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Zozobra por la desaparición de tres jóvenes en la Comuna 13

El pasado 18 de septiembre desaparecieron tres jóvenes en el barrio Belencito Corazón, en la Comuna 13 de Medellín. Hace unos días las autoridades encontraron prendas de vestir que los familiares identificaron. Sin embargo, aún se desconoce qué pasó con los muchachos.

8 de octubre de 2018
| Foto: Archivo particular

Claudia Correa sabe que su hijo Andrés Felipe Vélez está muerto, o al menos a esa conclusión llegó después de que desapareciera la noche del 18 de septiembre en el barrio Belencito Corazón, en la comuna 13 de Medellín, junto a sus amigos Santiago Urrego y Jaime Andrés Manco. Ellos, de 21, 18 y 23 años respectivamente, salieron en taxi del barrio Belén Las Violetas donde vivían Vélez y Urrego para que Manco recogiera una ropa en la casa de su mamá, la misma casa que había dejado semanas atrás después de presenciar el asesinato de un amigo en medio de una reunión alicorada. Los asesinos lo llamaron horas después para que rindiera cuentas, es probable que quisieran asegurarse de que Manco no tuviera vocación de sapo.

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Pero Manco se escapó y se fue a vivir a Belén Las Violetas, donde se hizo amigo de Vélez y de Urrego. Su amistad no fue muy larga y hasta el momento es una larga pregunta que las autoridades no logran responder. Poco se sabe de sus últimos momentos. Claudia Correa dice que su hijo llegó con los dos amigos a Belencito Corazón, esperaron en el taxi a que Manco sacara la ropa y la prueba está en una conversación de chat donde Vélez le dice a un amigo que lo espere un rato en la casa, que están haciendo una vuelta en la Comuna 13 y en breve regresan para ver otro capítulo de El señor de los cielos. Minutos después, cuando regresaban, un grupo de muchachos detuvieron el taxi, bajaron a los tres muchachos y nunca más se supo de ellos, todo fue como si les hubiera tragado, de un bocado, el tiempo.

Pasados unos días las autoridades encontraron en un sector conocido como Filo Seco, una caleta y allí varias prendas de vestir. Entre ellas estaba, completa, la ropa que Vélez tuvo ese día: un bluyín, una camiseta, un saco, una camándula reventada, una manilla que tenía un pedazo de cinta ensangrentada y un par de tenis.

—El investigador me dice que a ellos los amarraron con cinta. Parece que Andrés forcejeo y en la manilla quedó un pedazo de cinta y en la cinta había rastro de sangre. Luego a todas nosotras nos hicieron pruebas de sangre, pero no nos han dicho nada —dice Claudia Correa con la voz en una serenidad que lucha con los límites de la cordura. Dice también que ahora pide que por lo menos le devuelvan el cuerpo, los restos.   

A Claudia le han dicho algunas mujeres que viven en Belencito Corazón que allí a quien desaparece nunca lo vuelven a encontrar. Le han dicho que el barrio es malo y esa maldad se campea sin control. Le han dicho que a quien desaparecen lo pican o lo echan en ácido. Le han dicho que no se acerque, que no pregunte. Y todas estas frases hechas como por un guionista macabro, se le acumulan en la mente cuando se va a dormir, y entonces solo logra descansar dos o tres horas en las noches.

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—Quiero ir al médico, porque no me siento bien.

Todo se volvió más confuso para Correa cuando el alcalde Federico Gutiérrez dijo que en la zona habían capturado a varias personas armadas con fusiles y subametralladoras y en medio de la requisa se habían encontrado con la cédula de su hijo.

—Las autoridades nos han apoyado mucho, nos han cuidado, pero hasta el momento no sabemos nada de nuestros hijos.

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Claudia Patricia Pérez madre de Santiago Urrego no logra dejar de llorar mientras habla desde su desespero. Dice que lo único que la mantiene es la esperanza latente de que su hijo está vivo. En la fábrica de zapatos donde trabaja la han dejado permanecer varios días en su casa para reposar, rezar, esperar a que alguien toque la puerta, que alguien llame.

—A mí no me han dicho nada. Que están buscando. Que tienen mucha información y que no pueden decir más.

Ocho días antes de desaparecer, su hijo le había notificado que se iba para buscar su libertad. Terminó viviendo en la casa de Vélez, donde se la pasaban viendo televisión y haciendo tiempo mientras se iban a estudiar.

—Él se fue que porque quería ser libre. Recién había cumplido los 18 años. Sin embargo seguía comiendo en mi casa.

En el hallazgo que hizo la Policía en Filo Seco, de Santiago Urrego sólo encontraron un tenis. Ni sangre ni cinta.

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El 29 de septiembre más de cien personas de Belén Las Violetas se reunieron en la casa de Claudia Correa para rezarle a Dios por las vidas de los tres muchachos. Allí, en medio de la gente, antes los micrófonos televisión, María Virgelina Urrego, abuela de Santiago, dijo:

—Esto es un tormento muy muy horrible… Qué pesar de los niños. Ay no, es que en realidad… Ellos no eran niños malos. Ellos eran niños buenos.

Lo mismo dice Claudia Correa:

—Aquí en el barrio todo el mundo ha estado pendiente, preguntan todos los días que si ya aparecieron. Los amigos están consternados. Es que ellos no eran malos, eran pelados de bien. Ellos eran consumidores, yo por eso con Andrés Felipe no vivía. En mi casa hay unas normas y Andrés no quería acatarlas. Le dije que si quería hacer lo que le daba la gana yo le pagaba el arriendo. El recibía una pensión del papá, una pensión de sobrevivencia y además trabajaba, pero lo despidieron con toda esta crisis de EPM, porque era contratista. Un policía me trató de insinuar algo, como si tuviera deudas con gente, pero no es verdad. Era un muchacho trabajador y estudiaba en la noche.

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Días después las madres se encontraron a la salida de Medicina Legal después de tratar de reconocer en unos cuerpos los rostros de sus hijos. No eran y en todas continuó una esperanza pequeña.

—Si realmente han visto a estos tres jóvenes, si saben por favor donde están, que nos digan. Al menos que nos entreguen sus cuerpos, si están muertos que nos entreguen sus cuerpos, que es lo que nosotros en este momento necesitamos —dijo en su momento Claudia Correa.

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Mientras Claudia Correa y Claudia Patricia Pérez, que viven en Belén Las Violetas, pueden hablar y pedirles a las autoridades resultados. Pero la familia de Jaime Andrés Manco se mantiene en el anonimato, porque en la ley que imponen las bandas de la Comuna 13 han caído en un espiral de amenazas, han tenido que huir de su barrio, no pueden hablar, no los dejan. El padre de Manco, dicen quienes han hablado con él, asegura que los tres muchachos están muertos y que es difícil que los cuerpos aparezcan.