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“Viva Colombia, murió Pablo Escobar”: lo que cuenta el general (r) Naranjo de la oficina en el Tequendama, los hijos del capo y el artículo de SEMANA claves en la caída
En la obra de editorial Planeta, ‘El derrumbe de Pablo Escobar’, Naranjo habla con todos los protagonistas que vivieron la caída del hombre más temible que ha nacido en Colombia.
Óscar Naranjo es un testigo excepcional de la historia de Colombia. El hombre al que llamaron el mejor policía del mundo, fue parte del equipo en la cacería del narcotraficante más despiadado de todos los tiempos. En su obra “El derrumbe de Pablo Escobar”, desglosa los momentos culminantes de la búsqueda, destacando tácticas de inteligencia y la estrecha colaboración entre la Policía y el Ejército colombiano.
Naranjo trabajó en el Comando Especial Conjunto (CEC) durante la persecución y expone las estrategias empleadas y las vulnerabilidades aprovechadas para lograr la captura de Escobar. De acuerdo con sus revelaciones, la caída del narcotraficante fue el resultado de una amalgama de factores, entre ellos, mejoras en las capacidades de inteligencia, la desestabilización emocional del capo, la cooperación a nivel internacional, y el amor del líder del Cartel de Medellín por sus hijos, que terminó convertido en su talón de aquiles.
Lea el capítulo completo:
La etapa final
La última vez que Pablo Escobar amenazó con desatar una oleada terrorista fue en la noche del sábado 27 de noviembre de 1993, cinco días antes de morir.
Lo hizo cuando su esposa, sus hijos y su nuera, atravesaban el océano Atlántico rumbo a Frankfurt, Alemania, donde se proponían pedir asilo. Previendo que el gobierno alemán no autorizaría el ingreso de su familia a ese territorio, el capo dijo públicamente que dinamitaría todos los aeropuertos de ese país y atacaría sus intereses en Colombia. Esa misma noche, el delincuente se comunicó en al menos cuatro ocasiones con el conmutador de la Casa de Nariño y profirió las mismas advertencias.
En ese momento el Comando Especial Conjunto y el Bloque de Búsqueda ya habían entrado en una especie de alerta máxima, porque los Escobar habían viajado a Alemania sin que la Cancillería de ese país hubiese confirmado todavía si aceptaba la petición del gobierno colombiano de deportarlos una vez aterrizara el avión de Lufthansa en el aeropuerto de Frankfurt. También estábamos pendientes del reporte de dos oficiales de la Policía –los mayores Gallego y Acuña que ya mencioné– que se habían camuflado en la aeronave como pasajeros para seguir de cerca los movimientos de la familia del capo.
Aun cuando era un hecho que, en esta, la última etapa de su vida, Escobar estaba acompañado por uno o dos sujetos, no se podía subestimar la amenaza y así se entendió en el CEC y en el Bloque de Búsqueda. La gravedad de lo que ocurría esa noche quedó plasmada en un informe evaluativo que escribí para el CEC y para el alto gobierno:
Se estableció contacto con el agregado policial de la embajada de Alemania en Colombia para coordinar asuntos relativos a los siguientes temas:
Identificación y control a personas sospechosas que viajaban en el avión de la línea Lufthansa.
Verificación de vulnerabilidades de la colonia alemana residente en Colombia y objetivos potenciales de ataques terroristas.
Establecimiento de seguridad física y de comunicaciones en la embajada y residencia del señor embajador.
Se visitó personalmente al señor embajador en compañía del director de la Dijín, el director de Servicios Especializados, el comandante de la Policía Metropolitana de Bogotá y el teniente coronel operativo de la zona norte, para ofrecerle los servicios de seguridad y protección necesarios e informarlo de la amenaza que el señor T hizo conocer contra los intereses nacionales alemanes en caso de que su familia fuera rechazada por ese país.
A requerimiento de la Presidencia de la República, un oficial de inteligencia evaluó las cuatro comunicaciones que se produjeron entre una persona que aseguró ser el señor T y el edecán de servicio de la Casa de Nariño.
Como consecuencia de la amenaza lanzada por la persona que dijo ser el señor T, unidades del Bloque de Búsqueda desplegaron actividades de inteligencia electrónica con los siguientes resultados:
Los trianguladores estratégicos situados en el municipio de La Estrella monitorearon dos comunicaciones de las cuatro que estableció el antisocial con la Casa de Nariño.
Las monitorías anteriormente mencionadas permitieron señalar dos puntos de emisión en un área situada a lo largo de la avenida 80 de la ciudad de Medellín.
Se estableció plenamente que el equipo usado por el narcotraficante corresponde a un teléfono móvil que opera en frecuencia modulada.
Analistas del Bloque de Búsqueda en Medellín, conocedores de la voz del narcoterrorista, aseguran categóricamente que la persona que se comunicó correspondía al señor T.
