Cartagena
Cartagena: así se articula el turismo sexual en el lado oscuro de la Heroica
SEMANA se infiltró en el corazón de una de la redes de turismo sexual en Cartagena y conoció la forma en al que se tejen los que negocios que utilizan los criminales para ofrecer varios tipos de servicios.
Un taxista se encargó de todo: consiguió el yate, tres muchachas mayores de edad que parecían en la última frontera de la adolescencia, una playa al frente de El Laguito, una familia que traía comida y cervezas según se les pedía y habitaciones en esa misma playa para terminar con el negocio. “Primo, no más pida que se le tiene”.
Todo se concretó por WhatsApp: el precio, las mujeres, el plan. El taxista –como tantos de Cartagena– siempre sabe la hora a la que llega su cliente y lo espera en el Aeropuerto Internacional Rafael Núñez. Lo lleva al hotel donde, en caso de que el cliente lo exija, podrá entrar a una mujer o a un hombre si es necesario. Y luego pactan la hora de encuentro para viajar a la fiesta según lo convenido: una tarde, una noche, un fin de semana.
En el yate las mujeres –los cuerpos menudos, el pelo tieso de usar plancha, las caras indefinidas de la adolescencia– guardan un silencio incómodo y entre ellas hay un jovencito, cuerpo ídem, que es homosexual. El taxista no solo puede conseguir mujeres, también transexuales, travestis, homosexuales, cocaína, marihuana, tusi. El paseo de una tarde, con tres mujeres, vale cerca de 4 millones de pesos. Se paga la mitad por consignación y el otro 50 por ciento al llegar a la isla.
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Al bajarse de la lancha hay un quiosco con música a todo volumen, sillas, mesas, y las mujeres se acomodan esperando que los turistas tengan algo de iniciativa, que termine el negocio pronto. Mientras tanto, las familias del caserío tratan de vender todo lo que pueden: cervezas por canastas, ron por garrafas. Entre las pequeñas mujeres está Michel, que tiene 20 años y se hizo “acompañante” hace dos años.
“Estudio en la Universidad de Cartagena… Me dedico a esto hace dos años, desde los 18”. Michel sabía que un amigo tenía contactos y ella necesitaba plata, bastante, porque con lo que le pagaban en un restaurante o en un bar por servir las mesas no le alcanzaba para mucho. Así que un día alguien le habló por Facebook, le dijo que estaba muy linda, que era flaca y tenía la cara de una jovencita tímida. “Ella me dijo que todo era reservado, que trabajaba con gringos, con italianos, con cachacos y paisas. Que me pagaban 600.000 pesos y a mí me interesó”.
"Me dedico a vender niñas en la playa de Bocagrande o cualquier playa donde haya gringos o españoles"
Se llama Deisy Patricia y dice que tiene 44 años, aunque aparenta más. Se hizo prostituta a los 20 años cuando dejó La Guajira: “Me tocó irme pelaíta para los lados de Bucaramanga, allá fui conociendo y experimentando mucho el mundo. Y ahí poco a poco me fui haciendo a mis clientes y fui conociendo muchas amigas que tenían casi la misma proyección mía por la falta de empleo”. Han pasado esos días y ahora Deisy tiene un restaurante en Cartagena, pero es solo una fachada porque en realidad trabaja como celestina, como proxeneta.
Hace 20 años –dice– era mucho mejor y se podía trabajar en cualquier parte sin que algunos policías molestaran; además, no había tanta competencia como ahora y esta competencia viene mucho más armada: “Hay muchas chicas lindas y la cirugía ayuda, antes éramos muy naturales”.
“Ya por la edad busqué mi propio negocio. Ante la sociedad monté un restaurante, pero tengo mis contactos que siguen en el negocio. Hay taxistas, empleados de hoteles que me contactan para que les busque una niña para salir un rato y yo las llamo, les propongo un buen negocio para acompañar una persona dos o tres horas. Alguien de pronto va a durar dos o tres días en Cartagena y quiere una jovencita que le muestre la ciudad para salir un rato de compras y a bailar. Ya lo del sexo es de parte de cada quien, yo a ellas no las obligo a acostarse con él”, dice Deisy, pero cuando se le pregunta que si las mujeres tienen que estar dispuestas, contesta que sí, que ella no puede darse el lujo de contratar muchachas que se le echen para atrás.
Estas tres niñas, entre 14 y 17 años, y el joven contaron los aterradores detalles del negocio del turismo sexual en Cartagena.
Deisy toma cerveza en la playa mientras sus muchachas, las que venían en el yate, esperan incómodas a que los clientes tomen la iniciativa. Y está el jovencito de 18 años, afeminado, artero, que se hace llamar Lucas y su relato puede dar náuseas. Además de acostarse con italianos y estadounidenses que ven en su cuerpo moreno y magro todo lo exótico del Caribe, se ha convertido en un proxeneta especializado: busca virginidades en niñas de 12 y 13 años que luego vende a extranjeros. Viaja a pueblos cercanos y encuentra quién quiere dinero: 1, 2, 3 millones de pesos.
