Hay Festival 2019
Los eventos de Chimamanda Ngozi Adichie en Cartagena mostraron nuestro racismo
OPINIÓN | Una mirada crítica, comparativa, a las dos charlas en las que se presentó la escritora nigeriana en el marco del Hay Festival.
El barrio Nelson Mandela fue fundado a principios de los años noventa en el sudeste de la ciudad de Cartagena. Los mandeleros lo entienden como una comunidad autónoma porque sus líderes y gestores de base han conseguido todo solos: la regularización del agua y la electricidad, o el desalojo del basurero a cielo abierto de la ciudad que, por su cercanía al Mandela, produjo la muerte y enfermedad de muchos habitantes. En esta comunidad, mayoritariamente afrodescendiente, Chimamanda Ngozi Adichie dio una charla en el marco del Hay Comunitario en la mañana del domingo 3 de febrero.
En contraste con el conversatorio del día anterior, éste se convirtió en un espacio político desde el principio. Adichie saludó diciendo en español “Me alegra estar en la Cartagena negra, la Cartagena real”. La entrevistaron Aurora Vergara, doctora en Sociología y profesora, y la presentadora de televisión Mabel Lara, quien empezó el encuentro leyendo un pedazo del célebre discurso de Adichie “Todos deberíamos ser feministas”, luego de que su autora lo leyera en inglés: “La forma en que criamos a nuestros hijos les hace un flaco favor. Reprimimos la humanidad de los niños. Definimos la masculinidad de una forma muy estrecha. La masculinidad es una jaula muy pequeña y dura en la que metemos a los niños. Enseñamos a los niños a tener miedo al miedo, a la debilidad y a la vulnerabilidad. Les enseñamos a ocultar quiénes son realmente, porque tienen que ser, como se dice en Nigeria, hombres duros”. Me pareció ingeniosa la elección de este extracto porque empezó dándole la vuelta a la frecuente pregunta sobre el lugar del hombre en el feminismo, al situarlo en el centro. No habían pasado diez minutos y la raza y el género, centrales en la obra de Adichie, ya estaban establecidos como el enfoque del encuentro.
Sin embargo, en la primera charla con Adichie, que sucedió justo la noche antes en el Centro de Convenciones –y que fue tal vez el evento más esperado y concurrido de todo el festival–, esto apenas fue mencionado. Y es que tal vez cada conversación estuvo supeditada al lugar donde ocurrió.
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En el centro, la destacada periodista y escritora Alma Guillermoprieto, feminista como Adichie, le preguntó (ante una audiencia ávida y también con gran presencia negra) por la posible influencia de Harry Potter y la fantasía en su obra y su pensamiento, descuidando que en el discurso “El peligro de la historia única” Adichie cuenta que antes de “descubrir” los libros africanos pensaba que los libros por naturaleza debían contener personajes extranjeros con los que ella no podía identificarse. Luego, aun siendo pequeña, Adichie conoció a Chinua Achebe y Camara Laye, y aprendió que mujeres como ella podían existir en la literatura. Y que esa presencia no era precisamente mágica, sino política. Ahí, en ese discurso –que también es una charla TED muy popular–, ya estaba su respuesta.
Otra cosa fue el evento del Hay Comunitario, a cuarenta minutos del centro histórico de la ciudad. Allí dos mujeres negras preguntaron por la intersección entre raza y género, y denunciaron la prostitución infantil de las niñas del Nelson Mandela. Los eventos se podían pensar como diferentes, pero ambos terminaron hablando –desde orillas opuestas– de una estructura sociopolítica profundamente racista que a unos beneficia y a otros perjudica. El haber señalado el daño que le hace el heteropatriarcado a la educación de los hombres solo en el Nelson Mandela sugiere que en este espacio, y no en el otro, se hizo urgente hablar de machismo y racismo.
