ALIANZA VERDE
Claudia López, la revelación de la Alianza Verde
Este es el perfil de una de las grandes ganadoras del voto de opinión de las elecciones de este domingo.
Claudia López podría haber sido ganadera, si a los seis años de edad, su madre le hubiera dejado conservar un ternero que ganó en un partido de banquitas. Podría haber sido bióloga, si no aparece el movimiento de la Séptima Papeleta y vuelve a jalonar todo su adn político. O tal vez habría estudiado medicina, su anhelo más preciado, si no se cae el muro de Berlín.
Cuando se reconstruye la vida de la ahora candidata al Senado por el Movimiento Verde Progresista, es fácil identificar ese patrón. Un patrón de coincidencias que más allá de las vocaciones de sus otros tiempos la han convertido en una extensión, muy a su estilo, de la pasión de su padre y su tío y abuelo maternos por la política.
Según ella, su «abuelo era un manzanillo liberal puro, el típico jefe de acción comunal que conseguía y negociaba votos, yo recuerdo que cuando era niña pasaba horas con él empacando votos porque en esa época no había tarjetón». Su tío, José Domingo Rincón fue, a su vez, presidente del Concejo de Bogotá, pertenecía al entonces bautizado «Concejo Admirable», del que también hizo parte el padre de Enrique Peñalosa.
Mientras que Reyes López, su padre, fue un galanista fervoroso. Fue uno de los candidatos de la lista al Concejo de Luis Carlos Galán. Al final no alcanzó a entrar él, pero varios de sus compañeros de lista lo hicieron, y a él le quedaron los recuerdos de haber hecho política con el hombre que más ha admirado, así como las miles de lágrimas que derramó la noche que asesinaron al líder del Nuevo Liberalismo.
Así las cosas, es natural que los debates políticos hicieran parte de la vida cotidiana de López. Pero no solo por la parte masculina de su árbol familiar. Pues su madre, María del Carmen Hernández, quien fuera maestra del Distrito toda su vida laboral, también perteneció al universo sindical de los maestros y aportó a las miradas de Claudia varios ángulos distintos.
Sin embargo no serían los genes los que al final decidieran por ella, sino los hechos ocurridos entre 1988 y 1990 en Colombia, cuando tres de los candidatos a la Presidencia fueron asesinados: Luis Carlos Galán, candidato por el Nuevo Liberalismo, Carlos Pizarro, por el M-19, y Bernardo Jaramillo Ossa, por la Unión Patriótica.
En 1988, Claudia López cumplió 18 años de edad. Por tanto en 1990 iba a votar por primera vez en su vida para elegir a un presidente. Su candidato era Bernardo Jaramillo, a quien ha admirado profundamente toda su vida, «porque estaba convencido de que era posible cambiar a este país». Pero cuando llegó el día de votar, Jaramillo había sido asesinado y los otros dos que había elegido como alternativa habían corrido la misma suerte: Galán y Pizarro. «Eso cambió mi vida porque fue la primera vez que sentí que unos tipos armados eran capaces de quitarnos la posibilidad de elegir. Era como sentirse amarrada».
Entre pupitres y ausencias
López tiene ahora 43 años de edad. Nació cuando sus padres tenían 20 años, y por esas coincidencias que atan un hecho con otro en su vida, los dos nacieron el mismo día, del mismo año. Y terminó siendo la hija única de esa unión por un hecho que ella suele recordar casi de manera exacta: la muerte de su hermana menor.
Claudia tenía cuatro años y medio de edad y su hermana Martha uno menos, cuando esta última perdió la vida jugando a saltar sobre una claraboya. Habría podido ser cualquiera, una de ellas o alguno de los dos primos con que jugaban, al final fue Martha la que cayó al partirse la claraboya y la que se fracturó el cráneo.
