Narcoestética

“La narcoarquitectura cuestiona los valores burgueses"

Frente a la inminente subasta de las propiedades de Gonzalo Rodríguez Gacha y otros narcotraficantes, ¿cómo se puede definir la narcoestética y cuál ha sido su efecto sobre la historia de la arquitectura en Colombia?

Ana Gutiérrez
16 de agosto de 2016
Una propiedad, perteneciente a Hernando Gómez, alias 'Rasguño', allanada en el norte del Valle.

Esta semana, la Sociedad de Activos Especiales (SAE) anunció que tiene 99 predios listos para la venta, y por los cuales espera recibir unos 120.000 millones de pesos. Entre ellos dos se destacan por su valor económico y porque pertenecían a Gonzalo Rodríguez Gacha, alias el Mexicano, uno de los miembros más famosos del Cartel de Medellín. La primera propiedad es la "casa de Gacha", una construcción de 5.400 metros cuadrados en el barrio de El Chicó, en Bogotá, que se "está vendiendo a través de una subasta pública en sobre cerrado, cuyo precio base es de 48.000 millones de pesos (avalúo comercial)”, como le explicó Mauricio Solórzano, vicepresidente jurídico de la Sociedad de Activos, a El Tiempo. La propiedad, después de la muerte de Gacha, fue invadida, saqueada y hasta incendiada. La otra es un lote de 21.960 metros cuadrados con un valor base de 13.863 millones de pesos, ubicado en otro sector exclusivo, en Los Balsos en Medellín.

El arquitecto bogotano Daniel Bermúdez explica que "el gran valor de la casa Gacha es por lo que se puede construir ahí. De la casa no queda nada de valor: la destrozaron personas buscando tesoros ocultos. En su momento fue una casa importante, interesante, construida por Obregón y Valenzuela en el estilo elegante y discreto de la arquitectura de los años sesenta. Luego la compró este señor Gacha y la destrozaron”. Sin embargo, la venta de las propiedades de Gacha suscita preguntas mayores sobre la llamada ‘narcoestética‘, aquel gusto de los narcotraficantes que en su momento permeó todos los aspectos de la cultura colombiana, desde la literatura y el arte hasta la televisión y la arquitectura. Los libros salieron de circulación, el arte paró de venderse y los programas fueron cancelados, pero los edificios y la finca raíz perduró: casi treinta años después de la muerte de Rodríguez Gacha, sus propiedades siguen de pie y los habitantes de Bogotá, Medellín y Cali todavía viven y trabajan en los edificios que construyeron las drogas.

Adriana Cobo, profesora de arquitectura, definió en un artículo en Esfera Pública la narcoestética como "ostentosa, exagerada, desproporcionada y cargada de símbolos que buscan dar estatus y legitimar la violencia. Sería deseable que la arquitectura no fuera uno de sus medios [pero] me pregunto cómo pensar específicamente en la arquitectura del narcotráfico, no como un grupo  de edificios ilegales y de mal gusto, sino como un compendio de evidencias útiles para arquitectos. La estética del narcotráfico en Colombia ya no pertenece solamente al narcotráfico sino que forma parte del gusto popular, que la ve con ojos positivos y la copia, asegurando su continuidad en el tiempo y en las ciudades.  Así como la legalización de las drogas supone encarar y regular un problema con una estrategia diferente a la penalización, la inclusión de la estética del narcotráfico [puede ser] una fuente de construcción de la ciudad".

Juan Pablo Aschner, arquitecto y miembro del grupo musical colaborativo La Paralela, está de acuerdo con la opinión de Cobo. "La narcoestética en la arquitectura es una exaltación de los valores populares y cuestiona los valores burgueses. A través de esa estética se identifica un camino distinto del que se había buscado antes por las élites. Por eso la gente apreciaba esas estéticas porque les hablaban directamente a ellos. Era la que más brillaba porque hasta ese momento la arquitectura era muy austera y conservadora”.

Los narcotraficantes construyen edificios y casas para lavar su dinero y también para ostentar sus gustos. Como dice Aschner, "el comportamiento de ellos al construir es un reflejo legal de la ilegalidad. Por un lado, necesitan edificios para ejercer su poder y, por otro, lugares donde expresar sus gustos. La narcoestética puede expresar un afecto a México o a Estados Unidos, basado en imágenes que se toman de la televisión ode la cultura popular, o un simple capricho como una piscina en forma del departamento donde nace esa persona. La identidad de esa arquitectura es muy personal: se distingue la de Pablo Escobar de la de Rodríguez Gacha. Son reflejos casi literales de sus propietarios". Para Aschner, la casa Gacha, por su ubicación, en un terreno que solo se iba a valorizar con el tiempo, "no representaba al Mexicano, no se veía ahí su actitud. No era ostentosa y estrafalaria como las que tenía en la Sabana". 

Al igual que Cobo, Aschner le ve un valor al cambio que vivió la arquitectura bajo la influencia de los narcotraficantes: "No arquitectónico, pero sí idiosincrático y cultural. Era un síntoma de la sociedad. Es un tema muy complejo". 

El profesor de arquitectura de la Universidad del Valle Francisco Ramírez ha estudiado extensamente la narcoestética arquitectónica y su opinión difiere de las otras. Para él, "no han sido los grandes narcotraficantes los agentes del cambio. ¿Cuál es el edificio ‘lobo’ de Pablo Escobar? El edificio Mónaco es normal. La narcoestética de los grandes narcos no se puede encontrar. Son los nuevos ricos y los empresarios, los pequeños auxiliares del narcotráfico, los que han hecho ese tipo de construcciones, que a su vez han sido posibles por culpa de la pauperización intelectual del arquitecto, que desde los años setenta deja de tener un compromiso cultural. La formación de esa generación fue bastante alejada del oficio, los discursos sociológicos la critican mucho. Se pegaron de las modas y de lo fácil, y ahora se está dando una expansión de consumo que se enfoca sobre lo gratificante. Repito, no hay edificios lobos de los Ochoa o de los Rodríguez. La lobería sale de los que se pegan: las mulas y los minoristas son los que ponen los locales y montan las boutiques en los centros comerciales". 

Para Ramírez, sin embargo, este boom ha tenido un efecto positivo, pues como reacción a esa estética "ha vuelto el arquitecto de antes. Hay una nueva lucidez y una recuperación de aspectos disciplinares. La generación de hoy  tiene propuestas mucho más maduras frente a ese consumismo masificado y estética complaciente de formas suaves, curvas, de detalles historicistas y fines comerciales. Sigue habiendo basura, claro, pero hay muchísimos más arquitectos decentes. Eso era muy difícil de encontrar en los ochenta”.