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La carrera por la vacuna

Una competencia científica como esta no se veía desde la conquista del espacio. La victoria estratégica cambiará el ajedrez mundial. Estos son los detalles de la gesta.

12 de abril de 2020
Gracias a la tecnología, la fase de descubrimiento de una vacuna candidata va a reducirse de cinco años a dos meses. Pero la demora está en las etapas de estudios en humanos, que, según los expertos, toman tiempo y deben ser consecutivas para garantizar la eficacia y la seguridad. Por eso, la vacuna tardará 18 meses.

Desde que empezó el brote del coronavirus en Wuhan, muchos epidemiólogos sospecharon que ese patógeno tenía el potencial de convertirse en la peor pandemia de la humanidad en el último siglo. En efecto, era leve y se transmitía rápidamente, mimetizada en afectados asintomáticos que sin darse cuenta contagiaban a quienes se cruzaban a su paso. Por eso, cuando los científicos chinos dieron a conocer el genoma, los laboratorios del mundo y las mentes más brillantes empezaron sus experimentos para contenerlo. Hasta ahora, la búsqueda sigue y una eventual vacuna tomará como mínimo un año.

Es difícil recordar en la historia reciente un clamor tan unánime, con tanto sentido de urgencia y desde tantas latitudes. Hoy, la comunidad científica tiene dos carreras en una: contra el tiempo y contra la muerte. Tres potencias lideran la investigación: Estados Unidos, China y la Unión Europea. Está en juego, ni más ni menos, más de 3.000 millones de personas en aislamiento, 1,5 millones de contagiados, 87.826 muertos, la economía mundial en recesión, millones de empresas al borde de la quiebra, decenas de millones de desempleados y quién sabe qué cifra astronómica de personas que volverán a la pobreza. Por eso, la carrera científica contra la covid-19 se convirtió también en el ajedrez que puede definir la geopolítica del siglo XXI.

Mientras tanto, Colombia se prepara para aguantar el embate del virus con medidas de aislamiento, con su talento médico, su capacidad hospitalaria y la resiliencia de su sociedad. El país y el mundo están ganando tiempo mientras hay tratamientos o llega la vacuna.

En los años sesenta las potencias querían llegar primero a la luna. Ahora están interesadas en una vacuna que salve a la humanidad.

Diarios como The Wall Street Journal reportan que en cuestión de tres meses las compañías farmacéuticas solo tienen una prioridad: el coronavirus. Y todas han hundido el acelerador a fondo para encontrar lo antes posible una solución farmacológica que le permita al mundo volver a la normalidad. Esto incluso ha llevado a detener el desarrollo de otras drogas prometedoras para varias enfermedades.

La colaboración científica emerge en todas las esquinas. Las redes, por ejemplo, se han convertido para los expertos en un espacio de divulgación en vivo de los descubrimientos, modelos y predicciones. Las revistas indexadas, que antes publicaban solo estudios revisados por pares, ante la emergencia decidieron dejar atrás esos estrictos protocolos para compartir en el menor tiempo posible información relevante y gratuita para que los expertos del mundo tengan acceso a ella. El multimillonario fundador de Microsoft, Bill Gates, que desde hace un tiempo se ha interesado por el tema de la medicina y financia proyectos a través de su fundación, reveló esta semana que hará una generosa inyección de dólares para construir fábricas capaces de producir masivamente las vacunas.

Pero, al margen de ese altruismo, esta competencia ha exacerbado los nacionalismos como la conquista del espacio en los años sesenta. En ese momento, las potencias querían ir a la luna; hoy buscan la vacuna que salve la humanidad. Es el santo grial.

El 12 de abril de 1955, el científico Jonas Salk anunció que la vacuna contra la polio era segura y eficaz. En esa fecha, el mundo celebró en grande porque por fin le ganaba la batalla a una amenaza que solo en el brote de 1952 y 1953 produjo entre 58.000 y 350.000 casos en Estados Unidos, por encima de los usuales 20.000 casos anuales. Muchos creen que en esta oportunidad también se logrará.