Con fundamento en el área general localizada entre los dos puntos de emisión señalada por los trianguladores, se iniciaron de inmediato operaciones de búsqueda y localización de caletas, empleando para ello al detenido Diego Londoño White, familiarizado ampliamente con los escondites del señor T Escobar en este sector.
En forma permanente se ha mantenido comunicación con el conmutador de la Casa de Nariño, y se han impartido instrucciones al oficial de la Policía para que de producirse una nueva llamada del antisocial se mantenga y dilate la conversación induciendo al interlocutor a hacer nuevas llamadas.
Con el objeto de establecer la identificación plena del equipo móvil que produjo la llamada hacia Santa Fe de Bogotá, se ha solicitado la facturación correspondiente al número de Palacio.
En forma parcial, los sistemas de monitoreo captaron apartes de una comunicación sostenida entre el señor T y algún periodista de la ciudad de Medellín ratificándose en las amenazas proferidas la noche del 27 de noviembre.
En previsión de nuevas llamadas del narcoterrorista, se dispuso la activación plena de los sistemas de monitoreo en Medellín, por cuanto resulta probable que se produzcan nuevos comunicados, bien a los medios de prensa o a la Fiscalía General de la Nación.
Siguiendo instrucciones superiores, se le envió al fiscal general de la nación la grabación correspondiente a la amenaza que formuló el antisocial y una transcripción de esta.
En previsión de una posible deportación, se han dispuesto los servicios de inteligencia correspondientes, así como un refuerzo de los servicios de seguridad y protección de la embajada, los consulados y la residencia del embajador alemán.
El avión de Lufthansa aterrizó en Frankfurt a las 6:30 de la mañana del domingo 28 de noviembre y ya en ese momento el gobierno colombiano había sido notificado por la Cancillería alemana de que procedería a la deportación. Por los mayores Gallego y Acuña supimos que las autoridades migratorias de ese país ordenaron detener el avión en un lugar lejano de la pista donde procedieron a bajar a los Escobar y los condujeron en patrullas de la Policía a las oficinas de Interpol para interrogarlos.
No obstante, las comunicaciones con los oficiales eran muy complicadas porque estaban en un país lejano, en un aeropuerto muy grande, sin teléfonos celulares todavía y en medio de un hermetismo obvio porque los intereses alemanes habían sido amenazados desde Colombia por un poderoso narcotraficante que había demostrado no tener miramiento alguno a la hora de hacer daño.
En este punto del relato me parece pertinente publicar un extracto del libro La caza del hombre, escrito por los exagentes de la DEA, Javier Peña y Steve Murphy, quienes refieren detalles interesantes de lo que ocurría en ese momento en el aeropuerto de Frankfurt y quiénes intervinieron para convencer a las altas autoridades alemanas de deportar a los Escobar. Lo que queda claro es que en ese momento en varios lugares del planeta se vivían momentos de alta tensión:
Cuando consultamos la lista de pasajeros, vimos que todos habían reservado en primera clase (los Escobar), nos dimos prisa para llevar a un agente al avión. Enviamos a uno llamado Ken Magee y lo dotamos de cámaras espía de última generación.
Nuestra oficina de la DEA en Fráncfort intervino junto con el Gobierno colombiano, además de, por supuesto, el cuartel general de la DEA en Washington y la embajada de Bogotá. Nuestra postura estaba muy clara: en ninguna circunstancia se les permitiría a los Escobar pedir asilo en Alemania y debían ser devueltos a Colombia lo antes posible.
El embajador (en Colombia, Morris Busby) no perdió el tiempo mientras el avión de Lufthansa estaba volando. Quería ejercer la mayor presión posible sobre Alemania para que devolviera a la familia y se dirigió directamente a Washington, como nos dijo Toft (Joe Toft, director de la estación de la DEA en Colombia). Con ello quería decir el secretario de Estado Warren Christopher e incluso el presidente Bill Clinton, a quien se instó que se pusiera en contacto con el canciller alemán Helmut Kohl con objeto de que los alemanes estuvieran al tanto de la situación. Como es lógico, todo el asunto era muy delicado y estaba en el punto de mira de los medios de comunicación en el mundo. Por su parte, el Gobierno colombiano respaldaba de lleno la postura de Estados Unidos y estaba presionando a los alemanes.
El coronel Gallego nos contó después que los alemanes no tenían ni idea de qué hacer y fueron presa del pánico. Muchas autoridades querían que se quedaran, mientras que otras querían que se marcharan. En un momento dado, se tomó la decisión de dejarlos pasar la noche en Alemania mientras se negociaba con el presidente colombiano, el canciller alemán y las autoridades estadounidenses. Magee, nuestro agente en el vuelo, nos llamó para confirmar lo que se estaba haciendo y que los agentes de la DEA de Fráncfort se hallaban en el aeropuerto con sus homólogos alemanes, controlando la situación. Era un impasse tenso. Magee nos dijo que las autoridades alemanas aún no habían tomado una decisión sobre los Escobar y se estaban inclinando por darles asilo. Más tarde supimos que los representantes de los tres gobiernos discutieron acaloradamente hasta el último minuto. Los Escobar habían solicitado permanecer tres meses y estaban planeando pedir asilo, cuando al final los alemanes decidieron mandarlos de regreso a Colombia.
