24 años ya tenía encima un importante recorrido en el periodismo, comenzó su brillante carrera de político y diplomático. Ese año, por recomendación de Alfonso López Pumarejo, Lleras Camargo fue nombrado secretario general de la colectividad. Un año después llegó a la Cámara de Representantes donde fue el primer liberal en ser elegido presidente de esta corporación, tras el fin de la Hegemonía Conservadora. Ocupó ese cargo hasta cuando se retiró para trabajar en la primera campaña presidencial de López, quien llegó al poder en 1934.
Lleras fue nombrado secretario general de la Presidencia y, junto a Darío Echandía, ayudó a moldear y desarrollar la Revolución en Marcha, el proyecto de gobierno de López. Este modernizó el país y le quitó ese sello conservador, católico, agrario y colonial que aún tenía.
"La mejor parte de mi vida se inició con la elección de López.... fui el secretario del mejor, más generoso de los jefes políticos", diría Lleras al recordar ese período. Además de poner a prueba su inteligencia y sus habilidades políticas, López "hizo por mí lo que mis profesores de castellano y de retórica jamás lograron: quitarles a mis escritos, que iban a ser en último término los suyos, el resplandor de las imágenes, la violencia verbal, el dogmatismo literario, hasta convertirlos en esos mensajes cuya fama de severos, contenciosos y fuertes por el predominio de las ideas empezaron a ser considerados como su manera espléndida de comunicarse con los colombianos". Esa forma de escribir perduraría en el futuro en todos sus textos.
Durante el gobierno de la Revolución en Marcha, Lleras Camargo fue ministro de Gobierno entre 1935 y 1937, de modo que le tocó manejar todo el proceso de reforma constitucional y prácticamente manejó la relación del gobierno con el Congreso. Una vez terminó el mandato de López, en 1938, regresó a su eterna pasión: el periodismo. Ese año fundó el diario El Liberal.
Desde allí hizo duras críticas al gobierno de Eduardo Santos y promovió la segunda candidatura de López, quien llegaría de nuevo al poder en 1942. Claro que no perdonaba sus escapadas para jugar tejo, en el campo Villamil, o jugar en el patio de la litografía a lanzar monedas al centro de un ladrillo. Así, sin su chaqueta, pero con chaleco y las mangas de su camisa dobladas, pasaría muchas noches de su vida transformando el periodismo y la política.
Ese año dejó el diario para trabajar de nuevo con el presidente López. En abril de 1943 hasta finales de ese año estuvo como embajador de Colombia en Washington. El primer gran acto político nacional en su vida ocurrió en 1944, cuando tomó las riendas de la Nación, junto a Darío Echandía, cuando el presidente López Pumarejo fue retenido en Pasto en un intento de golpe de Estado. Gracias a su impresionante voz y su gran facilidad para la oratoria, a través de la Radiodifusora Nacional durante todo el día informó, sin improvisar ni una letra, los pormenores de los hechos. Escribía rápidamente lo que iba a decir. Esa sería su constante en la vida: pensar, escribir y leer antes que hablar.
Fue ministro de Relaciones Exteriores en 1945. Asistió a la Conferencia de Chapultepec y a la de San Francisco, que creó las Naciones Unidas. Allí presidió la comisión cuarta y fue responsable de que la carta de la ONU reconociera el papel de los organismos regionales, como la Unión Panamericana. Tras la renuncia de López, asumió la Presidencia y se convirtió a los 39 años en el mandatario más joven en llear al poder en el siglo XX.
Durante el año que estuvo en el Palacio de San Carlos acercó a los conservadores al gobierno, controló el orden público y manejó la situación económica. Creó la Flota Mercante Grancolombiana. Uno de los momentos más difíciles fue ver cómo la división del Partido Liberal en las elecciones presidenciales entre Jorge Eliécer Gaitán y Gabriel Turbay llevó al poder a los conservadores en un país de mayorías liberales. El enfrentamiento con el sindicalismo por la huelga de los estibadores del río Magdalena y la entrega del poder a los conservadores sirvieron para que fuera visto por la izquierda como un enemigo de los obreros, y por el liberalismo más sectario como un traidor. Pero le ganó una imagen de estadista imparcial entre el resto del país.
