Debate de DJS
El referendo francés desde una perspectiva tropical
Aunque nos parezca lejano, el rechazo de los franceses a la Constitución Europea tiene enseñanzas relevantes para los colombianos.
El rechazo de la ciudadanía francesa al proyecto de Constitución Europea el pasado domingo 29 de mayo puede parecer un tema exótico, y hasta un tanto aburrido, para la mayor parte de los colombianos. Pero tal vez no sea ni lo uno ni lo otro. Es un evento político mayor, que puede tener algún impacto sobre nosotros y que, en todo caso, nos suministra algunas enseñanzas importantes y puede ser interesante. Vale pues la pena detenernos un instante a examinarlo.
Algunos hechos son claros: que la participación ciudadana fue masiva -un 70%-, que el "no" triunfó ampliamente -por unos 10 puntos- y que ese resultado electoral es fatal para el gobierno de Jacques Chirac y muy probablemente para el futuro de este proyecto de constitución, pues sin Francia, difícilmente hay Constitución Europea. El triunfo del "no" en Holanda el miércoles 1 de junio confirma esa tendencia.
Fuera de lo anterior, que es un poco obvio, las cosas son más difíciles de interpretar. Pero por ello tal vez más interesantes, pues una cierta especulación detectivesca parece ineludible, para tratar de saber quién fue el culpable de ese resultado.
La gran dificultad deriva de que el "no" es muy heterogéneo, ya que alía a la extrema derecha del Frente Nacional con los trotskistas y el Partido Comunista, que votaron todos masivamente (más de un 95%) contra el tratado . A esta ya de por sí extraña coalición se sumaron los verdes y los socialistas, que votaron mayoritariamente por el "no" (aproximadamente 60%). Sólo la derecha apoyó masivamente (aproximadamente en un 75%) la Constitución.
Los motivos del "no" son entonces muy distintos, pues van desde el rechazo de extrema derecha, con connotaciones racistas, al ingreso de Turquía a la Unión Europea, hasta la crítica de izquierda a la globalización neoliberal, pasando por asuntos más domésticos, como la censura bastante generalizada de la población francesa al gobierno de Chirac, debido al deterioro de la situación socioeconómica.
Pero que existan motivos distintos para que la ciudadanía francesa haya rechazado la Constitución Europea no quiere decir que todas las razones hayan pesado lo mismo, ni que el fenómeno sea caótico e incomprensible. Algunos datos ayudan a entender lo que pudo pasar.
Todo indica que la xenofobia o el nacionalismo a ultranza no fueron los motivos determinantes del "no". Las encuestas muestran que el temor al ingreso de Turquía o a la pérdida de la identidad francesa fueron razones menores del "no". Los motivos más invocados por los electores para rechazar la constitución fueron otros: el temor al agravamiento del desempleo, la protesta contra la situación social existente, la percepción de que la Constitución era demasiado neoliberal y la esperanza de que el "no" permitiría renegociar el tratado.
Esos datos indican que el rechazo francés a la constitución europea no fue un retroceso chauvinista contra la posible unificación europea, sino un cuestionamiento al carácter poco social y excesivamente neoliberal del proyecto actual de Constitución. Y que la pretensión era renegociar un nuevo texto. La mayoría de estos ciudadanos no se opone entonces a los turcos ni está en contra de una mayor integración europea. Aunque a algunos pueda sonar panfletario, la gran mayoría de los franceses que votaron "no" simplemente quiere una Europa más humana y solidaria, que proteja mejor a su población, en especial a sus trabajadores. No es pues de extrañar que, de manera abrumadora (en un 80%), los obreros y desempleados hayan rechazado el proyecto.
Es cierto que tal vez estoy pensando con el deseo; soy partidario del Estado social y admiro la unificación de Europa, que sobre las ruinas de la barbarie de la Segunda Guerra Mundial, inició un proceso asombroso de reconciliación regional. Quisiera creer que una Europa unificada es el bastión de la defensa de las promesas del Estado social de derecho. Con todo, realmente creo que mi interpretación es razonable; la información conocida sugiere que el "no" francés al proyecto de constitución no es un "no" a una Europa unificada, sino que es ante todo un "sí" y una apuesta por una Europa más social y solidaria, frente a una idea de globalización puramente financiera.
