REPORTAJE

Viaje al nido de los Rastrojos

Desde las cimas del cañón de Garrapatas, entre Valle y Chocó, el exparamilitar Guerrero anuncia la desmovilización de una de las bandas criminales más temibles del país: los Rastrojos. SEMANA estuvo allí y habló con él.

27 de octubre de 2012
Carlos Enrique Salazar, alias Guerrero, jefe de los Rastrojos en el Cañón de Garrapatas. En su contra hay varias órdenes de captura por homicidio, concierto para delinquir y porte ilegal de armas.

Muchos colombianos han oído hablar del cañón de Garrapatas, en la cordillera Occidental. La última vez fue el lunes de la semana pasada. Ese día, en el corregimiento La Sonora, en las faldas de las montañas que dan ingreso al cañón, se entregó a la Fiscalía un grupo de 17 hombres de la banda criminal de los Rastrojos. Esta es la primera de una serie de entregas anunciadas, con lo que buena parte de ese grupo quedará, probablemente, desmantelado. SEMANA viajó hasta la zona y presenció la entrega.

Desde hace décadas esta región del país ha estado marcada por constantes guerras entre las Farc, el ELN, narcos y bandas criminales, que han luchado por su dominio. Ubicado entre los límites del Valle y Chocó, el cañón es estratégico para la guerra y para los narcos, pues es un corredor que comunica al centro del país con el occidente y con la salida al Pacífico por el Chocó. En el cañón hay cultivos de coca y, en las partes altas, de amapola, base del opio y la heroína. La droga que allí se produce, y la que es enviada desde otros lugares del país, obligatoriamente debe atravesar por las montañas del cañón para llegar a las selvas chocoanas, desde donde es transportada por río hasta la costa para ser embarcada rumbo a Centroamérica. Por esta razón, el cañón de Garrapatas es considerado una joya de la Corona en el mundo criminal y se lo han disputado todos los grupos armados.

Desde 2008 el lado del cañón y la cordillera que dan hacia el valle son dominados por los Rastrojos, que se hicieron a su control en batallas libradas en las cúspides y pueblos de la zona, que dejaron centenares de muertos y desplazados. Los últimos enfrentamientos a gran escala se libraron hace tres años cuando el cartel del norte del Valle se dividió entre Machos y Rastrojos. Unos 180 Rastrojos, de Javier Calle Serna, alias Comba, pelearon contra los Machos de alias don Diego, entonces jefe del cartel del norte del Valle. Las balaceras y los muertos que dejó esa lucha ocuparon en su momento los titulares de la prensa. Finalmente, los Rastrojos se impusieron.

El hombre que lideró esa cruenta victoria es un desconocido para el país, pero en el Valle, especialmente en el norte, es tristemente célebre y temido. Se trata de Carlos Enrique Salazar. Sus hombres, que le obedecen ciegamente, le dicen padre y él mismo sostiene que no es comandante sino líder. Conocido con el alias de Guerrero, es el actual jefe de la banda de los Rastrojos en el Valle. Fue uno de los fundadores de esa estructura criminal y fue encargado por alias Comba, hace cuatro años, de reclutar y entrenar en el cañón de Garrapatas a todos los integrantes de esa bacrim que fueron enviados luego a Norte de Santander, Eje Cafetero, Cauca y parte de la costa Atlántica, en el proceso de expansión de ese grupo que duró hasta hace poco, cuando sus principales jefes se entregaron a las autoridades o fueron capturados.

La guerra de Guerrero

El jefe máximo de los Rastrojos era Javier Calle Serna, alias Comba, quien en abril pasado se entregó a las autoridades estadounidenses. El líder militar de la organización era Diego Pérez, alias Diego Rastrojo, capturado por la Policía en junio. Sin embargo, con excepción de los propios integrantes de la banda y unas pocas autoridades, casi nadie sabía que Guerrero encarnaba el verdadero poder que llegaron a tener los Rastrojos desde las alturas del cañón de Garrapatas.