Por eso, esta historia tiene ingredientes de ciencia, medicina, tecnología y patentes, pero también de seguridad nacional para las potencias mundiales. Porque una cosa es clara: los primeros que tengan la vacuna se asegurarán de dársela con prioridad a sus nacionales. Los demás tendrán que esperar. Y, por supuesto, negociar con ellos.

Esto ha dado para todo tipo de especulaciones. Recientemente, circuló en Alemania la versión de que el presidente Donald Trump había sostenido conversaciones privadas con directivos de CureVac, una farmacéutica que tiene una potencial vacuna y pronto iniciará pruebas en humanos. Su idea era invertir en ella millones de dólares para asegurar que esta produzca el medicamento en territorio gringo y así controlar su cadena de suministro. En un comienzo, ellos negaron el hecho, pero Dietmar Hopp, el accionista mayoritario de la compañía, le dijo a una revista alemana que él no había participado en las conversaciones, pero que Trump sí había hablado con directivos de la farmacéutica. Cuando el rumor empezó a rodar por los medios y redes sociales, la Comisión Europea puso 85 millones de dólares en esa firma. Y ese mismo día China ofreció 133,3 millones de dólares a otra empresa europea llamada BioNTech.

Según cálculos de expertos, en el gigante asiático 1.000 científicos trabajan en una vacuna bajo estricta vigilancia militar. Analistas políticos aseguran que su presidente Xi Jinping busca ganar esta lucha tan agresivamente como Huawei busca convertirse el líder del 5G en el mundo. Y no es para menos. Si logra desarrollar una vacuna, este país se convertiría de manera indiscutible en la nueva potencia mundial. “Estos países tienen la idea de lograr tener la producción lo más cerca posible de su territorio porque eso garantizará inocular la población primero y luego hacer alianzas con países menos desarrollados para ganar allí influencia política”, dice el diario The New York Times. De hecho, China ya ofrece ayuda a países vecinos como Filipinas, eterno aliado de Estados Unidos, así como a Serbia. Con la vacuna en mano, ese país podría ser el gran ganador.

Una gesta muy costosa

Desarrollar una vacuna y en general cualquier medicamento innovador cuesta, como mínimo, unos 2.000 millones de dólares, según los expertos. Esto se debe a que a una compañía puede tomarle hasta 15 años llegar al punto de aprobación de un producto. La bacterióloga Gabriela Delgado, doctora en ciencias farmacéuticas, dice que el proceso arranca por investigar primero las moléculas que podrían ser candidatas, luego hacer pruebas in vitro y después en animales, y finalmente probar el producto en humanos. Ese proceso a veces resulta una aventura azarosa, pues nunca se sabe dónde terminará y cuánto costará en el proceso.

Con un agravante. Una molécula que funciona en pruebas in vitro no siempre tiene éxito en humanos. Para el inmunólogo John González, profesor de la Universidad de los Andes, menos del 5 por ciento de los candidatos a vacunas consiguen la aprobación. Además, estos desarrollos para brotes y epidemias no suelen generar retorno de la inversión como ocurre con otras que pueden vender en el largo plazo.

“La última vacuna, la desarrollada contra el ébola, tardó dos años”, dice González. La FDA, la agencia que controla los medicamentos y alimentos en Estados Unidos, la aprobó en 2019. No estuvo lista para la epidemia en África occidental entre 2014 y 2016, pero es importante si surgen nuevos brotes. El caso de esta vacuna, sin embargo, es importante porque mostró que la industria farmacéutica no podía sola con la carga económica que implicó. Gregory Poland, experto de la Clínica Mayo, explica que ninguna de las candidatas en ese entonces llegó a estudios clínicos debido a la falta de fondos. La vencedora requirió una alianza entre el Gobierno estadounidense, la Organización Mundial de la Salud y varios laboratorios internacionales.

