Nación
Carlos Lehder habla, por primera vez, de la traición de Pablo Escobar que lo llevó a enfrentar una condena en EE. UU. por narcotráfico
Tres décadas después, a Carlos Lehder no le cabe duda de que Pablo Escobar, a quien le dio el apelativo de Caín, fue quien lo entregó a las autoridades en uno de sus intentos de venganza y redención.
Incrédulo por el cambio de su suerte, en febrero de 1987 Carlos Lehder se vio en una celda de cuatro metros cuadrados en una cárcel de máxima seguridad de Marion, Estados Unidos. Irónicamente, y como si se tratara de una broma del destino, la pesadilla del narcotraficante empezó con lo que consideró una excelente noticia: la Corte Suprema había declarado inexequible el decreto que permitía la extradición porque el documento no tenía la firma del presidente Julio César Turbay.
Lehder se había confiado de la decisión judicial y bajó la guardia, pese a que era uno de los hombres más buscados del país. La Navidad de 1986 la pasó en compañía de su gran amigo, el narcotraficante Rafael Cardona, “navegando por el río Magdalena, pescando bagres, montando a caballo” a cuenta de la “tranquilidad” que les había dado el fallo.
Con la llegada del nuevo año, el narcotraficante tenía planes para quedarse una temporada en Medellín junto con su novia, Lulú, y sus sicarios de confianza. Por su cabeza solamente rondaba la idea de descansar: “Pronto guardaríamos los fusiles, ametralladoras y granadas, y solamente portaríamos pistolas”. La extradición ya no existía.
Sus planes se acabaron con una llamada. Pinina, uno de los más sanguinarios sicarios de Pablo Escobar, quien en más de una oportunidad le había dado consejos para hacerles el quite a operativos judiciales e incluso a la muerte, le lanzó la siguiente advertencia: “Llave, piérdase que la policía le va a caer en dos horas”.
Lo más leído
“Cuando fui a responder, oí que colgaba. De inmediato empacamos todo lo importante, subimos a los dos jeeps y nos fuimos para la casa de Rionegro. Me pregunté cómo Pinina sabría ese nuevo número telefónico mío. Si ya no me podían extraditar, ¿por qué me seguía persiguiendo la Policía? Llamé por teléfono a mi pareja y le dije que pospusiera su viaje”. Así, le surgieron las dudas a Lehder.
Pocos minutos después, dos camiones cabinados de la Policía Nacional y dos jeeps llegaron hasta la finca. Los planes elaborados de fuga y el diseño de rutas de escape habían quedado en el pasado, “estábamos atrapados”.
Por esto tomó la decisión de entregarse, confiado en que pasaría los siguientes días o años en una cárcel colombiana. Nada más alejado de la realidad. En minutos pasó de Guarne, a Rionegro, a Bogotá, hasta la base militar de Guantánamo, en Cuba; luego a Tampa, Florida, en Estados Unidos, su destino final.
“Durante el vuelo logré estar relativamente calmado porque mis sentidos aún se negaban a dar credibilidad al hecho de haber sido secuestrado en mi patria por agentes de otro país, con toda la complicidad del alto gobierno”. Ya en suelo norteamericano fue recluido, con grilletes y cadenas, en un calabozo de una “prisión sin nombre, como único detenido”.
No comprendía lo que estaba ocurriendo y en su mente aparecían fugazmente algunas reflexiones pesimistas con algunos visos de optimismo, las cuales se irían repitiendo a lo largo de su detención: “Esta no era una pesadilla transitoria, eran las consecuencias de haber fallado en mi obligación de escabullirme del enemigo. Mi profesión de narco había terminado bruscamente. Pero en medio de todo, había una cosa positiva: por lo menos, la policía no me había matado”.
Tres décadas después de escuchar la lectura de sus pecados en un amplio indictment, el cargo más grave era una acusación ajena. Además de ser señalado de liderar el envío de toneladas de cocaína a Estados Unidos, utilizando Norman, su cayo en Bahamas, le dijeron que “su máximo nivel de custodia se debe a que poseemos información que indica que usted ha amenazado con matar jueces de Estados Unidos, algo que había dicho Escobar, jamás lo afirmé yo”, dice en el libro.
En medio de su secuestro-extradición, como califica su traslado a Estados Unidos, recibió una noticia que lo destrozó: su padre había fallecido por un cáncer. “Su pérdida acongojó y llenó de dolor mi cuerpo y mi alma. Sentí, ahora sí, que me encontraba en otro mundo, aislado en un planeta oscuro. Solo quienes han vivido algo así saben la profunda desolación”.