La historia de este moreno de 1,75 de estatura, 120 kilos de peso, trenzas en el pelo adornadas con chaquiras de colores y un discurso que combina el de un pastor con el de un comandante paramilitar, es poco conocida públicamente, pero en el mundo de los paramilitares, narcos y bacrim, es muy popular (ver video). Aunque solo tiene 32 años de edad, ha pasado más de la mitad de su vida en la guerra y al margen de la ley. Se escapó de su casa en una vereda en el Urabá chocoano a los 13 años. Con papeles falsos ingresó a los 16 años como soldado en la brigada XVII en Urabá en 1996. Esa época estuvo marcada por las masacres y la llegada de los paramilitares a esa zona. "Siempre quise ser militar. Me gustaban los uniformes y las armas. Pero cuando ya llevaba dos años un sargento descubrió que usé la cédula de un hermano para meterme al Ejército y ahí me sacaron", cuenta Guerrero.

Desde los 18 años se dedicó a "ser bandido y gatillero". Gracias a su habilidad con las armas, un amigo del Ejército lo recomendó para trabajar como escolta del jefe del cartel de Cali, Miguel Rodríguez Orejuela. "Solo duré nueve meses porque a mí lo que me gustaba era la guerra". Regresó a Urabá y los paras de la zona le ofrecieron entrar a formar parte de una estructura que las AUC estaban creando, el Bloque Central Bolívar (BCB), el cual llegó a ser el más grande de todos, con 5.500 hombres en diez departamentos. "En 1999 llegue a Caquetá y comencé como patrullero raso, bajo las órdenes de Rafa Putumayo. Llegamos 150 hombres y la idea era copar el departamento, que estaba lleno de guerrilla". Para 2004, el BCB en Caquetá tenía 1.500 hombres y había ejecutado innumerables masacres y desplazamientos. El segundo al mando de ese bloque en Caquetá era Guerrero.

En ese departamento no era conocido por ese alias sino por el de Asprilla, un apodo que causaba terror. Su nombre y su foto aparecieron en los afiches de los delincuentes más buscados del país. En 2005 el BCB se desmovilizó como parte de los acuerdos entre el gobierno de Álvaro Uribe y las AUC. Guerrero no quiso desmovilizarse y se fue a vivir a Cali. Allí lo buscaron varios de sus antiguos compañeros para matarlo por no haber acatado la orden de desmovilizarse. En 2006 supo que Comba estaba buscando a un hombre con experiencia en la guerra para crear los Rastrojos y enfrentar a los Machos. El elegido fue Guerrero, quien buscó a exparas conocidos para empezar a armar esa banda que llegó a tener 1.500 hombres. El lugar escogido para las bases y los campamentos de entrenamiento fueron las cumbres del cañón de Garrapatas. Desde allí Guerrero, quien no se desprende de su pistola nueve milímetros ni de Chirrete, su perro tuerto de raza indefinible, ha liderado la banda y su expansión.

Cumbres borrascosas

No es gratuito que el nido de los Rastrojos, en donde está Guerrero, sea ese cañón. Para llegar a donde está escondido hay que desplazarse hasta el municipio de Trujillo, en el Valle. Allí varios de sus hombres están atentos a la llegada de cualquier extraño. Se toma enseguida una serpenteante y estrecha carretera que pasa por tres caseríos. Dos horas después la carretera se termina en la mitad de una montaña. Ahí no existen más caminos. Solo hay selva espesa y cumbres. Por momentos aparecen pequeños senderos por los que con mucha dificultad una persona logra caminar. La ruta se pierde con facilidad. La neblina y la lluvia son permanentes. Para llegar hasta la cumbre, el lodo del camino hace difícil y lento el avance. Un mal paso puede costar la vida, pues hay trayectos tan estrechos que solo se puede poner un pie delante del otro para avanzar sin caer por abismos de 300 metros. El asunto empeora cuando la noche cae, pues aún con luna llena y con la ayuda de linternas no se puede ver a más de un metro de distancia. Ocasionalmente se escuchan silbidos que vienen de la montaña: miembros de la banda, ocultos en la espesura, vigilan y avisan.

