Historia de un secuestro
Esta es la dramática historia de Heriberto Urbina, de 86 años, el secuestrado más viejo de Colombia; lo tendría el ELN en su poder
En entrevista con SEMANA, el hijo mayor de los Urbina relata el dolor y el calvario que viven desde el pasado 25 de abril. Su padre estaría en manos del frente Camilo Torres del ELN.
Heriberto Urbina Lacouture siempre ha sido un hombre de campo. Desde la adolescencia, recuerda quienes lo conocen, aprendió a levantarse mucho antes de los primeros soles del día para ordeñar vacas y agitar el azadón sobre las tierras de San Juan del Cesar, en La Guajira, un pueblo que se levanta entre la Sierra Nevada de Santa Marta y la serranía del Perijá y donde él nació hace ya 86 años.
Una zona de la que nunca quiso irse. Don Heriberto hizo del Cesar y La Guajira su patria. Fue allí donde aprendió a levantarse a las 5:00 a. m. y donde se hizo campesino y luego ganadero.
Es que no tuvo otra elección: la tragedia lo alcanzó muy joven, con apenas 15 años. Su padre murió tempranamente y, sin otra herencia distinta que el trabajo duro y unas pocas vacas, se marchó para buscar tiempos mejores a La Jagüa de Ibirico, donde un pariente le enseñaría a sembrar arroz, uno de los cultivos más prósperos de la época. Con el tiempo, también se le mediría a la palma de cera.
Fue allí también que se conoció con Asunta Galiano, una cesarense de ascendencia italiana que ha sido el amor de su vida. Ella era la gerente de un banco a donde llegó Heriberto para comprar, a cuotas, la primera hectárea de tierra que tuvo en la vida. Aquello fue hace ya medio siglo. Se enamoraron, se casaron y tuvieron tres hijos, tan trabajadores como su padre.
Una familia que desde el pasado martes 25 de abril reza a diario para que don Heriberto cruce la puerta de su casa, con la altivez de siempre. Un ritual que se vio truncado por un grupo armado ilegal, al parecer el frente Camilo Torres del ELN, que secuestró al empresario mientras se encontraba en una estación de combustible.
Todo sucedió tan rápido que no dio tiempo de reaccionar, tal como relataron varios testigos. Los hombres lo acecharon, se le subieron al carro y partieron con rumbo desconocido, dejando una estela de incertidumbre, de llanto y de angustia no solo en la familia Urbina, sino en esa comunidad de Chiriguaná y Curumaní a la que generosamente don Heriberto ha apoyado durante décadas.
Que lo digan los trabajadores de su finca, para quienes construyó especialmente una escuela en esos mismos predios y pagó un profesor de su propio bolsillo, que ha beneficiado a decenas de hijos de campesinos de la región desde los años ochenta. Que hablen los ladrilleros artesanales, a quienes este amante de los buenos vallenatos apoyó para que se formalizaran en un oficio por el que pocos apostaban. O los vecinos del barrio contiguo a una de sus fincas a quien don Heriberto no fue capaz de dejarlos a merced de las tinieblas de la noche y les llevó la electricidad.
De esa generosidad dan fe igualmente las damas rosadas, que doña Asunta lideró por varios años, y que permitió que decenas de personas accedieran a médicos y tratamientos que de otra manera no habrían podido costear.
“Por eso es que la misma comunidad ha salido a manifestarse para que sus captores lo devuelvan a su familia”, se le escucha decir a José Restrepo, uno de sus sobrinos, que siempre vio en su tío a un hombre incansable a quien ni siquiera sus 86 años (los cumplió en febrero pasado) han conseguido doblegar y alejar de sus labores del campo.
Una familia marcada por el conflicto
El hijo mayor del empresario confiesa que no es la primera vez que la violencia y la rudeza del conflicto colombiano tocan a las puertas de su casa: en los ochenta, don Heriberto pudo salir ileso de un intento de secuestro, y en los noventa no tuvieron más remedio que someterse a la intransigencia del ‘boleteo’ de todos los actores armados que se paseaban a sus anchas por caminos y veredas.