A partir de allí la vida le cambió. Se convirtió en una niña protegida, consentida, a la que le duró el reinado hasta los diez años de edad, cuando sus padres empezaron a tener hijos con sus nuevas parejas, pues se habían separado hacía mucho y Claudia López vivía con su madre. Pero también perdió todos los recuerdos de los dos o tres años posteriores al accidente, como si su memoria se hubiese quedado estancada en el minuto en que su hermana salió en una ambulancia de su casa.
De aquellos tiempos solo queda el recuerdo del ternero y la apuesta. Y no solo en su memoria, sino en la de algunos amigos cercanos que la relatan como un referente de la otra mujer, la que no se conoce en los medios o de la que no se habla en eventos públicos.
A los seis años de edad, vivía en la Escuela La Granja en Engativá, una zona de Bogotá que para entonces más que parques y construcciones tenía potreros. Vivía allí porque su madre se acogió a un programa que tenía la Secretaría de Educación que permitía a personas externas a la entidad o profesores de escuelas públicas vivir en ellas sin pagar arriendo, siempre que se comprometieran a realizar las labores de vigilancia y aseo. Obviamente, hasta que tuvieran casa propia, algo que no sucedería en su vida hasta que cumplió 18 años de edad. Por tanto, los primeros años de su existencia pasaron entre aulas y escuelas de las más variadas zonas de Bogotá.
Así como su madre vivía del salario de maestra, su padre realizó las más variadas labores durante su vida. Fue desde mensajero de una empresa de químicos para extintores, de la cual luego llegaría a ser gerente, hasta vendedor y abarrotero. Un abarrotero cuyos inventarios siempre se descuadraban en el item «lecheras» por los saqueos de su hija.
Pese a ello, y a no tener muchos recursos decidieron esforzarse por enviar a su hija a un colegio privado bilingüe durante su primaria. Es por ello que Claudia López terminó estudiando en el Joaquín Castro Caicedo, y viajando todos los días desde La Granja hasta la calle 73 con carrera novena, donde quedaba el colegio.
Si bien, su mamá la podía dejar allá en las mañanas, en la tarde regresaba sola, pues las rutas del colegio no llegaban hasta ese sector. En esas caminatas de vuelta a su casa es que Claudia López se hace amiga de un niño de su edad que cuida todos los días al mismo ternero en un potrero y con el que juega fútbol de vez en cuando. Con el cual deciden apostar un día en un partido de banquitas. Al final la goleadora Claudia ganó el partido, ganó el ternero y se lo llevó a su casa en la escuela.
Pero su primera y única res, le duró pocas horas. Una vez regresó su mamá, a pesar de las pataletas y argumentaciones de Claudia sobre las ventajas de tener una vaca lechera en la casa, la mamá la convenció de devolverla al hacerla sentir culpable por la golpiza que imaginaba le habrían dado al perdedor. Al final, pasadas las 7 de la noche, ambas salieron linterna en mano a buscar entre los potreros a los verdaderos dueños y regresaron al ternero que podría haber cambiado la vocación de Claudia, como ella misma dice en tono de chiste cuando se le pregunta por la veracidad de la anécdota, podría «haber terminado en Fedegán».
La verdad es que esta historia no tendría mucho valor, a no ser porque la investigadora y política que hoy todos los que han trabajado con ella o conocen personalmente definen como la más nerd, poco tuvo de ello en varios años de su vida. No solo por ser la más mimada durante varios años, sino porque la adolescencia le llegó con toda.
Esos tiempos de colegio bilingüe, compartidos con horas en la escuela en las que veía a su mamá enseñar a los niños de primero a leer y tenía decenas de amigos por ser la hija de la profe, que remataba con sábados en los que tenían que lavar 15 salones de clase, baños de toda la escuela y patios inmensos en compañía de su madre y otra colega para cumplir con el acuerdo con la Secretaría se quedarían atrás durante la secundaria.
Otra vida
Para empezar, su mamá se casó con otra persona y tuvo tres hijos más, Carolina, Jason Eduardo y José Luis (a los dos últimos, Claudia los llama los griegos, pues uno estudió música y el otro filosofía). Por su lado, Reyes López tendría dos hijos más, Ginna y Andrés Javier.