Mientras tanto, en Medellín el Bloque de Búsqueda había activado todas sus unidades y el capitán Hugo Martínez recorría las calles con los equipos de radiogoniometría montados en un automóvil. Y en Bogotá, el CEC planeaba qué hacer cuando los Escobar regresaran a Colombia.
La primera decisión que se tomó fue forzar a la familia del capo a permanecer en la capital y evitar su regreso a Medellín. En Bogotá, sí, pero ¿dónde? En este punto del relato debo decir que la idea de llevar a los Escobar a Residencias Tequendama fue mía. Y lo hice fundamentalmente porque pensé que, como allí funcionaba la oficina de fachada, sería más fácil controlarlos y estar al tanto de los movimientos de Pablo Escobar. La razón que les daríamos era comprensible: motivos de seguridad.
La idea caló en el seno del CEC y de inmediato fueron reservadas dos habitaciones contiguas al final del pasillo del piso 29 de Residencias Tequendama, justo encima de la oficina de fachada donde yo ejercía la Secretaría Técnica del Comando Especial Conjunto.
La tarea: escuchar a los Escobar
Mientras tanto, los oficiales Gallego y Acuña habían informado que los Escobar no regresarían en el siguiente vuelo a Colombia y que el interrogatorio se prolongaría por horas en razón a que los alemanes querían saber muchas cosas de ellos: ¿por qué su decisión de buscar refugio en ese país? ¿Cuánto dinero llevaban? ¿Qué contactos tenían allí? ¿Qué tan cierta era la amenaza terrorista de Pablo Escobar? ¿Dónde estaba oculto en Colombia? ¿Cuáles eran sus socios en Alemania y en Europa? ¿Tenía inversiones en ese país?
Como el tiempo apremiaba, el CEC decidió que la mejor manera de controlar a la familia del capo era monitorear sus comunicaciones. La tarea le correspondió entonces a un grupo especial de técnicos de la Dijín, que entraron a la suite que les sería asignada, y en cuestión de horas ocultaron micrófonos inalámbricos de ambiente, muy artesanales por demás, en las lámparas, detrás de los televisores, en las habitaciones y hasta en la cocina. También fueron intervenidos los teléfonos instalados en la sala de la suite y en la habitación principal.
En medio de todo, la operación de monitoreo era una tarea sencilla. Los micrófonos inalámbricos que se camuflaron en las lámparas, en algunos tomacorrientes o en los aparatos electrónicos de la época transmitían en frecuencia modulada a un par de receptores que habíamos ubicado en nuestra oficina de fachada. Las pruebas resultaron exitosas, pero sin embargo cualquier cosa podía suceder porque era normal que los aparatos electrónicos interfirieran la señal de radio y era también previsible que la familia Escobar hiciera un rastreo detallado tratando de detectar los artilugios. No había otra opción que arriesgar y yo, particularmente, lo veía como un último recurso para abrir caminos hacia la localización de Pablo Escobar.
Finalmente, el vuelo proveniente de Frankfurt aterrizó en el aeropuerto El Dorado a las ocho de la noche del lunes 29 de noviembre. Habían pasado 48 horas desde cuando los Escobar salieron del país, 30 de las cuales permanecieron en la oficina de Interpol del aeropuerto alemán respondiendo todo tipo de preguntas.
Como ya habíamos sido advertidos de la deportación, el CEC coordinó el recibimiento con la Fiscalía y el inmediato traslado a Residencias Tequendama. El plan se cumplió al pie de la letra. El avión se detuvo a un lado de la pista y cinco minutos después entraron tres funcionarios del CTI de la Fiscalía, que se dirigieron a los asientos donde estaban los Escobar y les pidieron bajar con ellos. Los demás pasajeros esperarían a llegar al muelle de desembarco.
Ya en la plataforma, uno de los integrantes del CTI que se identificó como A1, le informó a la esposa de Escobar, Victoria Eugenia Henao, que por la seguridad del grupo serían llevados a un hotel de la Caja de Retiro de las Fuerzas Militares en el centro de Bogotá. Según reportaron después, la mujer se resistió y dijo que prefería buscar un lugar donde hospedarse, pero A1 insistió en que esa era la única opción aceptable para el Estado si querían preservar sus vidas.
Al borde de la medianoche, los parientes del capo llegaron a la suite asignada previamente por Residencias Tequendama y se les informó que a partir de ahí serían custodiados por varios anillos de seguridad compuestos por agentes del CTI y soldados de la Policía Militar. Ninguna persona podría acceder a ese piso sin autorización de la Fiscalía.
