INFORME ESPECIAL
Melgar sin turistas: El cierre de Cafalandia y la quiebra de muchos más
Este pueblo del Tolima es todo lo que hoy se esfuma con el coronavirus: aglomeración, fiesta, miles comiendo raspado en la plaza. Vive de los visitantes bogotanos y sin ellos pasa las horas más tristes. “Se vende o se arrienda”, se lee en todo lado. SEMANA recorrió sus calles.
Arturo González cuenta desde hace cuatro décadas los puentes festivos, con las mismas expectativas con las que un joven espera el verano. Colombia es el país con más días feriados del mundo. Para él, sin embargo, ese no es ningún impedimento a la hora de memorizar, con un simple vistazo, las fechas más importantes que tendrá el año. Su interés está libre de parafernalia. Simplemente agarra un calendario y se programa para buscar una estrategia con la que pueda sacarles jugo a los 18 festivos con los que sostiene la nómina y el funcionamiento de un hotel y dos discotecas en Melgar.
La escena es la misma en cada una de los bares de la zona. Mesas apiladas, sillas superpuestas, barras vacías y un silencio casi sepulcral.
“Sabe cuál es el día más vendido en El Bosque”, pregunta. “El 31 de diciembre. A los turistas les gusta venir a pasar la temporada acá. Es como una tradición. Casi todo se vende mucho antes de que llegue la Navidad”, y se responde a sí mismo. Esa es la lógica que ha seguido el negocio desde los 80, cuando adquirió el lote abandonado por un hospital. Pero esa bonanza es estacionaria. A pesar de que la celebración arrastra gente hasta el mes siguiente, desde hace unos años la ocupación no pasa del 50 % en otras fechas. De ahí que los puentes se hayan convertido en su salvavidas.
Aunque durante décadas los festivos salieron a su rescate, en 2020 la estrategia falló. La buena racha de inicio de año no fue suficiente para mantener el oxígeno fiscal y desde marzo todo se vino abajo. “Esa misma semana que la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, decretó el simulacro de cuarentena, quedamos maniatados. Todos nos estábamos preparando para el puente hasta que dijeron que no, que nadie podía salir de Bogotá. Yo creo que nadie lo veía venir. Menos de esa forma. En cuestión de días, los esfuerzos se redujeron a resistir con dolor y paciencia”, cuenta el dueño la emblemática discoteca La Roca.
Arturo González y su esposa Ana Martínez llevan más de dos meses con un hotel y dos discotecas cerrados. Aunque han aprovechado la cuarentena para hacer algunos cambios, están convencidos que no pueden aguantar por mucho tiempo.
Los servicios públicos, los intereses y los impuestos se están quedando con buena parte de los recursos que tenían. Foto: Karen Salamanca.
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Arturo González en la discoteca La Roca. Foto: Karen Salamanca.
Quienes hoy transitan por la calle más viva y fiestera de Melgar, no dudarán en darle la razón. La escena es la misma en cada una de los bares de la zona. Mesas apiladas, sillas superpuestas, barras vacías y un silencio casi sepulcral. Algunos de los sitios ya tienen una leyenda aterradora que habla por sí sola de la situación: se vende o se arrienda. Para el dueño de El Bosque el panorama es igual de desolador. Como tiene los tres negocios en el mismo lote, no se acostumbra a ver los locales cerrados, la piscina del hotel desocupada y los pasillos sin un alma.
Por esa misma situación pasan los dueños del Parque Ecológico Ciudad Reptilia, que está ubicado a unos seis kilómetros en la vereda Guacamayas. Desde que cerraron en marzo, los costos fijos de operaciones se tragaron los ahorros de toda la vida. “Tenemos cocodrilos, caimanes, cerdos salvajes y culebras. No podemos simplemente parar o suspender al personal. Ahora bien, trabajamos con un margen de utilidades baja. Estamos muy mal”, sostiene Leonardo Orjuela, gerente del lugar.
Sin recibir una sola entrada y pagando más de 22 millones de pesos mensuales, a los socios del proyecto no les quedó de otra, más que rendirse a los pies de las redes sociales, esperando que ocurra un milagro. Con la actividad en esas plataformas, esperan encontrar el apoyo necesario para evitar que el proyecto sucumba. “No hemos podido acceder a ayuda institucional, pero así tengamos que hipotecar el predio no vamos a dejar que el proyecto se acabe después de 35 años. Tenemos animales demasiado valiosos y hemos recuperado más de 30 hectáreas de bosque”, argumenta el veterinario.
Pese al desolador panorama que vive un municipio que depende históricamente del turismo, la sensación que producen las calles de Melgar es otra. Difícilmente la escena se podrá comparar con un día normal, antes de que la pesadilla empezara, pero el ambiente comienza a coger ritmo. A pesar del calor sofocante, decenas de personas se ven circulando por el centro con tapabocas y guantes. Quienes vigilan la reapertura económica explican que esto se debe a la presencia de los bancos y restaurantes que abrieron para empezar a despachar a domicilio.
En la escena principal, sin embargo, falta un cuadro clásico. Ni los vendedores de raspado y dulces a base de arequipe se aglomeran en la Plaza Rojas Pinilla. El lugar es un enorme planchón despejado del comercio informal. Con once contagios registrados, siete de ellos recuperados, las actividades rutinarias de los melgarenses ganan terreno poco a poco y los impulsa, con lo que ellos llaman, un caso de éxito en la región. Ese contexto es el que los ha impulsado a tender un puente con el Gobierno para poner en marcha un plan piloto de apertura de mesas en restaurantes.
