Gobierno de Andrés Pastrana

4 de enero de 2004

El proceso de paz con las FARC enfrentó en varias oportunidades a Pastrana con la cúpula militar. El episodio más grave ocurrió tras la renuncia del ministro de Defensa, Rodrigo Lloreda.

Conocida la dimisión del ministro Lloreda, se desencadenó la peor crisis militar en la historia reciente del país. Ni siquiera el explosivo memorando del general Harold Bedoya sobre el posible despeje de Uribe, Meta, en tiempos de Ernesto Samper, produjo la explosión que ahora amenazaba con convertirse en un ruido de sables de consecuencias inimaginables. Más que un hombre muy cercano a los militares, Lloreda se había convertido en símbolo de la inconformidad castrense por el manejo que el Gobierno le había dado al proceso de paz hasta ese momento.

Consciente de que los ánimos en los cuarteles estaban muy caldeados, el general Mora llamó uno a uno a los comandantes de División para ponerlos al tanto de la gravedad de lo que acababa de ocurrir.

Uno de los primeros en conversar con Mora fue el general Víctor Álvarez, comandante de la I División, con sede en Santa Marta, pero que ese día se encontraba en Medellín atendiendo problemas de orden público ocurridos en su jurisdicción.

-General Álvarez, quiero informarle que el ministro Rodrigo Lloreda acaba de renunciar y el Gobierno le aceptó el retiro. Esto puede tener impredecibles consecuencias. Vamos a poner nuestros cargos a disposición del presidente-, le dijo el general Mora a Álvarez, notoriamente afectado.

-Mi general, nosotros tenemos un pacto de lealtad y como yo no estoy pensando en sucederlo, si usted se va, yo también. Pasado el mediodía envío mi carta de solicitud de retiro-, respondió el oficial.

Mientras Mora seguía en la tarea de hablar con sus comandantes en todo el país, al fax de su ayudante llegó la primera solicitud de retiro. La envió el general Alberto Bravo Silva, comandante de la V Brigada, con sede en Bucaramanga. A partir de ese momento se produjo una cascada de renuncias, entre ellas las de los generales Mario Fernando Roa, inspector del Ejército; Jaime Humberto Canal, de la III Brigada, en Cali; Francisco René Pedraza, de la VII Brigada, de Villavicencio; Freddy Padilla de León, de la II Brigada, de Barranquilla; Mario Montoya, de la Fuerza de Tarea del Sur, y Víctor Álvarez.

El mensaje enviado por el general Álvarez desde Medellín reflejó en toda su dimensión la crisis del momento:

"He venido siguiendo atentamente los últimos acontecimientos que dieron como resultado la renuncia de nuestro ministro de Defensa, por declararse contrario a un despeje en la zona de distensión, indefinido en el tiempo, lo que a todas luces veo como atentatorio contra la soberanía nacional. Lamentablemente no ha existido ninguna manifestación de paz por parte de la subversión y menos en la zona de distensión, donde lo único que se ha venido haciendo es preparar a la población para la guerra.

Por las anteriores razones, me solidarizo con el señor ministro y los altos mandos en esta justa y necesaria posición, que considero indispensable para tratar de salvar la unidad nacional. Motivado por lo anterior, he tomado la decisión de solicitar mi retiro del servicio activo por considerar que no tendría la suficiente energía y fortaleza para ver apaciblemente la destrucción de mi país".

En términos similares a los empleados por el general Álvarez se produjo en menos de media hora la renuncia, por medio de cartas, de 12 generales y 20 coroneles. Otros 50 oficiales llamaron por teléfono al Comando del Ejército para informar que también renunciaban en solidaridad con el ministro de Defensa. Algunas de esas renuncias llegaron al fax del secretario general del Ministerio, general Henry Medina, y de allí fueron remitidas al fax de Juan Hernández, secretario general de la Presidencia.

La renuncia masiva de sus subalternos, la primera que afrontaba en sus 40 años de carrera militar, hizo que el general Mora pusiera al tanto de lo que ocurría al general Tapias.

--Mi General, la cosa está grave. Hay una avalancha de renuncias de generales y coroneles -.

El comandante de las Fuerzas Militares le pidió a Mora que subiera de inmediato a su oficina para reunirse de urgencia con los demás miembros de la cúpula.

-No vaya a aceptar ninguna renuncia. Por el momento lo mejor es quedarnos quietos--, dijo Tapias y luego tomó el teléfono y se comunicó con Camilo Gómez en Cartagena.

--Camilo, me urge hablar con el señor Presidente. Es de extrema urgencia--.

Gómez respondió que el Jefe del Estado se encontraba ocupado en ese momento atendiendo a los mandatarios del Pacto Andino y no podía pasar al teléfono.

--Camilo, ¿sabe usted lo que significa extrema urgencia?--, replicó el general Tapias.

Unos segundos después, Pastrana estaba al otro lado de la línea.

--Señor Presidente, la situación es grave. Más grave de lo que podíamos pensar--.

--General, ya tengo listo el decreto para nombrarlo a usted ministro de Defensa y le pido que tratemos de solucionar este problema lo más pronto posible -le respondió Pastrana, quien en ese momento asistía con los demás mandatarios regionales a un almuerzo ofrecido por el alcalde de

Cartagena.

