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Cómo pensar una moda sostenible desde el arte

Nuestra columnista explora la relación entre la sostenibilidad en el sistema de la moda, la nueva exposición temporal en el Museo del Oro y una pieza de la artista Alicia Barney expuesta en el Museo Nacional.

RevistaArcadia.com
19 de julio de 2018

Apagar el despertador. Levantarme y entrar a la ducha. Salir, ponerme la copa, lavarme los dientes con el cepillo de bambú y elegir la camiseta de algodón, la blanca con estampado azul. “El cambio está en tus manos”, dice. Usar el delantal hecho de saldos de telas defectuosas para preparar el desayuno (huevos de algunas de esas 800 gallinas con pico que bien recuerdo). Tomar el casco y salir. Antes de cerrar la puerta, darle una mirada rápida a mi casa: evidenciar que mis formas de consumo están cambiando.

La empresa de moda y diseño sostenible Paloma y Angostura nació hace cinco años. Su fundador, Pablo Restrepo, polítologo de profesión, encontró en ella una manera de responder a las preguntas que lo acechaban. “La moda dice más de lo que la gente piensa”, me comenta mientras toma su café negro. “La moda me permite darle un rostro humano al capitalismo”. Restrepo asegura que la sostenibilidad debe leerse en indicadores tangibles y comparables, con mediciones rigurosas que le permitan al consumidor conocer el impacto de cada producto, su ciclo completo: desde la extracción, producción y diseño, hasta la distribución, el uso que se le da y su muerte. Esto, asegura él, es la transparencia.

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Los productos, pienso a raíz de su iniciativa, no pueden quedarse estratificados en tubos de acrílico como si estuvieran expuestos para siempre en un museo. Un ejemplo: la sala La tierra como recurso del Museo Nacional. Esta sala, que aún permanece cerrada por el proceso de renovación y que volverá a abrir sus puertas próximamente, exhibe dos de los diez tubos realizados en una segunda versión de Estratificación de un basurero utópico, la obra de la artista caleña Alicia Barney. Cada tubo transparente contiene elementos naturales propios de los Farallones de Cali. En la parte superior tiene basura sellada con carbon vegetal y arena. En estas piezas, Barney representó su utopía por primera vez en los años 80: una crítica de los basureros abiertos donde una rápida biodegradacion y recuperación del suelo es imposible.

Alicia Barney podría ser considerada como la primera artista ecológica colombiana. “Es que ser ambientalista es un acto subversivo para muchos. Más en esa época. Por eso se habla de ambientalistas radicales. Yo no lo soy, pero estoy a punto de serlo”, dijo en una entrevista luego de narrar cómo la empezaron a seguir tres hombres desconocidos después de presentar Yumbo, una de sus obras más ambiciosas. En esa ocasión dejó 29 cajas de vidrio al aire libre, que iba sellando individualmente cada día. Expuso las obras en una misma fila, desde el día 1 al 29 un magnífico y a la vez espeluznante diario visual que denunciaba la contaminación ambiental y la polución en el aire.

El consumo desmedido hizo parte del discurso crítico de Barney, quien pasó por las escuelas norteamericanas y conoció de cerca esta cultura, que fue el motor básico de su producción artística. Solo le bastó dimensionar el efecto de las 52 microcolecciones que producen al año las grandes marcas de moda rápida o los 10.000 litros de agua que son necesarios para producir 1 kilo de algodón. En este marco, también hay una contracara: el arte del remiendo, del cómo y por qué reparamos las cosas. Esto tiene arreglo, la nueva exposición temporal del Museo del Oro, deja a la vista desde coronas y pectorales de antiguos líderes indígenas, hasta bicicletas contemporáneas, exponiendo de qué manera los objetos se convierten en expresiones culturales y cómo a través de los remiendos reparamos el paso del tiempo. Porque, pienso después de esto, todo tiene que ver con el tiempo: con la capa de polvo que se va posando sobre los objetos quietos, el plato que se cae y se desportilla, la grieta en el cemento causado por el movimiento de la raíces en la tierra. En palabras de Leonard Cohen, citado en una de las paredes de la exposición: “Hay una grieta en todo, solo así entra la luz”.

Esa belleza capturada en la reparación es lo que quiere incentivar Diana Lizarazo con sus talleres de reparaciones visibles, que elabora a partir de técnicas como los parches inspirados en el arte textil artesanal hecho por la etnia guna. Su trabajo explora el zurcido con hilos de colores para reconstruir los tejidos rasgados, y el sashiko, la milenaria técnica japonesa. Para Diana, creadora de Dos Grados, marca independiente que busca desarrollar proyectos locales desde lo textil, la sotenibilidad radica en no tomar más de lo que devuelves: desde los rollos perdidos por defectos de fábrica hasta ropa para cama con un terminado en nanotecnología para proteger de la suciedad y evitar el lavado continuo.

Es así como las luchas por las formas de consumo continúan. Pagar los huevos de colores me cuesta el doble, claro. Es mas fácil desear lo rápido, lo nuevo. Pero esforzarse por algo que no es visible con acciones como cambiar el cepillo de dientes o dejar de pedir un pitillo tiene un efecto mayor. No basta el “hecho con amor” (un slogan ya manoseado en el comercio justo). El cambio es y debe ser matemático, una contabilidad ambiental donde nosotros, los consumidores, podamos hacer preguntas: así cueste más, así tardemos más y así cambiemos menos.

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