Así las cosas, solo había que esperar que Pablo Escobar apareciera. La oficina de fachada estaba más activa que nunca y María Emma Caro se ubicó en un pequeño escritorio donde estaban los equipos que nos permitirían saber qué ocurría en la suite de arriba. La hora definitiva había llegado. Era el momento indicado para que ella capitalizara el aprendizaje que recibió durante las muchas charlas que sostuvo con el capitán Martínez antes de que él viajara a Medellín. Si Pablo Escobar llamaba, en fracciones de segundo había que medir su comportamiento, sus palabras, su tono, e informarle por radio al capitán Martínez que el capo y su familia estaban en contacto. María Emma estaba más que preparada.
El martes 30 de noviembre no observamos mucho movimiento porque imaginamos que los Escobar debían estar descansando después del largo y estresante viaje de ida y vuelta a Alemania. Recuerdo que según me dijo María Emma, ese día solo entró una llamada telefónica, la de una hermana de la esposa del capo, pero hablaron generalidades, nada que llamara la atención.
Sin embargo, en la tarde de ese mismo día y con lo buena investigadora que es, María Emma decidió subir las escaleras y mirar qué pasaba en el piso 29, donde estaban los Escobar. Me dijo que le había llamado la atención ver en el pasillo a un par de personas muy sospechosas, que al parecer hablaban con el hijo del capo. Nos preguntábamos cómo era posible que, a pesar de las instrucciones dadas a la recepción del hotel, dos personas no identificadas habían tenido acceso al piso 29.
Al día siguiente, primero de diciembre, las alarmas estaban prendidas porque era el cumpleaños número 44 de Pablo Escobar. Algo debería pasar, pensábamos, pero nada. Los Escobar no hablaban demasiado en la suite y los teléfonos no sonaban. Lo único que sucedió fue una entrevista de Juan Pablo Escobar en una emisora de Medellín. La corta conversación, según evaluamos inmediatamente, tuvo varios objetivos: enviarle a su padre un saludo de cumpleaños, darle a entender que todos estaban bien en Residencias Tequendama y contarle que la experiencia del fallido viaje a Alemania había sido muy traumática.
En algún momento del día y ante el silencio en el piso 29, María Emma bajó a recoger algunos documentos a la recepción del hotel y cuando regresó me comentó que se había encontrado en el ascensor con Juan Pablo Escobar, quien iba acompañado por otras dos personas, diferentes a las del día anterior, pero con el mismo mal aspecto. El muchacho dijo algunas cosas intrascendentes y María Emma no dudó en reconocer su voz porque ya algunas veces lo había escuchado en conversaciones interceptadas con su padre. Eso sí, ahora la atemorizaba su tono de voz y el lenguaje agresivo que utilizaba al referirse al Bloque de Búsqueda y a la persecución implacable de la Policía. No nos resultaba comprensible que el hijo de Escobar hiciera alarde de su bravura dentro de un ascensor frente a una persona desconocida, salvo que quisiera enviar una señal de que estaba dispuesto a arriesgarlo todo. Incluso llegamos a pensar que sospechaba de la presencia de María Emma, a quien seguramente asumió como una agente de inteligencia.
María Emma contó que estaba inquieta y de cierta manera asustada por la apariencia recia del hijo del capo y me comentó que era bastante posible que ya la hubieran reconocido como alguien asiduo en el hotel y se planteaba qué respondería si le preguntaban qué hacía allí en ese momento. María Emma sabía de memoria la historia ficticia que habíamos creado para ella, pero la asaltaba la duda de qué pasaría si le hacían preguntas en torno a la empresa donde trabajaba, que supuestamente importaba equipos electrónicos de comunicación. También podría pasar que le dijeran que querían ver los aparatos que ofrecía y ese sería un gran problema. Era un escenario posible y por ello me dijo que ya había pensado en cambiar la historia de la fachada y decir que estaba estudiando una especialización en biología marina. De entrada, la idea me pareció demasiado arriesgada porque significaba improvisar algo que no habíamos planeado antes, pero respondió que lo hacía como una muestra de supervivencia porque podía hablar sobre mar, peces, tortugas, tiburones… es decir, temas tan generales que no dieran pie a preguntas incómodas.
Con esa expectativa, ella volvió a subir al piso 29 con la idea de identificar qué tipo de ropa usaban las personas que visitaban a los Escobar porque de su vestimenta podría surgir alguna pista que le sirviera a la inteligencia del Bloque de Búsqueda. La fugaz inspección sirvió para encontrar un par de datos intrascendentes, pues fue evidente que las personas que hablaban con el hijo del capo tenían un marcado acento paisa y lenguaje soez y cargado de rabia. Nuestra pregunta seguía siendo la misma: ¿quién era en el exterior el enlace de la familia Escobar con la capacidad de coordinar visitas a su lugar transitorio de residencia? Empezamos a sospechar hasta de nuestra propia sombra. La reflexión más rápida que hicimos nos llevó a pensar que algún responsable del esquema de seguridad asignado por el CTI había sido penetrado por el cartel.
