Nación
“Yo quisiera que mis hijas no se dedicaran a la agricultura”: el lamento de un papero
En su última cosecha, Luis Alejandro Bohórquez perdió 10 millones de pesos; para pagar parte de las deudas contraídas con el banco va a vender dos terneros. Este es uno de los tantos dramáticos casos que viven los pequeños paperos boyacenses.
“Yo quisiera que mis hijas no se dedicaran a la agricultura porque esto de la agricultura es una vaina que no es estable. Usted puede en un año ganar y durante dos años perder mucha plata. Entonces si uno puede darle un buen estudio para que tenga su trabajo estable y no estar echando azadón sin obtener nada, es mejor hacerlo”.
Esta es la opinión de Alejandro Bohórquez, un papero de 40 años que vive en la vereda de San José de Gacal, Ventaquemada, con su esposa, su hija de 9 años y su hijo de 17 años. Sus palabras las repiten buena parte de los agricultores de la región. Las dicen no porque no se sienta orgullosos de su labor, sino porque la inestabilidad económica que se ha incrementado en los últimos diez años los ha llevado a pensar que sus descendientes deben encontrar otras profesiones y oficios más redituables.
De hacerse realidad el deseo de Alejandro, con él se acabaría una tradición familiar centenaria en la que el amor y la pasión por trabajar la tierra pasa de generación en generación. Él aprendió el oficio de su padre. A los 16, cuando todavía estaba en el colegio comenzó a “echar azadón” y hacer sus primeros negocios: “Yo ayudaba a sacar papa, a desyerbar y a hacer los oficios del campo. A los 25 años ya comencé a trabajar por ahí con una carguita de semilla (dos bultos) y a los 4 o 5 años después ya sembraba mis 20 carguitas. Mas o menos una hectárea”, dice Alejandro.
Durante sus 25 años como agricultor ha llegado a sembrar en sociedad (o como ellos dicen en “socia”), hasta diez hectáreas. Para ese entonces el negocio dejaba buenas ganancias y aunque había periodos de pérdidas, no eran tan grandes y se podían pagar con los ahorros o con lo producido en otras cosechas. Pero ahora la realidad es distinta: las bonanza dejaron de ser buenas y las pérdidas son cada vez más frecuentes. En esta cosecha Alejandro ya acumula 10 millones en pérdidas.
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“Esta vez -dice Alejandro- me metí a sembrar en dos lotes, y la cosecha solo me devolvió 10 millones y había invertido 15 en cada uno. Perdí 5 millones en cada lote y esa plata no se vuelve a recuperar”. Lo grave de esa pérdida radica en que esa inversión la hizo con un crédito otorgado a cinco años por el Banco Agrario. Para cumplir con el compromiso, Alejando piensa en varias opciones: “Toca trabajar en lo que sea. Ayudar a un socio o a un vecino a sembrar o cosechar alverja, zanahoria o en los oficios que tenemos acá en Ventaquemada. O si tiene uno un ganadito, venderlo, porque ¿de dónde uno más va a sacar? Tengo dos terneritos me darán por ahí 1.500.000 por cada uno. Ahí se harán 3 millones para seguir pagando el crédito. Lo cierto es que no puede ser acá solo patrón, porque ahorita con esta pérdida tan berraca toca hacer de todo para cubrir la pérdida. Si usted no se gana un jornal entonces estamos graves”.
Cultivar papa requiere invertir mucho dinero. De este negocio dependen centenares de familias, repartidas entre las de los agricultores dueños de la cosecha (que por lo general arriendan entre 1 y 10 hectáreas), los administradores, y los que siembran y cosechan. Si los precios del tubérculo son buenos, es decir, entre 35.000 y 45.000 pesos el bulto de papa gruesa, esa cadena dinamiza la economía de estos pueblos boyacenses y de su capital, Tunja.
El problema de los bajos precios de la papa radica en que no solo perjudican a los pequeños agricultores dueños de las cosechas. Al respecto Alejando explica: “Desde que una empieza la siembra en adelante uno comienza a emplear gente. Para tapar una hectárea de papá se van aproximadamente 20 obreros. Luego comienzan las aplicaciones de fungicidas y la desyerba que ocupan 30 obreros. La recolección se paga por contrato: si una hectárea vota por decir 500 cargas se paga entre 10.000 o 5.000 la carga. El precio varía según el rinde de la papa, porque si hay buen rinde sube el precio de la carga, pero si no hay buen rinde, baja”.
Alejandro piensa que hay dos factores de largo aliento que desde hace años están influyendo en las constantes bajas de precio de la papa. Uno tiene que ver con que hay una sobreproducción, tanto de pequeños y medianos agricultores, como de los grandes. El problema es que los grandes productores no tienen tantas pérdidas porque los costos de producción son más bajos y por lo general tiene suficiente capital para soportar esas crisis. En cambio, el pequeño agricultor no.
Por otro lado, están las importaciones de papa. Se estima que el país produce cerca de 2.800.000 millones de toneladas del tubérculo y que se importan cerca de 60.000 toneladas al año. Una cifra pequeña, pero que en términos reales es mayor porque la papa del exterior es procesada y se ha calculado que un kilo de este producto equivale a cerca de 3 kilos de papa en bruto. Para acabar de rematar la situación Alejandro afirma que “la pandemia también nos terminó de fregar, porque la gente que tenía trabajito, tenía su platica y compraba su librita de papa, su kilito de papá. Ahorita la gente está sin empleo, no puede meterse la mano al bolsillo porque no tiene con qué comprar una libra”.
Los paperos también se quejan de la cadena de comercio de la papa. Don Roberto Ruiz, un amigo de Alejandro, dedicado durante 40 años a la agricultura cuenta que los intermediarios pagan lo que quieran por las cosechas. Si la papa está escasa la pagan bien, pero si hay sobreoferta, ofrecen muy poco. En la actualidad, por una carga de papa superior ofrecen 40.000 pesos, cuando el precio para obtener ganancias gira alrededor de 70.000 o 90.000 pesos la carga. En opinión de don Roberto: “Los intermediarios se están quedando con lo mejor porque ellos sin embarrarse, sin echarse un bulto al hombro, obtienen buena plata. Tienen carros lujosos que uno no puede tener. Los intermediarios sin tanto joderse se dan esos lujos y nosotros no”.
¿Cuál es la solución a esta crisis? o ¿qué le piden los pequeños campesinos al Gobierno y a los colombianos? Alejandro es contundente en responder: “Nosotros necesitamos que el Gobierno nos estabilice los precios y que no nos importe más papa. Esas importaciones nos afectan bastante. Y que nos ayuden a buscar comercio con los almacenes de cadena y evitarnos el intermediario, porque él se está llevando la plata. Porque en Bogotá no le bajan mucho al precio de la libra de papa”.
Finalmente, Alejandro les dice a los colombianos: “Tengan fe en el campo. Sin el campo los de la ciudad van a sufrir porque no tendrán qué comer. Por eso necesitamos que compren lo de acá y no lo que el señor presidente nos trae de fuera”.