Otras enfermedades como la malaria y el VIH, a pesar del monumental esfuerzo invertido hasta ahora, todavía no tienen una vacuna. Esto se debe, según Delgado, a que tanto el parásito plasmodium como el virus del VIH son muy complejos. “Frente al nuevo coronavirus, sería como comparar a una pulga con un elefante”, dice. Por eso, aunque la covid-19 se convirtió en la amenaza biológica más grande que haya enfrentado la humanidad recientemente, tiene la ventaja de ser un patógeno sencillo del cual la ciencia ya conoce bastante debido a estudios previos del SARS y el MERS, sus parientes más cercanos. Esto facilita encontrar sus proteínas para diseñar una vacuna que active los anticuerpos para que cuando llegue el microorganismo el sistema inmune lo derrote.

En sus marcas…

En el punto de partida en esta carrera hoy están por los menos 47 candidatas, cada una diseñada con diferentes tecnologías. Según el índice de investigación de coronavirus, tres países lideran los estudios clínicos en el tema: China con 60 en curso, Estados Unidos con 49 y Francia con 26. Pero dos de ellos llevan la delantera, pues dos compañías, Moderna, en Estados Unidos, y CanSino Biologics, en China, empezaron la competencia con la puesta en marcha de sus estudios clínicos. Johnson & Johnson tiene un prospecto, pero solo comenzará a hacer pruebas en humanos en septiembre. A pesar de eso, la esperada vacuna para covid-19 podría tardar dos años. Y eso si todo sale bien y estos contendores no solo demuestran ser seguros, sino eficaces.

Donald Trump quiso comprar una compañía alemana que va adelantada en la producción de una vacuna, pero los alemanes no aceptaron. Angela Merkel apoya iniciativas como Gavi para asegurar acceso mundial a este tipo de medicamento.

A pesar de los intereses nacionalistas, la mayoría ve con buenos ojos está competencia. En efecto, mientras más grupos de científicos piensen de manera diferente un mismo problema, más posibilidades habrá de salir con una vacuna o un tratamiento. Ello permitiría agregar una medida farmacéutica a la cuarentena y el distanciamiento social, insostenibles en el tiempo.

Como la solución definitiva podría estar lista a finales de 2021, los científicos le apuestan a otra alternativa: medicamentos que logren atenuar la severidad de los casos. Desde ya barajan algunos cuya seguridad ya está probada, como la cloroquina, así como medicamentos antivirales muy conocidos y usados para el VIH y otras enfermedades. En total, dice Pharma Intelligence, hay 140 drogas experimentales entre tratamientos y vacunas en el mundo, la mayoría en etapas iniciales. Los investigadores trabajan largas horas para tener en semanas lo que antes tardaba meses.

¿Por qué tanta demora?

Las vacunas tienen el objetivo de hacerle creer al sistema inmune que lo ha atacado un patógeno, de modo que responda con anticuerpos y células T para neutralizarlo o acabar con él. Si la vacuna funciona, estos anticuerpos deben permanecer en la sangre por un tiempo para que cuando el virus o la bacteria real ataquen en serio el cuerpo, ya sepa cómo defenderse. El truco es hacerlo sin enfermar al individuo.

Hay cuatro maneras de lograrlo. Están las vacunas vivas o atenuadas, cuyas bacterias o virus han sido modificados para generar una respuesta inmune sin enfermar al paciente. Por ejemplo, las usadas contra la tuberculosis, el sarampión y las paperas. Además, están las inactivas que usan el patógeno muerto o inactivado por medio de químicos o calor. En estos casos el medicamento contiene pequeños trozos del microbio. Generalmente, requieren de muchas dosis, como sucede con las de la polio, rabia y hepatitis A y B.

La ventaja con esta vacuna es que el virus de la covid-19 ya ha sido estudiado y no es tan complejo. Aún así, podría demorarse dos años.

