OPINIÓN

Les importa poco la paz…

El transcurso de este año que se cumple desde que se firmaron los acuerdos del Teatro Colón nos ha mostrado que la paz de Colombia está en peligro, ya no por un puñado de fusiles, sino por un puñado de corbatas.

Federico Gómez Lara, Federico Gómez Lara
28 de noviembre de 2017

Siempre había pensado, tal vez de manera ingenua, que la parte más difícil de acabar una guerra era esa que implicaba silenciar para siempre los fusiles, y dejar de matarse los unos a los otros. Sin embargo, el transcurso de este año que se cumple desde que se firmaron los acuerdos del Teatro Colón, nos ha mostrado que la paz de Colombia está en peligro, ya no por un puñado de fusiles, sino por un puñado de corbatas.

Por estos días, así parezca absurda la afirmación, el proceso de paz enfrenta un desafío que ha resultado notoriamente más difícil que acabar la guerra: implementar unos acuerdos teniendo a la vuelta de la esquina las elecciones al Congreso y a la Presidencia. Esta va a ser, sin duda, la etapa más difícil de este esfuerzo, y será determinante para definir el rumbo que tome el país en los próximos años.

Si uno se ve cualquier noticiero, sin hacerle mayor análisis a lo que está mirando, pensaría que en Colombia se firmaron unos acuerdos, cuya implementación se ha tornado cada vez más complicada por cuenta de las profundas diferencias de concepciones de la paz que existen entre el Gobierno, la oposición, los partidos, los guerrilleros, las víctimas, los militares, los empresarios, o el actor que sea. Pero eso está bastante alejado de la realidad. Si vamos a hablar las cosas como son y a llamarlas por su nombre, se hace necesario decir que las distintas crisis que ha atravesado el proceso en el último tiempo, poco o nada tienen que ver con sus contenidos. Si se mira la forma en la que han sido votados los proyectos de ley en el Congreso, se hace evidente que buena parte de sus miembros se han atravesado a la paz, no por convicción, sino por buscar exprimir hasta el último puesto, contrato, o alianza que les garantice su permanencia en la arena política.

Lo cierto es que la crisis que atraviesa el proceso en su fase de implementación es un tema puramente político. Aquí las discusiones que se dan en el Congreso sobre el contenido de los acuerdos no son más que una cortina de humo que nos impide ver la verdadera dinámica. Los parlamentarios no están detrás de buscar el mejor país posible. Ese no es su juego. La cosa es mucho más sencilla que eso. Muchos, en lo único que piensan, es en mantener su silla, en lograr que sus partidos retomen el poder, o en congraciarse con su jefe para que si este sale elegido, les consiga una oficina más grande, una caravana con más escoltas y un cargo con más poder.

No existe un solo obstáculo que haya tenido el acuerdo, que no haya venido de una u otra manera de alguien con aspiraciones políticas. Llámese Álvaro Uribe, Rodrigo Lara, Timochenko, las Farc, Ordoñez, Cristo o el que sea. El gran problema, es que todos los actores que están o estuvieron encargados de negociar o implementar la paz, hoy aspiran a acceder a un cargo público. Así la vaina es muy jodida.

Vale la pena imaginarse en qué estaríamos si los miembros del Secretariado de las Farc hubieran dejado de lado las ganas de ser congresistas, y hubieran presentado una lista llena de nombres y liderazgos nuevos mientras ellos acudían a la JEP. O lo bien que iría la paz si Uribe se hubiera unido en el esfuerzo de alcanzarla, en vez de meter al país en este mierdero por su deseo de volver al poder. Si todos aquellos que tienen incidencia en la implementación de los acuerdos tuvieran prohibido participar en política por el resto de sus vidas, todas estas leyes que necesitamos se habrían aprobado en dos semanas, y la implementación estaría andando de maravilla.

Pero como ellos, en el fondo de su alma, quieren ser presidentes, o senadores, o ministros, o tomarse el poder en cuerpo ajeno, o llegar al puesto que sea, y no piensan ni un segundo en la paz, ¡la vaina sí va a ser muy difícil!

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