¿La elección diferenciada de las entrevistadoras pudo acaso responder a una complicidad con mantener la jerarquía racial que lleva establecida en Cartagena desde la ocupación española? ¿Por qué no fue Aurora Vergara quien entrevistó a Adichie en el evento del centro de convenciones? Vergara mostró conocer la obra de Adichie más profundamente que Alma Guillermoprieto con las pocas preguntas que alcanzó a hacerle. “¿Reivindicar a África como lugar de poder posibilitará movilizar esta agenda feminista afrodiaspórica?”, preguntó. Adichie respondió con un ‘¡Sí!’ contundente: “Una de las razones por las que estoy tan feliz de estar en Colombia, en Latinoamérica, es porque como africana siento una conexión con este continente, y eso es porque África está acá. África está en el ADN de América. Creo que es una lástima –y esto es algo que ha pasado en todo el mundo occidental— que haya habido una estrategia muy deliberada de disminuir todo lo africano y enseñar a la gente con ascendencia africana que debería sentir vergüenza. Déjenme decirles que no hay nada de qué avergonzarse (…)”.
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Luego de decirles a las mujeres negras colombianas que llevaran su pelo con orgullo y de decir que para ella el pelo es psicológico, político y arquitectónico, Adichie señaló –como lo hizo en su novela Americanah– la necesidad de preguntarse cómo la sociedad piensa el pelo de las mujeres negras y como define la belleza. “Tenemos que ampliar lo que es considerado bello, no puede ser el pelo liso únicamente el que es considerado bello. Las mujeres negras no deberían sentir la presión de conformarse con un estándar estrecho de belleza para ser aceptadas. No es suficiente decirles a las mujeres negras que acojan su pelo, porque a veces hay consecuencias si eso se hace; y por eso es algo de lo que se tiene que hablar”.
No me hubiera centrado en comparar las dos conferencias si hubiera visto que la segunda no suscitó malestar en los mandeleros. La recepción del público fue positiva: cada vez que el traductor terminaba su interpretación simultánea se oían tambores y gritos de emoción.
Sin embargo, y aunque Adichie ejerza una influencia importante sobre las comunidades negras y su presencia en ese espacio haya sido sin duda poderosa, el evento no fue para ellos. A los mandeleros les prometieron 300 de 500 cupos, pero a todos los sentaron en la parte de atrás, bajo la poca sombra que daba una estructura de concreto sin terminar, al lado de la que instalaron la carpa donde estaba Adichie en la tarima, rodeada de funcionarios del estado, del IPCC (Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena), prensa y las treinta escritoras afrodescendientes invitadas por el ministerio de Cultura. La entrevista fue cortada por la ministra, quien al ser invitada a la tarima mencionó la importancia de la cultura y el turismo para el gobierno de Duque. Esta intervención completamente desarticulada del conversatorio fue rechazada por la audiencia, y ella, como si estuviera defendiendo la voz de alguien que jamás ha sido escuchado, pedía que, al igual que habían dejado a Chimamanda Ngozi contar su historia, la oyeran a ella. La tensión en el público creció, y una mujer que estaba sentada en el suelo, frente a la tarima, gritó: “Paren de matar gente negra”.
En ese momento, y sin explicar de qué se trataba el proyecto “Mujeres afrocolombianas escriben su territorio”, la ministra invitó a las treinta escritoras a la tarima para tomarse una foto con Adichie. Y ahí se acabó. No hubo cierre, ni ronda de preguntas ni discusión entre las escritoras participantes del proyecto estatal y Adichie. No se propició un diálogo entre la escritora y la comunidad donde fue el evento. El grupo de danza Pandora, integrado por jóvenes y niños mandeleros, que se había preparado para hacer un baile de cierre, nunca lo hizo.
Al día siguiente, en los medios El Tiempo y El Universal, salieron las fotos acompañadas de los titulares “Chimamanda vino al Hay para reivindicar a las mujeres negras” y “Chimamanda, madrina de 30 autoras afro”, mientras líderes mandeleros denunciaron en videos circulados por la escritora cartagenera Jazmín Piedrahita que su comunidad fue instrumentalizada por su nombre, que no hallaban sentido en que en un lugar como el Nelson Mandela, donde no hay ningún escenario para la cultura, la ministra hablara precisamente de eso; que no se habían escuchado las historias de las mujeres de Mandela, solo se había ido a hablar por ellas.
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Gracias a Velia Vidal y a los mandeleros que me ayudaron a escribir.