OPINIÓN

Ser viejo en Colombia

La puesta en escena fue la que tuvo más éxito esa mañana. Una señora mayor de edad recibe la visita de un pretendiente, viejo también y muy bien puesto, como ella. Recuerdo 'El amor en los tiempos del cólera' mientras veo la escena en la que las hijas de ella se oponen a los galanteos del señor.

Poly Martínez, Poly Martínez
4 de julio de 2018

La mujer exige que le respeten sus decisiones, su autonomía. En ese momento los casi 200 espectadores aplauden con entusiasmo mientras hacen comentarios y se ríen con picardía con  aquello de las canas y las ganas.

El evento sucedió el mes pasado como parte de las actividades de la Red Institucional por las Personas Mayores, conformada las fundaciones Simeón, Niño Jesús, Jeymar, Saber y Vida, La Mana y el programa de Persona Mayor de Compensar. Esas pequeñas puestas en escena resumían meses de trabajo en los que estas entidades formaron a 42 facilitadores, todos mayores de 65 años, para que promovieran y llevaran a más de 550 personas de su edad que residen en diversas localidades de Bogotá, todo lo que saben sobre sus derechos. Un éxito total que ahora quieren replicar con más adultos mayores y ojalá con entidades que trabajan proyectos similares en otras zonas del país.

Pero el sketch del amor contrariado no fue un simple montaje. Se repite a diario y en diversos temas.  A todos los viejos les pasa –a la vejez le sobran los eufemismos-, pero especialmente a aquellos con menor grado de educación y mayor limitación de recursos: desconocen sus derechos, son manipulados por su entorno y muchas veces son abusados por su propia familia, como les pasa a los niños menores de cinco años.

Hay estudios en exceso sobre la crisis que viven los viejos del país, la inadecuada atención que reciben por parte de las entidades oficiales y particulares, la dificultad para conseguir donaciones y aportes que les permitan a las instituciones especializadas sostener programas que los beneficien e incorporen a la cotidianidad de sus comunidades.

Con tantas cifras a mano (5.750.000 adultos mayores, donde 3 de cada 10 están en total abandono; el 9,3 por ciento vive íngrimo, el 40 por ciento sufre de depresión y solo el 26 por ciento tiene pensión), el tema debería adquirir mayor importancia y prender las alarmas en el país y entre las familias. Pero las percepciones sobre la vejez, los estereotipos y la falta de conocimiento sobre la realidad que viven logran que el asunto quede enterrado.

Y lo más preocupante: no tenemos tiempo para los viejos. Si nos detenemos, los oímos y les preguntamos entenderemos un poco más la dimensión de su desconsuelo. Hay una retórica que habla de “los abuelitos”, entre melindrosa y descalificatoria, que en la cotidianidad no solo los limita e irrita sino, lo que es peor: los invisibiliza.

Por ejemplo: el banco que  no les expide una tarjeta de crédito o la aseguradora que no les vende una póliza de arriendo a pesar de contar con los soportes;  las citas médicas en puntos opuestos de la ciudad y donde pasan horas en las salas de espera, la entrega incompleta de los medicamentos y esos médicos que en vez de hablarles a los ojos prefieren dirigirse al acompañante, tácitamente graduándolos de tontos; la familia que se escuda en el “tú ya no estás para eso” y en vez de darles soporte, los van arrinconando; un espacio público que los agrede, no los invita a salir y se convierte en otra ruta hacia el aislamiento, cosa que tampoco resuelve el transporte público pues los obliga, a estas alturas de la vida, a guerrear un puesto.  Así, entre una y otra cosa constatan cotidianamente que están lejos de ser una de las prioridades de esta sociedad.

Si las cosas pasan como se supone que deben suceder, casi todos llegaremos a viejos. Unos cruzaremos la meta antes y para el resto será cuestión de tiempo. Por eso, El amor en los tiempos del cólera debería ser leída en todos los centros de atención para mayores. Además, la novela de García Márquez tendría que ser usada como vacuna y vademécum para aquellos hijos, familiares y conocidos de los viejos que se niegan a dejar de estar vivos antes de tiempo.

Dicen que la vejez llega, mientras que la infancia y la adolescencia pasan. Pero la vejez tampoco es eterna. De ahí que el real problema de hacernos viejos no es el final previsto, sino el mientras tanto.

@polymarti

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