CHOCÓ

Nuquí, cuando se marchan las ballenas

El territorio del que han decidido irse muchos de sus habitantes en busca de mejor suerte es el paraíso para los viajeros. Radiografía de uno de los pueblos con mayor potencial turístico de Colombia.

20 de octubre de 2017
| Foto: SEMANA

Por: Luisa Gómez

Desde el aire es posible apreciar la belleza natural de Nuquí. Los colores intensos comienzan a tapizar la tierra hasta que la selva se encuentra con el Pacífico. Ahí, en ese espacio dejado por ambos, un trozo de bosque fue mordido por el hombre y desde arriba tiene la apariencia de una cola de ballena. Una bienvenida para los turistas que entre julio y octubre viajan al municipio chocoano a observar las ballenas jorobadas que llegan a aparearse o a parir a sus crías.

Ese evento natural hace de Nuquí uno de los destinos turísticos más apetecidos en el Pacífico colombiano. El año pasado, 45.000 viajeros arribaron al territorio y cada año llegan más desde que la corporación Mano Cambiada organiza el Festival de la Migración: una fiesta alrededor de la naturaleza y la cultura.

En las últimas dos décadas, el turismo se ha convertido en uno de los pilares de la economía en Nuquí. Casi todos sus habitantes participan de él en mayor o menor escala. Desde el dueño de un pequeño hotel, hasta el lanchero que presta el servicio de transporte hacia las playas repletas de cangrejos. Todos hacen parte de la cadena de valor que ha llevado a más de un extranjero a definir la experiencia de vivir Nuquí como algo salvaje, auténtico.

El territorio ha logrado conservarse en gran medida por cuenta de las dificultades para llegar a él. Actualmente solo existen dos medios, por aire, a través de las cuatro aerolíneas que prestan el servicio desde Medellín o desde Quibdó; o por mar, tomando una lancha que puede tardar hasta seis horas desde Buenaventura. La segunda opción se utiliza principalmente para abastecer al pueblo, pues no hay manera de conectarse por tierra. Debido a esto en Nuquí no existen carros ni carreteras. Aunque incompleta, solo hay una vía pavimentada, y es la que conduce del aeropuerto a la playa.

En opinión de Josefina Klinger, operadora turística y directora de Mano Cambiada, esta aparente desventaja ha sido positiva para el turismo porque “permite que llegue un turista más selecto al territorio para ofrecer una experiencia dirigida a la calidad y no a la cantidad”.

Sin embargo, la calidad de vida de los habitantes sí se ha visto perjudicada por el aislamiento. La mayoría de necesidades básicas del pueblo están insatisfechas, aunque la comida nunca falta y siempre alguien está dispuesto a ofrecer un plato de comida al que lo necesite.

A pesar de que la cabecera municipal cuenta con luz y acueducto, sus nueve corregimientos solo tienen energía, en el mejor de los casos, de una de la tarde a diez de la noche. Y el agua, en el peor de los casos, es suministrada por alguno de los 14 ríos que atraviesan el municipio.

Los martes y viernes una especie de volqueta vieja pasa recogiendo los residuos sólidos para enterrarlos en la arena, a 40 metros del mar. La marea cambia cada seis horas y alcanza a tener una diferencia de al menos 50 pasos entre las doce del mediodía y las seis de la tarde, lo que conlleva a que, en algunas ocasiones, el agua termine llevándose los desechos.

Las deficiencias del municipio también son evidentes en los servicios de salud y de educación, que han llevado a por lo menos el 30 por ciento de sus habitantes a buscar mejor suerte lejos de su tierra. “Existe una dualidad entre la desesperanza del nuquiseño, que abandona el territorio en búsqueda de algo mejor, y el foráneo, que sí ve el atractivo y lo aprovecha”, cuenta Klinger. Al igual que en el resto del Chocó, Nuquí está lleno de paisas colonos que llegaron a montar negocios. Son ellos los dueños de la mayoría del comercio y de los hoteles que están ubicados en las playas.

El nuquiseño funciona con una lógica diferente. Aún hoy es una población que mantiene muchas de sus tradiciones culturales. Para empezar, no conciben el territorio a través de la propiedad, sino que han entablado una relación determinada por la solidaridad. Por ello, antes de la ley 70 de 1993, la franja de 45 kilómetros de playa que tiene el municipio fue cedida a los foráneos. Por otro lado, la comercialización era desarrollada a través de la minga, la mano cambiada y el trueque, prácticas solidarias de complemento que dejaron de verse cuando el dinero comenzó a mediar las relaciones sociales.

“El mano cambiada quiere decir trueque de oficios”, cuenta Klinger: “No tengo plata, pero dame tu saber hacer y yo luego te pago con mi saber hacer”. Su organización toma ese nombre para poner en valor el concepto, hacerlo visible y que la gente reflexione frente a si todo en la vida debe estar sustentado en el dinero.

“Aquí sobrevivimos de lo que cada uno sabe hacer”, sostiene Juan Felipe Urrutia, habitante del corregimiento de Joví. Así es como se ha desarrollado el turismo comunitario en Nuquí. Aquel que conoce muy bien el territorio que habita, con todos sus atractivos y dificultades, suele ser el encargado de prestar el servicio de guía turístico.

Y es que el territorio ha sido la bendición para Nuquí, y más aun siendo el principal anfitrión de uno de los eventos naturales más extraordinarios del mundo. Pero su gente es igualmente extraordinaria y ya se ha convertido en uno de los atributos del municipio. “Las ballenas nacen aquí, pero se van. Lo que permanece es la gente”, concluye Klinger. Ese es su principal activo.

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