En la mañana del jueves 2 de diciembre, María Emma volvió a encontrarse en el ascensor con Juan Pablo Escobar, quien iba acompañado por los dos hombres de los días anteriores. Esta vez, la última que los vería, el lenguaje y el tono de las palabras del hijo del capo fueron distintos. Se veía muy molesto, fuera de casillas y, términos más, términos menos, dijo en voz alta: “No se van a salir con la suya, mi papá es un berraco. Esos hijueputas del gobierno no saben con quién se están metiendo. Y ni crean que yo no soy capaz de defender a mi padre”.
De regreso a la escucha de las llamadas y a lo que decían en la suite, al promediar la mañana el hijo del capo recibió varias llamadas de periodistas de diferentes lugares de Colombia y el mundo, interesados en obtener una entrevista sobre el viaje a Alemania y su situación actual en Residencias Tequendama. Una de esas llamadas fue del jefe de investigación de la revista Semana, Jorge Lesmes, quien planteó un cuestionario muy personal, no dirigido a Pablo Escobar, sobre la situación tan complicada que vivían en ese momento. Juan Pablo rechazó todas las peticiones, menos la de Lesmes, quien se comprometió a hacer llegar cuanto antes un sobre con las preguntas. Los pormenores de este crucial episodio son recordados por el periodista en una entrevista que le hice a propósito de este libro.
En esas estaban cuando escuchamos que, de manera inesperada y sin que les hubiese caído en gracia, los Escobar recibieron la visita de tres generales, del Ejército, la Armada y la Policía, quienes fueron a notificarles dos decisiones encaminadas a reforzar su seguridad: la ampliación de la vigilancia del apartahotel con un centenar de soldados más de la Policía Militar y la suspensión total del acceso de cualquier persona al piso 29, salvo que estuviese autorizado por la Fiscalía.
Eran cerca de la una y media de la tarde. La charla con los generales fue tensa, pero de un momento a otro entró una llamada que interrumpió la conversación. Los oficiales se fueron y Juan Pablo tomó el teléfono y saludó al operador del conmutador de Residencias Tequendama, quien le dijo que estaba llamando el señor Pablo Escobar. Al escuchar la voz del capo, María Emma advirtió de inmediato al capitán Martínez, quien, como desde hacía varios días, estaba alerta en las calles de Medellín. Al mismo tiempo, fue activado el componente especial del Bloque de Búsqueda que tenía como objetivo a Pablo Escobar.
El momento del capitán Martínez había llegado
No obstante, esa primera llamada habría de durar escasos treinta segundos porque Juan Pablo Escobar colgó el teléfono sin prácticamente dejar hablar a su padre. Quedamos en suspenso y por momentos pensamos que ya no habría más comunicaciones, pero cinco minutos después entró otra llamada de Pablo. Esta vez Juan Pablo no colgó, sino que pasó la llamada a su mamá, Victoria Eugenia, quien estaba en la habitación de al lado. La conversación entre la pareja fue más larga y durante ese tiempo María Emma mantuvo contacto radial con el capitán Martínez, que seguía moviéndose hacia el sitio donde indicaba la señal del equipo de radiogoniometría.
El semblante de María Emma cambió y aunque se veía tensa, se comportó con una serenidad admirable porque sabía que esta podría ser la última oportunidad para llegar a Escobar.
Muy pronto entendimos que Pablo Escobar había decidido dejar de lado la norma básica de seguridad que lo había mantenido a salvo por tanto tiempo, es decir, hablar poco para evitar que lo localizaran. Y como había decidido violar esa regla, volvió a llamar dos veces más, pero Juan Pablo colgó de nuevo, irritado. En una quinta llamada, un Pablo Escobar exaltado pidió hablar con su hija Manuela o con Juan Pablo, quien pasó al teléfono y pidió a gritos a su padre que colgaran, porque muy seguramente los estaban escuchando.
Una tensa calma se percibió en el piso 29, cuando de repente anunciaron que había llegado el sobre de manila con las preguntas enviado por el periodista Lesmes. Seguramente empezaron a revisarlas porque notamos un muy largo silencio en la suite. Hasta que, pasadas las dos de la tarde, Pablo Escobar volvió a llamar y su hijo le dijo que ya había revisado el cuestionario de Semana. El capo pidió que las leyera despacio para apuntar las preguntas en una agenda y entre los dos las responderían.
María Emma, exaltada, le decía al capitán Martínez por el radioteléfono: “Sigue hablando, sigue hablando”. “Busquen, busquen, sigue hablando”.
Entonces, Juan Pablo activó el altavoz del teléfono y leyó las primeras preguntas: “¿Cuáles fueron las razones por las cuales salieron a Alemania?; ¿Por qué escogieron a Alemania? ¿Qué pasó en ese país? ¿Por qué les negaron la entrada? ¿Pensaron partir hacia otro país?”. Iba a leer la siguiente, pero su padre interrumpió, afanado, y dijo que volvería a llamar en veinte minutos.
