OPINIÓN
A Duque no le conviene Ordóñez en la OEA
Duque requiere en la OEA a un embajador capaz de generar consensos sobre asuntos espinosos como la represión en Nicaragua, la dictadura de Nicolás Maduro y la crisis humanitaria venezolana.
Como lo había prometido durante la campaña, el martes el presidente Iván Duque oficializó el retiro de Colombia de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). Dijo que “no podemos seguir siendo parte de una institución que ha sido el más grande cómplice de la dictadura de Venezuela”. El viernes anterior había nombrado a Alejandro Ordóñez como su representante ante la Organización de Estados Americanos (OEA). Si bien ninguna de las dos decisiones fueron sorpresivas –las críticas de Duque a Unasur han sido frecuentes y el nombre de Ordóñez había circulado como fijo para ese cargo desde finales de junio–, no reducen su impacto sobre la política exterior colombiana.
Colombia ha sido un miembro renuente de Unasur. Nunca generó mayor entusiasmo ni para el gobierno de Álvaro Uribe, que asistió a las cumbres en las que se constituyó (mayo 2008), ni para el de Juan Manuel Santos que impulsó la aprobación del tratado. No es casualidad que el país fuera apenas el décimo de 12 en unirse al grupo. Sin embargo, era riesgoso para los intereses nacionales no participar en ese organismo regional; más aún dado el sesgo ideológico de sus principales promotores (Hugo Chávez, Lula da Silva, Néstor y Cristina Kirchner).
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El reto para Duque y su canciller, Carlos Holmes Trujillo, es lograr que otros sigan su ejemplo. En la diplomacia siempre es mejor andar acompañado que solo. No será fácil. En Bolivia la semana pasada, el canciller brasileño reiteró que “Brasil se empeña para mantener este sistema de integración, nosotros somos apegados a la existencia de Unasur”.
El retiro de Unasur refleja la apuesta de Duque por la OEA como foro natural de resolución de conflictos regionales. La pregunta, sin embargo, es si Ordóñez es el hombre para esa titánica labor. Todo indica que no.
Duque requiere en la OEA a un embajador capaz de generar consensos sobre asuntos espinosos como la represión en Nicaragua, la dictadura de Nicolás Maduro y la crisis humanitaria venezolana.
Es usual, aquí y en Cafarnaún, nombrar aliados, e incluso rivales políticos, en cargos diplomáticos. Uribe designó a sus contendores Horacio Serpa y Noemí Sanín en la OEA y España, respectivamente. Ernesto Samper hizo lo mismo con Carlos Lleras de la Fuente, uno de sus rivales en la consulta liberal, en la embajada en Washington D. C. en 1994. A Samper le salió el tiro por la culata. Pensó más en la política interna –Lleras de la Fuente amenazaba ser una piedra en el zapato– que en si era la persona indicada para las relaciones con Estados Unidos que ya se preveían difíciles. No lo era.
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Duque requiere en la OEA a un embajador capaz de generar consensos sobre asuntos espinosos como la represión en Nicaragua, la dictadura de Nicolás Maduro y la crisis humanitaria venezolana. Es una audiencia difícil, en la que la ideología y las pruebas pesan poco frente a los intereses de cada nación. En julio de 2010, el embajador Luis Alfonso Hoyos expuso ante la OEA y en detalle la presencia de campamentos de las Farc y miembros del secretariado en Venezuela. Y no cambió un solo apoyo al régimen de Chávez. En agosto de 2015, Colombia buscó convocar una reunión de cancilleres para debatir sobre el cierre de la frontera por Maduro. Fracasó. Aún hoy, no hay 24 países dispuestos a suspender a Venezuela por violar la Carta Democrática.
No veo cómo Ordóñez, que públicamente ha respaldado una intervención militar en Venezuela, sea el interlocutor adecuado para lograr los votos necesarios entre sus colegas. Las invasiones extranjeras tienen pocos adeptos entre las naciones latinoamericanas y caribeñas.
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Ordóñez tampoco aporta en la otra relación crítica para Duque: el sistema interamericano de derechos humanos. Pululan los tuits y las declaraciones altisonantes del exprocurador cuestionando la objetividad y seriedad de sus miembros (comisión, corte, etcétera). No se han olvidado. La inusitada reacción negativa a su nombramiento es apenas un abrebocas de lo que le espera en Washington. Con un riesgo adicional: que ese malestar impacte las relaciones con congresistas demócratas muy allegados a las ONG críticas de Ordóñez. La capital estadounidense es, en últimas, un pueblo donde los que se ocupan de temas especializados son los mismos con las mismas.
Un embajador fracasa en su misión cuando se convierte en un problema para el presidente y el gobierno que representa y pierde su capacidad de realizar una gestión efectiva. Sin posesionarse aún, Ordóñez ya pasó ese umbral.