Nación
CAR lanza alerta por el incremento del caracol gigante africano, una especie invasora y altamente peligrosa
Al contacto con su caparazón o con la baba pueden ocasionar enfermedades como la meningitis eosinofílica (es decir, que destruye las células que ayudan a mantener defensas en el cuerpo).
Con la llegada de la temporada de lluvias, la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca – CAR hizo un llamado a las autoridades municipales y a la comunidad en general para que reporten de manera inmediata la presencia del caracol gigante africano, una especie invasora y altamente peligrosa para los ecosistemas y la salud humana.
La advertencia de la autoridad ambiental se hace en momentos en que las precipitaciones comienzan a ser más frecuentes en algunas zonas del territorio, lo cual facilita la proliferación de la Achatina Fulica, que encuentra el hogar perfecto en antejardines, patios y solares, en andenes, zonas verdes y parques, en construcciones abandonadas, viveros, lotes deshabitados, cementerios, malecones, canales de aguas lluvia y entre los escombros, entre otros.
Desde las direcciones regionales de la CAR en Sumapaz, Gualivá, Tequendama y Alto Magdalena, donde la presencia de esta especie es mayor, se vienen realizando jornadas de sensibilización e información a la comunidad, para que con el conocimiento claro y completo de los riesgos que representa especie pongan en conocimiento de la autoridad ambiental su presencia o realicen el control y eliminación, de acuerdo con los protocolos recomendados por los técnicos.
Un gigante silencioso y peligroso
El caracol gigante africano es el molusco terrestre más grande (20 cms de alto por 30 de largo y 16 de alto) y es parte de las 100 especies más peligrosas del mundo, por la amenaza que representa para los cultivos y en general para el medio ambiente, por su capacidad reproductiva y destructiva.
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Se reproduce exponencialmente, al punto en que una sola pareja puede llegar a tener unos 128 millones de individuos en un lapso de dos a dos y medio años. A esto se suma que en temporadas secas el caracol se esconde bajo la tierra buscando humedad y vuelve a salir en tiempo de lluvia.
Se alimenta de todo tipo de plantas y follaje por lo que puede echar a perder cultivos y jardines y el riesgo se extiende a la salud humana, pues este molusco también se alimenta de materia fecal animal y humana por lo que hospeda diversos agentes patógenos, infecciosos que al contacto con su caparazón o con la baba pueden ocasionar enfermedades como la meningitis eosinofílica (es decir que destruye las células que ayudan a mantener defensas en el cuerpo).
En la jurisdicción de la CAR, dada la variedad de pisos térmicos y climas y la alta riqueza florística, el caracol africano encontró las condiciones ideales. Recientes investigaciones apuntan a identificar que la entrada al país de esta especie se produjo hace cerca de dos décadas por vía terrestre, en transportes de carga, a través de los ríos o por el intercambio de material vegetal entre viveros.
La CAR ha identificado la presencia de caracol africano en 38 de sus municipios, siendo la región más afectada la del Alto Magdalena, así como Sumapaz, Tequendama y la zona de Gualivá, frente a lo cual se vienen implementando las acciones definidas en el Plan de Prevención, Control y Manejo.
Recientemente, un equipo de investigadores de la CAR realizó un estudio de caracterización de los hábitats para su posterior captura y análisis en laboratorio con el fin de determinar qué peligros representan tanto para el ambiente como para las personas, teniendo en cuenta que los registros apuntan más a entornos urbanos y suburbanos que a las zonas rurales.
Con el resultado de la información primaria se identificaron 36 tipos de bacterias, 7 tipos de parásitos y al menos 12 especies de hongos, lo cual representa un alto riesgo para los recursos naturales y desde luego, para la salud de las personas.
Mediante talleres y charlas, la entidad informa a la comunidad qué hacer en caso de encontrar caracol africano en sus predios o casas y de qué manera puede eliminarlo y disponerlo de tal forma que no genere riesgos para la salud ni para el ambiente.