Los anteriores son los métodos convencionales. Pero también hay nuevas técnicas como las vacunas hechas con ADN y con el ARN mensajero. Los virus como covid-19 no tienen ADN, sino una cinta de ARN con su código genético, envuelto en una cápsula que tiene en el borde unas espinas que usan para invadir las células humanas, y una vez adentro, secuestrar la célula para reproducirse. La tecnología de la vacuna de Moderna consiste en inyectar solo un pedazo de ese material genético del virus que tiene las instrucciones para crear las proteínas de covid-19.

La idea de los estudios clínicos es hacerlos con voluntarios sanos. Ian Haydon es uno de ellos. Este joven de 29 años, especializado en biotecnología, hace un tiempo dejó su carrera para convertirse en periodista científico. Vive en Seattle, Estados Unidos, uno de los primeros lugares a donde el virus llegó en ese país. En su apartamento, donde hace un aislamiento preventivo, se prepara mentalmente para una cita importante el 14 de abril, cuando le inyectarám la vacuna experimental de Moderna. Él hace parte de los 45 participantes, entre 18 y 55 años, del ensayo fase uno que observará si el medicamento es seguro para la salud.

Esta fase requiere de individuos sanos y Haydon pasó todas las pruebas. La vacuna busca prevenir que el patógeno entre al organismo y secuestre las células para replicarse. “La idea es que, si me la inyectan, les va a decir a mis células cómo hacer esta proteína. Posiblemente, ellas la producirán y mi sistema inmune las reconocerá y comenzará a producir anticuerpos contra esas células extrañas. De esta forma me volverá inmune”, dijo Haydon a SEMANA. Añade que no tiene miedo a pesar de que se trata de una vacuna desarrollada con una tecnología que nunca antes ha generado una aprobación de la FDA. El estudio fase uno de seguridad en el que él participa durará 14 meses, pero asegura que en tres podría conocerse el resultado de toxicidad.

Xi Jinping, presidente de China, tiene a su comunidad científica trabajando por conseguir la vacuna antes que nadie. Varios laboratorios están militarizados para evitar el espionaje. Emmanuel Macron anunció 50 millones de euros para la vacuna europea.

La segunda fase es más complicada porque busca probar la efectividad. Esto quiere decir que tendrán que vacunar a algunos y ponerlos en contacto con el virus. Es lo que González llama “infección controlada en laboratorio”. Si se demuestra que protege eficazmente, el medicamento pasa a la fase tres o fase de campo, que implica ir a un sitio donde haya brote y vacunar a mucha gente. Es tan riesgosa que ya los laboratorios anuncian que pagarán por lo menos 18 millones de pesos a quienes quieran participar en ella. Menciona que no se sabe si harán estudios doble ciego y con grupo control, como dictan los protocolos para mayor rigor científico, pues eso sería exponer a la gente al virus y darle un placebo, algo que podría considerarse poco ético.

Para una comunidad urgida de una solución, todo esto es lento. Pero para los científicos, Moderna desarrolló su vacuna en tiempo récord. Por lo general, los científicos primero deben descubrir un medicamento que tenga un potencial uso como vacuna. Esta fase de investigación o descubrimientos puede durar años, pero gracias a los desarrollos tecnológicos hoy es posible utilizar modelos computacionales para pasar del genoma del patógeno a una potencial vacuna mucho más rápido que antes. En efecto, estas herramientas les ayudan a enfocarse en las partes del virus que podrían ser más eficaces contra el enemigo.

Ese fue el caso de la vacuna de Moderna. Los científicos chinos decodificaron el genoma de la covid-19 rápidamente y su experiencia en coronavirus les permitió encontrar muy pronto que las proteínas en las espinas que forman la corona del virus permiten la mejor estrategia para su vacuna. Todo esto les tomó un tiempo récord: 42 días.