Así que a partir de los 10 años de edad, el reinado de Claudia llegó a su fin y fue compartido por cinco hermanos con los que mantiene una estrecha relación. «Tener hermanos lo obliga a uno a ser mejor persona. Todo eso que se llaman valores, como respeto, tolerancia, es algo que se aprende con ellos».
También se quedó atrás el colegio privado y durante sus primeros tres años de secundaria fue al colegio oficial Policarpa Salavarrieta. De su buen promedio escolar de la primaria, fue quedando poco: en primero habilitó, en segundo rehabilitó y en tercero perdió el año. Por esta y otras razones, sus padres decidieron someterla a uno de los castigos clásicos de la época: mandarla a un internado.
Así fue a parar a Funza, Cundinamarca. A un colegio femenino llamado Nuestra Señora del Rosario. Allí llegaba Claudia todos los domingos en la tarde, para salir solo los viernes al final del día. Entre semana, compartía la habitación con otras 150 estudiantes, se levantaba a las 4:50 a.m., se duchaba en el edificio del frente (por los problemas de agua potable que aún tiene el municipio), faltando 10 minutos para las seis de la mañana entraba a misa y a las 6 y 15 tenía que desayunar. A las 6 y 45 regresaba al edificio del frente para tomar las clases y luego del almuerzo a meterse en silenciosos salones de estudio. A las 8:00 p.m. debía estar acostada.
Durante los tres años que pasó allí se acostumbró a madrugar y a oír música solo una vez a la semana. Hoy mantiene la manía de levantarse a las 5 y 30, aunque esté de vacaciones. Cuando se le pregunta a ella por esa imposibilidad para quedarse hasta tarde en la cama, su respuesta tarda más de diez minutos y se convierte en un recuento histórico de los hechos que han marcado la historia nacional desde Rafael Nuñez hasta hoy. Para al final aducir, que con todo lo que pasa no hay tiempo para estar durmiendo.
Con ella todo es así, ninguna respuesta es breve, ningún comentario deja de tener alguna alusión política, ninguna intervención la mantiene indiferente. El día que se cayó el muro Claudia López terminó secundaria en 1987 y se convirtió en estudiante de Biología en la Universidad Distrital. Aunque hizo esa elección por gusto, su verdadera obsesión era la medicina. Pero en este tema, como sucedió en otros campos de su vida, el destino terminó oponiéndose.
Nunca logró estudiar esa carrera en la Universidad Nacional a pesar de haber intentado ingresar tres veces. Así que se quedó en la Distrital y allí la sorprendió el Movimiento de la Séptima Papeleta, una iniciativa que la llevó a replantearse su destino y gracias a la cual encontró a algunos de los mejores amigos de la vida: Fabio Villa, Alejandra Barrios, Catalina Borrero y Ana María Ruiz, quien actualmente maneja su campaña de prensa como candidata al Senado, entre otros.
La medicina
Gracias a su experiencia en las urnas en 1990 y a todo el movimiento estudiantil que derivó en la Constituyente del 91, Claudia decidió dejar atrás la idea de insistir en la Universidad Nacional y cambiar de rumbo. Así que pidió un crédito al Icetex para estudiar Relaciones Internacionales en la Universidad del Rosario, pero no pasó la entrevista.
Sin embargo, y como ya se había convertido en visitante asidua de la entidad crediticia, una funcionaria le contó que estaban dando becas para estudiar medicina en Polonia. Esta fue la última vez en que la luchó para llegar a ser médica. Al final, lo logró, se ganó la beca y empezó a alistar sus cosas para irse a Varsovia. Pero el muro de Berlín se vino abajo, el gobierno polaco se cayó y la beca nunca se pudo hacer efectiva. Como quien dice, el mundo también se puso en contra de la Claudia de bata blanca.