Por el número de llamadas y por su duración, era de suponer que el capitán Martínez y su equipo de especialistas en inteligencia técnica, con ayuda de los trianguladores desplegados, seguramente habían identificado de manera muy cercana el área desde donde Pablo Escobar se había comunicado. Pensando con el deseo creímos que la interrupción tan abrupta en la última llamada habría sido motivada porque el objetivo estaba ya muy cercado en algún lugar de Medellín. Fueron pocos minutos, pero al mismo tiempo una larga espera, hasta que finalmente el capitán Martínez se comunicó con María Emma y en voz exaltada y muy eufórica le dijo: “¡Misión cumplida, viva Colombia!”. La cara de la joven analista de inteligencia que había permanecido por largos meses en una oficina improvisada en el centro financiero de Bogotá me transmitió sin decir una palabra que el final de Pablo Escobar había llegado.
Como he descrito, el cuestionario que el periodista Lemes hizo llegar a Residencias Tequendama habría de ser fundamental en el desenlace de esta historia. Tres décadas después él aceptó responder algunas preguntas para este libro sobre esos momentos. Su testimonio es revelador.
A estas alturas del relato y admitiendo con franqueza que existen distintas versiones sobre quién dio de baja finalmente a Escobar, debo decir que los dos relatos que en mi opinión más se ajustan a la realidad son los consignados por el coronel Hugo Aguilar en su libro Así maté a Pablo Escobar y la descripción publicada en el libro Caza al hombre, escrito por Javier Peña y Steve Murphy. En últimas, estoy convencido de que el golpe histórico que terminó con un ciclo de violencia que nos ha marcado y nos marcará por muchos años, fue el resultado de una operación policial donde el mérito recae en funcionarios que actuaron arriesgando su vida de manera anónima y muy sacrificada. Por eso, una vez más, incluyo esos reveladores momentos.
Así maté a Pablo Escobar:
Cuando estuvimos frente al inmueble observé que en la casa de al lado estaban fundiendo una placa de concreto. Todos tomamos posiciones. Luego les advertí a los trabajadores de la obra que yo era del Bloque de Búsqueda y que se tiraran al piso porque íbamos a hacer un operativo. Obedecieron sin chistar y dejaron la mezcladora prendida, que hacía mucho ruido porque era demasiado vieja.
Tras observar el panorama decidimos romper la puerta de entrada con maseta, y no con cordón detonante. Una vez adentro, vimos un taxi en el parqueadero y procedimos a hacer un barrido en la sala, en la cocina y en el cuarto del servicio del primer piso. No había nadie. El ruido de la mezcladora nos ayudó y Pablo no se dio cuenta de la rotura de la puerta.
Luego empecé a subir las escaleras que conducían al segundo piso. Cuando escuchó pasos dentro de la casa, Escobar dijo: “Aquí está sucediendo algo”, y tiró el teléfono. Luego reaccionó con rapidez y sacó una pistola y nos disparó como cuatro veces; me agaché y se me fue una ráfaga de fusil al techo, que era de machimbre. Luego, Escobar corrió hacia una habitación, pero la puerta estaba con seguro y no abrió; en ese momento yo había sacado mi pistola. En fracciones de segundo nos hizo otro tiro y corrió hacia una habitación en la que había una ventana o hueco grande en la pared del fondo, con la intención de saltar hacia la casa de al lado; disparé y le pegué el tiro de semicostado, que le entró por la espalda, atravesó el corazón y se alojó en la mandíbula; y el agente Barragán, que es alto, por encima de mi cabeza le hizo un tiro de R-15 que le dio en el oído. En ese momento Escobar cayó por el hueco de la ventana. Los grupos que cubrían la parte de atrás, en los flancos izquierdo y derecho, empezaron a disparar e hicieron más de 150 tiros, pero solo uno rozó la pierna izquierda del capo. Cuando cayó de la ventana, Escobar ya estaba muerto. Los disparos hechos desde abajo por los policías que nos protegían no tenían línea de fuego y pegaban en la pared donde nosotros estábamos atrincherados.
Entonces le grité al capitán Flórez, a quien le decíamos Galletas:
—Galletas, Galletas, ¡alto al fuego!
—¡Jefe, está tendido sobre el tejado!
—¡Alto al fuego! Ya está muerto, nos van a matar a nosotros, le están pegando los tiros a la pared donde estamos atrincherados.
Finalmente, no hubo más disparos. Miré de reojo y lo vi desplomado sobre las tejas. En su mano derecha tenía la pistola Sig Sauer y en la sobaquera portaba otra, marca Glock. Luego grité:
—¡Voy a saltar!