En las etapas de investigación clínica, sin embargo, no pueden acelerar. En los protocolos de seguridad tienen que demostrar que sirve para todos. Hay que observar que “puedan presentar efectos secundarios mínimos o que en un pequeño grupo de personas”, dice María del Pilar Lemos, Ph. D. en inmunología de la Universidad de Pensilvania y MPH del Johns Hopkins, quien actualmente trabaja en el desarrollo de vacunas, también en Seattle.

Ante las críticas de Trump a la OMS, su director, Tedros Adhanom Ghebreyesus, clamó al mundo: “Por favor, no politicen este virus. Si no quieren tener más bolsas con cadáveres, no  lo hagan”.

Luego está la etapa de efectividad; probar que puede “generar la suficiente alarma en el sistema inmune para que este se active y provoque su respuesta y que esa respuesta sea la correcta para evitar los síntomas severos de covid- 19”. Además de eso, añade que la vacuna debe servir para la mayoría de los seres humanos, que, como se sabe, tienen variaciones en su sistema inmune. “Hay que seguir unos pasos específicos, que son consecutivos”, añade Lemos.

Si todo va bien, los laboratorios la someten a un organismo regulatorio como la FDA para que la apruebe, un proceso de dura otros meses. Después de esto se necesitará la logística para producirla masivamente y distribuirla. Tenerla más pronto es irreal, pues nadie quiere comprimir el tiempo que requieren estos estudios, ya que la consecuencia podría ser una vacuna peligrosa. Pero eso no significa que sirva tenerla incluso en 18 meses. Los expertos señalan que podrían llegar otras oleadas de covid-19, circunstancia en la cual sería imperioso vacunar a toda la población. Incluso, la vacuna es crucial si este patógeno se vuelve un virus endémico, en cuyo caso se comportaría como la influenza estacional.

Luz al final del túnel

Es muy temprano para saber si la apuesta de Moderna ganará esta especie de carrera espacial. “Tiene la ventaja de que se puede producir muy rápidamente, lo que es ideal para esta pandemia”, dice Lemos. Agrega que tiene la desventaja de no ser nueva, se desconocen sus efectos secundarios y si tendrá una capacidad de respuesta inmunológica fuerte.

También adelanta otro estudio Inovio, una compañía en Pensilvania que recibió apoyo financiero de una coalición que apoya el desarrollo de vacunas llamada CEPI. A diferencia de la vacuna de Moderna, usa ADN y ya tiene un prototipo con 3.000 dosis que empezará a poner a prueba en humanos al final de este mes.

La primera vacuna en proceso de estudio es de la compañía Moderna, de Boston, Estados Unidos, junto con el Instituto de Enfermedades Infecciosas de ese país. 

También está la unión entre Sanofi, Johnson & Johnson y académicos como la universidad de Queensland, en Australia. Hay, además, alianzas como la de GSK con Clover Pharmaceutical, de China. En un acto que demuestra que no todos están en esto por la rentabilidad, sino por razones humanitarias, GSK puso a disposición de quien la necesite su tecnología para hacer vacunas adyuvantes que resultaron efectivas durante la epidemia de H1N1. Estas pueden despertar una respuesta inmune más fuerte.

Otros investigan con vacunas ya existentes, como la de la tuberculosis, en uso desde hace 100 años no solo contra el parásito que causa esa enfermedad, sino como tratamiento para otros males como cáncer de vejiga y para mejorar la respuesta del sistema inmune. Esto último la hace una buena candidata contra la covid-19. En Australia adelantan un estudio de vacunación con este fármaco entre más de 4.000 personas que trabajan en hospitales para evitar que se infecten del coronavirus.

La competencia geoestratégica por la vacuna es buena porque así ella llega más pronto. Lo malo sería que la usen como influencia política.

A pesar de la incertidumbre, muchos tienen esperanza en que una vacuna saldrá de esta ardua y sana competencia. Incluso, calculan que, para controlar los intereses geopolíticos, existen coaliciones como Cepi y Gavi, alianzas público-privadas formadas para garantizar el acceso a las vacunas. Cepi, dedicada a financiar y coordinar el desarrollo de vacunas, apoya varios de estos proyectos, incluido el de Moderna.