Después de unas seis horas de caminata, casi en la punta de la montaña, a 2.800 metros de altura, aparece Guerrero, con medio centenar de sus hombres. La temperatura en la noche desciende a dos o tres grados. En el día máximo llega a diez o 15 grados. Ese escondite natural lo ha salvado de la persecución de las autoridades. "Por tierra a mí no me llega nadie. Saben que para llegarme se llevan un baño de cobre (balacera)", afirma. Por aire es extremadamente difícil hacer una operación contra este hombre o sus lugartenientes. Las nubes se ven abajo y la neblina permanente hace difícil llegar por vía aérea. A pesar de esto, cuando el clima lo permite, las autoridades han efectuado algunas operaciones para dar con él y sus hombres. La última fue el pasado 18 de junio, cuando cinco helicópteros de la Dijin de la Policía llegaron a uno de sus campamentos en el cerro Calima, corregimiento La Zulia, en el municipio de Río Frío. Cinco horas duraron los helicópteros disparando contra Guerrero y sus hombres. Solo después de ese tiempo los policías lograron bajar por soga y copar el campamento en donde había 120 integrantes de los Rastrojos. Seis de ellos, que quedaron heridos, fueron capturados. Sin embargo, este tipo de acciones de las autoridades son excepcionales debido a las condiciones naturales del cañón.

Los Rastrojos de Comba

Los 16 hombres que se entregaron el lunes 22 a la Fiscalía son parte del grupo de Guerrero. Ese sometimiento a la Justicia es la cuota inicial de otros que vendrán en las próximas semanas. "El comandante Comba dio la orden que nos teníamos que entregar todos y así lo vamos a hacer", afirma Guerrero. Eso hace parte de los acuerdos que alias Comba tiene con las autoridades norteamericanas como parte de su proceso de entrega y colaboración. Si bien esta serie de entregas de hombres y armas marca el fin de la banda los Rastrojos, la realidad es que los integrantes que se empezaron a someter son solo aquellos que estaban directamente bajo el mando de Comba.

Poco antes de que este se sometiera a la Justicia estadounidense los Rastrojos se fraccionaron en dos. Un grupo que es el que se está desmovilizando y sigue sus órdenes. Desde la cárcel sigue manejando la otra facción Diego Rastrojo, quien no está dispuesto a entregar a sus hombres ni a dejar libres las zonas en donde la banda tiene presencia. Y menos el estratégico cañón hasta ahora bajo el control de Guerrero. Esa disputa entre los propios Rastrojos ha causado múltiples asesinatos de lado y lado. Algo que se siente especialmente en algunos municipios del norte del Valle, como Tuluá, El Dovio, Zarzal o Bolívar.

Para librar esa guerra interna, que básicamente busca quedarse con el control del negocio del narcotráfico en el cañón de Garrapatas Diego Rastrojo, ha consolidado alianzas con otras bandas como los Urabeños, la otra banda criminal que ha buscado consolidarse nacionalmente, e incluso con las Farc, que están del lado chocoano de la cordillera Occidental. En algunos municipios del norte del Valle ya se ha detectado la llegada de los Urabeños.

La entrega de los 16 Rastrojos, y el anuncio de nuevas desmovilizaciones, marca el fin de este grupo criminal, algo sin duda importante. No obstante, el reto del Estado es impedir que, como está empezando a ocurrir, otros grupos sencillamente ocupen el lugar que dejan libre quienes entregan sus armas en el cañón de Garrapatas. Guerrilleros de las Farc y el ELN, Urabeños y otros narcos, están dispuestos a cualquier cosa para quedarse con una de las zonas de tráfico y refugio más neurálgicas de la geografía de Colombia.