JORGE HUMBERTO BOTERO

Opinión

Aguas negras

Es lo que con abundancia fluye por estos días desde la Casa de Nariño.

Jorge Humberto Botero
17 de diciembre de 2024

El presidente, que con tanto éxito se equivoca, ha salido a defender a su recién designado, y luego removido, embajador en Tailandia con dos argumentos falsos.

El primero es que el ungido es un perseguido por el uribismo, una afirmación por completo ausente de soporte. Lo usa el presidente tantas veces, y para tantos propósitos, que ya pocos lo toman en serio. Pero si tuviere razón, tendría que admitir que la vicepresidenta Márquez, la defensora del Pueblo, su propia hija Sofía, dos respetables embajadoras y otros funcionarios suyos que criticaron ese nombramiento, han comenzado a migrar hacia esa banda de réprobos.

Extrapolando estas posturas, que concuerdan con el rechazo que en las propias filas tuvo el bochornoso retorno de Benedetti, podría afirmarse que la izquierda radical ya tiene claro que Petro es un fardo para la próxima contienda, y que es prudente ir tomando distancia. Los antiguos militantes comunistas de base deben ver con horror los grados de corrupción a los que el gobierno del cambio ha llegado, y a su líder convertido en rehén de un personaje siniestro.

Difícil, de otro lado, creer que sean uribistas recalcitrantes los socios de un club social que votaron su expulsión. Como esas votaciones son secretas, no es posible saber que lo echaron por sus posturas políticas. ¿O será que ser uribista es requisito para ser admitido en ese club cuyo nombre ignoro? Lo que sí se sabe, por manifestación del defenestrado embajador, es que es un activista del petrismo. Obvio, entonces, que con un cargo diplomático le pagan los servicios prestados, entre ellos: haber elaborado un documental tildando a Álvaro Uribe de criminal. Música celestial para nuestro presidente.

El otro argumento de Petro en la defensa de Mendoza es que se trata de un autor importante que ha sido acosado por sus novelas, como lo fueron Vladímir Nabokov y Henry Miller, figuras cimeras, sin duda, de la literatura universal. Yerra de nuevo. La indignación que suscitó ese nombramiento no tuvo nada que ver con lo que dicen los personajes de sus obras o, incluso, su propio yo literario. En esta dimensión la soberanía del autor es absoluta. La única censura admisible es la de los lectores que rehúsan leerlo o lo repudian habiéndolo leído.

Lo que ocurrió es otra cosa. Un escándalo en amplios sectores de la sociedad por los trinos que publica. Es que la trasferencia de las palabras contenidas en un texto literario al ámbito de la comunicación social tiene consecuencias profundas. Hoy, por fortuna, se acepta que lo que digan el narrador o los personajes de una novela no genera responsabilidades para su autor. Pero sí que la tienen quienes publican sus opiniones en medios físicos o virtuales.

Yo he leído algunos de esos trinos en los que abundan manifestaciones de violencia sexual contra “niñas”, que son repudiables, más no punibles, siempre y cuando se mantengan en la esfera de las fantasías eróticas de quien las escribe. Incluso habría que tener algún grado de condescendencia por quien parece adolecer de serias frustraciones eróticas. Si fueren invitaciones dirigidas a mujeres menores de edad (incluso uribistas) esa sería prueba suficiente para iniciar un proceso penal en su contra.

El propio Mendoza tiene claro el problema: “Entender que aceptar esa embajada repleta de lujos me obligaba a enterrar mis gritos, mi rabia y mi dolor… Y sobre todo a tapar con el bozal de las buenas costumbres diplomáticas mi necesidad inaguantable de decir la verdad”.

Le asiste la razón. En el mundo diplomático —y en otros muchos— se requieren buenas maneras al interactuar con colegas y funcionarios; un lenguaje prudente y comedido; el respeto a las reglas que se usan en la mesa, el uso del vestuario adecuado. El conjunto de estas reglas se denomina urbanidad. Respetarlas es importante aunque insuficiente. Son necesarias también buenas costumbres: una actuación pública respetuosa de las convenciones sociales. O al menos, la impresión de que se las respeta. Llamen, si quieren, esta manera de actuar hipocresía. En contra de lo que Petro dijo alguna vez, las formas importan: son parte de la convivencia civilizada.

Sus normas están compiladas en un estatuto legal que la Policía tiene el deber de preservar. En el caso de los funcionarios públicos, existen reglas adicionales, las cuales se pueden sintetizar en un paradigma: la actuación digna en el ejercicio del cargo. Que cuando no se practica genera lo que en la jerga petrista se denomina golpe blando, a pesar de estar previsto en la Constitución.

Al despedirme de ustedes hasta el próximo año, expreso mi preocupación —que es la de muchos— por la creciente agresividad y descompostura de nuestro mandatario, que afronta mal la declinación evidente de su poder. Estemos prevenidos para afrontar lo que viene con prudencia, firmeza y estricto apego a las instituciones.

Briznas poéticas. León de Greiff, que tanto nos deslumbró, no ha muerto; vive en los jóvenes que entonces fuimos: “Esta rosa fue testigo” / de ése, que si amor no fue; / ninguno otro amor sería. / ¡Esta rosa fue testigo / de cuando te diste mía! /El día, ya no lo sé / —sí lo sé, mas no lo digo— /Esta rosa fue testigo”.

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