Crónica 4
“Aprendí a abrir la puerta de mi pasado”
Popayán, dic. 23 (Colprensa).- Mi vida desde que nací fue una pesadilla. A los dos años perdí a mi madre. Un día ella salió a buscar el sustento para sus siete hijos y se encontró con la muerte, porque su mejor amiga le dio una taza de café con veneno.
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Mi
mamá llegó a la casa donde vivía mi tío. Estaba echando babaza y
alcanzó a decir: “Elvira me mató con un café frío”. Mi madre estaba
embarazada.
Quedamos solos con mi papá. Mis hermanos
grandecitos nos ayudaron a salir adelante, para seguir luchando con mi
vida, que fue muy dura, llena de obstáculos. Cuando tuve mis hijos no
quería que ellos sufrieran lo que yo sufrí.
Decidí salir del
Putumayo, donde siempre había vivido, para buscar progreso para mis
hijos y gracias a Dios me fue muy bien. Conseguí muy buenos trabajos
con Ecopetrol, trabajaba con dignidad y la honradez como me enseñó mi
padre.
Como yo sola no quería luchar, trabajé por 40 familias
llenas de hijos. Llegamos a una invasión con esas 40 familias y luché
con todas las fuerzas que mi Dios me dio. Tuve problemas con el
Ejército, la Policía y el Alcalde. Fui la mujer más feliz del mundo
cuando vi a esas familias con techo. Mi barrio se llama Villa del Río,
pero como todo no es felicidad, allí empezó mi pesadilla.
El
27 de febrero de 2001 llegaron unos hombres armados, tocaron a la
puerta y me decían: “No que sos muy guapa, sacá la cabeza para
volártela lejos”. Yo sentí morir, lo único que hice fue coger mis
hijos, abrazarlos duro y pedirle a Dios que me protegiera, sin saber
por qué era eso.
Al otro día sentí miedo al abrir la puerta,
pero me decía que si “nada debo, nada temo”. Volvió el anochecer y otra
vez llegaron, se sentía un ruido raro como que cargaban las armas, me
dio mucho miedo y salí por detrás de la casa con mis hijos. A 10 metros
aproximadamente había una montaña y allí me escondí, me tapé con ellos,
encontré monte. A Mauricio, que tenía 6 años, le tuve que tapar la
respiración. Me tocó sostener la respiración cuando iban a llegar esos
hombres al puesto donde estábamos, nos pasaron muy cerca y no nos
encontraron, entonces llegamos nuevamente a mi casa, me sentía muy mal,
pensaba que ahí se acababan mis sueños, el deseo de ver a mis hijos
grandes.
Al siguiente día la Policía cogió a Fabián, mi
esposo, lo amarraron al sol y al agua, lo tuvieron tres días. Cuando lo
iba a ver, ellos me maltrataban, entonces decidí buscar ayuda con la
gente que me conocía y lo soltaron.
Pasó un día y él se fue a
lavar el carro, eran como las 10 de la mañana, yo le iba a dejar el
desayuno cuando bajaba un carro del Ejército y vi que sacaron las armas
y le iban a disparar por la espalda, entonces pegué un grito y solté el
desayuno. Por el grito y el sonido de los platos, ellos se asustaron y
se fueron. Yo me fui detrás y llegué al batallón y les pregunté, “por
qué lo iban a matar, asesinos, es que ustedes no tienen hijos, animales
malditos”. Entonces me contestó el comandante: Señora váyase o no sabe
lo que le va a pasar, y me fui llorando.
Cansada de tanta
violencia, una madrugada salimos dejando todo, mi trabajo, mi casa, mi
futuro y mis sueños, llegué a la población de Taminango a volver a
empezar. Me tocó trabajar muy duro como un hombre macho.
Gracias
a Dios eduqué a mis cuatro hijos, aunque solo el bachillerato porque no
tuve para más. Mis hijos fueron inteligentes, se superaron con muchos
sufrimientos, ahora son personas de bien, nos dan ejemplo y estoy muy
feliz. Me siento muy contenta y muy orgullosa de ellos, son mi
felicidad.
Hoy soy zapatera, con la ayuda y la Solidaridad
Internacional europea. Un día llegaron a visitarme, me cogieron con un
proyecto de una máquina zapatera, materiales, cariño y seguridad para
seguir adelante. Estoy feliz en Popayán y cada día me capacito más,
aprendiendo cosas que nunca hemos soñado, siento algo que nunca
olvidaré.
He aprendido a abrir la puerta de mi pasado sintiendo un fresco en mi corazón.
* Los nombres han sido cambiados por petición de los autores alegando protección