Con base en lo que ha ocurrido en el pasado, el médico Perri Klass, autor del reciente libro A Good Time to Be Born, señala que la ciencia y la salud pública han logrado con ingenio e inteligencia hitos en vacunación, y en esta oportunidad también lo harán. El médico recuerda el día en 1955 en que el profesor Jonas Salk aseguró que sus estudios demostraron que la vacuna contra la polio era segura y eficaz. En ese momento, el mundo respiró más tranquilo, y en la fecha del anuncio, las campanas de las iglesias sonaron y los periódicos presentaron la noticia en primera plana. “Fue como un día V médico, en el que la V significaba vacuna y victoria sobre un temido mortal enemigo”, dice. Tal como están las cosas, cuando la del coronavirus finalmente llegue, la celebración no tendrá precedentes.

Y mientras llega la vacuna, ¿qué?

Una serie de drogas ya aprobadas han surgido como candidatas para tratar la enfermedad producida por el virus. ¿Qué tanto funcionan?

Hay una gran controversia entre los científicos. Didier Raoult, doctor en enfermedades infecciosas de la Universidad de Aix-Marsella, hizo estudios con Hidroxicloroquina y Azitromicina, que podrían servir en la enfermedad severa. Pero otros consideran necesario hacer pruebas más rigurosas antes de aprobarlo como tratamiento. 

La vacuna contra la covid-19 no aparecerá pronto y desarrollar un antiviral desde cero podría demorar más. Por eso, hoy cerca de 60 compuestos, entre viejas y nuevas drogas, están en investigación en tiempo récord para aliviar los síntomas de los enfermos hospitalizados. A los menos severos les dan fluidos, medicamentos para el dolor y la fiebre, así como antibióticos para evitar bacterias oportunistas. Aquellos con dificultad para respirar se apoyan de un respirador, mientras el sistema inmune da la batalla. Pero si llega la llamada tempestad de citoquinas, que ataca a los más graves, los médicos tienen muy poco que ofrecer.

Eso los ha llevado a buscar en su vademécum medicamentos ya aprobados y conocidos que podrían tener un impacto. “La Organización Panamericana de la Salud ha dicho que este microorganismo no tiene vacuna ni tratamiento”, dice la experta Gabriela Delgado. Sin embargo, están probando estrategias en medio de la pandemia, y algunas han mostrado ser efectivas en las primeras fases de la enfermedad.

La que más controversia ha causado es la hidroxicloroquina y la cloroquina, recetadas desde hace mucho para tratar la malaria, la artritis reumatoide y el lupus eritematoso. El presidente Donald Trump ha señalado varias veces que sirven contra la covid-19, pero Anthony Fauci, virólogo y asesor suyo, aclara que no hay suficiente evidencia para considerarlos un tratamiento. En medio de la polémica, el Ministerio de Salud de Colombia dejó al criterio médico su uso con la advertencia de que “se les ha indicado actividad ‘in vitro’ contra SARS Cov 2, con evidencia científica débil a su favor”.

El médico francés Didier Raoult puso en el foco del mundo una variación de la hidroxicloroquina mezclada con el antibiótico azitromicina. El primer estudio mostró que el 57 por ciento de 14 pacientes con covid-19 tuvieron pruebas negativas solo con la hidroxicloroquina, pero esa respuesta fue del 100 por ciento con la combinación a partir del día seis. Luego, un estudio con 80 pacientes hospitalizados que recibieron la misma mezcla mostró que 93 por ciento de ellos resultaron negativos para el virus en el día ocho. A pesar de esto, aún no hay consenso en la comunidad médica por falta de rigor científico de esos estudios: son muestras pequeñas y no hubo grupo de control. “Sigue a 80 pacientes con síntomas leves. La mayoría de los pacientes se recupera de covid-19 con o sin tratamiento de hidroxicloroquina y azitromicina”, dijo François Balloux, de la University College, en Londres.

