NACIÓN
Video | Con cánticos fue recibida la monja Gloria Cecilia Narváez en Pasto, su ciudad natal
Hasta el aeropuerto Antonio Nariño en Pasto llegó un grupo de monjas con instrumentos musicales para darle a la hermana Narváez una cordial bienvenida.
Este lunes en la mañana llegó a su natal Pasto, Nariño, la hermana Gloria Cecilia Narváez. A su llegada al Aeropuerto Antonio Nariño, fue recibida por miembros de su comunidad, familiares y amigos.
En esta ciudad realizarán una celebración eucarística para agradecer por la vida de la religiosa, tras haber estado secuestrada durante cuatro años y ocho meses por terroristas de grupos yihadistas al servicio de Al Qaeda en África.
Nuestra Congregación te da la Bienvenida querida Hna Gloria C.N.
Posted by Congreso Misionero Hermana Gloria Cecilia Narváez Argoty on Monday, November 22, 2021
En Pasto también llevaron a cabo una caravana desde el aeropuerto de esa ciudad y hasta el centro en honor a la religiosa. Hasta la terminal aérea de Pasto llegaron desde temprano un grupo de religiosas con varios instrumentos musicales para recibir a la hermana Narváez en medio de aplausos, pancartas y cánticos.
Recientemente, la hermana Gloria Cecilia Narváez recibió a SEMANA en la comunidad de las Hermanas Franciscanas de María Inmaculada y narró detalles inéditos de la desgarradora historia a la que sobrevivió durante casi cinco años al estar secuestrada por terroristas de Al Qaeda.
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En entrevista con SEMANA, la religiosa que fue liberada el pasado 9 de octubre de 2021 admitió que en medio del cautiverio presenció la maravilla de Dios. Mientras recibía golpes e insultos, podía contemplar el sol en su máximo esplendor, asegura.
“Nunca había tenido la oportunidad de contemplar el sol en el desierto, es una maravilla”, dijo, aunque recalcó que el calor es muy fuerte y agotante. Sin embargo, la majestuosa imagen lo apaciguaba. “Era naranja, un color que a medida que iba pasando el tiempo más se intensificaba”, contó.
“Ver los camellos que se subían por esas montañas de arena a buscar agua y que caminaban kilómetros de kilómetros a buscar un poso de agua” es una escena que apenas había alcanzado a imaginar en las películas, dijo.
La religiosa relató que en las mañanas sus captores se levantaban a orarle a Alá, y ella aprovechaba para hacer sus oraciones. “Lo hacía de diferentes maneras: contemplando el sol, alabando a Dios. Mi espiritualidad es franciscana y Francisco de Asís, con su cántico, resaltaba a las criaturas, a todo llamado hermano: el hermano sol, la hermana luna, la hermana tierra, el hermano viento”, afirmó.
En medio de la crisis que estaba pasando, sabía que no estaba sola porque Dios a través de su creación la acompañaba. “Yo, con mis propias palabras, componía mis cánticos de alabanza a Dios”, comenta. Luego de su rato de conexión de espiritual, seguía haciendo el desayuno o acatando los castigos que le imponían los hombres que la custodiaban.
Una de las frustraciones más grandes que sintió la monja colombiana fue no saber de astronomía en medio de su cautiverio. “Yo conocía que los pastores que cuidan a las ovejas se orientan en la noche por las estrellas para llegar a un lugar y yo decía: si conociera bien cómo orientarme con las estrellas nos podríamos ir tal vez”.
En las noches del desierto vivió uno de los momentos más mágicos: ver desfilar sin temor las estrellas fugaces. “Contemplaba mucho la salida de la luna, las estrellas, las fugaces también. Nunca había tenido la oportunidad de verlas tan de cerca, había muchas, así como constelaciones”, relató.
Cada vez que contemplaba tal majestuosidad sabía que no estaba sola y que las oraciones de millones de católicos en el mundo estaban siendo escuchadas por Dios. Por eso, por más difícil que pareciera la jornada, se sentía confiada en que su Dios la sacaría de tal viacrucis.
“Gracias a Dios no estuve enferma”, resaltó, porque hay cosas que no tienen explicación: duró varios días sin comer ni tomar agua. Incluso aunque le “tiraban”, literalmente, una tortilla dañada con una botella de agua mal oliente y reposada para alimentarse durante todo el día, o la golpeaban, escupían o amarraban bajo los árboles, de manos y pies, a más de 45 grados centígrados de temperatura.