Óscar Naranjo a los 19 años de edad, cuando ingresó a la Policía.

PERFIL

Una misión cumplida al mando de la Policía

Con el retiro del general Óscar Naranjo de la dirección de la institución se va el símbolo de la lucha contra el crimen -en especial contra el narcotráfico- en las últimas tres décadas.

21 de abril de 2012

Uno de los pocos personajes que no necesitan presentación dentro y fuera de Colombia es el general Óscar Naranjo. Desde hace más de cinco años ha encabezado todas las encuestas de imagen positiva, popularidad y reconocimientos por encima, incluso, de presidentes, ministros y estrellas de la farándula. Esto no es gratuito.

No pocos lo han calificado como el James Bond de Colombia y no dudan en afirmar que es un cazador de narcos. Los colombianos lo asocian desde hace años también como el hombre que ha combatido y ha vencido a todos los criminales. Por eso el jueves de la semana pasada, cuando se conoció que el oficial se retiraba, muchos se sorprendieron y las muestras de cariño y afecto no se hicieron esperar. No era para menos. Naranjo ponía fin a una carrera que comenzó hace 36 años casi por accidente.

Desde su juventud siempre tuvo vocación por el servicio social, inculcado por los sacerdotes españoles del colegio Calasanz en donde estudió y se apasionó con la idea de ser seminarista. Luego se inclinó por la Sociología, pero acabó matriculándose en Comunicación Social en la Universidad Javeriana.

En ese primer semestre, en una clase de Periodismo, se dio cuenta de que su verdadera vocación era ser policía. Propuso hacer un artículo sobre cómo se investigaba un secuestro, un delito que por la época comenzaba a conmocionar al país. Naranjo tenía una ventaja sobre sus compañeros: la fuente. Su padre, el entonces coronel Francisco Naranjo, era en ese año, 1976, el director de la Policía de Bogotá. El joven estudiante de Periodismo acompañó a un grupo de oficiales en un operativo de rescate de una niña de 11 años. El éxito de la misión y el rostro de orgullo y júbilo de los uniformados le cambiaron definitivamente el rumbo a su vida. Pasó de primíparo javeriano a cadete de la Escuela General Santander. Tenía 19 años.

Era introvertido y de pocas palabras, pero había refugiado su timidez en el voleibol. Gracias a su gran estatura -casi 1,90 metros- y a su agilidad, hizo parte de las selecciones de voleibol de Bogotá y Colombia. Se graduó con honores de subteniente en 1979 y cuatro años después se casó con Claudia Luque, la que ha sido la mujer de su vida y con quien tiene dos hijas. Ya era teniente y había comenzado a especializarse en una actividad en la que hasta hoy es considerado como uno de los mejores: la inteligencia.

En los tiempos de la persecución contra Pablo Escobar, a finales de los ochenta, Naranjo ya era mayor de la Policía y estuvo en la sangrienta cacería contra el jefe del cartel de Medellín. Fue el encargado de montar en el país el sistema de inteligencia electrónica y mecanismos de localización satelital que conducirían al desmantelamiento de estructuras del cartel y asumió la jefatura del grupo de evaluación y análisis del Bloque de Búsqueda, encargado de capturar al capo. Después de la muerte de Escobar, el mismo sistema que Naranjo implementó para acabar con el brazo armado de la mafia de Medellín, lo utilizó a la hora de perseguir a la cúpula del cartel de Cali. Para ese entonces, mediados de los noventa, ya se había convertido en el hombre de confianza del entonces director de la Policía, el general Rosso José Serrano. Los narcotraficantes comenzaron a verlo como su principal y más poderoso enemigo, pero al mismo tiempo se fue ganando la confianza de las principales agencias de inteligencia extranjeras. Los dirigentes del país lo identificaban como un oficial que descollaba en la fuerza pública y su poder e influencia aumentaban proporcionalmente a sus resultados. Uno de los grandes legados de su carrera fue el diseño y creación de la Central de Inteligencia de la Policía, conocida como Dipol, que es reconocida como un referente internacional en temas de inteligencia. A partir de ese momento, la sola mención de su nombre no solo inspiraba respeto, sino temor. Tenía los mejores hombres, los más sofisticados equipos y sabía qué hacer con todo esto.

