Historia

Akhenatón y Nefertiti: el monoteísmo en Egipto

Esta es la historia de Nefertiti, esposa del faraón Akhenatón, que ha vuelto a ser noticia al descubrirse su presunta momia.

Alberto Trujillo*
3 de agosto de 2003

"Bello su rostro, resplandeciente bajo su doble pluma, señora del Alto y Bajo Egipto, esposa del rey, su amada Nefertiti".

Esto escribió Akhenatón en honor a la reina Nefertiti, cuya momia parece haber sido identificada por la experta británica Joann Fletcher, quien aseguró que era muy posible que uno de los cuerpos momificados descubiertos en una tumba en el Valle de los Reyes, en Luxor, correspondiese a la esposa del faraón que reinó en Egipto entre los años 1377 y 1358 a.C. Sin embargo, el director del Concilio Supremo de Antigüedades de Egipto, Zahi Hawas, desmintió a la especialista aduciendo que la evidencia argüida por ella no es sólida.

En todo caso, la historia de Akhenatón y Nefertiti no se borrará de los libros de historia por causa de la polvareda que se ha armado por este probable descubrimiento. Durante su quinto año de reinado, Amenofis IV mudó la capital de sitio y cambió su nombre por el de Akhenatón, es decir, "el que agrada a Atón". Nefertiti quiso seguir el ejemplo de su esposo y optó por llamarse Nefer-neferu-Atón.

Todos los faraones anteriores a Amenofis IV habían sido politeístas. Cuando éste se otorgó el título de sumo sacerdote del dios Sol, estableció el culto a una sola divinidad representada en esta estrella que siempre había sido adorada bajo la protección del dios Amón-Ra, cuyo animal sagrado era el carnero que llevaba sobre su cabeza a Ra, el disco solar, y a Ureus, la serpiente.

En la nueva deidad, Akhenatón vislumbró la idea de un creador de la naturaleza, al que llamó también como "padre-madre de todo lo creado", un dios bondadoso, fuente de la vida, del amor, la libertad, la paz, la abundancia y la fertilidad.

Atón el único Dios

Amenofis IV despreciaba a la corte de sacerdotes de Amón porque a sus ojos no eran más que adoradores de fetiches que comerciaban con escarabajos sagrados y libros de magia al estilo del Libro de los Muertos. También le parecía absurdo que estos hombres fuesen más guerreros que teólogos; no era posible que ellos viesen la voluntad de dios reflejada en las guerras y en el derramamiento de sangre humana. Mediante un decreto, que de nada sirvió, les conminó a reformarse.

En el año 1370 antes de Jesucristo, Amenofis IV reunió a los dignatarios y sacerdotes de todo el imperio. En el trono, en medio de un ambiente tenso, estaban sentados el faraón y su esposa Nefertiti, y a su lado, se hallaba Haremheb, el comandante de la guardia. El rey discurseó:

"¡Egipcios! Desde que llevo esta corona estoy sometiendo a revisión todo lo existente. Nuestro pueblo se halla prisionero de la idolatría y rinde homenaje a un ejército de dioses sujetos a Amón, cuyo sumo sacerdote es Bekancos. Pero yo declaro que no hay ninguna divinidad que quiera ser honrada con sangre, muerte y sacrificios; apartaos del culto a los dioses. Sólo hay un dios, que se halla por encima de todo y que rige nuestros destinos. ¡Nuestro dios es Atón! Dios en el Sol, el Sol mismo, que da vida a todas las cosas. Abjurad del dios Amón y de sus ídolos, y seguid mi doctrina. Seamos iguales todos los hombres antes de que la muerte nos iguale. Las escuelas de sacerdotes serán cerradas. Los sacerdotes no fueron nunca servidores de dios. ¡Sus doctrinas son erróneas y hay que apartarse de ellas!

"Cerraré todos los templos de Amón, fuentes de ingresos para los sacerdotes. Me incautaré de todos sus astilleros y buques, de sus talleres y canteras, de todas sus tierras y graneros y de todo el ganado de los sacerdotes, que en su furia y afán de dominio han llegado a formar un Estado dentro del Estado".

Acto seguido, se adelantó el mariscal de la corte y agregó:

"El faraón manifiesta, además, que declara a Tebas, la ciudad de los ídolos, indigna de ser la capital, y hará construir en Amarna una nueva capital en honor del dios Atón, el Sol. En prueba de su devoción a éste, el faraón ha resuelto cambiar su nombre, y llamarse en lo sucesivo Akhenatón, en honor del Dios-Uno. Quien quiera seguir al faraón, será bienvenido y hallará en Amarna una amistosa acogida y un nuevo hogar".

