Desde hace seis años, cuando México fue el país invitado de honor, la Feria Internacional del Libro de Bogotá comenzó a dar un salto cualitativo en su programación cultural y en la elección del país invitado, para convertirse no solo en una muestra de la industria editorial, sino en un verdadero evento que reuniera y acercara a autores de indudable calidad literaria, con lectores atentos e interesados. Ese salto, evidentemente, estuvo acompañado por una apuesta por nombres populares que alcanzaran a una audiencia cada vez mayor. De manera sucesiva, Ecuador, Brasil, Portugal, Perú, Macondo y, este año, Holanda, transformaron la feria y la convirtieron en un acontecimiento cuyas dimensiones hoy rebasan cualquier expectativa en asistencia de público y ventas editoriales para los grandes grupos. Este crecimiento, sin embargo, comienza a ser el verdadero talón de Aquiles que tendrán que asumir la Cámara Colombiana del Libro y Corferias de cara a la trigésima edición en abril de 2017, cuyo país invitado será Francia. Aquí algunas conclusiones sobre la Feria que termina hoy. Lo primero que habría que reconocer es la calidad de los invitados: Svetlana Alexiévich, Jeffrey Eugenides, Jody Williams, César Aira o Cees Nooteboom, entre decenas de otros, han demostrado que a la feria vienen escritores de primer orden, y eso habrá que protegerlo como un patrimonio invaluable que debe mantenerse año tras año.     El país invitado: Este año Holanda hizo un buen papel. Tuvo invitados interesantes, aunque no tan conocidos por el gran público; apostó por un programa de traducciones subsidiadas para que más de 30 títulos se publicaran en Colombia; fue audaz mediáticamente y sembró la idea entre los asistentes de que vale la pena acercarse a una riquísima cultura.        La feria ¿de quién? Una vez más la asistencia masiva demostró que no hemos sido capaces –organizadores y medios– de insistir en varias ideas que siempre terminan por ser la queja en las redes sociales: el acceso, la congestión, la falta de organización y una geografía interna confusa. La feria debe asumirse como un lugar de todos los ciudadanos de Bogotá y solo así nos sentiremos dolientes y no víctimas. La Alcaldía Mayor acertó en su patrocinio, pero quedan tareas pendientes que tendrán que hablarse en serio:       Hay que desestimar el uso del carro para ir a la feria. No es justo con los habitantes del sector que durante dos semanas la zona colapse porque los bogotanos somos incapaces de usar el transporte público o de encontrar mejores alternativas como la bicicleta.Hay que considerar que todos los eventos tienen una capacidad limitada. En ninguna parte del mundo los actos culturales tienen aforo ilimitado. Quizás habría que comenzar a hacer una programación en la que se inscriban grupos, en la que se premie la organización antes que el azar.Es hora de que tanto la Cámara como Corferias crean en que es posible desconcentrar la asistencia de los fines de semana. Quizás promoviendo entradas gratis o rebajadas los días laborales y programando eventos de primera línea de lunes a jueves, se logre un equilibrio y la feria viva todos los días.Hay que descontaminar la feria: el constante ruido de megáfonos, la presencia de hombres-muñeco, de promociones que obstaculizan, de ventas de toda clase de productos hacen que los asistentes se sientan crispados en medio de la multitud; el ruido ensordecedor de una curaduría musical megafónica que carece de cualquier criterio y que deja sordos a los asistentes indica que llegó la hora de revisar cuál es la necesidad de sobrepoblar el recinto. Nadie dice que se trate de hacer una feria impoluta y aséptica, pero llegó la hora de descongestionar lo que no necesita congestión; de insistir en que sin estridencia los eventos culturales siempre resultarán mejores.La feria se creció y debe crecer su administración. La voluntad de la Cámara y Corferias no está en duda pues han apostado por consolidar un proyecto que hace menos de una década languidecía. Sin embargo, llegó la hora de fortalecer el equipo, de que la gerencia, en cabeza del portugués Pedro Rapoula, tenga un equipo amplio y profesional que durante todo el año mitigue y planee los efectos de una feria que supera el medio millón de visitantes. Si es verdad que la programación es de primera calidad, también lo es que la cantidad comienza a abrumar.La industria debe poner de su parte. Aunque las ventas para muchos son “un mes más del año” es necesario que la industria editorial, en conjunto, se siente y debata muchos temas que se oyen en los corredores. La queja constante o la ley del más fuerte tienen que dejar de ser los invariables de los editores colombianos.El affaire youtuber. Hace una semana todos los medios recogieron lo acontecido el sábado 23 de abril. Indignación y rabia, primero; después algo de comprensión y hasta relativización. Como siempre hubo algunos que quisieron oponer lo viejo con lo nuevo; lo importante con lo banal; lo masivo con lo minoritario. La discusión, poco a poco, llegó a sus justas proporciones: siempre habrá un Chespirito, un Paulo Coelho o un Germán Garmendia que rompa las predicciones de la asistencia y se desate la histeria colectiva, de unos y de otros. En Arcadia creemos que más allá de un problema logístico evidente –de producción, de policía, de ciudad– la discusión sobre las presuntas oposiciones entre “alta” cultura y cultura popular deberían superarse de una vez por todas.