“Me dedico a vender niñas en la playa de Bocagrande o cualquier playa donde vea gringos o españoles. Hay meses buenos y meses malos. Desde octubre para acá es muy bueno porque vienen gringos, vienen españoles y me contactan, que ‘necesito tal niña’ y yo busco. Yo les muestro las fotos y me dicen ‘sí, me sirve’ y yo digo ‘ok’, se las busco. La muchachita vale 2 o 3 millones de pesos si es virgen. Vamos por mitades porque son niñas que vienen de por allá lejos”.
Dice sin asomo de culpa que la mayoría tiene 12 y 13 años porque las de 14 ya están hechas todas unas mujeres, como quien dice ya empezaron su vida sexual, su despertar, están muy grandes. ¿Y que cómo hace para entrar a una niña a un hotel? Pues muy fácil. Él, mayor de edad, se acerca a la recepción y dice que viene con su hermanita menor a visitar al cliente de la habitación tal, muestra la cédula y sigue. A veces, cuenta, le ha tocado entrar a la habitación y meterse al baño mientras el cliente abusa de la niñita.
"Muchos de los taxistas estamos en esto. Si usted va a Bocagrande hasta los que venden tinto le venden mujeres" afirmó este hombre, uno de los taxistas proxenetas de Cartagena
Una vez hecho el primer contacto, comienza el ciclo: “Ya luego ellas me llaman y me dicen que necesitan tanta plata y yo les empiezo a buscar cliente”. Solo en diciembre, Lucas había vendido 13 virginidades y las exhibía como un veterano de guerra.
El taxista, regordete y bajito, sale de las sombras del quiosco con cerveza en mano y pregunta cómo van las entrevistas, si todo bien: “Recuerden que cuando terminen pueden irse con las muchachas, que eso ya está pago, ahí están los cuartos”. Y trae de la mano a Sofía, de 21 años, quien dice que se dedica a acompañar turistas hace dos años: “A veces solamente nos invitan a salir, pero si ellos quieren, terminamos haciendo otras cosas”, dice.
Las tres muchachas estudian en alguna universidad del Caribe y prefieren la discreción, aunque se imaginan que sus familiares y amigos algo deben intuir de sus trabajos. Pero prefieren el camuflaje de guías turísticas a pararse todas las noches en la Torre del Reloj, donde en temporada alta es posible encontrar hasta 300 mujeres en pequeños grupos esperando extranjeros que les preguntan cuánto cuesta una hora: desde 100.000 pesos hasta 400.000, según el modelo.
"Hay otros que quieren hombrecitos porque son gais. Cada uno puede pagar hasta dos millones por tener una fiesta en donde nadie le dirá basta" contó esta mujer de 44 años conocida como otra de las madame de La Heróica
Pero en el negocio hay de todo. Deisy dice: “Tenemos discotecas al aire libre porque de pronto el muchacho quiere irse a una isla a pasear, ‘vamos a enrumbarnos’. Pero hay otros que quieren ir más allá, que quieren hombrecitos porque son gais, que ‘yo quiero conseguirme un novio, una pareja de mi sexo’. Entonces tenemos gente que recoge a las personas en los hoteles, les ponemos una hora en la que tienen que estar en un muelle, ahí los espera una lancha y los llevamos a un yate donde pueden caber 50, 70 personas y ellos en el trayecto consiguen trago, parejas, música, y ahí se van divirtiendo. En ese yate se consigue de todo”.
En temporada alta todos los días hay yates que pueden parar en una playa o simplemente navegar tres, cuatro horas, mientras la fiesta avanza: los clientes se emborrachan, se colocan, tienen sexo. Cada uno puede pagar hasta 2 millones por tener una fiesta donde nadie les dirá basta. “Ellos lo pasan rico”.
Después de cuatro horas, termina el negocio y las muchachas con su proxeneta –a quien agradecen, pues la consideran amiga– se montan en el yate y una dice que la plata estuvo fácil esta vez. El taxista, con una risa cómplice, dice: “Están buenas, ya ustedes verán si se las mando mañana”.
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En temporada alta, en las noches, en la Torre del Reloj es posible encontrar hasta 300 mujeres en pequeños grupos.
Una vez en Cartagena, en el puerto algunos militares se hacen los de la vista gorda y el taxista lleva a los turistas al hotel. “Y bueno, cómo les pareció”, pregunta ya con los bolsillos llenos, pues él recibe comisión por cada una de las mujeres y le cobra a la proxeneta por haberle traído tan buenos clientes. “Si al turista le gusta su droga, yo también gano por ahí. Aquí hay que hacer las cosas bien hechas y untar a la Policía. La mayoría de los taxistas estamos en eso. Si usted va a Bocagrande, hasta los que venden tinto le venden mujeres. Aquí la gente vive del turismo. Esto es todo el año”.
El taxista presume que ha visto de todo: extranjeros que le han pedido tener sexo con las mujeres que contrata; parejas que buscan prostitutas con características especiales; hombres que quieren ver a un hombre teniendo sexo con una burra: “Aquí hay de todo, primo”. Habla con humor, con desparpajo y en los prostíbulos recibe propinas por llevar clientes: “Todos necesitamos plata, la plata está hecha y hay que buscarla”.