UNA CARCEL DE MIEDO
SEMANA visitó Marion, la prisión más segura del mundo, donde está recluido Carlos Ledher.
EL SISTEMA CARCELARIo de los Estados Unidos despierta más de una envidia. Existen cárceles para todos los gustos. Las hay de cinco estrellas, estilo club Mediterrané, como es la penitenciaría federal de Fort Worth, Texas. En este centro de reclusión, los presos comen a la carta, participan en torneos de tenis, baloncesto y futbol americano, y tienen salas especiales para ver televisión. Hay otras que parecen más un campus universitario. En la prisión de Alderson, un centro de reclusión femenino al oeste de Virginia, las presas tienen la oportunidad de lograr su cartón profesional en administración de empresas o programación de computadores. Para ello cuentan con la asistencia de las universidades de Bluedield y Concord. Las detenidas que no saben inglés no tienen ningún problema, pues la enseñanza es bilingue y es obligatorio aprender español.
Otras centros penitenciarios tienen más afinidad con una fábrica. Es el caso de la prisión federal de Marianna, donde está recluido Hernán Botero, el primer colombiano extraditado a los Estados Unidos. Los inquilinos de Marianna trabajan en la fabricación y tapizado de muebles que distribuyen a los almacenes de la Florida. Las tres cárceles mencionadas están clasificadas por el Departamento de Justicia de los Estados Unidos en los grados de baja y mediana seguridad. Un alto porcentaje de los presos es de hispanos que pagan condenas cortas.
Pero así como existen prisiones con todas las comodidades de un hotel de primera, también están las de máxima seguridad. Entre ellas, la más temida de todas, es la de Marion, Illinois, clasificada en el máximo nivel de seguridad, y única en su género en el mundo. En esta fortaleza, donde se han incorporado todos los adelantos electrónicos en seguridad que se han inventado, están recluidos 327 presos, considerados por las autoridades americanas como los más peligrosos de los Estados Unidos. Entre ellos se encuentra confinado desde hace tres años y medio Carlos Ledher Rivas, quien fue extraditado desde Colombia y fue condenado a permanecer en prisión por 135 años, es decir, el resto de su vida.
SEMANA logró que las autoridades norteamericanas le permitieran hacer un recorrido por Marion y durante tres horas dos reporteros conocieron las entrañas de la prisión. La cárcel está construida en un área de aproximadamente tres héctareas. Está localizada al sur del estado de San Luis, en una zona dedicada al cultivo del maíz. Rodeada de hermosos prados que parecen campos de golf. Marion, a primera vista, da la impresión de ser un centro de investigación científica. Pero a medida que la distancia se acorta, la realidad es otra muy distinta. Poco a poco, se hace evidente el riguroso y sofisticado sistema de seguridad: altavoces electrónicos por medio de los cuales los visitantes tienen que identificarse, ocho torres con vidrios polarizados, similares a las torres de control de los aeropuertos, que son garitas equipadas con circuito cerrado de televisión, teléfonos inalámbricos y armamento suficiente para repeler un posible ataque. Unos metros más adelante, cinco hileras de alambradas que se extienden por cerca de 10 metros rematan en garfios que no requieren de electrificación. A todo ésto se suma un laberinto de alarmas ultrasónicas, luces de seguridad y cercas metálicas. Aparte de los guardias que permanecen las 24 horas del día apostados en las garitas, ningun otro centinela aparece apostado en los alrededores de la cárcel. Toda la vigilancia exterior se realiza con cámaras de televisión estratégicamente ubicadas. En el interior, Marion es un mundo silencioso. De pisos brillantes y paredes blancas, tiene la apariencia de un hospital. Por sus corredores circulan enormes y musculosos guardias que no musitan palabra, equipados de grilletes, esposas y bastones de castigo. Para poder traspasar la primera puerta que conduce a las entrañas de Marion, el visitante debe someterse a una minuciosa requisa de cerca de una hora, que incluye sellos ultravioleta en la muñeca del brazo izquierdo, foto, y firma de un documento que, en letra menuda, dice que la entrada de licores, cigarrillos, documentos, revistas, grabadoras o cámaras es un delito federal que se paga con mínimo 10 años de prisión o una fianza de 250 mil dólares. Luego, otra puerta electrónica se abre por la acción de células fotoeléctricas y da paso a un largo pasillo estrechamente vigilado por cámaras y guardianes que permanecen detrás de pequeños cuartos cubiertos con vidrios oscuros. Para llegar a cualquiera de las 327 celdas, que son subterráneas porque en esta prisión no existe construcción vertical, es necesario pasar por 12 de estos puestos de control electrónicos.
En Marion ningún visitante puede acercarse a las celdas: Las visitas, que sólo están autorizadas para los abogados de los presos, se hacen en cabinas que están dividas por rejas metálicas. El desplazamiento de cualquiera de los reclusos es un operativo semejante a la movilización de un jefe de Estado. La cárcel se paraliza y el detenido, antes de salir de su celda, es esposado de manos y pies. Dos guardias le sirven de guía. Uno lo toma de las manos y el otro le sirve de apoyo en caso de una caída, pues los grilletes dificultan caminar. Tres guardias más van adelante, identificándose en cada una de las puertas electrónicas. Otros tres permanecen atrás, comunicándose por teléfonos celulares con la Dirección de la cárcel sobre el lugar en que se encuentran. Así condujeron a Carlos Ledher hasta donde se encontraban los reporteros de SEMANA. El desplazamiento demoró media hora.
Pero Marion no es sólo temida por las medidas de seguridad. La disciplina interna es implacable. Las celdas de confinamiento solitario apenas tienen dos metros cuadrados. En ellas una placa de cemento sirve de cama. No hay ventanas, ni siquiera un orificio por donde entre la luz del día. Los presos sólo tienen cinco horas de sol a la semana y este descanso matinal lo toman entre una jaula metálica de dos metros cuadrados. Sólo tienen derecho a ducharse tres veces por semana y no se permiten visitas familiares ni contacto con ningún otro recluso. En el caso de Ledher no se autoriza el ingreso de periódicos o revistas colombianas. La correspondencia personal sufre el rigor de la censura de la Dirección de la prisión. Todo lo que diga en una entrevista periodística puede utilizarse como evidencia en su contra. Las tres horas que permaneció con los periodistas colombianos estuvo vigilado de cerca por un guardia que hablaba español.
Con toda esta parafernalia de seguridad Marion parece más un campo de concentración que un centro de rehabilitación. Pero a pesar de ello ya dejó de ser para las autoridades norteamericanas una cárcel de super máxima seguridad. El próximo año se dará al servicio la Prisión Estatal de Colorado que según uno de los asistentes de la dirección de Marion, esa sí será una verdadera cárcel de seguridad.