Ese hijo lleva el mismo nombre de su papá. Y, desde un lugar que solo él conoce, cuenta en SEMANA el calvario que ha vivido su familia desde el pasado 25 de abril.
Con voz triste, pero firme, este hombre de 49 años revela que hasta ahora la familia ha recibido cuatro videos como pruebas de supervivencia, el último hace solo doce días. “Se ve con la ropa limpia, en buen estado, pero con cara de melancolía. Dice que le están dando sus medicamentos y que se encuentra bien, en medio de todo”, asegura el hijo.
Es que, a pesar de su arrolladora fuerza vital, don Heriberto debe tomar candesartán, cardioaspirina, atorvastatina, gingobiloba y duodart, varias de ellas debido a que ha sufrido de problemas cardiovasculares y algunos cíncopes.
La primera llamada de los captores la recibieron seis días después, lo que de inmediato les dejó claro a los Urbina que se trataba de un secuestro extorsivo. La voz al otro lado de la línea les informó que el Clan del Golfo y las Autodefensas Gaitanistas tenían en poder al patriarca.
“Pero nosotros no tenemos aún certeza de qué grupo lo tiene realmente. A través de un amigo cercano, el Clan de Golfo negó categóricamente que ellos hubieran sido los autores. Consultamos por los lados de las Farc y nos dicen que tampoco. Y lo que nos cuenta la gente de la región, que quiere tanto a mi papá, es que él está en poder del ELN; esta es la zona de ellos, donde tienen sus vías, sus negocios”, relata con angustia el mayor de los hijos Urbina.
Algunos campesinos, incluso, se han acercado a la familia para contarles otros detalles: que los secuestradores, por ejemplo, han pasado por sus fincas, con el empresario en motos. “La idea que más coge fuerza es que seguramente algún grupo lo secuestró y lo vendió al ELN. Eso ya ha pasado otras veces acá”.
Relata que la familia ha tratado de averiguar “a través de la mesa de diálogo, pero no nos dan ninguna certeza, porque supuestamente ese grupo no secuestra a personas mayores de 70 años, pero mientras tanto mi papá está allá, en esas condiciones tan duras, a su edad”.
Es que, después de una época en la que los secuestros extorsivos parecían haber dado tregua en la región, don Heriberto hoy carga con el triste peso de ser el secuestrado más viejo de Colombia.
“Lo que nos dice la gente y las propias autoridades es que todo apunta a que es el ELN y eso nos deja en una situación complicada porque ellos no tienen un mando unificado, son federaciones y cada una actúa por su cuenta”, se lamenta.
Lo dice un hombre que asegura vivir otra suerte de secuestro. “A mí me tienen amenazado”. Y los secuestradores incluso le han pedido que se canjee con su padre. “Yo les dije que estaba listo para hacerlo. Pero las autoridades no me autorizaron porque las experiencias que han tenido otras familias de la región han terminado mal. Cuando un hijo se canjea, el secuestro se prolonga hasta por dos o tres años, para poder pedir más plata en todo ese tiempo. Y a los secuestrados que estaban inicialmente o los matan o se mueren después de pena moral porque no soportan la idea de tener un hijo en cautiverio por su culpa”.
Entonces, le ha tocado vivir “en el anonimato”. Con miedo. Es que la amenaza contra el mayor de los Urbina fue dura: “Escóndase donde se esconda, lo vamos a sacar hasta debajo de las piedras”.
Por eso, a los Urbina les tocó aceptar una ayuda a la que siempre se resistieron como familia: tener guardaespaldas, andar armados. “Mi papá nunca quiso esas cosas. Y siempre ha dicho que la mejor arma que él carga en su vida es el cariño de la gente de la región a la que tanto ha ayudado”.
Pero el cálculo falló. La familia reza y aguarda porque esta historia tenga un final feliz: “Si lees esto, padre, quiero que sepas que, a pesar de todo, estamos bien. Que hay limitaciones y que por eso su libertad nos va a tomar más tiempo del esperado. Pero recuerda afuera te esperan José Antonio y Gustavo, tu nieto y tu biznieto favoritos. Afuera te espera la vida”.