Guaviare
El drama de una mujer que tiene una aguja con hilo en su vientre hace una década
Ella está en un laberinto sin salida desde el 18 de junio de 2012 en el departamento del Guaviare.
María Aderlinda Forero Vargas no tiene tranquilidad desde el 18 de junio de 2012, cuando entró a un quirófano y le dejaron una aguja con hilo en su vientre. Los dolores son intensos y cada vez encuentra más trabas para calmar los dolorosos chuzones.
Ingresó a la sala de cirugía 24 horas después de tener a su cuarta hija en una clínica del Guaviare. Los médicos le ligaron las trompas para “no tener más familia”, pero el procedimiento se convirtió en la peor pesadilla para ella y sus allegados.
Una vez salió de la sala donde la intervinieron, regresó a la casa con la pequeña en brazos, localizada en la zona rural del municipio de El Retorno. Durante los tres meses siguientes, los dolores se camuflaron en el malestar natural que deja un embarazo.
Constantemente visitaba los pasillos del centro médico del pueblo para que los especialistas le ayudaran a sanar el mal. La fórmula era repetitiva: “Pastillas de acetaminofén y guardar reposo porque también podría ser efecto de la cirugía”.
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Nadie le daba razón lógica de su enfermedad. Todos los días se quejaba del dolor en el mismo punto del estómago. Junto a su esposo, quien le ha limpiado las lágrimas del sufrimiento, batallaron con médicos y el sistema de salud para un diagnóstico certero.
En noviembre de 2022, por medio de una ecografía, una doctora le reseñó que tenía un elemento extraño en su organismo: “Me dijo que en una cirugía me dejaron una aguja con hilo. Yo no lo podía creer y ella tampoco”, narró la mujer en entrevista con SEMANA.
Ella volvió al consultorio que había visitado en los últimos años con las imágenes en mano. La médica que la atendió reprochó la versión de un mal procedimiento en su institución y le sugirió a la paciente que, más bien, se había tragado el material.
Con una actitud extraña, la remitió donde un especialista para que resolviera el problema. El 22 de marzo de este año la vio un cirujano del Guaviare que, con la misma sensación, “me trató mal, me lastimó y me dijo que no podía ser posible que eso me lo hicieran allí”.
Le metió los dedos por el ombligo para sentir la aguja y, desde ese instante, le despertó la intensidad del dolor de los primeros años. Con calmantes automedicados está tratando de superar la traumática visita al doctor que la trasladó a un centro médico de Bogotá.
Frente al hallazgo que no pudo refutar, reconoció que en el departamento no podían volver a abrirle el estómago con el propósito de sacarle la aguja con hilo porque había riesgos: “Que todo eso me lo debían hacer en un hospital de tercer nivel”.
El problema es que no ordenó la intervención inmediata para terminar con la lucha que arrancó en junio de 2012, cuando pidió no tener más hijos, sino una cita de control con otro especialista para que le dé una tercera lectura al tormentoso diagnóstico.
“Yo lo que necesito es que me operen rápido, que me saquen esto porque no me quiero morir y dejar a mis hijos”, estas consecuencias se las anticipó una médica de la región. Entre tantas cosas, el metal le podría generar un cáncer o comprometer su organismo.
Esa es la zozobra que la acompaña desde noviembre de 2022, cuando se enteró de lo que estaba circulando en su cuerpo. Cada hora que llega el fuerte chuzón, sabe que está tambaleando su vida. Frente a este escenario, “pido que me ayuden a que me operen cuando llegue a Bogotá, no puede ser solo un control, no más largas en esto”.