CRÓNICA

El día en que un millón de almas esperó la bendición del papa Francisco

Quedará para la historia cómo en la antesala de la primera misa campal de Francisco en Colombia, los feligreses soportaron en un mismo día el inclemente sol y la intensa lluvia capitalina.

8 de septiembre de 2017
| Foto: Carlos Julio Martínez

Por: Mónica Jaramillo Arias

A partir del momento en que el papa Francisco pisó suelo colombiano, la peregrinación de millones de fieles persiguiendo sus pasos ha sido descomunal. El jueves, desde horas de la madrugada, ciudadanos colombianos y extranjeros, provenientes de diferentes rincones del país y del mundo, caminaron y esperaron durante al menos ocho horas a que Francisco, el primer papa latinoamericano, ofreciera la misa campal.

La expectativa fue mucha y el evento no decepcionó. Hacia las diez de la mañana, ríos enteros de gente inundaban los alrededores del parque Simón Bolívar. Vendedores ambulantes hacían las veces de feligreses al mismo tiempo, mientras que el tráfico de las grandes avenidas de la capital fue reemplazado por puestos improvisados de empanadas, mazorcas, sombreros, agua bendita, estatuas de Francisco y un sin fin de curiosidades muy propias de los colombianos.

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Durante aquella peregrinación, que parecía también un preámbulo a un espectáculo de rock por el fanatismo, se veían adultos de la tercera edad con camisetas estampadas del papa. Niños, amas de casa, ejecutivos de traje, monjas, periodistas, sacerdotes, población en situación de discapacidad y afrodescendientes. Todo un crisol de gentes que de uno en uno iban pasando los filtros de seguridad bajo un poderoso cielo azul que parecía inquebrantable.

Así fueron pasando las horas y dentro del Simón Bolívar empezó la función. Cuando la mayoría de los feligreses estaban ubicados en sus cuadrantes, las pantallas gigantes del parque comenzaron a proyectar imágenes de Francisco. Con su emotiva voz retumbando de fondo, artistas como Fanny Lu y Fonseca, animaban a la multitud durante la larga espera.

Pasado el medio día un repentino aguacero apaciguó los ánimos, pero aún así los feligreses siguieron llegando. Los que ya estaban dentro soportaron la lluvia sin abrigo o sombrilla. Y los que aún estaban fuera no abandonaron las filas. Aunque todos buscaban resguardarse como fuera, ninguno estaba dispuesto a moverse ni a perder su puesto: el ingenio fue la principal herramienta de los cientos de creyentes que durante horas soportaron las intensas horas de lluvia.

Una vez cesó, los feligreses empezaron a sacar nuevamente sus banderas. Las sombrillas fueron reemplazadas por pañuelos blancos y en algunos sectores del parque los ciudadanos ya empezaban a cantarle al papa ante el preaviso de que estaba cerca. ¡Viva Francisco, viva Francisco! Coreaban una y otra vez.

Foto: Carlos Julio Martínez / SEMANA

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Entre tanto, los periodistas en tarima se encargaron de generar la expectativa final. Minuto a minuto iban narrando el recorrido del papa hacia el Simón Bolívar, mientras que las grandes pantallas proyectaban las imágenes en vivo. Tuvieron que pasar algunos segundos más hasta que Francisco hizo su entrada. En ese momento, el parque estalló en júbilo. Hubo uno que otro desmayado y varios fieles intentaron vencer por la fuerza los cordones de seguridad para correr tras el automóvil del papa.

En ese momento, la presencia de extranjeros que viajaron desde muy lejos para ver al papa también se hizo más evidente. Entre la multitud se podían ver ondeando las banderas de Venezuela, Chile, Perú y hasta el Líbano. La euforia que se enardecía a su paso se mantuvo durante los diez o quince minutos que duró saludando a los fieles desde el papamóvil. Un estruendoso ruido que luego se transformó en silencio absoluto con el inicio de la misa campal.

En medio de saludos y protocolos Francisco subió al altar que se levantó en el templete del Simón Bolívar, inaugfurado hace 49 años para la visita del papa Pablo VI. Fue el inicio a una de las ceremonias más solemnes que ha visto la capital. Durante el acto, familias enteras escucharon la prédica en silencio, abrazadas, agarradas de la mano y entre lágrimas. El recogimiento con el que los feligreses siguieron la misa era imperturbable. Solo tres veces rompieron el silencio: cuando alzaron sus manos y su voz para rezar el padre nuestro junto a Francisco, cuando recibieron la comunión y cuando el sumo pontífice pronunció la homilía. Una pequeña reflexión que estuvo marcada por la exhortación a trabajar más por los desposeídos.

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Al finalizar la ceremonia, la multitud gritó a una sola voz que ¡Viva Francisco! Con un perfecto atardecer caía la noche y el máximo jerarca de la Iglesia Católica abandonaba el parque. De pronto, juegos pirotécnicos adornaron el cielo del Simón Bolívar, una despedida al hombre que provocó tanta demostración de fe. 

Minutos después de su partida, los millones de feligreses que antes permanecían conmovidos por su presencia, continuaron una fiesta sin él. La noche cayó y el escenario de la Misa campal pasó a ser una tarima musical en la que grupos cristianos y afrocolombianos hicieron el cierre del evento.

Feligreses, equipo de logística y policías bailaron durante al menos una hora contagiados por la emoción que aún se respiraba en el parque. Los separadores que antes dividían a periodistas, feligreses, discapacitados e invitados especiales comenzaron a desaparecer. El parque más grande de la ciudad empezaba a volver a la normalidad. Este 7 de septiembre pasará a la historia como uno de los días más importantes de la capital, y seguramente en la vida del más de millón de feligreces que recibió la bendición del papa Francisco. 

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