La capital de un nuevo arte

La revolución teológica que se había iniciado y que Akhenatón pretendía conducir en paz, produjo disturbios que, por fortuna, no trascendieron. Y al día siguiente el faraón y Nefertiti se embarcaron rumbo a la nueva capital. El antiguo dios Amón, bajo cuya protección se había hecho grande Egipto, había cedido su lugar al nuevo dios, Atón, "el que salta de júbilo en la montaña de la luz", y cuyos brazos, como rayos de potente energía que proyectan "los millones de vidas que en él hay", se comunican con su hijo terrenal Akhenatón, quien, de manera sorprendente y en herético contraste con sus predecesores, da ejemplo de sencillez mezclándose con el pueblo y haciéndose retratar por los artistas con Nefertiti y su pequeña hija en su regazo.

Junto con el nuevo orden nació un arte nuevo: los relieves en que son representados el faraón y su esposa, se hacen más 'naturales'. Los dibujos son más realistas y los colores más variados y alegres; el trazo de las manos mejora y los pies se representan con sus respectivos dedos. Por primera vez se hacen vaciados en yeso de imágenes de personas vivas o muertas. Los pintores y los escultores, ya despojados del yugo de los sacerdotes, pudieron expresarse con mayor libertad. Un ejemplo arquetípico del esplendor de esta época es el hallazgo de 1912, cuando una expedición de arqueólogos alemanes, dirigida por Ludwig Borchardt, descubrió en el yacimiento de El-Amarna el busto policromado de la reina Nefertiti, la del esbelto cuello y la tiara troncocónica, que fue tallado en piedra caliza y muestra la belleza de esta mujer, acaso la más importante del antiguo Egipto.

Akhenatón, decidido a acabar con el 'oscurantismo' anterior a su reinado, ordenó a sus guerreros luchar contra los enemigos ocultos en templos y tumbas, y borrar, a punta de cincel, los símbolos, nombres y signos de los dioses. El faraón estaba molesto con ellos por haberle dado a Nefertiti seis hijas y ningún varón.

Nefertiti, tanto hermosa como modesta, no era de sangre real, y, al igual que su esposo, prohibió al pueblo arrodillarse ante ella. Gozó de un matrimonio monógamo, pues el faraón había suprimido su harén y el de todos los demás egipcios. Pero ella sabía que su marido corría peligro porque, si bien el pueblo amaba a su faraón, no ocurría lo mismo con los viejos sacerdotes y las clases poseedoras, quienes habían perdido muchos privilegios. En Egipto los faraones eran secundados por un corregente que solía ser un varón. Sin embargo, y según los relieves de la época, Akhenatón aparece acompañado de una mujer con el típico tocado de los miembros de la realeza, lo que indica que Nefertiti desempeñaba el papel de corregente.

La planificación familiar

El faraón exhortó a las mujeres, que solían dar a luz 12 niños o más, a que sólo parieran dos hijos y que les dieran todo el cuidado posible en vez de pasar hambre y necesidades con varios. Libertó a los esclavos, hizo levantar viviendas para el pueblo, dotadas con cocina, porque hasta entonces se había cocinado afuera, frente a las cabañas; asimismo, les hizo instalar retretes para evitar que la gente siguiese haciendo sus necesidades fisiológicas en la calle.

Akhenatón se preocupó también por los animales, abogando para que fuesen tratados con consideración; llegó incluso a prohibir la pesca y la cacería de aves, y, en un acto sin precedentes de "jubilación de bestias", envió animales de carga a pacer en los mejores pastos hasta el fin de sus días.

Como el dios Amón era rico, todas las tierras fértiles pertenecían a sus templos. Akhenatón suprimió estos derechos y otorgó tierras a labradores y colonos. Hizo que los ricos pagasen tributos, y advirtió a los sacerdotes que nadie podía hacerse rico sin trabajar. Garantizó la atención médica en los barrios de pobres y prohibió la mendicidad.

El abandono de los asuntos públicos por parte de Akhenatón se tradujo en el avance de los hititas sobre los territorios de Siria y Palestina sometidos a los faraones desde los tiempos de Tutmosis III. Su gobierno bondadoso y justo, habría de ser su perdición. La gente rica y los sacerdotes se empeñaron en sabotear las líneas de abastecimiento de grano con el fin de encarecer las cosechas y crear el descontento.

