TESTIMONIO
“Vivimos como en los peores tiempos de la guerra en Colombia”: médica relata el calvario de trabajar así en Cali
“Tenemos enfermos que han fallecido porque los bloqueos no dejaron pasar ambulancias con traslados. Los muertos que sumaremos en 3 o 4 semanas por covid-19 serán aterradores, sin contar los muertos y heridos de los enfrentamientos”.
Soy médica de un hospital reconocido en Cali, mi ciudad. Quise hacer esta carta pública para que el país se entere de lo que vivimos. Simplemente la situación se salió de control y no vemos cómo salir de esta crisis. Guardo mi nombre porque como leerán estamos ante una amenaza real contra nuestras vidas.
Llegar a trabajar se ha convertido en todo un calvario. Todos los días para llegar al hospital es el mismo recorrido, el mismo peligro. En los cuatro retenes en sentido norte sur nos pararon agentes de movimientos guerrilleros. Sí. Se trata del mismo biotopo, lenguaje y modus operandi que conocimos antes de quienes tuvimos la dura experiencia de vivir en Colombia en los años 90 en las zonas rojas, donde no había ley, ni orden.
¿Por qué estamos en la vía? preguntan en el primer retén. Sencillo: para poder salvar la de ustedes si lo necesitan. Siempre que me preguntan presento mi identificación de médica. La respuesta es la misma: no hay paso y el conductor de la moto debe devolverse. Esa era la primera parada. Tres hombres con botas pantaneras, camuflado incompleto y camisetas tipo esqueletos. Están cubiertos cabeza y rostro con pañoletas o camisetas rojas.
A veces me dicen que puedo pasar sola, pero no sé manejar moto. Solo voy a prestar un servicio social con mi profesión. Indolentes me contestan que ahora lo que importa es pelear por la causa. ¿Si muere gente qué más se puede hacer?... ¡ni modo!
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Al final decidí ser más astuta. “Compañero su causa es mi causa”, le dije a la persona que me interceptó. Eso lo suaviza y nos deja pasar pero me advierte: “¡Este señor no vuelve a pasar! Mire a ver cómo se las arregla”.
Llegamos al segundo bloqueo mientras vemos la desolación y destrucción de la vía. Hay mucho movimiento. Hombres en botas, camuflados camisetas y ponchos. Se mueven a pie con pimpinas con gasolina, otros en motos y taxis. Llegamos al siguiente control. Ahí más hostiles preguntan nuevamente por nuestra identidad y nos dicen que solo hasta hoy habrá paso. Revisan el carnet y visualizan la moto. Luego hacen arengas contra el uribismo y celebran sus victorias: “¡Tumbamos la reforma y tumbamos al ministro!”, gritan felices. Pero advierten: “¡Esto no va a parar hasta lograr el objetivo de la causa!”
La advertencia es por acá NO VUELVE a pasar. Vemos en el camino una estación de gasolina y está milagrosamente abierta. Están tanqueando varios carros. Entramos. El empleado no nos habla. No mira a los ojos. Solo le obedece a un hombre con acento marcado huilense de unos 30 años cubierto con una camiseta roja y dos taxis.
La verdad es que estamos bajo un nuevo orden criminal e ilegal. Nadie lo ha denunciado en el departamento del Valle del Cauca. Yo lo he podido ver en los bloqueos de la vía Cali-Jamundí, tanto por la Cañas Gordas como por la Panamericana. Es una nueva guerrilla y son ellos quienes imponen su ley, legitimados por la comunidad que no tiene otra opción ante la ausencia del Estado, la Policía y el Ejército.
Siento pena por las comunidades indígenas. Ellos no son los que están ahí. Estos hombres usan una fachada disimulada. La cosa es más tenue por la Vía Cañasgordas, pero totalmente descarada en la Panamericana.
La gasolinería es un gran símbolo de lo que pasa. A muchos les llenan pimpinas. El hombre está emocionado celebrando los logros de sus luchas. Habla con los demás y les dice: “¡Camaradas lo estamos Logrando!”