Todas estas coincidencias la llevaron finalmente al Externado de Colombia. Gracias a que mantenía la posibilidad del crédito y a los consejos de Alejandra Barrios terminó estudiando allí Gobierno y Relaciones Internacionales. Pues, al final lo único que tenía claro es que no quería estudiar derecho, pues para ello se necesita más ponderación que pasión, que es lo que a ella le sobra.
De campaña con Peñalosa
La primera vez que Claudia López tuvo alguna relación con Enrique Peñalosa fue como alumna. Él fue uno de sus maestros en la universidad. Para entonces, Claudia era de las pocas estudiantes que tenía 20 años de edad al arrancar una carrera, lo que la convirtió automáticamente en el vejestorio del curso.
Vivía en el barrio Candelaria La Nueva en Ciudad Bolívar, gracias a que por fin 18 años después de insistir, su madre había logrado que le hicieran un préstamo para comprar vivienda propia. Trabajaba en lo que le saliera para poder costear las fotocopias, los gastos de transporte y ayudarle a su mamá, quien se había separado y mantenía a sus tres hermanos. Durante esos años, fue mesera, recepcionista, secretaria, operaria de una fábrica de equipos de odontología e incluso payasa, titiritera y recreacionista en
Bosquechispazos.
Esas particularidades la llevaron durante cuatro semestres a tener muy pocos amigos. Siempre salía al terminar las clases para algún trabajo, no podía quedarse «parchando como los demás» y nunca coincidía con compañeros en el bus o la buseta, pues ninguno vivía en Ciudad Bolívar.
Sin embargo, fue allí en donde conoció a Andrés Pacheco, uno de los más grandes y queridos amigos de su vida. Y a través de él llegaría a la campaña de Enrique Peñalosa, quien se preparaba para competir por la Alcaldía de Bogotá.
Luego de pasar por todos los trabajos posibles, Claudia López conseguiría su primer contrato como consultora en cuarto semestre. Ella y su grupo de amigos provenientes del movimiento La Séptima Papeleta fueron a tomar onces a la casa de Catalina Botero, hoy Relatora de la ONU para la Libertad de Expresión. Ese mismo día, unas horas más tarde, la mamá de Catalina tenía un evento mucho más sofisticado en su casa. Al final, los dos grupos terminaron juntándose y hablando. Los invitados de la mamá de Catalina eran miembros del programa Hábitat, de la ONU, a punto de iniciar una investigación con el fin de facilitar un préstamo al gobierno colombiano para adelantar un proyecto de vivienda en Ciudad Bolívar. Al saber que Claudia vivía allí y que se conocía la zona de memoria, no solo la convirtieron esa noche en el objeto de estudio, sino en consultora durante la investigación.
Lo que ganó en cuatro meses por ese trabajo, sumó más de lo que había ganado en todos los demás trabajos en dos años. Ese hecho cambia su vida universitaria y como lo dicen sus amigos da inicio a su «proceso de gomelización». De principio, puede dejar de trabajar un tiempo y entrar en las rutinas de sus compañeros y compra el primer reloj caro de su vida. Lo cual tiene sentido, pues a ella lo que la enloquecen son los perfumes («uso desde que tenía como tres años porque un pariente cercano trabaja en una tienda del aeropuerto y me traía las muestras gratis») y los relojes.
Pero claro, pasados unos meses regresó la necesidad de buscar trabajo y es allí cuando Pacheco le cuenta que están buscando una investigadora, que sepa mucho de Bogotá para trabajar con Enrique Peñalosa. Pese a que el trabajo parecía pensado para ella, López lo dudó. Peñalosa le caía mal, le parecía un «tipo arrogante», pero al final Pacheco la convenció.
Claudia López fue clara con Enrique Peñalosa desde que la entrevistó para el trabajo. Le dijo que si las elecciones fueran ese día, ella votaría por Antanas Mockus. Él solo le dijo que arrancara a trabajar y hablaban en un año. Cuando se venció ese término de tiempo, López no solo estaba comprometida a hacer campaña por él, sino que lo quería como ser humano y como político.