De entre los escondrijos de sus templos se sacaron armas para mercenarios y negros tentados por la paga, y a ellos se unieron los propietarios, los comerciantes, los cambistas, los eunucos, los servidores del templo, los escribas y gran parte del populacho.

La guerra civil

Ante los ojos del primer pacifista-idealista de la historia, había estallado la guerra santa: ardieron casas y cabañas, la matazón fratricida se propagó por todo el imperio. A medida que los cadáveres se amontonaban en las calles, se tiraban al Nilo para festín de los cocodrilos.

Los más fieles allegados de Akhenatón le abandonaron, incluso su suegro, el sacerdote Eye, el padre de Nefertiti, que había abjurado de la religión de Amón para seguir la de Atón, había convencido a su hija para que le volteara la espalda a su marido. Hasta su médico de cabecera, obedeciendo a los sacerdotes, había decidido traicionarle, al punto de suministrarle un veneno aduciendo que era una medicina.

Antes de expirar, Akhenatón se quejó por última vez: "El reino de lo eterno no tiene sitio dentro de los límites de lo terreno. Todo será como antes. El terror, el odio y la injusticia volverán a gobernar al mundo, y los hombres tendrán que volver a sufrir. Hubiera sido mejor para mí no haber nacido nunca, pues así no habría visto cuánta maldad hay en la Tierra".

Amón había vencido a Atón; la idolatría había vencido al monoteísmo. Hubo ejecuciones en masa y no quedó nada de la justicia social que había instaurado Akhenatón durante los 19 años de su reinado.

Al hereje y audaz faraón no le dieron tumba propia y fue enterrado en la de su padre; su nombre fue borrado y El-Amarna, la otrora ciudad del Sol, fue proscrita por los sacerdotes y abandonada para que las arenas del desierto la sepultasen para siempre.

Tiempo atrás, y como Nefertiti sólo había tenido hijas, Akhenatón, preocupado por la carencia de un sucesor, se había casado con una segunda mujer que le dio dos hijos varones, Smenkaré y Tut-ankh-Amón (en un comienzo, Tut-ankh-Atón). El enfermizo Smenkaré, a la edad de 14 años, hubo de casarse con su hermanastra Meritatón, la primera hija de Nefertiti, de 13 años, y ocupar el trono al mismo tiempo que el faraón. Poco tiempo después, murió el joven marido.

Luego, Akhenatón se desposó con una de sus hijas, lo que tampoco le resultó porque ella tuvo sólo una niña.

Las nupcias del abuelo y la nieta

Al morir el faraón, los sacerdotes quisieron poner en el trono a Bekancos, pero Nefertiti y los que le secundaban lograron que triunfase Tut-ankh-Amón, quien se casó con Enkes-Atón (luego, Enkes-Amón) la tercera hija de Nefertiti, y subió al trono; por poco tiempo, pues siete años después, moriría asesinado

Mientras que Tut-ankh-Amón era embalsamado, se desarrollaba la disputa por el trono. El padre de Nefertiti, el sumo sacerdote Eye, de 69 años de edad, se casó con Enkes-Amón, su nieta de 16 años, y se creyó con plenos derechos para ocupar el trono del faraón.

Cuando Eye murió, el sacerdote Bekancos vio su magnífica hora. Si se casaba con la aún hermosa y elegante Nefertiti, a la que siempre había amado pese a que ella le había rechazado de manera hiriente, tendría allanado el camino hacia el trono. Sin embargo, ella se espantó cuando Bekancos le pidió la mano. Y él no estaba dispuesto a soportar tal desplante: la amenazó con su arma pero ella pidió auxilio al general Haremheb, su confidente y amigo de la juventud, quien llegó al instante, sacó su espada y la clavó en el pecho del ambicioso sacerdote.

En Tebas, Nefertiti puso la corona sobre la cabeza del general. Los amigos de juventud eran ahora rey y reina de Egipto. Haremheb impuso con mano dura el orden que había sido subvertido desde la época de Akhenatón. Combatió la corrupción, dictó leyes severas, rehizo el ejército y reanudó las campañas militares.

En la tumba de Nefertiti, que había sido construida en vida y, que al igual que la de Akhenatón, no fue utilizada, una inscripción reza: "La heredera con beneplácito, señora de encanto llena, señora del Sur y del Norte, de rostro luminoso, alegre en el ornato, amada de Atón, rica en amor, esposa preferida del Rey, Nefertiti, que vive eternamente".

*Periodista