DIANA SARAY GIRALDO Columna Semana

Opinión

Adolescentes, pobres y mamás 

El embarazo adolescente significa la repetición de los ciclos de pobreza, pues en la gran mayoría de los casos estas niñas-mamás se ven obligadas a abandonar el colegio y no pueden acceder a la vida laboral.

Diana Giraldo
2 de octubre de 2021

Dejen de decir que en Colombia existe la igualdad de género, porque no es verdad. Que exista conciencia de la brecha y se trabaje en cerrarla es una cosa. Pero que las oportunidades y el trato igualitario sean una realidad sigue siendo un anhelo más que una verdad.

Y esta desigualdad tiene todo que ver con el embarazo adolescente. La imposibilidad que hoy tienen millones de niñas y adolescentes de acceder a una educación sexual abierta y a métodos de planificación hacen que hoy, contrario a la meta de reducir los embarazos en menores de edad, Colombia tenga que enfrentarse a un aumento en el número de niñas-mamás. Sencillamente, un drama.

Según el último reporte del Dane, en el II trimestre de 2021 hay un incremento del 22,2 por ciento en los nacimientos de madres menores de 14 años frente al mismo periodo de 2020. Si se hace la misma comparación entre I trimestre de 2021 y II trimestre de 2021, se observa un incremento del 21,8 por ciento en los partos en niñas menores de 14 años. ¡Un 20 por ciento más de niñas menores de 14 años que son mamás! Esta es una realidad aberrante, que no nos puede ser indiferente y que está ligada directamente al confinamiento al que nos llevó la pandemia y al consecuente abandono de las aulas escolares.

Los departamentos con las tasas de fecundidad más altas en niñas de 10 y 14 años son Guaviare, Guainía, Arauca, Caquetá, Vichada, Chocó, Putumayo, Magdalena, Bolívar, Cesar, Cauca y La Guajira. La maternidad en adolescentes entre 15 y 19 años se sitúa en los niveles más altos en Magdalena, La Guajira, Cesar, Guainía, Caquetá, Bolívar, Huila y Sucre.

No se necesita ser un experto para concluir que en los departamentos más pobres los embarazos de niñas son más altos, lo cual está directamente relacionado con el nivel de educación de las madres y sus oportunidades económicas. En promedio, de acuerdo con el Dane, el 58,7 por ciento de todos los nacimientos del país ocurren en madres que solo tienen bachillerato. Le siguen las madres con preescolar o primaria, con un 12,6 por ciento de los nacimientos. Y en tercer lugar aquellas con nivel de técnica profesional, tecnológica y normalistas, que alcanzan un 12,1 por ciento del total de nacimientos. En contraste, las madres con pregrado profesional universitario representan solo el 10,6 por ciento de los nacimientos, y las madres con postgrado aportan el 1,3 por ciento de los nacimientos anuales. Ecuación fácil: a mayor educación, menor número de embarazos (y, por supuesto, de embarazos no deseados).

Es llamativo ver que la región Caribe tiene la participación más alta de nacimientos de madres sin ningún nivel educativo.

No obstante, hay que destacar que mientras que en 1998 el número promedio de hijos por mujer en Colombia era de 2,25, en 2020 este promedio se redujo a 1,93. Los promedios más altos están en Vichada (2,70), Vaupés (2,63), La Guajira (2,52), Guainía (2,48), Amazonas (2,31) y Chocó (2,24).

Aunque las cifras de número de hijos sigue siendo superior en algunos departamentos, en todo el país hay una reducción en el número de hijos por mujer, y es gratificante saber que estas reducciones se han dado en mayor proporción en departamentos como Chocó (-24,3 por ciento), Guaviare (-24 por ciento), Vaupés (-22,1 por ciento) y Caquetá (-22 por ciento).

Las estadísticas muestran también que son las menores de 15 años las que reportan menos controles prenatales. Inclusive, en este grupo de edad, las madres que no asistieron a ninguna consulta médica durante el embarazo pasaron de 5,5 por ciento en 2015 al 10 por ciento en 2020. Como consecuencia, muchos de estos partos no son atendidos en centros médicos. Vaupés es el departamento con la cifra más alta de nacimientos atendidos por personal distinto al médico (24,2 por ciento del total de nacimientos).

Esta realidad del país debiera dolernos en el alma. El embarazo adolescente significa la repetición de los ciclos de pobreza, pues en la gran mayoría de los casos estas niñas-mamás se ven obligadas a abandonar el colegio y no pueden acceder a la vida laboral. De lograrlo, serán trabajos con remuneraciones mínimas.

Además, las adolescentes y niñas que son mamás tienen una mayor tendencia a ser víctimas de violencia física y sexual, en una proporción que se ha estimado tres veces mayor que en mujeres de más de 25 años, según la Cepal.

No podemos seguir siendo indiferentes. Es necesario que en los colegios se hable abiertamente de salud reproductiva, que deje de pensarse que hablar de planificación es lanzar a las niñas a la promiscuidad y que se trabaje de frente en la enseñanza de la salud reproductiva y la prevención del embarazo. Es hora de dejar de pensar que hablar de mujeres que planifican es hablar de prostitutas. Y los colegios son los que tienen la responsabilidad de empezar a cambiar estos diálogos para que cambien también en las casas.

Pero, sobre todo, es urgente que todos los niños regresen ya mismo y sin excusas a las aulas. Mientras los papás están trabajando, muchos niños y adolescentes siguen pasando sus días fuera de los colegios, y las consecuencias son inmensas, entre estas el aumento en los embarazos en niñas.

Pongamos sobre la mesa esta realidad. De lo contrario, seguiremos lanzando sin descanso a nuestras niñas a la pobreza, a la violencia y a un futuro en el que solo traerán más niños, que, a su vez, no tendrán más futuro que solo sobrevivir.

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