Exposición
Cuando el arte viene de otro planeta
La artista María Elvira Escallón tardó dos años en destapar el improbable recorrido de un objeto que aterrizó en Colombia hace dos siglos y que hoy es un ícono nacional. El resultado: una detallada y hermosa muestra en el Museo Nacional.
Esta historia empieza en el cielo y data al año de la independencia de Colombia. Corría el Viernes Santo de 1810 cuando un aerolito, como se conocían los meteoritos en ese entonces, cayó a las afueras del pueblo de Santa Rosa de Viterbo, en Boyacá. Tras una serie de eventos extraordinarios, el ente celestial se convertiría en la primera pieza del Museo Nacional, inicialmente fundado como el Museo de Historia Natural.
Hace dos años, la artista María Elvira Escallón se topó con la historia del meteorito mientras trabajaba en otro proyecto. Por curiosidad empezó a investigar el asunto, que hasta esa fecha no había sido documentado en detalle. Lo que encontró la dejó atónita y en cuestión de días se deshizo de su antiguo proyecto y se dedicó a trazar el camino del aerolito.
Poco después de que el meteorito se estrellará en Boyacá, una joven campesina llamada Cecilia Corredor lo encontró en la colina de Tocavita, a pocos kilómetros del pueblo. Cuando lo descubrió, presuntamente el Sábado Santo, fue a consultar al cura del pueblo, pues le extrañaba su temperatura, demasiado fría para tratarse de una roca común y corriente. A los pocos días los campesinos de la zona decidieron arrastrar el aerolito al pueblo. Primero estuvo en un edificio del municipio pero eventualmente terminó en la herradería, donde se utilizaba como yunque.
Sin embargo, por culpa del excesivo peso del aerolito, que calcularon erróneamente en 750 kilos, y el pobre estado de las carreteras, se vieron obligados a volver a Bogotá con las manos vacías. En las próximas décadas, los exploradores le pidieron en más de una ocasión al Gobierno que rescatara el ente celestial, pero este no hizo caso. Así que el meteorito se quedó en Santa Rosa.
Henry August Ward había nacido en Rochester, Nueva York, en 1834. Un viajero incansable, tras estudiar ciencias en Harvard, viajó por África y por el Caribe en busca de especímenes de flores y animales. En 1860 llegó a la Universidad de Rochester como profesor y cinco años después fundó Ward’s Natural Science Enterprise, una ambiciosa empresa que tenía como fin recolectar la mayor cantidad posible de objetos exóticos.
Ese mismo día, el gobernador llevó la propuesta al Consejo Municipal, que votó a favor del intercambio por unanimidad. “Mi pieza me habrá costado entre 1.800 y 2.000 dólares americanos pero es regalada a este precio”, escribió Ward en ese entonces. Y en seguida se jactó: “menciono de paso que el peso colombiano representa solo un centavo de nuestra moneda estadounidense”.
Ward cogió rumbo a Bogotá y mandó el aerolito al río Magdalena en una yunta de ocho bueyes porque quería evitar que pasara por la capital. Entonces da la casualidad que el meteorito coincidió en la estación de La Caro, cerca de Chía, con el periodista Quijano Mantilla. El reportero empezó a a indagar con el transportador sobre la carga y cuando se percató del contenido, se fue a Bogotá para avisarle al presidente, a quien le dio un ataque de cólera. Reyes inmediatamente mandó decomisar el aerolito y decretó nulo el acuerdo de canje.
Todo parecía indicar que el gobierno había triunfado: se había recuperado la pieza y se había salvaguardado el honor nacional. Pero Ward reaccionó a tiempo y se acercó al embajador estadounidense en busca de apoyo. El diplomático escribió una carta al ministro de Instrucción Pública (lo que en ese entonces era el Ministerio de Educación) en la que presentaba a Ward como un gran científico. La carta surtió efecto y unos días más tarde el gobierno tomó una decisión: cortar el cuerpo celeste en dos. Todo para que el coleccionista no se fuera con las manos vacías.
14 días duró la máquina de la ferrería La Pradera, en Subachoque, en cortar el pedazo que se le dio a Ward, que recibió 150 kilos de un total de 620. Durante el corte salieron 47.5 kilos de viruta. Satisfecho con su trozo, el estadounidense embarcó a Estados Unidos, donde se encargó de cortar su fragmento en tajadas para venderlas por gramos. Varios institutos se beneficiaron de las rebanadas: la Universidad de Harvard, el Museo de Historia Natural de Denver, el Museo Nacional de Historia Natural del Instituto Smithsoniano, el Museo Británico, entre otros.
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Escallón además fundó “El pequeño museo del aerolito de Santa Rosa”. El museo, que participará en el próximo Salón Regional de arte, no tiene sede y consiste en un conjunto de colecciones, dibujos, fotografías y documentos de época, y en un departamento de réplicas.