Testimonio
Ver para creer: las impactantes historias de superación de las personas con discapacidad visual
El 3 de diciembre se celebró el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, entre ellas la visual. Casi dos millones de colombianos tuvieron motivos para enorgullecerse; el resto, ni siquiera les regaló una mirada.
El domingo 22 de diciembre de 1985, la Navidad se anticipó en Cali para los hinchas del América. Ese día, último partido del octogonal final, el paraguayo Juan Manuel Battaglia marcó el gol con que los escarlatas derrotaron al Junior y colgaron la quinta estrella en su escudo. En aquellos días en los que los partidos se “veían” más por la radio que en la televisión, era habitual que las emisoras repitieran continuamente la narración del gol, y así prolongar la emoción de sus oyentes. La única que vio en riesgo esa tradición fue el Grupo Radial Colombiano, pues la cinta magnetofónica del partido se enredó cuando uno de los encargados de clasificarla en el archivo la estaba manipulando.
Como los relatores habían anticipado la feria, no quedó otra que improvisar una narración, en diferido, pero con la misma emoción del directo. En Bogotá, Luis Antonio Castañeda, locutor del programa Colombia es Colombia, entró en cabina y narró el gol de Battaglia como si hubiera estado en el Pascual Guerrero. Lo mezclaron con una pista del grupo Niche, precisamente la de estribillo “... y dale, rojo, dale”. Fue el relato que la emisora pudo repetir, y uno de los que se reproducen año tras año para recordar aquella consagración deportiva. Es posible que a miles de americanos se les siga poniendo la piel de gallina al escucharlo. Quizás no sepan que el hombre del relato no vio el gol, entre otras porque desde los siete años de edad sus ojos dejaron de ver. “No fue difícil hacerlo porque uno ha jugado fútbol toda la vida. Gracias a Dios que me regaló este tubo (voz) y un estilo propio. El resto es creación”.
La explosión
Luis Antonio quedó en tinieblas una mañana de 1964 cuando se acercó a ojear los ensayos militares en la Escuela José María Córdova. Una granada se desvió y le explotó en el cuerpo, le provocó graves quemaduras en el abdomen y quedó ciego. Su familia reclamó al Ejército, pero la investigación judicial determinó que el explosivo había sido abandonado por una banda de delincuentes y que el niño “cometió el error” de manipularla. “El Estado nunca reconoció su responsabilidad –dice–. Hasta inventaron que yo era huérfano”.
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Luis Antonio fue el primer ciego en graduarse de la Facultad de Derecho de la Gran Colombia (1984), ha sido maestro de escuela, sacó adelante a sus cuatro hijos, todos profesionales, y fue el pionero de lo que él mismo denominó ‘fútbol sonoro’ o fútbol para ciegos.
Según el censo de 2018, en Colombia viven 1.948.332 personas con discapacidad visual, el 4,4 por ciento de la población. Solo en Bogotá habitan algo más de 400.000, que además de tratar de llevar su vida con normalidad, se enfrentan a diario a un monstruo de cemento y a una sociedad que históricamente los ha segregado. Lo más fácil sería renunciar a sus sueños, pero ellos se levantan cada mañana para alcanzarlos.
“Nada es imposible”
Angie Torres tiene 21 años y de pequeña quería montar en avión y conocer otros países. Apenas lo cumplió el pasado 26 de noviembre. Fue una de las integrantes de la selección Colombia femenina de ‘fútbol sonoro’ que viajó a Buenos Aires a enfrentar a sus pares argentinas. Perdió la visión a los ocho años y pensó que su vida había perdido brillo. “Para mí nada es imposible”, dice. Su próxima meta es titularse de asistente administrativa del Sena.
“A pesar de que la gente le dice a uno discapacitado, no me considero discapacitada porque soy capaz de hacer lo que quiero hacer”, agrega Gloria López, de 41 años, capitana de la selección. Si el apóstol Tomás necesitó “ver para creer” la resurrección de Jesucristo, habría tenido que hacer lo mismo para dar fe de cómo Carlos Parra arma las seis caras de colores del cubo Rubik en menos de cuatro minutos, como si fuera Will Smith en el papel de Chris Gardner (En busca de la felicidad).
Su cubo mágico tiene figuras en relieve para identificar los colores. Tras reconocerlas con los dedos, procede a armarlos como si fuera un ingeniero. Un golpe en la cabeza, cuando tenía 11 años, le desprendió el nervio óptico y apagó para siempre su visión. Se graduó de abogado de la Universidad del Rosario, grababa las clases y sus exámenes eran orales, delante de los demás de la clase. “Me boletearon toda la carrera. Vi que el mundo no estaba adaptado para los ciegos”.
Carlos aspiró a ser magistrado de la Corte Constitucional, pero la consejera de Estado que lo entrevistó le preguntó cómo haría para leer las sentencias, desconociendo la cantidad de softwares diseñados en pleno siglo XXI para hacerlo. Desde hace ocho años es el director del Instituto Nacional para Ciegos –Inci–, con una planta de 72 personas. “Quién mejor que alguien que supiera el sentir de las personas con discapacidad visual”. Fábrica de puntos La joya del Inci es la ‘Fábrica de puntos’, la única imprenta en el país con sistema braille. Allí se imprimen leyes, calendarios tributarios y los tarjetones para las elecciones. Cada documento debe ser aprobado por un corrector de estilo, encargado de que el relieve no se “lea borroso”.
Sergio González, de 32 años, licenciado en Humanidades y Lengua Castellana, desempeña ese cargo. Nació sin visión por un glaucoma congénito, como sus padres y sus dos tías. Dirige el programa Letras a ciegas en la emisora del Instituto, se comunica por WhatsApp, y no por notas de voz, sino de texto. Tiene perfil de Facebook e Instagram, y como es ‘gomoso’ de la tecnología, se identifica con Río, el personaje de la Casa de papel, su serie favorita en Netflix, plataforma que ha adaptado un sistema de audiodescripción de las escenas.
Pero al ‘profe’ que más admira no es el protagonista de la serie, sino Pedro Andrade, de 56 años, con visión disfuncional de nacimiento debido a una catarata congénita. Tras licenciarse en idiomas, ha sido profesor de decenas de estudiantes, ninguno ciego. “Desarrollamos tan buena memoria que fácilmente identificamos a las personas por la voz”, dice el actual subdirector del Inci, quien capacita a los maestros de los niños ciegos del país.
Ojos de una mujer
Luisa Moreno, de 35 años, también dedica su vida a personas con su misma condición. Administra la biblioteca virtual del Inci. Una rosácea ocular la dejó ciega y seis trasplantes de córnea no funcionaron. “Es un duelo aceptar que nunca vas a volver a ver. Lloré mucho, pero no podía ahogarme en lágrimas –dice–. Aunque extraño el rostro de mis familiares, la visión no me hace falta para nada”.
Sus ojos se llaman Asahi, la golden retriever que la guía por las calles de Bogotá, eludiendo obstáculos y deteniéndose en las esquinas. “Es mi cómplice, mi amiga, mi hermana, mi hija. Es la primera que se da cuenta si estoy triste. Todo el tiempo me hace sentir que me ama y que nació para mí”. Aunque narrar un gol, jugar fútbol, aspirar a ser magistrado, dar clases o armar un cubo Rubik pueden estar vedadas para quienes no pueden ver, casi dos millones de colombianos con discapacidad visual no ven barreras que les impida realizarlas. Ver para creer.