Temporada Taurina
Román Collado abrió la puerta grande en Manizales, donde la fiesta taurina está más que viva
El torero español cortó dos orejas a Castellano, de la ganadería Santa Bárbara. Sebastián Hernández cortó una y Ricardo Rivera se fue en blanco. Toros bien presentados, en general, pero de juego desigual.
Cielo plomizo, ambiente de feria, los murmullos de los asistentes y los instrumentos que evocan la tradicional banda El Empastre ‘bajaron’ por los tendidos de la Plaza de Toros de Manizales.
Tres cuartos de aforo para la primera corrida de la 68.ª Temporada Taurina, en la que se lidiaron toros de la ganadería Santa Bárbara, que pastan en La Calera (Cundinamarca) y en Carmen de Apicalá (Tolima).
Fundada en 1986, cuando el país apenas se reponía de la tragedia ocasionada por la avalancha, producto de la erupción del Volcán Nevado del Ruiz y de la macabra toma del Palacio de Justicia (1985), este encaste, bravío y pujante, como la resiliencia del pueblo colombiano, se compone de encastes Domecq y Núñez, por separado. Hierro que por cerca de 40 años ha cosechado triunfos y ha puesto en alto al toro de casta, que en este caso defiende los colores verde y grana.
En el cartel, dos colombianos y un español. Ricardo Rivera (1983. Pradera, Valle del Cauca) como maestro de lidia. Román Collado (1993. Valencia, España) y Juan Sebastián Hernández (1994. Sogamoso, Boyacá).
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Clarines y timbales para abrir la tarde. Pasodoble Feria de Manizales y dos caballos moros, en fase blanca, con cintas blancas, verdes y rojas en alusión a la bandera de la capital caldense, que evocan los colores que visten a los árboles de café (cafetos).
Modo incógnito
Abrió la tarde Incógnito, toro negro de 493 kilos, bien armado de cuernos (corniveleto), astracanado y con una estampa digna de un toro de plaza de primera categoría en suelos taurinos de Sudamérica o México.
El toro, como su nombre, dudo para ir en un principio al capote de Rivera, algo que no se repitió en el momento de la pica, donde le dieron un puyazo fuerte, trasero y, donde al rectificar, la vara del picador no tuvo la mejor colocación.
Tercio de banderillas deslucido. Pasaron dos banderilleros, en cuatro intentos, y en el morrillo del toro solo lució un par, el último de José Garrido, exponiendo, acompasado, reunido y en lo alto.
La faena, en modo incógnito. Intentó Ricardo Rivera por el pitón derecho y también por el izquierdo, ante un toro más bello que encastado, que se rehusó a embestir con clase y buscó el cuerpo del torero. Tampoco encontró el torero el sitio, porque el astado tampoco lo permitía.
Por el pitón derecho, el mejor y más potable, Rivera logró pases sin la profundidad soñada, pero con los recursos ante un Incógnito que se fue de la muleta pronto. Se la dejó en el hocico, ese mismo que estaba cubierto con la espesa saliva del toro y restos de arena; y logró una tanda circular, templada, de mucho mérito.
Exprimió Rivera la falta de casta de la incógnita que tenía enfrente, y el toro no quiso saber más de la muleta, del torero y de una faena que nunca se consolidó. Sinsabor en el ruedo y en los tendidos.
Estocada completa, delantera y caída por el flanco derecho del toro; luego de bregar varios minutos para igualar al toro. Más pena que gloria ante la incógnita que nunca se despejó en el ruedo.
Sonó el primer aviso, tomó una mala decisión al intentar entrar a descabellar. Perdió tiempo al entrar a matar. Pinchó, sonó el segundo aviso. Acertó en el segundo intento con el descabello. Palmas calurosas desde los tendidos para el torero.
”Con mucho coraje, al final apreté, pero el toro nunca respondió. Por el izquierdo (pitón) venía recto, intenté desengañarlo. Era la espada (clave)”, comentó Rivera en los micrófonos de RCN Radio con bronca.
Román, sabor valenciano puro
El segundo de la tarde, 470 kilos, castaño, chorreado en verdugo, que en su capa lucia varias cicatrices, producto de posibles heridas, ya sanadas, de encuentros con otros toros bravos.
Vara corta, en buen sitio, encontrando el morrillo del toro en el primer intento. En las banderillas, paso en falso de Jaime Devia. En el segundo intento, par desigual y caído en el costado izquierdo del toro.
Par delantero de Héctor Fabio Giraldo. El manizaleño dejó las banderillas con los colores de la tierra en posición incómoda para la lidia. Devia pasó nuevamente sin decisión e hizo muy mal la suerte, reproches desde el tendido.
El toro, en la muleta, tardío a los llamados del torero, falto de fuerza, pero con un pitón derecho por el que embestía dulcemente, lo que fue aprovechado por el torero valenciano.
Sonó el pasodoble Churumbelerías, se alegró la tarde, retumbaron los olés, pero no estuvo sincronizado con las embestidas desacompasadas y toscas de Castellano. Retomó el pitón derecho, el potable, el de torear con mimo las embestidas del toro. Tres tandas de mucho mérito, en las que hizo lucir las condiciones del astado, de fuerza reducida.