Al final, Enrique Peñalosa perdió en las elecciones contra Antanas Mockus, quien lo derrotó en las urnas en 1995. Esa derrota sería la causa de la segunda profunda tristeza política de Claudia López, luego del asesinato de Bernardo Jaramillo. Esas son las dos veces que más recuerda haber llorado por asuntos que no tienen que ver con su vida amorosa, personal o familiar.
Tendría que esperar a que culminara el primer periodo en la Alcaldía de Mockus para ver por fin a Peñalosa elegido como Alcalde en 1997. De la mano de él entró a la administración distrital, llegando a la Dirección de acción comunal. Un despachoque bajo la dirección de Luis Fernando Ramírez, durante la alcaldía de Mockus, había iniciado un proceso de reestructuración que le llevó a disminuir y a profesionalizar la planta de personal, mejorar las instalaciones físicas e impulsar un proceso en el que no se intercambiaran recursos por votos o favores.
Ella reconoce ser heredera de ese proceso, dentro del cual reforzó el trabajo de las juntas de acción comunal a partir de la formulación de proyectos sobre las verdaderas necesidades de la zona e impulsó además el programa Tejedores de Sociedad que durante varios años, hasta la alcaldía de Lucho Garzón, permitió a jóvenes de escasos recursos formarse en áreas artísticas. Si bien López apenas tenía 27 años cuando se posesionó en ese cargo, quienes conocen su gestión en esa área destacan los resultados.
Amores y desamores
Nuevos trabajos
A partir de allí, la vida de Claudia López es un remolino de estudios,trabajos e ideas. Al salir del cargo en la Alcaldía se fue a estudiar inglés y posteriormente se ganó una beca para hacer una maestría en Columbia. Durante ese tiempo, y dado que esta beca tampoco daba para tanto, se mantuvo lavando baños y arreglando casas, pues era mejor pago ese trabajo que cualquier otro que pudiera conseguir.
Al regresar al país empieza a trabajar en el Ministerio de Ambiente, Vivienda y Desarrollo. Pero esa etapa de su vida será breve de nuevo por obra y gracia de la política. Allí duró solo año y medio, pues Enrique Peñalosa la llama para decirle que va a lanzarse como candidato independiente para competir por la Presidencia de la República y ella decide irse a trabajar nuevamente con él.
Por razones distintas, un tiempo atrás Claudia López conoció a Juanita León, quien era directora de Semana.com. Dado el conocimiento que tenía sobre políticas públicas y otros temas, Juanita la invitó a escribir en la versión online de la revista. Aunque la idea le daba vueltas en la cabeza, no se cristalizó de inmediato.
Su entrada a los medios se daría unos meses después cuando Peñalosa anunciara que había decidido unirse con los liberales e ir a la consulta para competir con Serpa por la candidatura roja. Este hecho ocasionó su primera y más fuerte ruptura con su antiguo líder político, a quién Claudia López cuestionó fuertemente por traicionar su postura independiente y unirse a un partido que en ese momento, en su criterio, no podía representar ninguna renovación política.
Finalmente, en 2005 Claudia López llama a Juanita León y le dice que tiene su primera columna. El contenido es justamente un análisis de la «traición» de Peñalosa a los ideales políticos que había defendido. Desde entonces, López y Peñalosa casi ni se hablan.
De la política a la parapolítica
Al recibir los mapas de León, López pensó que se había equivocado y le había regresado sus propios mapas. Pues coincidían exactamente las zonas de más despliegue paramilitar con aquellas donde se eligieron congresistas con votaciones completamente atípicas.
Al final la conclusión fue que un fenómeno estaba claramente relacionado con el otro. Con semejante bomba en las manos, intentaron primero publicar el especial en la Revista Semana impresa, pero no les dieron espacio. León, quien para entonces dirigía ya Semana.com, decidió entonces publicar el informe solo en la versión online.