--Independientemente de mi nombramiento o no, le pido que nos reciba y escuche a los comandantes sobre lo que está ocurriendo--, le contestó Tapias.

Pastrana permaneció unos segundos en silencio al otro lado de la línea.

--Listo, general, véngase con el resto de la cúpula a Cartagena y los espero en la Casa de Huéspedes--.

El comandante de las Fuerzas Militares se comunicó con el director de la Policía Nacional, general Rosso José Serrano, y lo invitó a acompañarlo a Cartagena. Tapias pensó que para evitar cualquier problema era mejor que todos los comandantes de fuerza estuvieran reunidos en el mismo sitio.

Contrario a lo que pensaban los militares, el general Serrano no había estado ajeno a la manera como se desarrollaba la crisis por la renuncia de Lloreda. En forma callada, el oficial puso a trabajar a sus mejores sabuesos para que le informaran minuto a minuto lo que ocurría en los cuarteles militares. La Policía sabía en detalle cómo evolucionaba el malestar que se vivía de tiempo atrás en las guarniciones castrenses por episodios como el retiro de los soldados del Batallón Cazadores de San Vicente del Caguán, las sucesivas prórrogas de la zona de despeje y la salida intempestiva de los generales Del Río y Millán, entre otros.

Enterado de la crisis que empezaba a producir el retiro de Lloreda, el director de la Policía montó un pequeño centro de operaciones en la sala contigua a su despacho. Desde allí se mantuvo en contacto directo con el ministro del Interior, Néstor Humberto Martínez; con el fiscal general, Alfonso Gómez Méndez; con el secretario de la Presidencia, Juan Hernández, y con algunos altos funcionarios de la embajada de Estados Unidos.

El general Serrano tenía aún frescos los recuerdos de 1995, cuando se desató un profundo distanciamiento entre el comandante del Ejército de entonces, el general Harold Bedoya y el presidente Ernesto Samper por el manejo de un posible proceso de paz con las FARC. El director de la Policía dijo por aquellos días que si los militares intentaban un golpe de Estado, él y sus hombres los enfrentarían.

Ahora, a raíz de la dimisión del ministro de Defensa, los informes que llegaban a la sala de crisis le indicaban al general Serrano que había un movimiento inusual en los cuarteles y lo interpretó como si se tratara de un progresivo alzamiento militar. Los espías del oficial descubrieron que estaban especialmente alborotados los 2.000 alumnos de la Escuela de Armas y Servicios del Ejército, que en ese momento hacían curso de ascenso en el Cantón Norte. Al mismo tiempo trascendió que un coronel acuarteló el batallón que tenía bajo su mando en el Valle del Cauca y que un capitán del Ejército había incitado a los hombres bajo su mando a dirigirse a la Casa de Nariño a deponer a Pastrana. Igualmente, los hombres de Serrano interpretaron como una mala señal el infarto telefónico que sufrió el conmutador de la Presidencia.

Convencido de que algo malo podía pasar ese día, el general Serrano comenzó a moverse. El primer paso que dio fue hablar por teléfono con el ministro del Interior, Néstor Humberto Martínez, a quien le pidió que se comunicara con el Presidente en Cartagena y le pidiera que regresara a Bogotá de urgencia porque la crisis con los militares no daba espera. El ministro se comunicó con el mandatario y le transmitió el mensaje de Serrano, pero éste respondió que no era necesario suspender su asistencia a la cumbre de presidentes porque él podía manejar la situación desde allá.

Preocupado por la suerte de su buen amigo el fiscal Alfonso

Gómez Méndez, quien sostenía una difícil relación con los militares, el general Serrano lo localizó en su oficina y lo puso al tanto de la situación.

--Alfonso, esto se puede complicar. Yo viajo a Cartagena, pero no se preocupe por su seguridad. Hice los arreglos necesarios para que en caso de emergencia un helicóptero lo recoja en el helipuerto de la Fiscalía y lo traslade hasta la embajada americana, donde le darán protección--.

El general Serrano volvió a comunicarse con el ministro Martínez en Palacio.

-Néstor, dígale al Presidente que no es conveniente que realice la reunión con los generales en Cartagena. No tenemos cómo brindarle total seguridad. Esa reunión debe hacerse en Bogotá y dígale que tiene mi palabra y la de los demás generales de la Policía de que nosotros no vamos a renunciar.

En la sala de crisis el general Serrano vio por televisión que algunos oficiales del Ejército, entrevistados por los periodistas, expresaban su inconformidad con la renuncia de Lloreda y protestaban por el manejo del proceso de paz por parte del Gobierno. Para evitar que algo similar ocurriera en la Policía, Serrano ordenó elaborar un poligrama, una especie de memorando interno, en el que instruyó a todos los comandantes para que se abstuvieran de emitir opiniones públicas sobre el tema.

