INDUSTRIA CON MEMORIA

Los abuelos que vivieron de las minas

Después de décadas dedicados a la minería artesanal, un grupo de adultos mayores se reúnen para cultivar una huerta y sobrevivir juntos a un presente austero.

5 de septiembre de 2017
Trabajadores del huerto San Isidro en Muzo. | Foto: Iván Valencia

Vitalina Suárez lleva más de tres décadas ‘paleando’, como se le dice al oficio de escarbar con palas entre las piedras de las quebradas de Muzo en busca de esmeraldas. “Y hasta ahora no me he ‘enguacado’”, dice esta mujer de 64 años para contar que aún no ha tenido el golpe de suerte por el que tanto tiempo ha luchado.

Por eso ahora prefiere dedicar la mayor parte de su tiempo a tocar la guitarra, a hacer manualidades, a cantar y, especialmente, a cuidar una granja y un galpón, junto a la mina de Minería Texas Colombia (MTC), una compañía que se ha preocupado por desarrollar proyectos productivos entre personas de la tercera edad.

Algunos de ellos cultivan en el huerto San Isidro, en el Mirador de los Abuelos, tomate, habichuela, yuca, lechuga, pimentón, ahuyama, sandía, pepino, melón, plátano y aromáticas, entre otros productos orgánicos. La mayor parte de la cosecha se utiliza para preparar el almuerzo gratuito de cerca de 300 ancianos al día, unos cuantos escalones abajo de la granja. Nadie se enriquece al sembrar estos alimentos pero para las 30 personas que trabajan en el proyecto, su ganancia es mantenerse ocupadas y sin deberle nada a nadie.

Saúl Roa, de 71 años, es uno de los guaqueros que visita el comedor a diario y aplaude la labor de Vitalina. “En mi rancho la comida es escasa, aquí es más nutritiva”, dice. “Hace 40 años enloquecí por las esmeraldas y hoy no tengo nada”, agrega. Sin embargo, sigue buscando piedras preciosas en los ríos y los socavones de Muzo, y recarga sus fuerzas en el Mirador de los Abuelos.

El sitio se llama así porque ofrece una panorámica sobre el valle del río Minero y se convirtió en el punto de encuentro de los más veteranos. En un polideportivo ellos también practican deportes, hacen talleres artísticos, presentaciones de danza, dialogan sobre diferentes asuntos de la comunidad y desarrollan actividades que los unen.

La vida sigue andando en esta zona. Los adultos mayores no pierden la esperanza de encontrar una piedra que les dé un futuro más cómodo y se aferran a lo poco que tienen y al único oficio que aprendieron. “Tengo cinco hijos, todos viven en Bogotá y me dicen que me vaya con ellos. Pero no, me gusta este territorio. En la ciudad uno es como un pajarito enjaulado, aquí por lo menos tengo una ilusión”, concluye Vitalina.