Nos pregunta quiénes somos y qué hacemos ahí. Mi acompañante ya irritado dice: ”¡No ve, necesito gasolina!” El hombre que atiende trasforma su mirada y contesta: “¡Acá se hace lo que nosotros decimos! ¡Acá nosotros decidimos a quién le vendemos! Estamos ocupados en la causa y está gasolina la manejamos nosotros. Nuestra lucha es por ustedes, por la comunidad, por el pueblo.
Le hago una señal a mi acompañante y le digo: “¡Tranquilo compañero que acá también apoyamos la causa! Solo que nuestro trabajo es un servicio a la comunidad también”. El hombre replica: “¡Así me gusta! A nosotros nadie nos habla duro. Esta lucha es hasta que tumbemos a Duque y pongamos nuestro presidente legítimo. Ya lo vamos logrando. Tumbamos la reforma y al HP de Carrasquilla. ¡Vamos es por DUQUE!“
El hombre, que parece el comandante, autoriza que nos vendan la gasolina, pero advierte que a nadie más porque es para la causa. Luego llegando a la desviación Pangola los Naranjos hay otro retén más. Se divide en dos partes, en el primero parecen guerrilleros aunque no tienen brazalete. Más adelante, dos mujeres universitarias, vestidas de negro pero con pañoletas rojas. Mujeres duras de mirada indolente. De forma parca me piden la identificación. Me dicen que el carnet no les sirve y me piden la cédula. “¿Viene a turno o qué? ¿Qué hace por acá?” A mi compañero le dicen que debe quedarse ahí hasta que yo termine el turno.
Mientras esto sucede, veo dos soldados. Siento esperanza, pero veo que estos departen indiferentes con los personajes de las botas y concluyó ya no hay Estado. Estoy bajo un nuevo orden criminal e ilegal.
Llegué al hospital con la moral en el piso, una mezcla entre la frustración de no poder ir a hacer mi trabajo y perder mi libertad. Me sentía bajo un nuevo y oscuro orden totalitario marxista. Acá ya no hay Estado social de derecho. El poder de las armas y los derechos están supeditados al nuevo orden. Un verdadero estado fallido. Estos criminales han disuelto el Estado social de derecho en este sitio. La comunidad nacional e internacional debe saber lo que pasa. Nos han violado todos los derechos. Y no es el Estado. Son estos personajes que, si bien no tiene un brazalete de un grupo armado, sí actúan como tal. ¿Son disidencias? ¿Desmovilizados de las Farc? ¿Elenos? ¿M19?
La comunidad debe saber que el derecho a la vida ha sido vulnerado masivamente. Tenemos enfermos que han fallecido porque los bloqueos no dejaron pasar ambulancias con traslados. Los muertos que sumaremos en 3 o 4 semanas por covid-19 serán aterradores, sin contar los muertos y heridos de los enfrentamientos.
Tampoco se garantiza el derecho a la salud. Muchos pacientes no pudieron recibir atención oportuna, porque muchos profesionales no pudimos llegar a los lugares de trabajo. No hay insumos ni medicamentos en muchas instituciones porque los bloqueos no permitieron su llegada. Muchos de estos jóvenes que marcharon se contagiarán de covid-19 y morirán en 3-4 semanas o contagiarán a otros.
Se vulneró el derecho a la educación porque miles se quedaron sin la oportunidad de estudiar. Y el derecho al trabajo de todos porque nos quieren obligar incluso a los trabajadores de la salud a unirnos a su causa. El derecho al mínimo vital también. Se ha agotado los alimentos, suministros básicos como agua y gasolina. Vivimos como en los peores tiempos de los sitios de guerra. No hay derecho a movilizarse libremente. Ni libertad de expresión o de consciencia porque solo se puede estar de acuerdo con esa ola de terror.
Mientras tanto, quienes incitan a esta violencia tienen una excelente campaña mediática que desvía la atención. Hacen ver al Estado como el agente opresor cuando todo un país está arrodillado ante estos enemigos que ya han sido vencidos antes.