Salté al tejado y me di duro porque era muy alto. Era tanta la adrenalina del momento que no sentí dolor. Me acerqué sigilosamente, retiré con el pie la pistola, guardé la mía, lo cogí de la camisa, le miré bien la cara y sobre todo las cejas, le quité el reloj y lo detuve a las 3:20 de la tarde. Luego lo cogí de la camisa e hice un gesto de que sí era Pablo Escobar. Tomé el radio y grité:
—Viva Colombia, murió Pablo Escobar.
Caza al hombre:
La unidad de la Dijín con la que trabajábamos codo con codo salió de la base acompañada del teniente Hugo Martínez y de las unidades encargadas del equipo de radiogoniometría. El equipo usaba la triangulación para localizar de dónde procedían las frecuencias de radio. En ese tiempo, los teléfonos móviles funcionaban mediante radiofrecuencias, y el teniente Martínez había pasado meses averiguando la que usaba Escobar para hablar con su familia, que, en aquel entonces, eran los únicos residentes del hotel Tequendama en Bogotá. Conocíamos en qué frecuencia estaba hablando Escobar cuando se puso en contacto con su hijo para darle instrucciones y saber las novedades.
Cada vez que el teniente Martínez se acercaba con su equipo de radiogoniometría, los hombres de la Dijín se organizaban en la zona general de la señal. Después del almuerzo me quedé de pie en la puerta de la sala usada por la Fuerza Delta y los Navy SEAL (los otros gringos en la base) y vi al agente de la CIA salir de la base en coche con el equipo de vigilancia de la agencia, ajeno por completo al entusiasmo que los rodeaba. Al mismo tiempo, vi al equipo ejecutivo del coronel Martínez yendo a toda prisa al despacho del coronel. Los seguí para ver qué estaba pasando. Cuando llegué a la puerta, el coronel Martínez me hizo un gesto para que entrara en su oficina con los demás. Estaba hablando y escuchando a través de una radio portátil de la policía. Los otros agentes colombianos estaban evidentemente emocionados y hacían los preparativos para montar una operación de todo el Bloque de Búsqueda. Como es lógico, se tarda más de algunos minutos en tener equipados y listos a seiscientos agentes de policía, con los vehículos de transporte en marcha y estacionados, informar a los distintos niveles de mando de lo que está sucediendo y luego juntar a todas las tropas para salir. No estaba seguro de con quién estaba hablando por radio el coronel Martínez, pero supuse que era el grupo de avanzada de la Dijín. Creían que habían localizado a Escobar. Y luego todo pareció ocurrir en un santiamén. El equipo ejecutivo de Martínez empezó a hablar de las distintas tácticas y alternativas, pero era evidente que el coronel Martínez tenía todo bajo control. Dijo a su gente sobre el terreno que estábamos reuniendo a todos y nos dirigiríamos allí lo antes posible. Daba la impresión de que quisiera que las tropas de primera línea esperaran hasta que llegara ayuda, pero también les dijo que siguieran adelante con su misión si no había elección. Luego la radio enmudeció durante algunos minutos y temí que fuera otra falsa alarma. En los dieciocho meses que habían transcurrido desde que Escobar se fugó de la cárcel, habíamos pasado por miles de redadas y cientos de avistamientos de Escobar. En todos los casos nos eludió. Aun así, algo había cambiado. Todos hablaban en voz baja con el coronel y se respiraba una sensación de emoción muy diferente. Me quedé completamente inmóvil, esforzándome por escuchar la radio de la policía. Tras lo que pareció una eternidad, se oyó una voz triunfal por encima de las interferencias de la radio. «¡Viva Colombia!» Todo el mundo en la sala prorrumpió en un gran aplauso. Todos supimos que Escobar estaba muerto.
Poco después, ya en calma en la oficina de fachada, le pregunté a María Emma por los angustiosos momentos que vivió durante el tiempo que escuchó las llamadas finales de Pablo Escobar. Se le hizo un nudo en la garganta y recordó que, en la tercera y cuarta llamadas, cuando el capo pidió hablar con Manuela o con Juan Pablo, lo sintió desesperado, como en una soledad absoluta. También lo percibió desencajado. María Emma cree firmemente que en esos instantes Juan Pablo Escobar llegó a presentir que su padre estaba entregado, como esperando un desenlace; que su padre no era el mismo de siempre, que era un Pablo Escobar derrotado, aburrido, como si supiera que no volvería a ver a su familia, convertida al final en su verdadero talón de Aquiles.
***
La búsqueda sistemática de Pablo Escobar había llegado a su fin. Habían pasado casi quinientos días desde cuando se fugó de la cárcel de La Catedral. Pero ahora, sin la sombra del narcoterrorismo, pero con el narcotráfico ahí, era el momento de pensar en calma y mirar hacia el horizonte. Así lo hicimos el 6 de diciembre de 1993, escasas 72 horas después de la muerte del capo, cuando se reunió el Consejo de Seguridad Nacional, una instancia superior en el andamiaje del funcionamiento del país. Precisamente, para esa reunión proyecté el siguiente documento que resumía en plata blanca el panorama que nos esperaba:
La lucha sistemática contra el cartel de Medellín ha generado una disminución notable del narcoterrorismo y un proceso de acomodación de organizaciones intermedias dedicadas al narcotráfico.