Entre tanto, los generales Tapias y Mora; el jefe del Estado Mayor Conjunto, general Rafael Hernández; el almirante Sergio García, comandante de la Armada Nacional; y el comandante encargado de la FAC, general Alfonso Ordóñez, se pusieron el uniforme de tierra caliente y se dirigieron a la base militar Catam para tomar el avión que los llevaría a Cartagena. Minutos más tarde, presuroso, llegó el general Serrano. Era la 1 y 15 de la tarde.

Durante el vuelo de casi dos horas en avioneta, los generales hablaron muy poco y en sus rostros se reflejaba ansiedad por el encuentro que sostendrían esa tarde con el Presidente. Nunca imaginaron que en ese mismo momento el mayor Royne Chávez, el fiel escudero de Pastrana durante los últimos 14 años, estaba tanto o más preocupado que el general Serrano. La información que había recibido de la inteligencia de la Policía le indicaba que había altas posibilidades de que se produjera una rebelión militar. Bajo esa premisa tomó decisiones de fondo para blindar al Presidente.

Enterado de que en Cartagena se encontraba el Comando de Operaciones Especiales de la Policía (Copes), una especie de fuerza élite de asalto, que tenía la misión de proteger a los cinco presidentes que asistían a la cumbre del

Pacto Andino, Royne Chávez decidió utilizarlo para la delicada misión que tenía entre manos. En su calidad de encargado de la seguridad presidencial, el oficial no tuvo que hacer mayores consultas y ordenó que 60 hombres del Copes, armados hasta los dientes, se ubicaran en puntos estratégicos alrededor de la Casa de Huéspedes Ilustres de Cartagena.

--Estén en máxima alerta por si acaso debemos sacar de urgencia al Presidente--, instruyó Chávez al selecto grupo de hombres del Copes, conformado por francotiradores y expertos en asalto y equipados con sofisticado armamento, que incluía potentes lanzacohetes.

Entre tanto, el presidente Pastrana habló por teléfono con el escritor Gabriel García Márquez y le pidió el favor de que recibiera en su residencia a los jefes de Estado mientras él se reunía con la cúpula militar que estaba a punto de arribar a Cartagena. Pastrana se dirigió a la Casa de Huéspedes Ilustres acompañado por el canciller Fernández de Soto y el secretario privado, Camilo Gómez.

El mayor Chávez, quien seguía recibiendo información sobre el creciente malestar militar, evaluó el esquema de seguridad que había dispuesto en torno al Presidente y concluyó que el Copes no era suficiente para contener una eventual rebelión. El jefe de seguridad presidencial averiguó que en el aeropuerto de Cartagena había cuatro helicópteros artillados Black Hawk, disponibles en caso de que los presidentes andinos los requirieran. Sin pensarlo dos veces ordenó el traslado de tres de las aeronaves al lugar donde se entrevistarían el Presidente y los generales. Dispuso que dos helicópteros permanecieran en tierra con los motores encendidos y que el tercero sobrevolara en círculo la Casa de Huéspedes, a una altura prudente.

El revuelo que existía en la Casa de Huéspedes llegó a oídos del almirante David René Moreno, director de la Escuela Naval de Cartagena, quien tenía bajo su responsabilidad el sitio de descanso del Presidente de la República. Los extraños movimientos de policías armados que merodeaban las instalaciones del Fuerte de Manzanillo hicieron que el oficial saliera a buscar una respuesta. Cuando se acercaba a las inmediaciones de la Casa de Huéspedes se encontró de frente con el mayor Chávez.

-Mayor, necesito saber qué es lo que está pasando acá--.

-El Presidente tiene una importante reunión con los mandatarios que están de visita en Cartagena y estoy dándole la máxima protección que requiere el encuentro,-- mintió Chávez.

-Quiero dejarle en claro que la seguridad del Presidente, mientras esté en la Casa de Huéspedes, es responsabilidad de la Escuela Naval. Hágase a un lado que voy a hablar con él--, replicó el almirante Moreno en voz alta.

--Yo soy quien responde por la seguridad del Presidente y no usted. Y de esta puerta para adentro no pasa nadie y de paso, por favor, saque a todos los infantes de aquí. Además, él no ha llegado todavía--, contestó Chávez, airado.

La discusión estaba a punto de terminar en golpes.

-Usted me respeta. Y voy a hablar ya con mis superiores para que esta situación se aclare de una vez por todas--, dijo el almirante fuera de sí y se dirigió hacia su oficina, al tiempo que le pidió a su ayudante que lo comunicara con el almirante Sergio García, comandante de la Armada Nacional. El comandante de la Base Naval regresó minutos después y a regañadientes retiró del lugar a los infantes de Marina.

-Aquí las cosas dejaron de ser tranquilas; los de la Armada no se van a quedar quietos después de semejante insulto. Lo mejor es que nos apertrechemos--, comentó en voz baja uno de los oficiales del Copes que presenció el choque entre Chávez y Moreno.

El jefe de seguridad del Presidente también estaba consciente de que el enfrentamiento con el almirante se había desbordado y por ello decidió

informarles a los hombres del Copes cuál era la verdadera razón por la que había ordenado rodear la Casa de Huéspedes.

