FRANCIA

El tenebroso pasado que persigue a Nicolás Sarkozy

Desde la tumba, el dictador libio Muamar Gadafi sigue incomodando al expresidente francés Nicolas Sarkozy. Nuevos indicios sobre la posible financiación ilícita de la campaña de 2007 parecen haber acabado con su carrera política.

24 de marzo de 2018

Solo tuvo un receso para volver a su casa y descansar durante nueve horas. Nicolas Sarkozy contestó durante dos días las preguntas que le hizo la Policía como parte de una pesquisa sobre su campaña electoral de 2007. La Justicia francesa investiga si entraron o no dineros provenientes del régimen libio de Muamar Gadafi, lo cual configuraría un delito según la legislación de ese país.

Sarkozy respondió el interrogatorio el martes en Nanterre, al noroeste de París, a donde lo condujo la Policía en una especie de detención transitoria. Declaraba así por primera vez sobre ese caso, abierto desde 2013 cuando las autoridades recogieron las pruebas surgidas en la investigación del diario digital Mediapart.

Ese sitio web publicó en abril de 2012 un informe que sugería que el líder libio habría entregado 50 millones de euros para apoyar la campaña electoral de Sarkozy. Esa suma viola la ley de financiamiento de las campañas políticas en Francia, la cual para el momento de la elección de 2007 limitaba el gasto a 21 millones de euros y prohibía que el dinero llegara desde el extranjero.

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Aunque en principio Sarkozy y sus colaboradores negaron la veracidad de los informes, un tribunal los declaró auténticos y se convirtieron en la base de la investigación. Los nombres de los implicados aparecieron en la escena pública y comenzaron a estar en la mira de la Policía y de la prensa.

Primero surgió la figura de Claude Guéant, asistente principal de Sarkozy y ministro del Interior entre 2011 y 2012. Las autoridades lo investigaron por fraude luego de haber recibido una transferencia bancaria de medio millón de euros cuya procedencia explicó en la venta de dos cuadros.

Luego vino el testimonio de Ziad Takieddine, un traficante de armas franco-libanés quien le dijo a Mediapart en 2016 que había entregado varias maletas con dinero en efectivo a Sarkozy y a Guéant poco antes de las elecciones. En la audiencia, Takieddine dio cuenta de tres viajes que hizo de Trípoli a París entre 2006 y 2007. Dijo que en cada oportunidad llevaba en una maleta entre millón y medio y dos millones de euros en billetes de 200 y 500; afirmó también que el ejército de Gadafi le había dado ese dinero.

Para ir cerrando más el círculo, en enero de este año fue arrestado en Londres el último de los empresarios cercanos a Sarkozy. Alexandre Djouhri actuó como intermediario financiero con Libia y ahora Francia lo pide en extradición para vincularlo al proceso.

En Francia, el hecho de abrir una investigación formal implica más recursos y más dientes para los jueces asignados. Aunque eso no implique un juicio inmediato, sí explica los avances en el proceso. Sin embargo, Sarkozy ha rechazado siempre cualquier acusación con respecto a las finanzas de su campaña en 2007. Los medios franceses calificaron el episodio como “el virus de la política que nunca se fue” o el “regreso de Sarkozy a los negocios”. Otros hablaron de “el regalo póstumo de Gadafi”, en referencia a la agridulce relación que mantuvieron Sarkozy y el militar libio.

Una vez se convirtió en presidente, Sarkozy invitó a Gadafi a una visita de cinco días en París, donde lo recibió con altos honores. En esa ocasión se reunieron dos veces y cerraron negocios estratégicos con empresas francesas por el orden de los 4.500 millones de euros. Sarkozy se apuntó un acierto con el sector privado de su país, pero se arriesgó a que le llovieran críticas de las democracias occidentales.

