OPINIÓN

Aire limpio en Aburrá

Hoy día, hasta las ciudades costeras enfrentan el problema del material particulado en suspensión que configura la peor pesadilla para la salud humana y una de las fuentes de aerosoles atmosféricos que confunden todas las predicciones de cambio climático, pues modifican la cantidad de radiación capturada por un territorio dado.

Brigitte Baptiste, Brigitte Baptiste
7 de febrero de 2018

Hasta hace poco solo las grandes ciudades ubicadas en valles profundos, donde se presenta con regularidad el fenómeno de la inversión térmica, evidenciaban el grave problema de la contaminación del aire. En ellas, capas de aire frío impiden la circulación atmosférica atrapando material particulado por días o semanas en el fondo con lo cual se comienza a respirar mal. Peor si hay millones de habitantes circulando en automóviles y buses quemando diésel, peor si son viejos, peor si se suman al persistente uso de carbón en ciertas industrias y peor para los muy menores y muy mayores de edad. Hoy día, hasta las ciudades costeras enfrentan el problema del material particulado en suspensión (nada que ver con el CO2), que configura la peor pesadilla para la salud humana y una de las fuentes de aerosoles atmosféricos que confunden todas las predicciones de cambio climático, pues modifican la cantidad de radiación capturada por un territorio dado.

En el área metropolitana del Valle de Aburrá, conformada por 10 ciudades, se firmó en días pasados un ‘Pacto por el Aire Limpio‘ en una ceremonia pública en la cual decenas de empresarios, organizaciones de la sociedad civil, ramas de la gestión pública y ciudadanos de a pie se comprometieron con metas y acciones concretas para reducir las emisiones. Bajo la mirada escrutadora de la Procuraduría, el ministro de Ambiente, el gobernador de Antioquia, el alcalde de Medellín y el director del Área Metropolitana hablaron de las implicaciones de no tomar acciones decididas para reducir la contaminación y asumieron escenarios complejos y con costos financieros y fiscales reales. “El aire limpio no tiene precio: es un derecho fundamental” fue el centro del acuerdo. No se vale demorar una transición a un modelo más sostenible de ciudad por razones financieras, pues todas las actividades sociales están gravemente afectadas.

Lo más interesante del Pacto no son sin embargo las cifras de los compromisos, alentadoras sin duda, sino la capacidad de acción colectiva de la cultura antioqueña y el conflicto que quedó explícito en los discursos respecto al rol de Ecopetrol y la producción de combustibles de mejor calidad, una clara alusión a la competencia creciente entre el uso de electricidad para la movilidad y los productos derivados de hidrocarburos, que han mejorado sustancialmente pero no tanto como se requeriría: es costoso y afecta el núcleo de la economía nacional. Es el debate que evidencian los exostos entre las políticas energéticas y las finanzas públicas; para los ambientalistas, uno que requiere realismo para entender los escenarios en competencia de hidroenergía, yacimientos no convencionales y otras alternativas (solar, eólica, biomasa).

Medellín y sus urbes vecinas han aprovechado todos los resquicios del avance en la institucionalidad ambiental: la consolidación de la Secretaría de Ambiente del Área Metropolitana muestra que entretanto mejora el aire, los centenares de expertos que asisten a la sexta cumbre global de biodiversidad de la IPBES en marzo podrán ver los programas de monitoreo, reforestación urbana, acción ciudadana coordinada e inversiones privadas y públicas que demostrarán que se están tomando las medidas más adecuadas para una gran ciudad del siglo XXI.

Con todo, el escenario futuro es evidente: el motor de combustión ha muerto. Y aquí hay capacidad política para enterrarlo, no solo en Francia y Dinamarca.

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