--Hay un lío grande entre el presidente y los militares por la renuncia del ministro Lloreda. Como ustedes saben, ha habido una masiva renuncia de oficiales del Ejército. Y aquí pueden pasar cosas muy graves. Todos nosotros debemos responder por la seguridad del Presidente por encima de cualquier

grado y de cualquier oficial--.

Las palabras de Chávez preocuparon aún más a los integrantes del Copes. Varios de ellos se sentaron en las escaleras de la puerta principal de la Casa de Huéspedes y empezaron a imaginar cuál sería su reacción en caso de que, en realidad, los militares se decidieran a derrocar al presidente Pastrana.

Tomaron tan en serio el asunto que no tardaron en deducir que en la posición en que estaban sólo podían ser atacados desde la corbeta misilera que estaba fondeada frente a ellos. Como si se tratara de una escena tomada de una película al mejor estilo de Hollywood, los uniformados elaboraron el libreto

de cómo hundir la corbeta con los lanzacohetes que tenían a mano.

--Hermano, le metemos tres bombazos y esa vaina hace agua--, dijo un miembro del Copes con determinación.

La congestión en el aeropuerto Rafael Núñez había retardado unos minutos el arribo del avión que traía a la cúpula militar y al general Serrano a Cartagena. Cuando los generales descendieron de la aeronave, un oficial de la Policía, encargado de la seguridad del aeropuerto a raíz de la visita de los presidentes andinos, le comunicó al general Tapias que estaba listo un helicóptero policial para trasladarlos a la Casa de Huéspedes.

-Los militares disponemos de un helicóptero de la Armada Nacional para nuestros traslados en Cartagena. No veo por qué razón debamos viajar en uno de la Policía. Nosotros ahí no nos subimos, respondió Tapias de mal humor, pero se sorprendió cuando le informaron que el helicóptero de la Armada no estaba en el aeropuerto. Los militares optaron entonces por desplazarse hasta la Casa de Huéspedes en varios vehículos, fuertemente escoltados.

En ese momento, Pastrana; el canciller, Fernández de Soto; y el secretario privado, Camilo Gómez, ya se encontraban en la mansión presidencial. Los generales fueron recibidos por Gómez, quien les informó que el Presidente saldría en unos minutos. Tapias se acercó al secretario privado y le dijo que quería reunirse a solas con el mandatario antes de que empezara la reunión. Gómez dialogó con el jefe de Estado y pocos minutos después hizo seguir al comandante de las Fuerzas Militares.

-Señor Presidente, le doy mi palabra de que ninguno de los generales que han venido hoy a esta reunión tiene el más mínimo reparo contra usted y contra el orden institucional. Pero sí quiero decirle que hay un gran malestar por la forma como se ha venido manejando el proceso de paz. Yo quiero

pedirle que escuche a la cúpula. Los generales van a hablar de una manera muy respetuosa y su actitud es conciliadora, pero quieren ser abiertos, francos y directos--, le dijo Tapias a Pastrana, quien estaba sentado en una cómoda silla.

El Presidente se levantó, caminó lentamente hacia la puerta y antes de salir le dijo a Tapias que estaba de acuerdo y que iba a escuchar a los generales, uno a uno.

--Generales, ¿qué más ha pasado? ¿Cómo están las unidades? ¿Siguen los conatos de indisciplina?--preguntó el Presidente, serio, pero tranquilo.

--Señor Presidente, varios generales pidieron la baja. A mi despacho llegaron algunas cartas y otras donde el general Mora. Algunos han hablado por radio, disgustados. La situación no es muy grave ahora. Pero si no controlamos esto, se puede salir de cauce--, respondió el general Tapias con un inocultable gesto de intranquilidad.

--¿Qué más hay?-- volvió a preguntar el mandatario.

--Presidente, estamos viviendo momentos difíciles. Los militares tenemos la sensación de que el Gobierno ha cedido en todo. Ya no tenemos cómo hacerles entender a nuestros hombres que todo lo que hace el Gobierno es por el bien

del país. Yo le pregunto, Presidente, ¿qué hay que esperar para romper con las Farc?--, preguntó el jefe del Estado Mayor Conjunto, general Rafael Hernández López.

--Señor presidente, la Fuerza Aérea no tiene mayores lineamientos de parte del Gobierno para preservar el espacio aéreo. No existen normas jurídicas claras que respalden la acción de la FAC en las inmediaciones y dentro de la zona de despeje--, intervino el comandante encargado de la FAC, general Alfonso Ordóñez.

-Señor Presidente, nosotros no podíamos ser desleales con el ministro Lloreda. La situación para el Ejército es muy grave por la manera como se ha manejado el proceso. Me comprometo a controlar cualquier brote o alteración de los hombres bajo mi mando--, dijo el comandante del Ejército, general Jorge Enrique Mora, con su habitual firmeza.

-Ustedes saben que siento mucho la renuncia del ministro Rodrigo Lloreda. Le insistí en que no se fuera porque todo era solucionable y él era importante para el Gobierno. Ustedes tienen que entender que estamos en un proceso de paz en el que hay altibajos y tomamos decisiones populares e impopulares. Pero mientras esto ocurre, mi Gobierno va a darles los medios necesarios para que las Fuerzas Armadas se fortalezcan--, finalizó el Presidente con una leve sonrisa, convencido de que sus argumentos harían reflexionar a los generales, que habían expresado su intención de renunciar en forma masiva.

