PORTADA
Medellín sin tugurios: SEMANA visitó el barrio que levantó Pablo Escobar. Allí todavía lamentan la muerte del capo
Los habitantes del barrio Pablo Escobar de Medellín, a tres décadas de su caída, reclaman que sean incluidos en el mapa de la ciudad, pues aparecen como una urbanización y no se sienten identificados.
Medellín sin Tugurios es el único rincón del Valle de Aburrá donde se sigue lamentando la caída de Pablo Escobar. Allí viven 443 familias que recogió del basurero municipal en 1986. Los beneficiarios de la ‘cara amable’ del capo exclaman oraciones para que su alma descanse en paz, mientras que en el resto de la ciudad se maldice todo lo que fue.
En estas calles, la gente recuerda el 2 de diciembre de 1993 con dolor porque el Estado dio de baja al hombre que les calmó el hambre durante varios años. En otras partes de la región, desempolvan las memorias con alegría, pues los ciudadanos volvieron a caminar en paz y superaron la pesadilla de caer en medio de los carros bomba fantasma. Escobar pidió que las casas de su barrio tuvieran seis metros de frente y doce de fondo para que pudieran construir dos habitaciones, una cocina, un baño, una sala y un solar. Paralelamente, solicitó dar de baja a las personas que amenazaban su imperio de narcotráfico: periodistas, políticos, jueces, magistrados, empresarios y policías.
Aunque Pablo bautizó al sector como Medellín sin Tuguros para demostrar que estaba aliviando la pobreza de su gente, la comunidad lo rebautizó con su nombre a fin de que fuera inmortal el legado. Eso le valió la exclusión al sector por años, dado que a las propias autoridades les costaba invertir sobre la herencia de un enemigo.
Solo fue hasta 2007 cuando las tierras del capo fueron legalizadas por la Alcaldía, a la que le sigue costando darle legitimidad a Escobar por el dolor que representa su memoria. En ese tire y afloje se la ha pasado la ciudad en las últimas tres décadas, citando dos relatos completamente diferentes de una misma persona que convulsionó al mundo.
Lo más leído
Incluso, el presidente de la Junta de Acción Comunal, Wberney Zabala Miranda, aseguró que no están en los planos del distrito: “Seguimos siendo abandonados por el Estado porque el barrio Pablo Escobar no aparece en el mapa de Medellín, a pesar de ser ya un asentamiento poblacional con más de 6.000 viviendas y con una parroquia”.
En todo caso, no agachan la cabeza para hablar de su fundador y alardean de su “buen corazón”. Los más jóvenes esquivan contra viento y marea un destino parecido, aunque buscan en los baúles de sus abuelos algún recuerdo para contarlo a los curiosos que llegan de varias partes del mundo a conocer la Medellín de Pablo.
Las fachadas están adornadas con su rostro, los más veteranos conservan los titulares de prensa de la época, algunas familias tienen colgadas sus fotografías, los que le guardan sentimiento de aprecio encienden una veladora para intermediar por él con sus dioses y en cada aniversario le dedican varias oraciones de las ánimas del purgatorio.
Cuando Escobar se vuelve viral en las redes sociales por algún episodio, en las esquinas del barrio se debate sobre lo que hizo en vida. Si bien le agradecen por la vivienda, también reprochan en voz baja lo que hay detrás de su nombre: “Uno no puede negar la historia, eso fue lo que pasó. Nosotros acá no tenemos una versión de los hechos, tenemos muchas”, dijo Zabala.
De hecho, entre los vecinos también hay víctimas de Escobar. La mamá de él, Hermilda Gaviria, cedió terrenos de la finca para apoyar a las madres que se habían quedado sin esposo por cuenta de las bombas que explotaban en Medellín o los parientes de policías que caían por orden del cartel, cuyos homicidas recibían hasta dos millones de pesos a cambio del crimen.
