Medellín
130 centímetros: la historia del soldado más pequeño del Ejército
Henao Ruíz fue la sombra del comandante de la Séptima División, el mayor general Juvenal Díaz Mateus.
Con un metro y treinta centímetros de estatura, el soldado Óscar Jaime Henao Ruiz se prepara en Medellín para enfrentar a la delincuencia. Ante el pesimismo de sus allegados y la poca fe que le pusieron a la causa, se enfiló en el Ejército Nacional. En dos oportunidades suplicó por el ingreso. Hoy carga la dotación en el hombro y los sueños de veinte años.
A muy temprana edad se imaginó portando el camuflado y sus expectativas fueron el chiste de los compañeros de la clase. En Ciudad Bolívar les costaba creer que el hombre de más baja estatura del pueblo los iba a defender en las montañas de la región. Así ocurrió. En la primera semana de febrero de 2022 vistió el uniforme que tanto anheló.
Henao Ruiz sufrió para tener el visto bueno de la institución. La primera lucha la tuvo en su casa. Su madre le reprochó el proyecto de vida que armó porque tenía un espejo: el hijo mayor de la familia estaba dentro del Ejército y no quería que Óscar abandonara el hogar con los múltiples sacrificios que deben asumir para proteger a la patria.
El ingreso
Después de barajar las posibilidades, las opiniones de los suyos y el desacuerdo de la mamá, postuló su nombre para prestar el servicio militar en el suroeste antioqueño. “Yo no le dije a nadie para dónde iba, salí de la casa solo el 20 de enero. Se dieron cuenta cuando conté que me iba a ir a amanecer en otro lado porque iba para el Ejército”, dijo el soldado.
La respuesta que temió recibir llegó tres semanas después de haberse registrado en el pelotón. En los resultados de los exámenes le dieron un ‘no’ por la estatura. Sin embargo, insistió una semana después en una nueva etapa de incorporación. Un argumento fue trascendental para el ingreso: “Les dije que esto era muy importante para mí”, se sinceró Henao.
En la Séptima División le dieron el ‘sí’ luego de concluir que estaba en buenas condiciones de salud. Sin embargo, le dijeron que no tendrían contemplaciones. Entonces, el trato sería igual para él y el resto de los compañeros de la unidad. Cuando le informó a su madre de la decisión final, a regañadientes, esta le dio la bendición y hoy es su mayor orgullo.
Las tareas
Óscar estrenó el uniforme incompleto. Pasó dos meses caminando con zapatos porque en el Ejército no encontraron las botas de acuerdo con su talla: revoletearon por todo el país buscando el número 31 y, finalmente, optaron por mandarlas a hacer. En el primer semestre, aprendió a disparar y conoció el rigor de la disciplina, un período que le costó por los cambios.
Del municipio de Andes pasó a la ciudad de Medellín para que fuera la sombra del mayor general Juvenal Díaz Mateus, quien fue hasta este 26 de agosto el comandante de la Séptima División por decisión de la nueva cúpula. Nada más y nada menos, tenía la obligación de hacer cumplir la agenda y cubrir todos sus requerimientos.
“Yo soy ayudante de campo de mi general. Me encargo de lo que él necesite por fuera y de que todas las reuniones estén listas: el computador, la tablet, las carpetas. Yo debo estar a la orden por lo que él necesite. También me encargo de acordarle lo que va a hacer en el día y qué tenemos pendiente”, comentó el militar.
La primera vez que montó en helicóptero y avión lo hizo al lado del brigadier general, porque lo acompañaba en los viajes donde había espacio para él. Recuerda que los primeros trayectos por el aire le daban pánico y la tripulación siempre tenía palabras para tranquilizarlo: “Me dan confianza. Me tratan muy bien. Yo soy un soldado más”, concluyó.
En sus redes sociales tiene antecedentes de los mejores días que ha vivido dentro del Ejército. Con base en esa experiencia, espera ofrecer sus años al Estado. En la lista de sueños aparece la carrera profesional que, “con la ayuda de Dios”, espera desarrollar cuando supere el período del servicio militar.