Después de la intervención de Pastrana, el general Rosso José Serrano pidió la palabra.

--Presidente, los temas que se han tratado aquí pueden ser solucionados si existe voluntad. Lo que el país está esperando es que se le comunique que no se ha producido ninguna intentona de golpe--.

Pastrana estuvo de acuerdo y les propuso a los generales que fueran al Centro de Convenciones y leyeran una declaración que pusiera fin a la crisis. Cuando estaban de pie, Pastrana preguntó:

--¿Por qué los militares no se levantaron contra el Gobierno ilegítimo de Samper y hoy sí lo están haciendo con un Gobierno que los ha respetado, los ha tratado bien y los ha fortalecido?--.

--Presidente, por dos razones. La primera es que en aquel entonces había la idea de que el mando era ilegítimo. La segunda, que en esta oportunidad lo que hay que respetar y preservar es la institucionalidad del país--, respondió el general Tapias.

Cuando salían de la Casa de Huéspedes, Tapias le propuso al Presidente un encuentro con todos los generales de las Fuerzas Militares. Pastrana asintió y se mostró dispuesto a hablar con la oficialidad en el Club Militar de Melgar, Tolima, en las siguientes 48 horas. Antes de abordar la lancha que los llevaría al Centro de Convenciones, el general Hernández tomó del brazo

al director de la Policía y lo apartó del grupo.

--Serrano, ¿usted por qué no renunció?-- le reclamó al general Serrano, quien se quedó callado y siguió de largo. La fuerte brisa que soplaba sobre la bahía de Cartagena, pasadas las 7 de la noche, estuvo a punto de hacer que Camilo

Gómez dejara volar el fólder de hojas amarillas en el que redactaba, junto con el canciller Fernández de Soto, el comunicado de prensa que minutos después leería el presidente Pastrana.

La pipa de la paz entre el Gobierno y los militares se fumó esa noche en el restaurante Donde Olano, un pequeño y acogedor local ubicado en la ciudad amurallada, adonde llegaron todos por invitación del general Tapias. La cúpula militar regresó a la media noche a Bogotá, al tiempo que el Presidente visitó al Nobel García Márquez y le hizo un corto relato del día más difícil de su Gobierno.

Cuando aterrizaron en el aeropuerto El dorado, a la 1 de la madrugada del jueves 27 de mayo, los generales sabían que todavía no podían irse a descansar porque las Fuerzas Armadas seguían en acuartelamiento de primer grado.

A pesar de que horas antes los medios de comunicación dieron cuenta de la forma como se resolvió la crisis, en los cuarteles seguían a la espera de un informe directo y detallado de sus comandantes.

El general Tapias se dirigió al Centro de Operaciones de las Fuerzas Militares, desde donde habló por radio con todos los generales del país. Les hizo un resumen del encuentro con el Presidente en Cartagena y les notificó que no serían tenidas en cuenta las cartas de renuncia porque el Gobierno entendió que habían sido escritas en un momento crítico. La charla terminó 10 minutos después, cuando Tapias les ordenó desplazarse hasta Melgar para encontrarse por primera vez con el jefe del Estado.

Al día siguiente, viernes, el comandante de las Fuerzas Militares se llevó una desagradable sorpresa cuando llegó a su despacho y leyó la primera página del diario El Tiempo. "Señor Presidente, esto es grave", decía el titular

de la noticia, que se refería en forma detallada a la manera como el general Rosso José Serrano, director de la Policía, había evitado un golpe militar dos días atrás durante la crisis desencadenada por la renuncia del ministro de Defensa, Rodrigo Lloreda.

--Esto no puede ser--, pensó Tapias, indignado, y pidió que le llamaran a Serrano para que le explicara lo que había sucedido y por qué el diario

hablaba de un golpe de Estado. Tapias no logró localizar al director de la Policía y por ello dejó el asunto para después porque debía estar antes del mediodía en el Club Militar para recibir al Presidente Pastrana.

Los generales empezaron a llegar y el ambiente se notaba tenso. El jefe del Estado llegó acompañado por el mayor Chávez, el ministro del Interior, Néstor Humberto Martínez, y el secretario privado, Camilo Gómez. Antes de ingresar al salón donde estaba prevista la cumbre, el comandante de las Fuerzas Militares llamó a un lado a Pastrana.

--Señor Presidente, quiero decirle, en nombre de todos los generales de las Fuerzas Militares, que esto que dice El Tiempo hoy es una infamia. Sabemos que esta información salió de la Policía y nada de lo que está escrito allí es cierto--, le dijo Tapias a Pastrana, quien respondió que hablaría con el general Serrano.

Camino al salón donde se llevaría a cabo el encuentro, Tapias se encontró con el jefe de seguridad presidencial. En forma seca y cortante, le dijo a Chávez que no tenía necesidad de estar armado porque se encontraba en una instalación militar donde se podía garantizar la seguridad del jefe del Estado.