En el listado también está usar plasma. Esta vieja práctica sirve para generar inmunidad pasiva y consiste en administrar plasma (el líquido restante cuando se remueven las células de la sangre) de un paciente convaleciente, pues se supone que quien ha superado la enfermedad produce anticuerpos contra ella. Para que funcione, primero, hay que analizar cuál donante tiene suficientes anticuerpos, y eso podría no resultar práctico en medio de la emergencia. Un proyecto liderado por el inmunólogo Juan Manuel Anaya, de la Universidad del Rosario, busca un plasma probado contra el virus.

Los antivirales como Remdesivir están en la jugada. Aunque mostró poca efectividad contra el ébola, resultó prometedor contra el SARS. Por eso, hay esperanza de que funcione contra el nuevo coronavirus. Además, los investigadores buscan medicamentos para bloquear la interleuquina 6, la citoquina más involucrada en el cuadro severo. Uno de ellos, el interferón alfa, activa una respuesta, pero no garantiza la eliminación total del virus. “No se sabe cuándo se debe ofrecer, pero ha funcionado”, dice Salcedo. Algunas drogas como ocilizumab para artritis reumatoide podrían interrumpir ese proceso al desactivar dicha citoquina, que funciona como acelerador del sistema inmune. Roche comenzará este mes un estudio que involucre pacientes con neumonía producida por la covid-19. Con el tiempo, muchas más saldrán a la palestra y con paciencia y estudios se sabrá a ciencia cierta cuál es la más apropiada para tratar este virus.

“Las vacunas no se desarrollarían sin gente como uno”

Un joven de 29 años aceptó ser conejillo de indias en una de las primeras vacunas contra la covid-19 en el mundo.

Ian Haydon estudió bioquímica y hoy escribe sobre ciencia en Seattle, Estados Unidos. El próximo 14 de abril tiene una cita con la historia, pues en esa fecha recibirá una dosis de la vacuna experimental que el laboratorio Moderna desarrolló contra la covid-19. Al principio, aplicó por curiosidad, pero cuando supo que había sido seleccionado de un gran grupo de aspirantes, sintió sorpresa y felicidad por ser un individuo sano que podía ayudar a la ciencia en el momento en que más lo necesitaba. Cuando les explicó a sus padres, ellos cambiaron el temor por el orgullo. “A mi mamá será a la primera persona que llame luego de la primera inyección”.

Él hace parte de 45 individuos que participarán en el trabajo científico. “Si puedo servir de esta manera para ayudar a otros, es algo maravilloso”, dice. El estudio busca medir si el medicamento es seguro en los seres humanos, por lo que él no sabe qué le pueda ocasionar la vacuna en su organismo. Eso no le genera miedo. “Estas vacunas no serán desarrolladas si la gente que está con buena salud no se ofrece como voluntaria”, dice.

Es una vacuna novedosa con una tecnología que nunca ha logrado una aprobación de la FDA. Lo interesante es que Moderna cuenta con una plataforma que les permite a los científicos desarrollar vacunas rápidamente para nuevos objetivos. El código genético de este virus se supo en enero y con esa secuencia los científicos de este laboratorio usaron las mismas estrategias y pasos de manufactura de otras vacunas y la tuvieron lista en 41 días, un tiempo récord en este campo.

Esta es la etapa en que se puede comprimir más el tiempo. “La parte lenta, sin embargo, son los estudios clínicos fase I, II y III, que miden la seguridad y la eficacia y que tardan un año o 18 meses o más”, dice. Pero la vacuna podría no ser tolerada en humanos y fallar en la primera fase. Lo bueno es que hay más candidatas, y si esta no funciona por alguna razón, hay otras que vienen detrás para ser probadas. “Vale la pena esperar, no tenemos otra opción. Esta es la solución a largo plazo”, concluye.