Hace apenas unos meses, el país se enteró del caso de Freddy Armando Valencia, más conocido como el Monstruo de Monserrate, un confeso homicida al que le endilgan el asesinato de nueve mujeres, todas habitantes de calle que llevaba a su cambuche en los cerros orientales en Bogotá. Ahora, los reflectores y la indignación nacional caen sobre un nuevo criminal. Se trata de Jaime Iván Martínez Betancurt, un caldense que el pasado 19 de junio confesó haber matado a dos mujeres y dos niños en Guarne, Antioquia. Ese día, agentes del Gaula Militar y el CTI de la Fiscalía allanaron la casa de la finca donde trabajaba como jardinero y encontraron objetos personales de las víctimas, entre los cuales estaba la tarjeta SIM del celular de una mujer que llevaba seis meses registrada como desaparecida.Tras su captura, Martínez Betancurt no solo confesó la masacre, pues también sostuvo haber asesinado a otras 19 mujeres. Aunque las autoridades todavía no pueden confirmar la cifra, no cabe duda de que, de ser real su versión, el país estaría una vez más ante un monstruo. No solo eso, la sociedad también se vería obligada a reflexionar sobre el penoso récord que Colombia ha ido alcanzando en materia de asesinos en serie. Si se demuestran todos los crímenes confesados por estos personajes, más de 1.000 personas de varias regiones habrían perdido la vida en manos de nueve homicidas.Los casos más sonados han sido los de Luis Alfredo Garavito, Pedro Alonso López y Daniel Camargo Barbosa. El primero, más conocido como la Bestia, violó y asesinó a 167 niños en varias regiones del país y hoy paga 40 años en la cárcel de máxima seguridad de Valledupar. El segundo se ganó el apodo de Monstruo de los Andes por cuenta de su prontuario: violó y asesinó a más de 300 niñas en Colombia, Ecuador y Perú. A pesar de que lo capturaron y lo condenaron, hoy su paradero se desconoce. Y el tercero, apodado el Sádico del Charquito, violó y mató a más de 157 mujeres en Colombia, Ecuador y Brasil y hoy sigue libre.Otros casos son el de Nepomuceno Matallana, el primer asesino en serie que registra la historia, más conocido como el Doctor Mata, que entre los años treinta y cuarenta mató a 20 personas de la clase alta bogotana, todos clientes que atraía bajo su fachada de abogado para robarles sus fortunas.En la década de los ochenta, Luis Alberto Malagón Suárez, alias el Sádico del Rincón, terminó en la cárcel por secuestrar a seis niñas y abusar de ellas hasta matarlas y por luego, presuntamente, quitarle la vida a su mujer para evitar que lo denunciara. A finales de los años noventa, Manuel Octavio Bermúdez, el Monstruo de los Cañaduzales, confesó haberse hecho pasar por un vendedor de paletas para así atraer y matar a 34 niños en Valle del Cauca. Y más adelante, entre 2011 y 2013, Luis Gregorio Ramírez, el Monstruo de Tenerife, mató a 25 hombres, la mayoría mototaxistas de la costa Caribe.Una sociedad enfermaSEMANA consultó a varios expertos para entender las razones por las cuales Colombia se ha convertido en un nido de asesinos en serie. Hay dos conclusiones. La primera es que, si bien este no es un asunto exclusivo del país, hay patrones específicos del caso colombiano que deberían encender las alarmas en el Estado y la sociedad. Y la segunda tiene que ver con que el fenómeno tiene una relación directa con dos males históricos de Colombia: la violencia intrafamiliar y el maltrato infantil.Hoy existe consenso entre los expertos en cuanto a que un asesino en serie no nace, sino que se hace. A pesar de que aún son populares entre muchas personas, las teorías que atribuyen ese comportamiento a un rasgo genético están mandadas a recoger, en parte debido a que su autor, el criminólogo Cesare Lombroso, vivió en el siglo XIX, cuando las ciencias sociales no habían evolucionado tanto.Esto explica por qué quienes hoy por hoy estudian los casos de asesinos en serie en Colombia dirigen su atención a la sociedad. Como le dijo a SEMANA el antropólogo Fabián Sanabria: “Colombia es una sociedad bastante enferma”. Para Sanabria, las condiciones mentales y educativas de las personas en una comunidad son determinantes para desatar el fenómeno. “Todas las sociedades producen asesinos en serie, y esto siempre depende de las represiones, las frustraciones o los resentimientos de sus integrantes”, dice.Algo similar piensa el director de Medicina Legal, Carlos Valdés. “Nadie nace criminal, y la sociedad, con su dinámica, afecta a su propia gente a tal grado, que produce este tipo de personas con grandes desviaciones en el comportamiento”, cuenta. Y esas desviaciones, según él, suelen tener su raíz en un desarrollo incompleto o traumático de la sexualidad. “Es el común denominador”, dice Valdés. “Niños abusados, maltratados, sometidos, personas que reproducen un estado de vulneración sufrida en su niñez”.También Sanabria subraya las infancias traumáticas, la falta de afectividad con los padres y la ignorancia sobre la propia sexualidad, comunes en muchos hogares del país. Pero va más allá, pues, para él, los “complejos eróticos y sexuales de muchos colombianos, debidos muchas veces a circunstancias religiosas, a una moral pacata e hipócrita” son un problema que les impide a muchos vivir sus funciones sexuales a plenitud. “Así eros se transforma en trastornos”, dice.Un vistazo a las estadísticas basta para entender que esta última es una realidad en demasiados hogares en Colombia. La Organización Mundial de la Salud y la Unicef tienen en la mira a toda América Latina por cuenta de la frecuencia de casos de violencia intrafamiliar y de abuso sexual de niños. Y Colombia ostenta un penoso puesto entre los países más violentos hacia sus menores. Solo en 2014, Medicina Legal registró 10.402 dictámenes por violencia contra niños. La mayoría de los agresores son los padres o los padrastros.En su libro Los monstruos en Colombia sí existen, el antropólogo Esteban Cruz Niño reconstruye la vida de cinco asesinos en serie del país. La mayoría, en efecto, ha declarado haber sido víctima de abusos sexuales en sus hogares durante su infancia. Pero Cruz también identifica otro hecho: mientras en otros países los asesinos en serie no superan las 50 víctimas, en Colombia estas han llegado a sumar más de 100. La explicación tendría que ver con las fallas en la justicia, que suele ser lenta e ineficiente a la hora de investigar delitos que afectan a víctimas de bajo perfil. “Si a un asesino en serie le da por matar al hijo de un senador, lo atrapan en un mes”, le dijo a esta revista.Lo cierto es que la maldad no parece querer dejar tranquilo al país. Cuando los colombianos creían haberlo visto todo en materia de sangre y dolor por cuenta de las masacres de una guerra interna de más de medio siglo, ahora los asesinos en serie han empezado a ganar protagonismo. Para combatir el fenómeno y prevenir más muertes, el Estado necesita actuar con firmeza desde sus instancias judiciales, y la sociedad debe, pronto, examinarse a sí misma.