El general Víctor Álvarez, comandante de la I División del Ejército con sede en Santa Marta -uno de los oficiales que renunció tras la salida de Lloreda- pidió la palabra y en una extensa intervención aclaró que su comportamiento y el de los demás oficiales que solicitaron el retiro el 26 de mayo, obedeció a un sentimiento de lealtad con el ministro de Defensa y que en ningún momento se trató de una respuesta orquestada y dirigida por los altos mandos para desestabilizar al Gobierno.

--Señor Presidente, usted debe tener muy claro que nosotros somos los primeros y más grandes defensores de la democracia--, concluyó.

En el mismo sentido hablaron la mayoría de generales, quienes cuestionaron con dureza al comisionado de Paz, Víctor G. Ricardo, y de paso le pidieron al Gobierno que no le hiciera más concesiones a las FARC.

El general Hernández, uno de los más duros críticos de la labor de Víctor G.

Ricardo, finalizó su intervención con una frase que resumía el pensamiento y la inconformidad de los uniformados:

--Señor Presidente, con todo respeto quiero decirle que esta es la primera vez que usted se reúne con todos los generales de la República, mientras que ya lo ha hecho en dos oportunidades con Manuel Marulanda.

Cuando el presidente Pastrana se disponía a iniciar su intervención ocurrió un incidente que rompió el silencio del salón. El secretario privado del Presidente se acercó al general Tapias y le habló al oído. El oficial se puso de pie, tomó el micrófono y se dirigió, indignado, a los generales.

--Habíamos acordado que este encuentro sería absolutamente privado. Por esa razón, no aceptamos cámaras de televisión ni micrófonos. Pero me acaban de informar que hay generales que están grabando esta conversación. Les solicito que suspendan de inmediato lo que están haciendo--, dijo Tapias.

Pastrana habló y sus palabras fueron bien recibidas por los generales, pese a que esperaban un replanteamiento de la política de paz. Por el contrario, Pastrana reiteró que seguiría adelante con la negociación y que necesitaba, como hasta ahora, la colaboración de las Fuerzas Militares.

--Este proceso de paz no es fácil. El Gobierno cuenta con ustedes, señores generales. No existen libros que hablen de una fórmula mágica para negociar. Ojalá pudiera llegar a una librería y comprar un libro que diga cómo hacer la paz. No existe y no ha existido proceso del mundo que haya tenido fechas fatales para adelantar una negociación--, resumió el jefe del Estado.

Varios militares le preguntaron al Presidente por el futuro de Víctor G. Ricardo.

--Por ahora se mantiene; él está cumpliendo una función, está desarrollando una labor y nosotros aspiramos a que continúe. Él tiene un compromiso para que podamos culminar este proceso--, respondió el mandatario.

También hubo críticas por la salida intempestiva del ministro Lloreda.

--Hablé claramente con el ministro el lunes, le expliqué la situación y por eso no entendí su renuncia. Pero no olviden que con él hablamos claramente sobre este proceso. Si hay algo que es claro es eso. El ministro Lloreda sí

estaba informado de los pasos y acciones que se daban en el proceso--, dijo Pastrana.

El mandatario dio por terminada la charla con el anuncio de que las FARC habían aceptado poner en marcha una comisión internacional que se encargaría de verificar el cumplimiento de los acuerdos logrados en la mesa de negociación.

Cuando se dirigía en un vehículo militar hasta la pista de aterrizaje de la base de Tolemaida para regresar a Bogotá, el Presidente escuchó por radio las declaraciones del general Mario Fernando Roa Cuervo, inspector del Ejército, quien se refirió al encuentro que acababa de finalizar con Pastrana y dijo: "el incidente quedó cancelado pero no olvidado".

Después de escuchar la frase, Pastrana puso cara de disgusto, bajó del carro y abordó, serio, el helicóptero que lo llevó a descansar a su casa de campo en Nilo, Cundinamarca. El mandatario reflexionó en torno a la frase del general Roa y comprendió que en efecto el episodio de esa semana había quedado cancelado, pero no olvidado.

A la mañana siguiente, el general Serrano salió de su casa para dirigirse al Centro de Estudios de la Policía (Cespo), en Suba, al norte de Bogotá, donde jugaba tenis todos los fines de semana con algunos oficiales. El director de la

Policía estaba tenso y preocupado porque ya sabía que los militares le reclamaron al Presidente por la publicación aparecida en El Tiempo el día anterior.

Serrano se retiró del campo de tenis y fue a caminar por los jardines del centro

académico. Allí tomó la decisión de llamar al general Tapias, quien todavía se encontraba en Melgar.

--Fernando, estoy muy preocupado con la publicación de El Tiempo. Quiero decirle que todo eso es mentira.

--Chepe, nosotros teníamos una muy buena relación. Usted más que nadie se dio cuenta de que los militares no estábamos en ninguna intentona de golpe. No entiendo por qué razón la Policía decidió cuidar la Casa de Huéspedes en

Cartagena como si fuéramos unos delincuentes. Aquí la gente está muy molesta y lo consideran a usted un traidor--, respondió Tapias sin ocultar su mortificación.

