TESTIMONIO
"La guerrilla estudiaba medicina en cuadernos; con la experiencia adivinaban nuestras enfermedades"
El intendente John Frank Pinchao Blanco narró en las últimas horas detalles inéditos de las difíciles condiciones de salud en que malviven los secuestrados por las FARC. Algunos no resisten los virus y las epidemias que se incuban en la selva. Como el mayor Guevara, muerto en la manigua, y cuyo cadáver, después de un año, el grupo subversivo aún no ha entregado a su familia (Ver Especial Multimedia de semana.com).
Una semana después de la fuga del intendente John Frank Pinchao Blanco, quien se encontraba secuestrado por las Farc, sus declaraciones siguen sorprendiendo al país y preocupando a los familiares de los secuestrados que aún permanecen en poder de este grupo guerrillero.
A las 9 y 45 de la mañana de este martes, el intendente salió del Hospital de la Policía con su vestido de gala, a una rueda de prensa en la que entregó más detalles sobre su cautiverio y el estado de salud de muchos de sus compañeros que llevan años secuestrados por los subversivos.
Cuenta Pinchao que al comienzo de su secuestro (entre 1998 y 1999) todos los cautivos eran atendidos por médicos profesionales. “Yo no sé de dónde los sacaban, si eran subversivos o los traían de algún hospital obligados. Pero desde hace seis años nos comenzaron a atender guerrilleros que hacían las veces de enfermeros, guiados por unos cuadernos de instrucción (…) con el tiempo y la experiencia que adquirirían ellos adivinaban qué teníamos y así mismo se inventaban medicamentos para curarnos”, relató el policía.
Ninguno de los secuestrados se ha salvado de padecer enfermedades tropicales, desarrollar virus que requieren tratamiento con antibióticos o agravar sus síntomas por enfermedades que ya padecían al momento del plagio. Hace un año, el mayor Julián Ernesto Guevara fue la primera víctima del abandono en el que se encuentran los secuestrados. Las Farc explicaron su muerte en cautiverio por una “extraña enfermedad”.
Uno a uno, Pinchao fue dando un ‘parte médico’ de las dolamas que tiene cada uno de los secuestrados. El mayor Guevara, por ejemplo, sufría de unos ataques “que lo dejaban como muerto”. Pero el cabo William Pérez, un enfermero del Ejército también secuestrado, era el encargado de reanimarlo cada vez que recaía. Cuando falleció Guevara, Pinchao no estaba con él, pero haberlo visto en las condiciones que se encontraba fueron suficientes para concluir que “a mi mayor lo dejó morir la guerrilla”.
El estadounidense Mark Gonsalves padecía hepatitis cuando Pinchao se fugó. Tom Howes tiene problemas de tensión, pero se cuida haciendo ejercicio. El senador Jorge Eduardo Gechem tiene problemas de tensión y al parecer le han dado siete preinfartos. El coronel Luis Mendieta y el mayor Enrique Murillo tienen problemas de riñones. La senadora Consuelo González de Perdomo sufre de la tensión. El intendente Carlos José Duarte tiene problemas gástricos. El sargento José Marulanda sufre de las rodillas. El capitán Juan Carlos Bermeo tiene inexplicables brotes en la piel y “cuando mira hacia arriba le dan mareos que intentan desmayarlo”, dice Pinchao. Al senador Luis Eladio Pérez toca controlarle la diabetes con terrones de azúcar debajo de la lengua.
Un día la guerrilla les llevó revistas para que leyeran. Entre ellas estaba la ‘Selecciones’ que traía prácticos consejos de autocuración y los efectos placebos. “Ahí hablaban algo de que con la autocuración el cuerpo podía generar una especie de sustancias que hacían los efectos de la droga. Todos nos mentalizábamos para utilizar esa metodología y curarnos nosotros mismos”, recuerda el intendente Pinchao.
Clara y Emmanuel
Como si el cautiverio, la enfermedad, la presión de las Farc y los peligros de la selva fueran pocos, la tragedia del secuestro para Clara Rojas, fórmula vicepresidencial de Ingrid Betancourt, es más amarga con el tratamiento que la guerrilla le da a ella y a su hijo, Emmanuel, quien hoy podría tener unos tres años de edad.
Según el testimonio de John Frank Pinchao, el bebé nació en una casa de tabla que tenía un forro de malla por fuera y alambre de púas en las paredes y en el techo. La última vez que Pinchao recuerda haber visto al niño y a su madre fue hace unos dos años. “Cuando había caminatas a ella no la dejan cargar el niño, se lo dejaban ver pocas veces, pero se lo cuidaba la guerrilla (…) ella sufría mucho, lo llamaba gritando, uno al otro lado alcanzaba a escuchar”, dice.
Recientemente, cuando Pinchao tenía la oportunidad de hablar con los norteamericanos, ellos le confesaban su resignación para esperar cuatro años más en la selva por un acuerdo humanitario, pues eran conscientes de que con el actual gobierno no se iba a lograr. “En esos momentos yo me acordaba de un comercial que hablaba de gente que se iba en bicicleta hasta Argentina en tres meses, y me preguntaba porqué yo no podía irme caminando y llegar al menos hasta la frontera (con Venezuela)”, sostuvo el agente en rueda de prensa. Además dijo que a las Farc no les interesa el intercambio humanitario porque siempre han puesto por encima el despeje.
Cuando el pasado 16 de mayo el intendente Pinchao vio de nuevo la libertad después de ocho años y medio de cautiverio, un montón de ideas se le pasaron por su cabeza. “Lo primero que le dije a mi capitán, el que me rescató, fue que no quería que se enterara nadie, ni llamar a mi mamá, ni nada. Yo quería devolverme para rescatar a los que quedaban allá”, dijo el policía, quien confesó que no se imaginaba el recibimiento ni la algarabía que generó su libertad.
A pesar de la desnutrición severa que padece el intendente Pinchao y que le obligan una dieta especial, por primera vez en nueve años almorzó en la casa de su madre su plato preferido: arroz con pollo. Y esta noche, por las amenazas que ya ha recibido por haberse fugado, dormirá en una de las casas fiscales de la Policía mientras planea unas vacaciones al mar en compañía de sus padres.