Francisco José Mejía columna Semana

Opinión

A Petro hay que destronarlo de su falsa superioridad moral

Preocupa mucho que Petro gane el debate ideológico y, por ende, moral porque no se le esté enfrentando en ese terreno.

Francisco José Mejía
23 de marzo de 2025

Vista la corrupción sin precedentes de este gobierno, el maltrato a las mujeres y su alianza con lo peor de la politiquería, es claro que ya no podrán utilizar las banderas de la lucha contra la corrupción, ni del feminismo, ni las de la decencia política para conseguir votos. Tampoco habrá nada que mostrar y sí un desastre por explicar. Pero les queda un arma muy poderosa en la que Petro es experto, les queda la narrativa marxista de la lucha de clases, en que todos los problemas, aun aquellos causados por el propio gobierno, como el de la salud, son culpa de la codicia de los ricos que no paran de explotar a los pobres.

Esa narrativa es falsa, solo basta constatar que todos los países que han logrado eliminar la pobreza, y donde existe una grande y próspera clase media, sin excepción, tienen un tejido empresarial pujante, y muchos ricos que —en su proceso de creación de riqueza— la han irradiado en toda la sociedad. Es un hecho que las empresas pequeñas, medianas y grandes son máquinas de creación de riqueza colectiva y de disfrute de libertades, porque allí donde hay emprendedores creando riqueza y trabajadores participando de ella, hay hombres libres que se han hecho dueños de su destino y no están sometidos a la voluntad de un político para derivar su sustento.

Pero ¿cómo es posible entonces que una narrativa tan equivocada y dañina como la marxista, que proclama Petro, pueda tener tanto éxito electoral? Lo explicó Hayek cuando dijo que ese éxito radicaba en que “los socialistas han tenido el coraje de ser utópicos”. Porque el triunfo de la lucha de clases deviene en un mundo ideal en el que ya no hay carencias, solo una sociedad virtuosa regida por categorías morales superiores como la justicia, en que nadie se queda atrás; una sociedad en la que se llega a “vivir sabroso”, como rezaba el eslogan de la campaña de la Colombia Humana. Ante esta aparente superioridad moral, no valen las cifras sesudas de los técnicos, o las denuncias fundamentadas de la oposición por el mal gobierno de Petro, o los fallos judiciales en contra de sus funcionarios. Ni siquiera los muertos por la destrucción del sistema de salud o por la paz total alcanzan para derrotar la utopía. La explicación de esta anomalía a la racionalidad es que el argumento moral toca unas fibras del ser humano que no son asequibles al argumento técnico a fáctico. Por eso Petro se ha ido a fondo en estos últimos días con la proclama incendiaria y utópica del marxismo; por eso ahora su personaje predilecto es el rico bíblico Epulón y él, la encarnación de Lázaro.

Preocupa mucho que Petro gane el debate ideológico y, por ende, moral, porque no se le esté enfrentando en ese terreno. Es tanto su avance en solitario en este aspecto, que ya hasta se está apropiando de la bandera de la libertad. En su último discurso en la Plaza de Bolívar mencionó la palabra ‘libertad’ 11 veces, explicando que esa bandera es suya y no de la oposición. Las denuncias hay que hacerlas, las cifras hay que presentarlas, claro, pero no se puede pasar de puntillas por el debate de fondo; esa debe ser una lección aprendida de los grandes líderes que han logrado derrotar a la izquierda recientemente: Isabel Díaz Ayuso, Javier Milei y María Corina Machado, los tres tienen un denominador común: pulverizaron el trono moral de su oponente. Milei logró demostrarle al pueblo argentino que esos políticos de izquierda esgrimían sus consignas de justicia social como un ardid para explotarlos, y los etiquetó como “la casta”. Pero, además, lo inspiró con una ruta clara para salir del hoyo socialista a través del liberalismo económico. Isabel Díaz Ayuso, en Madrid, blandiendo un discurso efectivo sin presunciones académicas, logró tocar fibras emotivas en las clases populares, demostrando cómo la narrativa socialista era liberticida, y cómo el ser humano solo podía florecer abrazando las ideas de la libertad. Y María Corina, quien dijo: “Lo de nosotros se convirtió en una lucha existencial por la vida, una lucha ética por la verdad, y una lucha espiritual por el bien… Nuestro movimiento tiene implicaciones culturales muy profundas”. Ella fue a la raíz del problema y dio la batalla cultural con sapiencia y valentía.

Aún es tiempo de entender que esta batalla política por el Congreso y por la Presidencia, en 2026, es sobre todo una batalla ideológica, cultural y moral. Hay que defender sin miedos y con solvencia técnica al sector privado explicando su rol en el progreso social, y hay que poner a la libertad en el centro del debate y ser capaz de explicar por qué el estatismo la marchita. Ponerse de perfil sobre estos temas y otros del debate ideológico sería una capitulación ante el petrismo.