Entró decidido a matar y logró una gran estocada. Dejando la mano hasta el final. Matando con la verdad por delante. Dos orejas para el valenciano, que adobó la faena con detallados recursos, como una buena paella, pero que tomaron por sorpresa a algunos de los espectadores, que consideraron el reconocimiento como generoso.
La charla de Dicharachero y Hernández
El meridiano de la corrida citó en el ruedo de la arena gris manizaleña a Sebastián Hernández y a Dicharachero, toro aplaudido en la salida, por su estampa y cornamenta.
Empezó la conversación, con el capote, de dicho en dicho, humillando por ambos pitones. Tercio de vara deslucido, al no poder evaluar la bravura del toro, por ser picado y dar la pelea en el caballo en la querencia, zona donde se hace más fuerte el toro (salida de los corrales y toriles).
Vestido de blanco y oro, Sebastián Hernández brindó el toro a los espectadores y conectó los aplausos con el inicio de faena por el pitón derecho, de alta nota en el toro.
Citó de lejos, acudió el astado, llevó la embestida con temple y en redondo. En momentos faltó profundidad, quietud y sitio, pero el toro no paró de embestir y la música y las series se repitieron uma y otra vez. Ganas sobraron.
El toro se impuso y desarmó al torero. La banda se silenció. Volvió Hernández con la mano derecha, pero no logró aprovechar, con la muleta, la profundidad que tenía la embestida de un noble Dicharachero. Remató con manoletinas.
Entro a matar y dejó una estocada, completa, pero la conversación no terminó del todo bien con Dicharachero. La espada quedó tendida, lo que le restó a la ejecución de la suerte suprema.
Oreja para Sebastián Hernández y vuelta al ruedo como premio a la calidad y casta de un toro hermoso de Santa Bárbara, que no tuvo pases por el pitón izquierdo.
”Las ganas siempre tienen que estar ahí. Seguiré aprendiendo y mejorando. Lo más importante es que en Manizales se toreó con libertad”, expresó con contundencia y humildad el matador de toros Sebastián Hernández.
Más carrera que casta
Después de dos horas de festejo, salió el cuarto toro de la tarde, de nombre Corredor, que recorrió con fiereza el ruedo de la plaza, luciendo su pelaje capuchino.
Picaron al toro lejos del morrillo. Se rectificó el puyazo. El astado perdió fuerza en el caballo.
En las banderillas, gran presentación de Emerson Pineda, que expuso bastante en ambos pares y levantó de los tendidos a los cerca de 10.000 aficionados, que se entregaron en una gran ovación.
Con la muleta, el toro cambió, como si lo hubiesen apagado en la pica, sangró demasiado, abrió el hocico para tomar aire a 2.150 metros sobre el nivel del mar, en Manizales. Cogió al torero, sin cornearlo, y la faena nunca lució. Lo que si brilló fue el traje de luces, bordado en lentejuelas doradas y de color grana, al encenderse las luces de color ámbar y blancas de la Plaza de Toros de Manizales.
Alargó la faena, intentando buscar pases, como en un pozo seco, pero no valieron, no transmitieron. Mató defectuoso. Con palmas, reconocieron su esfuerzo.
Serrano, no del bueno
Orgullo para el ganadero Carlos Barbero. Segundo toro aplaudido por su fenotipo y, como debe ser, con peligro en sus pitones, que saludaban al cielo manizaleño. 446 kilos de peso en un capuchino, ojo de perdiz, que no peleó en el caballo y que recibió dos puyazos.
Mostró falta de casta en el capote. A esa altura, más facha que clase en el toro. Embestidas con la cara alta, agresivas y peligrosas.
Se desdibujó el astado que ilusionó con su salida al ruedo. Lo intentó Román, pero no hubo toro para lucir. Pinchó dos veces, entró a matar sin confianza. Silencio para el torero y pitos para el toro.
Jinete, flojo
Desorden en la lidia desde el tercio de capa, puyazo trasero y un Jinete desentendido, de 446 kilos, que nunca rompió sus embestidas en el capote.
Estuvo midiendo a los subalternos en los lances. Gran par de Anthony Dickson, al paso y jugándosela. Cerró Ricardo Santana, con un par en el que midió los tiempos y se encontró con el toro para dejar los dos palos en todo el morrillo, rematando con fuerza. Saludo desde el tercio y recogió el respeto de los tendidos.
El toro, desde el inició de la faena, mostró lo peligroso que era, mirando siempre al torero, pendiente de sus movimientos, como tendiendo una trampa.
Resbaló Hernández, el toro, en segundos, se desentendió del cuerpo del torero, que estaba tendido en la arena. Logró sostenerse del pitón del toro para evitar una cornada. Se cambió la muleta a la mano izquierda, encontró su sitio en el ruedo y, a punta de aguantarlo y de mucha valentía, intercaló pases que valieron y otros trompicados. Momentos en los que se pasó saliva espesa, tanto el torero como los espectadores.
El toro terminó la faena, desentendido, huyendo de la muleta y buscando las tablas, condiciones negativas que mostró desde su salida. Perdió la oreja y la salida por la puerta grande al pinchar dos veces. Mató defectuoso, sonaron los avisos y cayó el telón, sin genuflexiones ni aplausos.
Salió a hombros Román, con una puerta grande discutible, pero en la que el torero lo entregó todo y mató a ley, lo que fue premiado.