OPINIÓN
Cartas cruzadas
La palabra escrita, a diferencia de la palabra dicha, requiere tiempo y reflexión. En Colombia se habla demasiado y ese ruido distrae el pensamiento.
El 30 de mayo de 1983, Otto Morales Benítez renuncia a la presidencia de la Comisión de Paz. Lo hace a través de una breve carta en la que anticipa el destino trágico de la búsqueda de la paz en el país: "combatir los enemigos de la paz y de la rehabilitación, que están agazapados por dentro y por fuera del gobierno", escribió. Durante décadas muchos han especulado sobre lo que quiso decir el político caldense y, cada cierto tiempo, sus palabras retumban de nuevo. La lección de Morales Benítez es profunda: la paz no es un asunto de voluntades políticas, el verdadero reto es alcanzar un consenso entre la totalidad de las fuerzas sociales del país.
Antes y después de esta carta, muchas otras fueron enviadas con el propósito de crear las condiciones de un diálogo real. Sin embargo, a pesar de la guerra las cartas llegaban, aunque tardaran meses en ser recibidas, pues el correo humano tenía que bajar la montaña, proteger la tinta de los ríos y algunas debían escribirse bajo la luz de luciérnagas. Hacer llegar las palabras a través de la selva implicaba que atletas clandestinos se jugaran la vida en una peligrosa carrera de relevos.
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Durante el secuestro de Álvaro Gómez, fue famosa su correspondencia con Carlos Pizarro, quien entonces comandaba la organización que lo retuvo durante 53 días. En sus memorias, Soy Libre, Gómez recuerda el episodio con serenidad y hace énfasis en dichas cartas: las que envió Pizarro se conservan, pero las del dirigente conservador nunca han aparecido. En una de las respuestas del comandante del M-19 es posible entrever el carácter de Álvaro Gómez durante su secuestro: “Te agradezco que, pese al acto de fuerza que rodea este diálogo, él se haya convertido en una realidad”, escribió Pizarro.
Ambos fueron asesinados. Pizarro a los pocos días de dejar las armas y Gómez al salir de la universidad en donde enseñaba historia y pensamiento político. Qué importante habría sido profundizar con estos dos dirigentes sobre esa correspondencia y su relación con los posteriores hechos de paz que hicieron posible la desmovilización del M-19 y la Constitución de 1991. Reconstruir ese diálogo nos permitiría encontrar pistas para descifrar el innombrable acertijo de la paz. Pues, la palabra escrita, a diferencia de la palabra dicha, requiere tiempo y reflexión. Y en Colombia se habla demasiado y ese ruido distrae el pensamiento.
Pero ya no se escriben cartas. La inmediatez de los trinos y la intestinal reacción en las redes sociales permite decir muchas cosas, pero pensar pocas. A veces se asoman algunas cartas a la escena pública, pero estas pasan inadvertidas. Así ocurrió con la carta escrita por Timochenko a Iván Márquez. El excomandante de las FARC reconoce que la mayor derrota de la guerrilla fue la distancia que tuvieron con la opinión pública y las consecuencias de sus propias acciones: “cometimos errores. Los desarrollos del proceso y del acuerdo de paz nos han permitido comprender que sí hubo hechos reprobables en la confrontación", escribió Timochenko.
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Las palabras no sirven si nadie las lee. De nada sirve que Timochenko escriba cartas e incluso haga planas pidiendo perdón si no hay un interlocutor capaz de leer y contestar por la misma vía. Qué importante sería que, los actores más beligerantes y activos en la política nacional comenzaran a escribirse cartas: una correspondencia amplia en la que brille el pensamiento y no el comentario visceral propio de las redes sociales, que tanto anula el diálogo y engrandece la megalomanía.
Ojalá aún estemos a tiempo de retomar la escritura de cartas entre adversarios, que no son otra cosa que recuperar las palabras hasta volver a llenarlas de sentido. Escribir para aprender a pensar y así, con el paso del tiempo, poder hablar de nuevo.
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*Columnista invitado. Politólogo, Profesional en Estudios Literarios, Mg. Estudios Culturales. Actualmente Coordinador del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación de Bogotá. Ha colaborado con distintos medios abordando temas de memoria histórica, conflicto armado, educación, discapacidad auditiva y literatura. En 2016 fue nominado al Premio Compartir al Maestro.