La traición
Mientras esperaba su juicio, Lehder se reunió con su abogado para analizar las pruebas que tenía la Fiscalía. Por error, o eso cree, se “traspapeló” un documento que tenía todos los sellos de información oficial secreta y que, en medio de tachones con un marcador negro grueso, contenía una información que confirmaría sus más oscuras sospechas.
“Entre los cientos de papeles que la Fiscalía les iba entregando a mis abogados antes del inicio de mi juicio, se traspapeló un documento por equivocación; de esa manera, mi abogado se enteró de una información oficial secreta. Aunque en el documento sí se veían varias líneas del texto tachadas con tinta de marcador negro, se alcanzaba a revelar que Pablo Escobar era la persona que había entregado a Carlos Lehder a la Policía de Medellín”. Esa fue una contundente revelación.
Siete meses después de un juicio por el que desfilaron varios de sus antiguos socios y enemigos que declararon en su contra, la estocada la dio la entonces carismática primera dama Nancy Reagan, quien utilizó el juicio para fortalecer su campaña en contra del uso de las drogas.
Doce jurados lo encontraron culpable de todos los cargos y el juez federal de Jacksonville fijó dos sentencias lapidarias: “Me encontraron culpable de conspiración para introducir cocaína en Estados Unidos, cargo que derivó en una sentencia de 135 años de prisión, así como también de dirigir ‘una empresa criminal continua’, lo que condujo a una sentencia de cadena perpetua. El juez ordenó además que se confiscara mi isla Norman, en las Bahamas, y golpeó en su gran mesa con el mazo justiciero de madera, martillazo final que representa la cosa juzgada”.
“Ciertamente, yo sí era ciento por ciento culpable de todos los cargos y de traficar con muchísimas toneladas de cocaína más”. Mientras fortalecía su cuerpo y mente en el estricto sistema penitenciario de Estados Unidos, al cual temía y admiraba, Lehder se enteró, en diciembre de 1989, de la captura del presidente de Panamá, el general Manuel Antonio Noriega, en un gigantesco operativo ejecutado por 20.000 soldados estadounidenses.
El presidente, al que calificaban como dictador, tenía un caso pendiente en Miami por conspiración para el tráfico de cocaína con el auspicio del cartel de Medellín. Lehder, quien le envió una misiva a Noriega para aconsejarlo, decidió colaborar con la justicia declarando en su contra, cobijándose en la regla 35 que fijaba una rebaja de pena.
“Cooperando con el gobierno en el juicio de Estados Unidos vs. Manuel Antonio Noriega, tomé nota de los principales puntos, mientras el abogado me explicaba los beneficios de una petición bajo esa figura para la reducción de una sentencia federal por cooperación con el gobierno”. En buena medida, por eso Lehder está hoy libre en Alemania.
La decisión no fue fácil y contó con la bendición del sacerdote Rafael García Herreros, el mismo que había convencido a Escobar de entregarse a las autoridades. Lehder quería que el padre le garantizara que Escobar no iba a tomar represalias en contra de su familia, ya sabía de lo que era capaz.
La respuesta fue clara. “Dígale a Carlos que yo ya arreglé aquí mis problemas con el Gobierno, y que él proceda y haga lo que tenga que hacer para lograr su libertad. Dígale que esté tranquilo, que yo no le molestaré a su familia, y que le deseo suerte”, ese fue el mensaje de tranquilidad.
El padre García Herreros visitó a Lehder en Estados Unidos y así lo cuenta en su libro. “Me senté y me cogió las manos. Poco hablamos, pero el contacto fue suficiente para sentir paz y renovación espiritual (...). Seguí su guía y confesé mis pecados ante él, alivianando la mente y el corazón al cumplir con este milenario rito católico”.
Con su declaración, Lehder logró que le quitaran las dos cadenas perpetuas y que la sentencia se condensara en 55 años de prisión, de los cuales cumplió 33 con mejores condiciones, que no se asimilaban al infierno de sus primeros días.
Hoy, al dar una mirada al pasado, recuerda la frase que llegó de la nada en su celda, la que le permitió sobrevivir “a suplicio sin angustias emocionales” y con la que cierra su libro: “Persevera, supera tu cautiverio; persevera, humilde”.
“Ya tuve varios hijos, ya sembré cientos de árboles, solo me faltaba escribir un libro. Hace una treintena de años, el fundador y jefe del cartel de Medellín exterminó a sus integrantes. El Caín asesino, Pablo Escobar, también cayó hace 30 años, el 2 de diciembre de 1993, fulminado por las balas de un comando de la Policía en el tejado de una casa en Medellín”, reseña Lehder en el libro editado por Penguin Random House, que ya está en las librerías.