Marco Tulio Gutiérrez

OPINIÓN

Acuerdo Nacional inaplazable

Desde hace mucho tiempo venimos apelando a la urgente necesidad de apelar a un acuerdo nacional, un pacto en el que deben entrar todos los sectores de la sociedad, en donde nadie quede excluido y en el que seamos capaces de contribuir a tender puentes de unión sobre las distancias que cada vez mas nos destruyen.

29 de junio de 2022

Desde hace años venimos reiterando en este espacio de opinión sobre la inaplazable necesidad de llevar a cabo un verdadero acercamiento mancomunado y supra sectorial que sea capaz de albergar y condensar a todos los rincones ideológicos, políticos y filosóficos de nuestra nación.

La apremiante necesidad de discutir y deliberar entre todos sobre los puntos comunes y sobre las diferencias no da más espera, por ello, desaprovechar el llamado coyuntural que hace el nuevo gobierno electo al dialogo, involucrando a todos los sectores, sería contraproducente, de ahí la gallardía y la ecuanimidad de Álvaro Uribe, quien pone por encima a Colombia y asume con convicción la necesidad de sentarse y dialogar con el nuevo presidente de los colombianos.

Así las cosas, una semana después del triunfo de Petro, el anuncio de unidad debe ser acogido como la mejor noticia que reciba nuestro país después de un certamen electoral tan complejo, polémico y desgastante, pues definitivamente no podemos replicar otros 4 años como los que acaban de pasar en el que toda iniciativa o propuesta estuvo siempre empañada bajo el matiz de la profunda polarización, y del lenguaje de la contradicción, en el que toda discusión solo pudo asemejarse al de una charla bizantina en la que nunca hubo conclusiones finales sino las cíclicas y destructivas disyuntivas, entre los supuestos enemigos de la paz y la simpatía complaciente subversiva, un interminable monólogo de incongruencias entre unos y otros, una retórica que solo hizo daño entre nosotros, en nuestra capacidad de dialogo y reflexión.

Los colombianos terminamos volviéndonos los dueños de la verdad absoluta desde la comodidad de nuestra orilla ideológica.

Lo cierto es que es menester poner por encima de cualquier dogmatismo, posición personal o particular la unidad y bienestar del país, la estricta necesidad de unir los extremos que han estado interponiéndose consuetudinariamente durante todo el siglo veinte y las dos décadas del veintiuno, obligan a un acuerdo en el que no quede nadie afuera, académicos, profesionales, empresarios, campesinos, fuerzas armadas, estudiantes, emprendedores y, claro, los representantes de todas las vertientes políticas que existen en el país.

No se trata de un llamado forzoso de coalición política, o un segundo plato de resignación, sino una mesa de diálogo que debe poner por encima la unidad nacional, convocando las prerrogativas constitucionales y legales para así poner en práctica los mas ambiciosos fines teleológicos de nuestra carta, que desde 1991 no ha logrado materializar en aspectos básicos, como es la cobertura universal de la educación y los mínimos vitales.

Por ello, urge un acuerdo nacional pensado en la estructura de las garantías mínimas, en lograr acuerdos desprendidos de las ideologías en aras de lograr justicia y equidad para una sociedad lacerada desde tiempos inmemoriales por la violencia, el odio y la crudeza.

Es el momento de lograr pasar la pagina, de reconciliarnos, de entender que el bien de la República está por encima de las premisas políticas de cualquier sector, que no se trata de una lucha de derecha contra izquierda, sino de una oportunidad irrepetible de construir sobre los escombros de los daños de una historia convulsionada e implacable, es hora de entender que debemos dar una ultima lucha por el bien de nuestra nación, por el bienestar de nuestros hijos, por la satisfacción de nuestros nietos.

Pasado el certamen electoral, nuestro deber democrático es el de aceptar los resultados de las urnas, por contrarios o adversos que hayan sido, nuestro talante democrático nos impone la obligación de ser congruentes con nuestra institucionalidad, de ahí que lo primero, por más que no hayamos votado por Petro es aceptar su victoria y acto seguido contribuir por el bien de la nación, por ello, esas vociferaciones imprudentes de fraudes y cuestionamientos postelectorales sobran y de esas voces hoy solo queda el sepulcral silencio, lo cierto es que, desde el momento en que el presidente electo dio su discurso de triunfo, el tono no fue de vindicta, ni tampoco de odio, por el contrario fue claro, en su deseo de tender puentes de dialogo e interlocución ente los diversos actores y sectores de la política nacional.

El primer designio del presidente Petro, en cabeza de un luchador por el diálogo con los insurgentes, como es Álvaro Leyva será una luz que debemos recibir y acompañar con entusiasmo y consideramos que debe ser entendido como el punto de partida para varios frentes de interés en los que deben concurrir liberales, conservadores, Centro Democrático y todas las demás fuerzas políticas del país; primero una gran reforma de las tierras improductivas y una frontal lucha contra la creciente peste de la droga en nuestro país. Una región con el gran foco de producción como es Norte de Santander debiera ser transformada por completo, por ejemplo, como lo fue otrora, una zona de gran producción de café y alimentos en vez de la riqueza derivada del delito como dolorosamente viene siendo impuesta y protegida por el ELN en una lucha por el dominio del narcotráfico, sin ningún sentido de patria y a nombre de la revolución que Petro puede realizar con acciones institucionales y no con bala en contra de Colombia y sus ciudadanos.

Un País produciendo alimentos como lo puede hacer Colombia, nos trae de inmediato la idea de transformarnos en una potencia de la vida, pero apelando a convertirse en una despensa real para alimentar a los colombianos, sin dejar al margen nuestra natural condición de potencia mundial para el suministro de fuentes de alimentación y vida.

La marca colombiana debe ser un gran propósito de todos los nacidos en este lugar del mundo, por ello, un acuerdo nacional que convierta la política en un medio de civilización y no de destrucción al contendor en lucha sin límite y sin razón.

Que exista oposición es el escenario natural de la democracia, pero que ella se ejerza dentro de parámetros de diálogo en el que la argumentación y la exposición de ideas sean el vehículo de interacción, en donde no tengamos que presenciar los desafortunados momentos que hemos tenido que vivir por cuenta de una polarización que perdió incluso en muchas veces el origen de su propio sustento ideológico, demos el primer paso, dialoguemos y entendamos que entre las diferencias y distancias se pueden implementar las mejores necesidades para una sociedad que reclama con ahínco un verdadero cambio.

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