Óscar Ortiz, mejor conocido como Kambalache, cuenta con otro sabor el drama por el que pasa el sector. Tras la noticia que anunciaba el cierre de las fronteras regionales, los 500 kilos de carne que tenía dispuestos en su restaurante para los comensales que solían llegar en el puente de marzo, terminaron en manos de los más necesitados. Pero esa decisión no fue la única que le tocó tomar tan pronto se pusieron en marcha los protocolos para atender la emergencia sanitaria. El lanzamiento de un segundo asadero de carnes fue otro de los planes que quedó pospuesto.
Kambalache, como mejor conocen a Óscar Ortiz, incursionó en el negocio de los domicilios para tratar de mantener el negocio a flote. Foto: Karen Salamanca.
“Aquí el cinturón se lo aprieta es Kambalache. Seguimos trabajando con casi todas las personas que teníamos en nómina. Estamos despachando domicilios los fines de semana. Arrancamos con dos o tres, que yo mismo llevaba. Ahora tenemos cuatro motos. Eso sí, nos quedamos con las ganas de lanzar el otro lo local”, cuenta el extrovertido empresario que ha tratado de enfrentar la difícil situación con el mejor ánimo posible. “Si las cosas pasan es por algo. En parte esto nos está enseñando que tenemos que aprender a trabajar en equipo”, agrega.
Ese punto del que habla es clave para el futuro del municipio. Ante la imposibilidad de abrir la entrada a forasteros, especialmente de Bogotá, la ciudad que actualmente presenta más contagios, la apuesta por reactivar la economía depende de la circulación que puedan fomentar temporalmente entre los mismos vecinos. “Nos promediaron los servicios públicos con los primeros meses del año que fueron buenos. Entonces ahora estamos pagando una fortuna. No tenemos entradas y aun así debemos cumplir con siete clases de impuestos. Entre ellos el predial”, reprocha Ana Martínez, la gerente de El Bosque, esposa de González.
Melgar vive de los turistas bogotanos y sin ellos pasa las horas más tristes de su historia. “Se vende o se arrienda”, se lee en todo lado.
Lo que más preocupa a los comerciantes es simple: se quedaron sin entradas y los compromisos son los mismos. Hay quienes todavía pueden valerse de los ahorros para tratar de sobrevivir un poco más. Eso sí, si encuentran cómo resolver el tema de los impuestos y los servicios públicos. Ahora bien, quienes decidieron tocar las puertas de los bancos no le encuentran sentido a lo que está pasando. “Sí, nos aprueban un crédito y no lo desembolsan. Es de gran ayuda. Sin embargo, pretenden que a los dos meses uno ya esté empezando a abonar. ¿De dónde?, ¿no entienden que no tenemos entradas?”, cuestiona ofuscada la mujer.
Vea el video sobre la situación de Melgar y otros destinos turísticos.
De acuerdo con datos de la Alcaldía, la situación es crítica. Melgar a la fecha debía haber recaudado el 70 % de sus ingresos y solo va en el 30. “El cierre de establecimientos y hoteles ponen en riesgo la economía local que se ha visto fuertemente afectada”, sostiene la secretaria de turismo. ¿Qué le espera a un municipio con vocación 100 % turística que depende especialmente de Bogotá?, se preguntan muchos. Pero lo que más trasnocha a los empresarios es el futuro. “Así abramos cumpliendo con medidas de seguridad, no tenemos a quién vender los servicios. La gente está pensando en sobrevivir y ahorrar. No sabemos cuál es el comportamiento que tendrá el consumidor después de la emergencia. Son muchas las personas que han perdido el empleo”, cuenta uno de ellos.
Una de las escenas más impactantes con las que se encuentran quienes solían visitar con frecuencia el municipio, es ver Cafam Melgar cerrado. De recibir más de 6.000 visitantes en un día normal, el centro vacacional pasó a cero. El 17 de marzo, el gerente tomó la decisión de sacar a los últimos turistas que estaban allí alojados. Desde entonces, en las instalaciones solo rotan 100 empleados de una plantilla fija de 720 que el lugar todavía sostiene. Es decir, permanecen los exclusivamente necesarios. Aquellos que están pendientes de los animales del zoológico, el aseo de quienes circulan y quienes se pusieron al frente del negocio alternativo de los domicilios.
En el centro de vacaciones de Cafam en Melgar sus directivos se preparan para ajustar protocolos que les permitan operar con seguridad una vez les permitan empezar a operar. Foto: Karen Salamanca.
“Todos los funcionarios se fueron tranquilos a casa. Hemos sostenido la situación. Ahora estamos trabajando en protocolos para que pueda comenzar a venir a las instalaciones en grupos muy reducidos durante cuatro días de la semana. Cuatro días trabajando, diez en casa. La empresa por ahora está pendiente de los empleados, su salud y el mantenimiento de las instalaciones. Cafam es una empresa sólida, que tiene músculo, pero tenemos que propender ayudarle a la empresa y empezar a producir. Sin embargo, ese es un proceso que tiene su tiempo y que depende del entorno”, sostiene Carlos Paz.
Por ahora, los 50 años de operaciones que conmemoraba el centro vacacional en septiembre quedó pospuesto. Igual que los planes de centenas de melgarenses que enfocan sus esfuerzos en sobrevivir. Cada quien, a su modo, se las ingenia para evitar que los proyectos mueran sin haber dado la pelea. La estrategia de González, Paz y Ortiz es no dejarse gobernar por la incertidumbre y los recuerdos de lo que pudo ser. Más por estos días, que se vienen tres puentes seguidos. Mientras tanto anhelan que algún lugar del mundo una mañana los sorprenda con la noticia de que hay una vacuna para el virus que termine de espantar la mala racha para siempre.