Atacó organizaciones mafiosas que el país desconocía como el cartel de la Costa, que desarticuló completamente. Pero el país lo que más recuerda es cuando él y media fuerza pública perseguían a los hermanos Rodríguez Orejuela. En esa época su esposa Claudia y sus hijas Marina y María Claudia, de 6 y 10 años, se resignaron a verlo a través de la televisión en las noticias sobre la persecución de los jefes de la mafia caleña y cuando arrestaba a los capos. El gobierno de Andrés Pastrana lo nombró agregado de Policía en la embajada colombiana en Londres y, paradójicamente, el grupo original de la Dipol, que él formó y con el cual trabajó hombro a hombro durante casi una década, fue prácticamente desarticulado en ese periodo.

Cuando Álvaro Uribe asumió la Presidencia, en agosto de 2002, sorprendió al país con la decisión de reintegrar al general Teodoro Campo, que había sido retirado de la Policía bajo la dirección del general Rosso José Serrano, y lo nombró director de la institución. Lo primero que hizo Campo fue nombrar a Naranjo director de la Policía Metropolitana de Cali. Sus buenos resultados en la convulsionada capital vallecaucana lo llevaron a quedar al frente de la dirección central de la Policía Judicial (Dijín). En 18 meses consiguió la extinción de bienes de narcotraficantes, valorados en 2,8 billones de pesos. Capturó a más de 300 miembros de organizaciones de la mafia, 150 de ellos solicitados en extradición. Atacó las bandas sicariales del cartel del norte del Valle, las llamadas oficinas de cobro de Envigado, y en nueve meses capturó a siete de los 12 hombres más buscados en el mundo por la DEA y el FBI. Desde la Dijín emprendió la batalla contra el cartel del norte del Valle, que surgió como la estructura mafiosa más fuerte tras la desarticulación de los carteles de Medellín y Cali.

En mayo de 2007 asumió la dirección de la Policía en medio de una crisis institucional que implicó la salida de 11 generales. Naranjo estaba recién ascendido a brigadier general y aún no llegaba a los 50 años de edad. Muchos apostaron por su fracaso. Pero como ha sido una constante a lo largo de su vida, los resultados demostraron que la decisión del entonces ministro de defensa, Juan Manuel Santos, de ponerlo al frente de la Policía fue, sin duda alguna, uno de sus mayores aciertos. El cartel del norte del Valle, sus capos, así como otras estructuras mafiosas, fueron desarticulados y sus jefes, arrestados. Tan solo en los cinco años como director más de 800 narcos fueron extraditados.

Los narcos no fueron los únicos que sufrieron con Naranjo. Los primeros grandes golpes que recibió la cúpula de las Farc también corrieron por cuenta de él y sus hombres. En 2008 capturó a Martín Sombra, uno de los jefes históricos de las Farc, encargado de custodiar a Íngrid Betancourt y otros políticos y militares secuestrados. Un día después de ese golpe, una controversial operación de la Dipol terminó con la muerte del segundo de las Farc, Raúl Reyes, en territorio ecuatoriano, en lo que fue considerado entonces el golpe más duro en la historia de la guerrilla. En septiembre de 2010 Naranjo y sus hombres fueron claves también en la operación Sodoma que terminó con la muerte del Mono Jojoy, jefe militar de las Farc.

La amenaza de las bandas criminales y los capos rebeldes también fueron parte de los grandes éxitos de Naranjo. La captura de uno de los llamados Mellizos y la muerte de otro marcó el fin de estos dos escurridizos narcos. El arresto de Don Mario fue otro ícono en su carrera, al igual que la operación que terminó con la muerte de Cuchillo, el peligroso jefe paramilitar, y la reciente captura de Martín Llanos, el paramilitar que dominó los llanos y nunca quiso entregarse.

Una colección de éxitos que pocos policías pueden ostentar. Y que le permite al general Óscar Naranjo, a juicio de muchos en Colombia, retirarse en el mejor momento de su carrera con la satisfacción de poder decir: misión cumplida.