Por ello, con la solitaria -pero desafortunadamente nada despreciable- excepción del discurso chauvinista de la extrema derecha, las campañas de los otros grupos políticos y sociales por el "no" se centraron en contra de aquellos artículos del proyecto que podrían ser interpretados como un llamado al dumping social o al desmonte de los servicios sociales.
Muchos ataques fueron dirigidos entonces contra la idea de que la competencia económica en Europa sería "libre y no falseada", porque ese principio podía ser entendido como un obstáculo a las intervenciones públicas para regular la economía y proteger los derechos sociales. Y esa crítica parecía fundada, pues los derechos sociales "falsean" las leyes del mercado en la medida en que aseguran bienes -como la educación o la salud- a quienes no podrían acceder a ellos vía mercado. Las regulaciones estatales a favor del pleno empleo son también un "falseamiento" de los mecanismos del mercado, con el fin de estimular el crecimiento y la creación de puestos de trabajo.
Igualmente, los defensores del "no" criticaron el abandono de la noción de servicios públicos: el proyecto los llama "servicios de interés económico general" y establece que deben estar sometidos a las "reglas de competencia". Para muchos franceses, esos artículos anunciaban el desmonte de la educación pública y la privatización de la seguridad social y la salud.
Es posible que esos temores al desmonte del Estado social fueran excesivos, ya que la segunda parte del proyecto contiene una carta de derechos, que incluye numerosos derechos sociales. Pero los defensores del "no", a pesar de reconocer la importancia de esa carta de derechos, objetaban que ésta tendría una dimensión puramente retórica, pues en la práctica se vería negada, o al menos fuertemente limitada, por los mecanismos institucionales y políticos de funcionamiento de la unión, previstos en la tercera parte del proyecto, como la independencia del Banco Central y su misión única de controlar la inflación. Esta tercera parte es, para los críticos del proyecto, la constitución que verdaderamente entraría a operar y que limitaría gravemente la protección efectiva de los derechos sociales.
La naturaleza del proyecto no es entonces totalmente clara. En todo caso, lo que me parece significativo es que la lucha por los derechos sociales esté hoy en el centro de la movilización francesa por una integración europea más justa.
Esto me lleva a un último punto muy importante, y es el profundo desfase que ha existido en este proceso entre las fuerzas políticas mayoritarias en el parlamento y el conjunto de la ciudadanía. En efecto, hace pocos meses, el 28 de febrero, más de un 90% de los parlamentarios expresaron su apoyo al proyecto de Constitución, que el domingo 29 de mayo un 55% de los ciudadanos rechazó.
Inicialmente pudo creerse que el proyecto sería aprobado fácilmente, dado que los primeros sondeos mostraban mayorías claras en su favor. Pero la oposición de ciertos grupos contra el texto y el apasionado debate ciudadano modificaron las relaciones de fuerza y llevaron al triunfo del "no". Ese resultado electoral se dio a pesar de que las directivas oficiales de los principales partidos políticos franceses, con la excepción del Frente Nacional y del Partido Comunista, llamaron a sus electores a apoyar el proyecto.
Al constatar este desfase entre la democracia representativa y la opinión ciudadana no hago un canto ingenuo a favor de la democracia directa. No siempre la ciudadanía es más sabia que sus representantes, y por ello una democracia integral debe articular la participación popular directa con los mecanismos representativos. En este caso simplemente quiero resaltar dos cosas: de un lado, la crisis de representación que parecen estar viviendo muchos partidos europeos, que pone a la orden del día la necesidad de democratizar aún más la democracia, a fin de superar los límites de las democracias puramente representativas; y, de otro lado, cómo la movilización democrática comprometida puede lograr cambios significativos, incluso en contextos políticos que inicialmente parecen poco favorables.
En síntesis, el "no" francés encierra promesas y enseñanzas significativas para quienes en el trópico creemos en la deliberación y participación democráticas, y que los derechos sociales deben humanizar la economía de mercado. Este desarrollo político francés muestra que es posible defender, con renovado vigor democrático, otras formas más solidarias de globalización. Algo que los colombianos deberíamos tener en cuenta, en especial ahora que estamos en plena negociación del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos.
*Director de DJS y profesor de la Universidad Nacional.