Los denominados carteles intermedios o de bajo perfil deben combatirse de tal manera que no se plieguen al denominado cartel de Cali, o se constituyan en una nueva organización de características desestabilizadoras para las instituciones del país.
Las maniobras distractoras del cartel de Cali han conducido a las autoridades a considerar la entrega inminente de un grupo de traficantes de esa organización; sin embargo, no existen elementos que permitan afirmar y avalar esta apreciación. Lo que se quiere significar es que frente al cartel de Cali debe actuarse con contundencia, evitando a toda costa ser víctimas de la desinformación que desde allí se genere.
El sentimiento triunfalista que se constata a nivel de algunas autoridades no puede conducir a situaciones de impunidad. La baja de Pablo Escobar no puede conducir a la aplicación de medidas que favorezcan los intereses procesales de los reclusos de la cárcel de Itagüí.
Existe evidencia de que Roberto Escobar pretende convertirse en la figura que aglutine los reductos del cartel de Medellín, por lo cual resulta impostergable considerar cursos de acción para aislarlo del medio que lo rodea.
Las operaciones en cubierta contra las organizaciones de fachada, sectores financieros y testaferros de los narcotraficantes deben convertirse en objetivo primordial de las agencias de seguridad.
Es previsible que tal como ocurrió con la muerte de Gonzalo Rodríguez Gacha, se inicia una campaña de vendettas internas entre los narcotraficantes con miras a asegurar el poder económico de las figuras más reconocidas de esta modalidad delictiva.
Los efectos y la magnitud del golpe propinado al narcotráfico son en la actualidad inconmensurables, situación que nos lleva a reflexionar sobre estrategias y acciones encaminadas a fortalecer la solidez y el prestigio del gobierno y sus instituciones.
Las recriminaciones mutuas que se han generado recientemente entre la Fiscalía, la Procuraduría y otros organismos, deben superarse mediante la capitalización compartida del éxito obtenido por el Bloque de Búsqueda.
La muerte del narcoterrorista no sólo debe significar la desescobarización del interés nacional, sino que debe reubicar al delito del narcotráfico en un ámbito policial y no de seguridad nacional.
La imagen que hoy se ofrezca de Colombia es la de un país que ha superado el riesgo desestabilizador producido por el narcotráfico y en este orden de ideas debe contribuir a propósitos estratégicos de políticas internacional y económica.
El éxito del Bloque de Búsqueda debe convertirse en el éxito global de la fuerza pública.
El modelo del Bloque de Búsqueda, según el perfil de cada región, debe ser extendido y probado en distintas ciudades del país.
A toda costa debe evitarse que el grado de credibilidad alcanzado por la baja de Escobar sea desdibujado por campañas de desinformación de narcotraficantes y guerrilleros.
Muy a pesar de que por años había deseado el final de Escobar, tarea que por momentos aparecía siempre como inconclusa, lo cierto es que cuando tuve la certeza de que el capo de capos había muerto, mi reacción fue muy confusa. Desde luego sentí un gran alivio y satisfacción, pero a diferencia de otras operaciones, en las que celebré los resultados con júbilo y euforia, en este caso por mi mente pasaron las imágenes de una película de terror muy larga en la que cada éxito parcial obtenido gracias a la tarea heroica del Bloque de Búsqueda, la respuesta de Escobar era más violenta. Fueron años en los que la espiral de violencia nunca se detuvo y ahora que el capo había sido definitivamente aniquilado, la idea de una retaliación por su muerte no me perseguía y eso era tal vez lo único que me producía un poco de tranquilidad.
En la noche de ese viernes 2 de diciembre de 1993, después de contagiarme de esa especie de júbilo nacional, salí de Residencias Tequendama en el pequeño taxi en el que me había movilizado por meses. Llegué a mi casa, nos abrazamos con Claudia y las niñas y decidimos salir hacia la casa de mis padres en Guaymaral, donde había comenzado esta última etapa de mi vida profesional.
Cuando llegamos, mi sorpresa fue grande pues mis padres, mis hermanos y toda la familia nos estaba esperando. Como suele suceder en estos casos, la conversación estuvo saturada de preguntas que esperaban una respuesta de mi parte que francamente no tenía. Aún recuerdo una expresión que durante muchos años escuché de mi mamá, quien solo con mirarme siempre adivinaba qué estaba pasando conmigo. Con su entonación y hablado muy paisa dijo: “Mijo, te veo más preocupado que alegre”. No supe que decir. La verdad es que ya estaba pensando qué sería de mi futuro y de la nueva misión que me asignarían. No estaba equivocado.