El director de la Policía respondió que para probar que todo era un invento iba a enviar ese mismo día una carta de rectificación al periódico. Así ocurrió y pocas horas después todos los generales de la Policía firmaron un mensaje que atribuía lo ocurrido a una mala información del periodista que cubría la fuente.

--Nosotros somos amigos de ustedes y hágales saber a todos los generales lo que le estoy diciendo--, le dijo Serrano a Tapias después de contarle que la carta ya había sido enviada.

--Chepe, le agradezco, pero tenga en cuenta que mis hombres están indignados con ustedes.

A partir de ese momento las relaciones entre Serrano y los altos mandos militares fueron cordiales pero distantes. Y desde entonces al director de la Policía no le volvieron a pedir que firmara documentos relacionados con el proceso de paz, como había ocurrido hasta ahora.

En los meses siguientes se presentaron nuevos roces, pero en los estertores del fracasado proceso hubo otro que obligó al Presidente a jugarse a fondo.

El 24 de septiembre de 2001 las FARC secuestraron a la ex ministra de Cultura, Consuelo Araújonoguera, la Cacica, y una semana más tarde la asesinaron como consecuencia del asedio militar, con lo cual la negociación entró en su etapa final. En medio de semejante crisis, que paralizó de nuevo la mesa de diálogos en el Caguán, el Presidente debió enfrentar un nuevo choque con los militares.

Mientras el comisionado Camilo Gómez y el negociador Juan Gabriel Uribe, trataban de obtener algún gesto de las FARC para continuar adelante con el agonizante proceso de paz, Pastrana estaba indignado porque en su concepto los militares habían intervenido en dos episodios que en la primera semana de octubre contribuyeron a enrarecer aún más el proceso con las FARC.

El primero de ellos fue la renuncia de la directora del diario El Colombiano, Ana Mercedes Gómez, a la Comisión de Notables, creada en septiembre con el fin de que sus cinco miembros propusieran estrategias para combatir a los paramilitares y disminuir la intensidad del conflicto. No obstante, la periodista se retiró del grupo después de enterarse de que los otros cuatro integrantes de la Comisión redactaron a sus espaldas un documento que sería presentado a las FARC y en el que quedaba planteada la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente. En el palacio presidencial se recibieron informes en el sentido de que la directora de El Colombiano obtuvo de los militares una copia de la propuesta.

El segundo se produjo el martes 2 de octubre, cuando el país no se reponía del cruel asesinato de La Cacica. Ese día, el senador Germán Vargas Lleras denunció en un agitado debate que en la zona de distensión las FARC tenían campos de entrenamiento, pistas de aterrizaje clandestinas, cultivos de coca y campos de concentración de secuestrados. El congresista acompañó su exposición con mapas satelitales que según la Casa de Nariño fueron suministrados por el alto mando militar.

Pastrana decidió tomar el toro por los cuernos, y el 4 de octubre le pidió al ministro de Defensa, Gustavo Bell Lemus -quien había sucedido en el cargo a Luis Fernando Ramírez en mayo de 2001-, que se reuniera con la cúpula militar.

--El Gobierno quiere saber de qué lado están ustedes--, les dijo Bell a los generales luego de transmitir la molestia presidencial.

Pero como se acercaba el vencimiento de la prórroga de la zona de despeje, Pastrana consideró que la mejor manera de dialogar con los generales era sacarlos de su oficina y por eso los invitó a una reunión privada en el Club Militar de Melgar, Tolima, en el mismo sitio donde el Presidente se había encontrado con el generalato después de la crisis militar de mayo de 1999.

El presidente Pastrana le pidió a Bell que cancelara su viaje a Neiva, donde el ministro de Defensa pronunciaría el discurso de clausura de la Asamblea de Confecámaras. También se comunicó con el ministro del Interior, Armando Estrada, y le dijo que lo esperaba en Melgar.

Convencido de que la cumbre con la cúpula militar podría resultar muy complicada, el Gobierno tomó la precaución de citar a los periodistas que normalmente cubrían la información de la Casa de Nariño. Así ocurrió, pero los militares no tardaron en darse cuenta y por eso convocaron a Melgar a los comunicadores encargados de los temas del Ministerio de Defensa. A las 11 de la mañana, cuando empezó la reunión, en el lugar había dos periodistas por cada medio de comunicación.

Tal como lo presagiaba el Presidente, la discusión con los generales fue muy dura. Tanto, que el general Tapias le pidió al mandatario que lo dejara hablar primero.

-Señor Presidente, los generales no aceptamos que se nos achaque la renuncia de Ana Mercedes Gómez, así como la entrega de información privilegiada a Germán Vargas Lleras. Si llega a haber un solo general de los que esta aquí que haya hablado con él, entonces nos vamos todos por desleales. Pero si es al revés, que renuncie alguien del Gobierno por filtrarles bellaquerías a los medios.

--Por otro lado, señor Presidente, creemos que usted debe hacer una declaración pública contra las declaraciones del bandido ese de Simón Trinidad, quien dijo que la zona de despeje era un Estado en gestación. Si usted acepta eso, en un futuro cercano va a estar en problemas con Estados Unidos.