Lo increíble es que por varios meses nada pasó. Nadie comentó lo que se había publicado, ni los otros medios de comunicación reaccionaron. Habría que esperar a diciembre para que a partir de unas declaraciones de Gina Parodi, en las que se negaba a encabezar la lista de La U al Senado si Juan Manuel Santos, su director, no expulsaba del partido a todos aquellos que —según los mapas de Claudia— eran sospechosos de tener relaciones con las auc, los informes recobraran vigencia y los demás medios empezarán a difundirlos.
A partir de 2006, año en que finalmente el escándalo toma fuerza, 42 de los congresistas denunciados por López de tener vínculos con los paramilitares han ido a la cárcel. Una lucha que aún no termina para López, cuyo último golpe en ese sentido se lo asestó a Kiko Gómez, exgobernador de la Guajira, actualmente detenido por presuntamente participar en el asesinato de tres personas. Las denuncias contra Gómez que finalmente hicieron que fuera destituido e inhabilitado por la Procuraduría y luego detenido por la Fiscalía, según López son resultado de las denuncias hechas en La Silla Vacía.
De mediática a candidata
Su paso por los medios la ha llevado por Semana; El Tiempo, en donde tuvo una columna por varios meses hasta que le exigieron renunciar por criticar informaciones políticas del mismo medio; La Silla Vacía, en donde tuvo una columna por algún tiempo, y Hora 20, un programa radial en donde eventualmente es invitada como analista.
Claro, también está La Luciérnaga, un programa radial de Caracol que entre información seria y humor lee a diario la realidad nacional. Allí, Claudia López tiene un doble que habla como ella, pelea como ella y tiene su misma voz. Aunque ella insiste en que a diferencia del personaje radial, ella nunca ha usado la palabra compañero. Oír a la Claudia de la Luciérnaga es de las pocas cosas que la hacen sonrojar y avergonzar, algo que le pasa con frecuencia en los taxis bogotanos.
Con todos estos antecedentes, al final López ha terminado donde se suponía: haciendo política. Ahora, tras pasar también por la Fundación Arco Iris donde realizó varias de las investigaciones sobre la parapolítica y la captura del Estado que la han hecho conocida a nivel nacional, es candidata al Senado por la Alianza Verde Progresista. Irónicamente el mismo movimiento en el que anda en campaña Enrique Peñalosa, cuya presencia ella ha defendido dentro del naciente Partido.
Sigue siendo como lo fue en todos sus trabajos anteriores: una perfeccionista absoluta. Con la que muchos dicen, no es fácil trabajar, pues cada error se convierte en una tragedia. Ella lo acepta, sabe que revisa cada dato y cada letra, pues en sus áreas de investigación un error es imperdonable. Pero también argumenta que si ella trabaja como un burro, por qué los demás no pueden hacer lo mismo.
Y así es. Ahora en plena campaña se sigue levantando a las 5 y media de la mañana. Y como en un ritual aprendido, prepara café. Oye las noticias, lee los periódicos y sitios online, trina en Twitter (hay trinos suyos a horas como las 6:00 a.m.) y concede todas las entrevistas que le pidan hasta las 8 de la mañana. Ese es el límite máximo en el horario matinal, pues a esa hora Matías, un Golden Retriever, que es su adoración, exige salir a pasear. Así que todo se detiene por media hora para que Claudia y Matías se vayan a la calle.
Del contar al hacer
Es raro, pero cuando se le pregunta a personas cercanas y a López por qué terminó pasándose a la política como candidata, la respuesta es similar: porque no basta con contar sobre los malos o hablar de lo mal que va el país, hay que poder hacer, hay que poder cambiar.