Una máquina de dinero
La historia delincuencial se convirtió en una máquina de millones en Antioquia y las autoridades no la reconocen públicamente, pues se avergüenzan del narcoturismo: una ola de empresarios vio en el pasado de Escobar una mina de oro y cientos de viajeros aterrizan diariamente en el aeropuerto internacional de Rionegro para perseguir sus experiencias en cualquier lugar.
El sitio más visitado es su tumba, un mausoleo familiar de los Escobar Gaviria ubicado en el Cementerio Jardines Montesacro, de Itagüí. Los empleados del lugar han contabilizado hasta 200 personas todos los días. Aunque no cobran por ingresar, sí lo hacen los guías, quienes piden 50 dólares a cambio de un largo relato. A la izquierda están los restos de Pablo, en la mitad fijaron a Hermilda Gaviria de Escobar, que falleció en 2006, y en la derecha ubicaron a Jesús Escobar Echeverri, su padre, que murió en 2001.
El camposanto está decorado con arreglos florales frescos que donan los turistas o acomodan los allegados del narco sin llamar mucho la atención.
En las lápidas solo aparecen las fechas de nacimiento y deceso de los cuerpos. Sin embargo, sus familiares compartieron los números ocultos. El código de Pablo, usado por los fanáticos en apuestas para buscar algo de suerte, es el 032-7-1, haciendo referencia al sector del camposanto en el que están localizados en el terreno.
Luego está la Hacienda Nápoles, donde construyó un zoológico personal con animales exóticos que hoy son un problema para Colombia. En 1980 embarcó a cuatro hipopótamos, que se han expandido sin límites. Cornare, la autoridad ambiental de la subregión, sospecha que ya hay 200 circulando por el Magdalena Medio antioqueño.
Con la muerte de Escobar quedaron desamparados y hoy el Gobierno nacional se debate en tres alternativas: aplicarles la eutanasia, esterilizarlos o enviarlos a otras regiones del mundo interesadas en darles condiciones dignas de vida. En todos los casos, las inversiones serían millonarias y prometen un largo debate en la opinión pública.
Nicolás Escobar, sobrino de Pablo, está en contra de matarlos: “Hay que respetarles la vida, porque son unos animales que no tienen la culpa de lo que pasó y aprovecharlos para hacer turismo. Que la gente que vive en las riberas pueda llevar a la gente para que los conozca, con todo el respeto del mundo, para que les genere rentabilidad, no asesinarlos”.
La herencia de Escobar
El futuro incierto de los hipopótamos se suma a la controversia por las propiedades de Escobar. Tras tres décadas de la barrida del Estado a los inmuebles adquiridos con la plata del narcotráfico, la Fiscalía descubrió en las últimas semanas un inmueble avaluado en 12.000 millones de pesos administrado por Roberto Escobar, el hermano del capo.
La vivienda está ubicada en un exclusivo sector de la capital de Antioquia y era usada como un museo que, supuestamente, tenía objetos inéditos del narco. Los visitantes frecuentes eran extranjeros apasionados por la historia mafiosa y las extravagancias que lo mantienen en la cúspide de la fama, a pesar de tantos años de estar bajo tierra.
El ente de investigación aseguró que alias el Osito, como se le conoce al hermano, “lo ha ocupado de manera ininterrumpida, ha promovido varias mejoras y adecuaciones y logró que en los registros públicos quedara a título de una mujer, que funge como propietaria”. Mientras avanza el caso, la Sociedad de Activos Especiales asumió el control.
La Alcaldía de Medellín también se sumó a la polémica y, días antes, intervino la casa porque se construyó de manera irregular. Igualmente, mostró su posición sobre la narrativa de Escobar: “Desde el distrito rechazamos el uso del territorio para aquellas actividades que promuevan el narcoturismo”, dijo el subsecretario de Seguridad, Omar Rodríguez.
Aunque esta noticia causó impacto en Colombia, el sobrino de Escobar advirtió que el Estado no ha podido incautar todos los elementos financiados por el narcotráfico que impulsó el jefe del cartel de Medellín. Por ejemplo, las obras de arte y otras piezas de alto valor que estarían avaluadas en cientos de millones de pesos.