Home

Nación

Artículo

P R O Y E C T O    <NOBR>D E</NOBR>    <NOBR>P A Z</NOBR>    <NOBR></NOBR>

Una revolución pacífica

La obra de desarrollo social y convivencia liderada por el sacerdote jesuita Francisco de Roux ha sido escogida como Premio Nacional de Paz 2001.

17 de septiembre de 2001

Por haber logrado aplicar con éxito un proceso de construcción de tejido social y de una cultura de paz el Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio fue seleccionado, entre otros 228 postulados, Premio Nacional de Paz Año 2001. El premio será entregado esta semana, el 10 de diciembre, en el Día Mundial de los Derechos Humanos. Hace seis años la Diócesis de Barrancabermeja y el Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep) plantaron una semilla, al mejor estilo de la conocida parábola bíblica, en el fértil territorio del Magdalena Medio.

Una región de 30.177 kilómetros cuadrados, atravesada por 300 kilómetros del Magdalena, el río, el más importante del país, habitada por más de 810.000 colombianos, repartidos en 29 municipios de cuatro departamentos. Una zona rica en petróleo, oro, ganado, productos agrícolas, bosques madereros y pescado, pero pobre en calidad de vida. La mayoría de sus habitantes no cuentan con los recursos necesarios para llevar una existencia digna y a su constante zozobra económica, que en muchos casos los impulsó a buscar fortuna en los cultivos ilícitos de coca, se suma el terror que les produce estar atrapados en medio del fuego cruzado de la guerra. En este terreno y en estas condiciones nació el Consorcio Desarrollo y Paz del Magdalena Medio. Al frente del mismo quedó el padre Francisco de Roux, un sacerdote jesuita que no ha ahorrado esfuerzos para llevar a cabo, con la mayor discreción y sin afán de protagonismo, una de sus convicciones más hondas, según lo dijo en una charla reciente en Popayán: “Cada uno de nosotros puede dejar de ser plaga y convertirse en promotor de la vida. (…) Cada uno tiene que caer en la cuenta de que formamos parte de una sinfonía de la vida, de una comunidad sagrada, que es más grande y más importante que nosotros mismos”. Y qué mejor lugar para hacer realidad este discurso que un territorio que el país estigmatizó como la boca del lobo.

Durante tres años el Consorcio, apoyado por Ecopetrol, se dedicó a la elaboración de un diagnóstico de la región que trascendiera las estadísticas de muertos y los ecos monótonos de la guerra. En este tiempo el equipo recorrió los pueblos de los bosques, los valles, las ciénagas y los brazos de los ríos, observó lo que pasaba y, sobre todo, escuchó las necesidades de sus pobladores. De esta manera pudo definir los problemas reales de este vasto territorio y comenzó a darle forma al Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio, su proyecto bandera.

Una propuesta de vida con dignidad en procura de dos objetivos, en palabras del padre De Roux, “la construcción de la convivencia ciudadana basada simultáneamente en las relaciones de confianza entre los pobladores y en la transformación y fortalecimiento de las instituciones; y la construcción de una economía humana y protectora del medio ambiente, controlada por los mismos habitantes de la región, una economía justa y sostenible, abierta al país y al resto del mundo”.

Para hacer realidad estas palabras el Programa impulsó entre 1998 y el año pasado 90 proyectos económicos, educativos, comunicativos y de convivencia y paz. De esta forma los habitantes de la región vieron crecer cultivos de palma, caña panelera, arroz, cacao, yuca, café, fríjol, mora y otras especies frutales. También observaron la aparición de trapiches, hatos para la crianza de búfalos, establos avícolas y comercializadoras pesqueras. En las cabeceras municipales se impulsaron proyectos de desarrollo urbano con microempresarios y artesanos. El proceso no fue fácil pues muchas de estas iniciativas, según De Roux, “se adelantaron en medio de enormes riesgos, varias debieron ser ajustadas durante la ejecución para acomodarse a las incertidumbres, algunas tuvieron la oportunidad de realizarse en islas de tranquilidad en este mismo territorio”. En últimas se demostró que si las cosas prosperan en medio de una guerra injusta, sucia e irregular, cuánto más se podría hacer en un territorio en paz.

A eso le apuesta ahora la Corporación. Con más de 31 millones de dólares de la Unión Europea va a poner en marcha, en dos fases, el Laboratorio de Paz del Magdalena Medio. La primera se llevará a cabo durante tres años en 12 municipios de la región y en el puerto petrolero de Barrancabermeja. La segunda está proyectada a cinco años para todo el resto de la zona. Es una apuesta sincera y fuerte, según De Roux, a que “sólo la presencia valiente y tierna frena la violencia y cambia el desconcierto”.

La Corporación, el padre De Roux, su equipo y, sobre todo, los habitantes del Magdalena Medio, están llevando a cabo una revolución pacífica. Están demostrando que la utopía solidaria se puede realizar aquí y ahora. El padre De Roux no se cansa de repetirlo: “Nosotros sabemos que es voluntad de Dios que esta situación cambie. Nosotros tenemos la obligación de poner los medios para este cambio. Nosotros tenemos que contribuir a crear la posibilidad de la vida humana para todos. Y es allí, en esos territorios y en esos niveles, donde está totalmente destruida la convivencia ciudadana, en esos lugares donde dramática y rápidamente se está descomponiendo lo poco que queda de convivencia, donde hay que empezar a recuperar, a reconstruir, a descubrir la sociedad y el Estado que los colombianos necesitamos y que no tenemos, o que sólo tenemos fragmentariamente, incoherentemente”.

Es al padre De Roux, pero también a todos los que lo acompañan en este desafío enorme y hermoso, a quienes los convocantes (Semana, El Tiempo, El Espectador, El Colombiano, Caracol Radio y Televisión y Fescol) decidieron honrar este año con el Premio Nacional de Paz.