Al dejar el Palacio de San Carlos regresó de nuevo al periodismo, pero esta vez decidió desarrollar un experimento: crear la revista SEMANA, una publicación tipo Time y Life, que marcara distancia de la avalancha de noticias y se dedicara a publicar artículos profundos y con análisis. Durante 29 números él, con un puñado de colaboradores, le daría vida a una publicación que marcó un hito en el periodismo colombiano.
El estadista internacional
Volvió a dejar el periodismo para dedicarse a otra de sus pasiones: la política internacional. En 1947 fue nombrado, tras varias votaciones, director de la Unión Panamericana tras la inesperada muerte de Leo S. Rowe, su director durante 26 años. Lleras Camargo había abrazado la causa panamericana, desde los comienzos de su carrera, que coincidieron, con una etapa de vientos favorables para las relaciones hemisféricas: la de la política del Buen Vecino del presidente Franklin Delano Roosevelt.
Como lo advierte Leopoldo Villar Borda, todo esto comenzó a cambiar cuando Lleras Camargo tomó posesión del cargo el 4 de junio de 1947. "Era la primera figura de prominencia nacional en un país americano que llegaba a esa posición. Durante los 14 años anteriores había construido una sólida reputación en el hemisferio, con su actuación como gobernante y delegado de Colombia en varias conferencias continentales. Tenía la autoridad y las condiciones necesarias para impulsar la transformación de la vetusta entidad en una verdadera organización regional, y lo hizo con un brillo y una lucidez ampliamente reconocidos".
En pocos meses Lleras Camargo sentó las bases legales para la creación de la Organización de Estados Americanos (OEA), que se selló en la IX Conferencia Panamericana celebrada en Bogotá en 1948 y que fue afectada por los violentos incidentes que produjo el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Durante los años siguientes Lleras puso en marcha la OEA, estableció sus bases jurídicas, definió sus relaciones con otras organizaciones e inició los programas dispuestos por los mandatos de la Carta.
Pese a la distancia, seguía de cerca los acontecimientos del país. En silencio se sentía traicionado por el Partido Conservador, especialmente por Laureano Gómez, por no haber sido capaz de mantener las reglas del sistema democrático que él había defendido durante su año de Presidencia. Con su inteligencia natural para adelantarse a los hechos, en 1949 envió una carta en la que pedía un acuerdo entre los dos partidos, rescatar las reglas democráticas y ponerles freno a los brotes de violencia e intolerancia política que empezaban a florecer en Colombia. En vez de ser oído, el gobierno conservador pidió a la OEA retirar a Lleras por intromisión en la política interior del país. La solicitud fue rechazada.
La Violencia, como lo predijo Lleras, se tomó el país y envileció la política. Con más de 150.000 muertos y medio país arrasado, algunos dirigentes conservadores y liberales encontraron en los militares, especialmente en Gustavo Rojas Pinilla, un camino de transición rápida hacia la normalización democrática: el golpe militar, que ocurrió el 13 de junio de 1953.
Sin embargo, Rojas decidió quedarse en el poder. Por ese motivo, en 1954 Alberto Lleras decidió dejar la OEA y regresar al país como presidente de la Asociación Colombiana de Radiodifusión, y más tarde, como rector de la Universidad de los Andes. Esto fue un pretexto para enfrentar la dictadura y empezó a hacerlo como sabía: desde el periodismo y la política. Empezó a escribir durísimas columnas y artículos contra el régimen en El Espectador y, cuando el gobierno lo cerró, dejó la universidad para dirigir El Independiente, que reemplazó al diario de los Cano. Cuando éste también fue censurado, Lleras asumió la jefatura del partido y empezó a liderar un movimiento para derrocar a Rojas Pinilla.
Durante tres años se convirtió en el símbolo nacional contra la dictadura. Su aura de hombre y líder imparcial, frente a sus certeros dardos escritos, lo catapultaron como un gran dirigente nacional, quien unió a empresarios, obreros, estudiantes, intelectuales, liberales, conservadores, ricos y pobres en contra Rojas. Pero la única manera de derrocarlo era por medio de un acuerdo con el Partido Conservador, especialmente, con Laureano Gómez. Tuvo el coraje y la humildad de dejar a un lado cualquier rencor y viajó a España para sentarse a dialogar con su contendor político y buscar un acuerdo que restituyera la democracia. Fue así como Lleras y Gómez firmaron los pactos de Benidorm (24 de julio de 1956) y Sitges (20 de julio de 1957), en los que se consagraba la necesidad de legitimar las instituciones por medio de un plebiscito y restringir el poder presidencial.