Eso es lo mismo que a veces ella repite a sus posibles electores cuando sale al mediodía o a media tarde a hacer campaña en la calle. Mientras reparte volantes y periódicos en compañía de tres o cuatro voluntarios que, al menos en las jornadas que estuve, aguantan el sol y las prisas de los empleados y estudiantes que requieren regresar a sus labores antes de que termine la hora de almuerzo.
López se ha ganado fama de «brava». Una de las críticas que con mayor frecuencia se le hace es que reacciona de manera vehemente en las discusiones o debates; o que a veces en medio de su impulsividad lanza acusaciones que luego la meten en problemas o que va bloqueando followers en Twitter por llevarle la contraria. Claro, igual muchos le reconocen que su gran virtud es justamente esa de no querer quedar bien con nadie, de decir lo que piensa sin filtro y sin hipocresías.
Pero, claro en política es a otro precio. Y en la calle, Claudia López se ve como siempre: afanada pero tranquila. En una correría por las cercanías de la calle 72, un estudiante universitario le dice: «Uribe es tu papá», ella sonríe y solo dice, «bueno, veamos».
Esta es de las pocas veces en que no le reciben el volante o le responden directamente que no votarán por ella. Pues logra repartir cerca de mil periódicos y volantes en menos de una hora y de paso se ha reencontrado con excompañeros de la Distrital, ha conocido a personas que dicen admirarla, otras que le dicen «Doctora, yo la veo en televisión», y se ha cruzado con cientos de personas que no la conocen, pero reciben la publicidad política de su candidatura al Senado.
Para ella parece fácil esto de hacer campaña, a fin de cuentas siempre está hablando de política o de educación o de temas de este corte. Para llevarla a otro tema casi hay que marcar un cierre definitivo de capítulo y abrir otro. Por eso cuando dice en las vacaciones que va a leer, sus amigos no la ven leyendo revistas sino mamotretos sobre política pública o textos que le servirán de materia prima para el doctorado que adelanta actualmente en Estados Unidos.
Poco habla de su vida afectiva, ese nunca ha sido un tema pues como ella misma dice jamás ha hecho política ni centrado su trabajo en temas relacionados con su orientación sexual. Hay quienes lo hacen y ella dice admirarlos, pero no es su caso. Lo único que se sabe en torno a ese tema es que todas sus relaciones sentimentales parecen estar condenadas a terminar cuando llegan a los cinco años de existencia y que sus despechos son largos y dolorosos. Por ello cuando su pareja actual, Angélica Lozano, le propuso ser su próxima pareja, ella le respondió: «No, no quiero ser la próxima, quiero ser la última».
Sus obsesiones son otras. Las mismas que son el eje de su campaña, todo el tema de tierras y planificación urbana (que posiblemente se vincula con sus orígenes y los 18 años que duraron tramitando un préstamo para una casa propia) y la educación. Además de quitarse de la cabeza distintos prejuicios durante su paso por el Externado, allí aprendió que en la vida práctica es cierto aquello de que la educación es un vehículo social impresionante. A ella, al menos, le cambió la vida para siempre el haber estado allí y el haber conocido a quienes conoció.
Si bien, hace unos meses le fue diagnosticado cáncer de seno, López no habla sobre eso. Dice que todo está bien, que todo salió de la mejor manera y que sigue adelante. Su respuesta es distinta cuando se le pregunta por el precio, que ella ha denunciado, le han puesto en La Guajira a su cabeza. «Cuando a uno lo amenazan de muerte no se siente miedo, solo una profunda soledad, como si nada más existiera. De pronto, en pocos segundos, es como si uno estuviera solo en el mundo».
Al final, en marzo de este año los resultados electorales le dirán a López si está tan sola como se siente a veces. O si el papel de visagra que le encomiendan algunos entre los verdes progresistas tiene éxito. Si López fracasa y no llega al Senado se dedicará a terminar su maestría y a seguir adelante, una práctica que aprendió de sus padres.
*Este perfil está publicado en ‘Súper poderosos, los protagonistas de 2014’, libro de La Silla Vacía, que acaba de salir al mercado.