--Ahora, nos parece que usted tiene que salir públicamente a desmentir al ministro del Interior, Armando Estrada, quien en nuestro concepto cometió una gran embarrada cuando afirmó públicamente que el Gobierno no podía garantizar la seguridad de la marcha de Serpa dentro de la zona de despeje. Ese fue un papayazo a las FARC para que dijeran que ellos sí controlan un territorio.

Pastrana interrumpió.

--Sí, ustedes tienen razón, esa fue una metida de pata de Armando--.

El general Tapias volvió a tomar la palabra.

--Señor Presidente, como yo se lo había advertido, el último año de su gobierno va a ser el peor por la intransigencia de las FARC. Usted puede tener problemas con los Estados Unidos, porque su debilidad como gobernante es evidente. Además existen documentos de inteligencia norteamericanos que demuestran la existencia en la zona desmilitarizada de gran cantidad de armas, entre ellas misiles Sam 16, tres pistas de aterrizaje con sus respectivas aerofotografías, una gran cantidad de hombres, fábricas de armas, gran cantidad de asesores extranjeros, comercio de coca y secuestros.

-Presidente, la seguridad nacional está afectada por lo que está ocurriendo. No se trata de un caso menor de alcaldes o autoridades locales, se trata de un asunto que ya afectó la seguridad del país. A la zona de despeje entró una guerrilla y hoy existe un ejército--.

El Presidente, que había escuchado con atención al comandante de las Fuerzas Militares, tomó la palabra.

--Generales, entiendo sus preocupaciones, pero quiero que tengan muy claro que negociar con ellos es muy duro porque no ceden nada. Ellos creen que van a ganar la guerra y se comportan como si eso fuera a ser así.

Tapias volvió a pedir la palabra.

-Señor Presidente, los generales hemos analizado mucho el asunto y creemos que una buena manera de recomponer esto es que usted les quite a las FARC dos de los municipios despejados que tienen cultivos de hoja de coca. Usted podría decir que es para poner a funcionar el Plan Colombia y que se va a erradicar conjuntamente con la comunidad. Y se les puede manejar el discurso de que como ellos no tienen qué ver con el negocio, entonces no tienen nada de qué preocuparse.

Mientras continuaba el debate a puerta cerrada, uno de los periodistas de la Oficina de Prensa de la Presidencia les contó en secreto a los periodistas invitados por la Casa de Nariño que podían informar que el impasse con los generales estaba resuelto y que éstos habían aceptado de buena gana la continuación del despeje. Sin embargo, el comandante del Ejército fue informado de lo que ocurría y ordenó disgustado que les dijeran a los periodistas que cubrían el ministerio de Defensa que no había acuerdo alguno y que la discusión sobre el despeje estaba enredada.

Con semejante panorama y muchas cosas en el tintero, Gobierno y militares suspendieron la reunión a la 1 de la tarde y quedaron de reunirse de nuevo a las 4.

En ese momento en el Caguán empezaba a salir humo blanco. Las FARC y los negociadores del Gobierno habían hallado una fórmula para sacar adelante el proceso y decidieron firmar el denominado Acuerdo de San Francisco de la Sombra. Según el escueto documento, los subversivos se comprometían a no realizar más pescas milagrosas, a permitir la actividad política en la zona de despeje y a comenzar el estudio formal del documento final de la Comisión de Notables, presentado semanas atrás.

Con ese as bajo la manga, el Presidente reinició la conversación con los militares, quienes se sorprendieron cuando el mandatario les dijo que el proceso había encontrado una nueva luz al final del túnel y que, en vista del acuerdo logrado por sus negociadores, iba a prorrogar la zona de despeje.

La cara de malestar que tenían los generales a la salida de la reunión no dejaba dudas de que habían perdido un nuevo round frente a las FARC. Pastrana se situó frente a un micrófono, explicó que el general Tapias tenía algo para comentar y aclaró que no habría sesión de preguntas.

--Cualquiera de las determinaciones que tome el Gobierno Nacional respecto a esa zona, las Fuerzas Armadas la acatarán y la harán cumplir de inmediato--dijo el oficial y luego se retiró con cara de disgusto.

Cinco días más tarde, después de que parecía haber amainado la tormenta, Camilo Gómez visitó en su despacho al general Tapias.

--General, el Presidente me contó lo que usted dijo en Melgar y quiero decirle que en la Casa de Nariño nadie afirmó que el senador Vargas había recibido documentos de ustedes para armar su debate--.

--Pues eso fue lo que entendimos en la reunión con el Presidente. Además, todos tenemos claro que ustedes están dispuestos a cualquier cosa para que las FARC estén contentas--, replicó Tapias.

--Para aclarar todo este enredo me gustaría hablar con la cúpula.

--No hable con los generales porque se puede ganar una insultada--, respondió el oficial.

El 20 de febrero de 2002 las FARC secuestraron en Neiva un avión de Aires y retuvieron al senador Jorge Eduardo Gechem Turbay. Fue la estocada final al proceso de paz. Esa noche el presidente Pastrana suspendió la zona de despeje y autorizó la ofensiva militar que los generales tanto esperaban.