La unión, especialmente entre políticos y empresarios, puso fin a la dictadura y así nació el Frente Nacional. En vista de que los conservadores no pudieron ponerse de acuerdo para buscar un candidato, Laureano Gómez impulsó la candidatura de Lleras Camargo, quien sería Presidente entre 1958 y 1962. Regresó al país a los cauces de la normalidad y señaló la ruta por la que debía transitar el Frente Nacional. Gobernó con la ayuda de ambos partidos y los puso en pie de igualdad, instituyendo un sistema aún no ensayado en el derecho político: ninguna de las dos colectividades tendría ventaja sobre el otro; tendrían fuerzas parlamentarias iguales y paridad en la administración de justicia y en el gabinete ejecutivo. El Presidente de la República representaría en el gobierno a los dos partidos.
Durante su gobierno ofreció una nueva amnistía a los grupos alzados en armas, pero fracasó. Por otra parte, inauguró algunas obras del gobierno militar, como el ferrocarril del Atlántico, la central hidroeléctrica de Chicoral y el aeropuerto El Dorado.
Su gobierno coincidió con el del John F. Kennedy, quien en cierta medida encarnaba los ideales democráticos que Lleras había defendido por muchos años. Colombia se convirtió en la vitrina para América de la Alianza para el Progreso, una especie de rectificación de la política exterior estadounidense en la región, que buscaba frenar el avance del comunismo a través de inversión social y democracia.
Si bien el Frente Nacional pondría fin a la violencia partidista crearía con el tiempo otro tipo de violencia no menos grave: La gestación de una insurgencia armada en contra de una democracia excluyente que desembocó con el tiempo en poderosos grupos guerrilleros aliados con el narcotráfico. No son pocos quienes le atribuyen el surgimiento de la guerrilla en Colombia al hecho de que hubiera desaparecido la oposición política durante los 16 años del Frente Nacional.
El superpoder
Al dejar la Presidencia, Lleras Camargo anunció su retiro de la política y el regreso al periodismo. La realidad es que nunca dejó el poder. Apoyó a los candidatos siguientes del Frente Nacional. Mantuvo un papel activo en el liberalismo e incluso creó polémicas internacionales, como cuando se opuso, en 1970, en un discurso en la ONU, a la política de la Iglesia sobre el no control de la natalidad.
Aunque cada vez se fue retirando más y más de la vida pública, candidatos y Presidentes recurrían a él para buscar sus opiniones, e incluso se decía que un guiño suyo designaba candidatos y Presidentes. En 1979, en medio del renacimiento de una nueva ola de violencia, pidió la elección popular de alcaldes, gobernadores y la disminución de poderes que tenía la figura del Presidente en Colombia.
Alberto Lleras demostró en público y en privado su desinterés material y su vocación de servirle al país, y que la vida y el engrandecimiento de la patria valen mil veces más que su propia vida. Al predicar y aplicar esa filosofía se convirtió en un nuevo prócer.
Fue un hombre común y sencillo, probable y secretamente orgulloso de esa grandeza, pero que, por lo mismo, pudo pasar en medio de los honores y las dignidades, de las adulaciones y de los aplausos, sin romperse ni mancharse en la oscura trampa de la vanidad y se convirtió en una figura destacada para el país y el continente.
Desde 1976 le dejó una carta a su hijo Alberto en la que le pedía que cuando muriera velara para que se le "quite, hasta el máximo límite posible, todo aspecto de solemnidad y pompa a mis funerales... Por ningún motivo permitas que me lleven a la Catedral ni a ninguna cámara ardiente, y si acaso ha de haber una ceremonia católica, ella debe ser la más sucinta, en la propia capilla del cementerio". Así ocurrió, tras morir el 4 de enero de 1990 a los 83 años de edad.
Durante su vida, Lleras ayudó a conformar a Colombia a la luz de sus convicciones liberales y republicanas. Más allá de la comprensión profunda de los problemas sociales y económicos de su tiempo, o del entusiasmo para enfrentarlos, trató de educar a los colombianos en las virtudes de la democracia y el liberalismo.