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En los cuatro años siguientes la relación se fue degradando hasta que Sarkozy comenzó a condenar al régimen libio por sus abusos a los derechos humanos. Saif al Islam, hijo de Gadafi, escaló el conflicto en 2011 cuando aseguró: “Lo primero que le pedimos a ese payaso es que devuelva el dinero al pueblo libio. Le ayudamos a ganar las elecciones, pero nos ha decepcionado. Pronto mostraremos los documentos y los recibos bancarios”.

Poco después, Francia participó en la intervención militar con la que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan) puso fin al gobierno de 41 años de Gadafi. Pese a las amenazas del hijo del dictador (hoy candidato a la Presidencia de Libia), la denuncia no pasó a mayores y la Justicia francesa se quedó esperando esas pruebas.

Teniendo en cuenta la relación amistosa que tuvieron, no se sabe con certeza qué llevó a Sarkozy a participar en 2011 en la acción militar. Thomas Borrel, investigador de Survie, asociación especializada en la política exterior de Francia en África, explicó a SEMANA que oficialmente se dijo que la caída de las dictaduras en Túnez y en Egipto empujó a Francia a cambiar su línea diplomática. “Pero también se sospecha del interés de Sarkozy en eliminar los cargos que persisten contra él hoy en día, o la necesidad de borrar su política exterior africana (apoyo a las dictaduras de Chad y Camerún en febrero de 2008; Gabón en agosto de 2009). De repente afirmaba actuar en nombre de los derechos humanos y al mismo tiempo recibía presiones de ‘ir a la guerra’ de altos oficiales militares franceses”, asegura Borrel.

El proceso de la financiación libia es ya uno de los escándalos más relevantes de la política francesa y del que seguramente vendrán más episodios en el futuro. Aunque en el de esta semana Sarkozy solo fue interrogado, las acusaciones son tan graves que, de ser ciertas, podría terminar en la cárcel.

En todo caso, su carrera política podría haber terminado. La razón es que, aunque el caso de la financiación libia es más conocido por la opinión pública debido a la relación de amor y odio entre Sarkozy y Gadafi, no es el único escándalo con el que carga el expresidente francés. También se lo relaciona con el caso Bygmalion, llamado así por la compañía de relaciones públicas acusada de emitir facturas falsas para ocultar los gastos excesivos de la fallida campaña reeleccionista de 2012, en la que lo derrotó François Hollande.

En esa época Sarkozy y sus partidarios organizaban grandes mítines y llenaban estadios al mejor estilo de la política estadounidense. La polémica quedó sembrada cuando se supo que había autorizado a los encargados de su campaña a superar los límites de gasto establecidos por la ley.

En ese momento, el límite para las campañas presidenciales estaba en 18,6 millones de dólares por candidato en la primera ronda y subía a 5 millones más para los que avanzaran a la segunda vuelta. Según la Fiscalía de París, Sarkozy y su equipo gastaron al menos 45 millones, casi el doble del límite. Por ocultar ese gasto a las autoridades electorales, Sarkozy pagó una multa y los funcionarios más cercanos enfrentaron un juicio por fraude.

En Francia algunos lo recuerdan por sus dotes de showman en cada uno de los mítines que protagonizó a lo largo del país. Pero de a poco, el escaso capital político que acumulaba se eclipsó por cuenta de un turbio pasado que aún lo persigue. Como le dijo a SEMANA Florent Frasson, especialista en Relaciones Internacionales de la universidad Jean Moulin Lyon III, “más allá de esta nueva etapa del proceso judicial, la muerte política de Sarkozy se dio hace más de un año cuando los miembros de su partido no apoyaron su aspiración presidencial. Es un hito que marca el final de una época porque los franceses no están dispuestos a darles otra oportunidad a los viejos dinosaurios de la política, menos aún con la llegada de Emanuelle Macron al poder”.

Aun con uno de sus protagonistas muerto, la que fue una de las relaciones políticas más contradictorias de este inicio de siglo sigue dando de qué hablar. Esta vez el eco de un dictador libio persigue a uno de los dirigentes franceses más impopulares de los últimos años.